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3:56:00 a.m.

(RV).- “La Cuaresma es signo sacramental de nuestra conversión, quien realiza el camino de la Cuaresma esta siempre en el camino de la conversión. Es un signo sacramental de nuestro camino de la esclavitud a la libertad, siempre por renovar. Un camino ciertamente difícil, como es justo que sea, porque el amor es arduo, pero es un camino lleno de esperanza”, con estas palabras el Papa Francisco explicó en la Audiencia General del primer miércoles de marzo, el significado de la Cuaresma como camino de esperanza.

Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza” y al inicio del tiempo litúrgico de la Cuaresma, el Obispo de Roma señaló que, “esta perspectiva se hace enseguida evidente si pensamos que la Cuaresma ha sido instituida en la Iglesia como tiempo de preparación para la Pascua”. Por lo tanto, precisó el Pontífice, todo el sentido de este periodo de cuarenta días es iluminado por el misterio pascual hacia el cual está orientado. “Podemos imaginar al Señor Resucitado que nos llama a salir de nuestras tinieblas – subrayó el Papa – y nosotros nos ponemos en camino hacia Él, que es la Luz. Y la Cuaresma es un camino hacia Jesús Resucitado”. La Cuaresma, agregó el Obispo de Roma, es un periodo de penitencia, también de mortificación, pero no un fin en sí mismo, sino finalizado a hacernos resurgir con Cristo, a renovar nuestra identidad bautismal, es decir, a renacer nuevamente “desde lo alto”, desde el amor de Dios. Por esto es que la Cuaresma concluyó el Papa, es por su naturaleza, tiempo de esperanza.

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este día, Miércoles de Ceniza, entramos en el Tiempo litúrgico de la Cuaresma. Y ya que estamos desarrollando el ciclo de catequesis sobre la esperanza cristiana, hoy quisiera presentarles la Cuaresma como camino de esperanza.

De hecho, esta perspectiva se hace enseguida evidente si pensamos que la Cuaresma ha sido instituida en la Iglesia como tiempo de preparación para la Pascua, y por lo tanto, todo el sentido de este periodo de cuarenta días es iluminado por el misterio pascual hacia el cual está orientado. Podemos imaginar al Señor Resucitado que nos llama a salir de nuestras tinieblas, y nosotros nos ponemos en camino hacia Él, que es la Luz. Y la Cuaresma es un camino hacia Jesús Resucitado. La Cuaresma es un periodo de penitencia, también de mortificación, pero no un fin en sí mismo, sino finalizado a hacernos resurgir con Cristo, a renovar nuestra identidad bautismal, es decir, a renacer nuevamente “desde lo alto”, desde el amor de Dios (Cfr. Jn 3,3). Por esto es que la Cuaresma es, por su naturaleza, tiempo de esperanza.

Para comprender mejor que cosa significa esto, debemos referirnos a la experiencia fundamental del éxodo de los Israelitas de Egipto, narrada en la Biblia en el libro que lleva este nombre: Éxodo. El punto de partida es la condición de esclavitud en Egipto, la opresión, los trabajos forzados. Pero el Señor no se ha olvidado de su pueblo y de su promesa: llama a Moisés y, con brazo poderoso, hace salir a los Israelitas de Egipto y los guía a través del desierto hacia la Tierra de la libertad. Durante este camino de la esclavitud a la libertad, el Señor da a los Israelitas la ley, para educarlos en el amor a Él, el único Señor, y para amarse entre ellos como hermanos. La Escritura muestra que el éxodo es largo y fatigoso: simbólicamente dura 40 años, es decir, el tiempo de vida de una generación. Una generación que, ante las pruebas del camino, es siempre tentada a añorar Egipto y volver atrás. También todos nosotros conocemos la tentación de regresar atrás, todos. Pero el Señor permanece fiel y esta pobre gente, guiada por Moisés, llega a la Tierra prometida. Todo este camino es realizado en la esperanza: la esperanza de alcanzar la Tierra, y justamente en este sentido es un “éxodo”, una salida de la esclavitud a la libertad. Y estos 40 días son también para todos nosotros una salida de la esclavitud del pecado a la libertad, al encuentro del Cristo Resucitado. Cada paso, cada fatiga, cada prueba, cada caída y cada salida, todo tiene sentido solo dentro del designio de salvación de Dios, que quiere para su pueblo la vida y no la muerte, la alegría y no el dolor.

La Pascua de Jesús es su éxodo, con el cual Él nos ha abierto la vía para alcanzar la vida plena, eterna y gozosa. Para abrir esta vía, este camino, Jesús ha debido despojarse de su gloria, humillarse, hacerse obediente hasta la muerte y la muerte de cruz. Abrirnos el camino a la vida eterna le ha costado toda su sangre, y gracias a Él nosotros somos salvados de la esclavitud del pecado. Pero esto no quiere decir que Él ha hecho todo y nosotros no debemos hacer nada, que Él ha pasado por medio de la cruz y nosotros “vamos al paraíso en un carruaje”. No, no quiere decir esto. No es así. Nuestra salvación es ciertamente un don suyo, pero, como es una historia de amor, requiere nuestro “si” y nuestra participación en su amor, como nos demuestra nuestra Madre María y después de ella todos los santos.

La Cuaresma vive de esta dinámica: Cristo nos precede con su éxodo, y nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y detrás de Él. Él es tentado por nosotros, y ha vencido al Tentador por nosotros, pero también nosotros debemos con Él afrontar las tentaciones y superarlas. Él nos dona el agua viva de su Espíritu, y a nosotros corresponde tomar de su fuente y beber, en los Sacramentos, en la oración, en la adoración; Él es la luz que vence las tinieblas, y a nosotros se nos pide alimentar la pequeña llama que nos ha sido confiada el día de nuestro Bautismo.

En este sentido la Cuaresma es «signo sacramental de nuestra conversión» (Misal Romano, Oración colecta I Dom. de Cuaresma), quien realiza el camino de la Cuaresma esta siempre en el camino de la conversión. Es un signo sacramental de nuestro camino de la esclavitud a la libertad, siempre por renovar. Un camino ciertamente difícil, como es justo que sea, porque el amor es arduo, pero es un camino lleno de esperanza. Es más, diría además: el éxodo cuaresmal es el camino en el cual la esperanza misma se forma. La fatiga de atravesar el desierto – todas las pruebas, las tentaciones, las ilusiones, las visiones… – todo esto vale para forjar una esperanza fuerte, sólida, en el modelo de la Virgen María, que en medio a las tinieblas de la pasión y de la muerte de su Hijo continuó creyendo y esperando en su resurrección, en la victoria del amor de Dios.

Con el corazón abierto a este horizonte, entramos hoy en la Cuaresma. Sintiéndonos parte del pueblo santo de Dios, iniciamos con alegría hoy este camino de esperanza. Gracias.

(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)


3:47:00 a.m.

(RV).-  “En el éxodo cuaresmal se forma la esperanza”. Fue la afirmación del pontífice en la audiencia general del miércoles 1° de marzo, en la cual, continuando con el ciclo de catequesis sobre la esperanza cristiana, inició el tiempo cuaresmal reflexionando a partir de la narración del éxodo de los israelitas de Egipto.

La Cuaresma, “camino de esperanza”, es tiempo de preparación a la Pascua, período de penitencia y de mortificación, que tiene como fin hacernos resurgir con Cristo. Un camino en el cual cada paso, cada esfuerzo, cada prueba, cada caída y cada vuelta a empezar, sirven para forjar una esperanza fuerte y sólida que tiene sentido sólo en el interior del diseño de salvación de Dios, que quiere para su pueblo la vida y no la muerte, la alegría y no el dolor, explicó Francisco.

Se trata de un camino de la esclavitud a la libertad en el cual Cristo nos precede, “la Pascua de Jesús es su éxodo”, y la Cuaresma vive de esta dinámica: “Cristo nos precede con su éxodo y nosotros atravesamos el desierto con él y gracias a él”. 

A continuación, el resumen de la catequesis que el Papa pronunció en nuestro idioma:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, miércoles de ceniza, los invito a reflexionar sobre la cuaresma como tiempo de esperanza. Al igual que el Pueblo de Israel que sufrió la esclavitud en Egipto, cada uno de nosotros está llamado a hacer experiencia de liberación y a caminar por el desierto de la vida para llegar a la tierra prometida.

Jesús nos abre el camino al cielo a través de su pasión, muerte y resurrección. Él ha debido humillarse y hacerse obediente hasta la muerte, vertiendo su sangre para librarnos de la esclavitud del pecado. Es el beneficio que recibimos de él, que debe corresponderse con nuestra acogida libre y sincera.

Estamos llamados a seguir el ejemplo de Nuestro Señor. Él venció al tentador y ahora nosotros debemos también afrontar la tentación y superarla. Él nos dio el agua viva de su Espíritu y nosotros debemos ir a buscarla a la fuente de los sacramentos y la oración. Él es la luz que vence las tinieblas y nos pide a nosotros alimentar la llama que se nos confió el día de nuestro bautismo. De este modo, nuestro camino cuaresmal será signo sacramental de nuestra conversión.

*******************

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los exhorto a caminar en esperanza y con empeño en este camino de amor, que Dios nos propone. Que nuestro esfuerzo forje una esperanza sólida, como la de María, que continuó a creer y a esperar incluso cuando se encontraba junto a la cruz de su Hijo. Que Dios los bendiga. 


3:11:00 a.m.

FLASH CATEQUESIS DEL PAPA, jesuita Guillermo Ortiz

Escucho los gritos por los sufrimientos de mi pueblo y he venido a liberarlo. El pasaje bíblico del libro del Éxodo, inspiró la catequesis 13 de Francisco, que invito a reflexionar sobre la cuaresma como tiempo de esperanza.

El miércoles de ceniza, 1 de marzo, el obispo de Roma explicó que al igual que el Pueblo de Israel que sufrió la esclavitud en Egipto, “cada uno de nosotros está llamado a hacer experiencia de liberación y a caminar por el desierto de la vida para llegar a la tierra prometida”.

Dijo que “Jesús nos abre el camino al cielo a través de su pasión, muerte y resurrección. Él ha debido humillarse y hacerse obediente hasta la muerte, vertiendo su sangre para librarnos de la esclavitud del pecado. Es el beneficio que recibimos de él, que debe corresponderse con nuestra aceptación libre y sincera”. Y el Sucesor en la Cátedra de Pedro llamó a seguir el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo “Él venció al tentador y ahora nosotros debemos también afrontar la tentación y superarla. Él nos dio el agua viva de su Espíritu y nosotros debemos ir a buscarla a la fuente de los sacramentos y la oración. Él es la luz que vence las tinieblas y nos pide a nosotros alimentar la llama que se nos confió el día de nuestro bautismo. De este modo, nuestro camino cuaresmal será signo sacramental de nuestra conversión”.


1:45:00 a.m.

(ZENIT – Ciudad del Vaticano) La primera cosa que se hace cuando uno encuentra a un mendigo es saludarlo, “Buenos días, ¿cómo estas?” porque quien vive por la calle entiende inmediatamente cuando hay un interés real por parte de la otra persona o cuando hay”.

El papa Francisco le responde a ‘Scarp de tenis’, una revista de calle apoyada por la diócesis de Milán, una serie de preguntas. Así en el número que ha salido el último día de febrero explica que “Se puede ver una persona sin hogar y mirarlo como una persona, o como un perro. Y ellos se dan cuenta de esta forma diferente de mirar”, explica el Santo Padre.

Y narró una hecho real: “En el Vaticano es famosa la historia de una persona sin hogar, de origen polaco, que solía estar en la Piazza Risorgimento en Roma. No hablaba  con nadie, ni siquiera con los voluntarios de Cáritas que por la noche le llevaban una comida caliente. Sólo después de mucho tiempo consiguieron que les contase su historia: “Soy un sacerdote, conozco muy bien a vuestro Papa, estudiamos juntos en el seminario”.

La voz llegó a San Juan Pablo II, que oyó el nombre y confirmó que había estado con él en el seminario y quiso encontrarlo. Se abrazaron después de cuarenta años, y al final de la audiencia, el Papa le pidió que lo confesara al sacerdote que había sido su compañero. “Pero ahora te toca a ti”, dijo el Papa. Y su compañero de seminario fue confesado por el Papa.
Gracias al gesto de un voluntario, de una comida caliente, de unas palabras de consuelo, de una mirada bondadosa, esta persona pudo recuperarse y hacer una vida normal que lo llevó a ser capellán de un hospital.
El Papa lo había ayudado, por supuesto, esto es un milagro, pero también es un ejemplo para decir que las personas sin hogar tienen una gran dignidad”.

Francisco contó también que en el arzobispado de Buenos Aires en una reja entre un portal y la acera “vivían una familia y una pareja. Los encontraba cada mañana cuando salía. Los saludaba e intercambiaba unas palabras con ellos. Nunca pensé en echarles”.

Añadió que alguien le dijo: ‘Ensucian la Curia’. El Santo padre en la entrevista aseguró: “Pero la suciedad está dentro. Yo creo que hay que hablar con la gente con gran humanidad, no como si tuvieran que pagarnos una deuda y no tratarlos como si fueran pobres perros”.

Leer también ¿Hay que dar limosna a quien pide por la calle? Francisco responde

1:00:00 a.m.

 

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).

Idea principal: la tentación es compañera de viaje aquí en la tierra.

Resumen del mensaje: Dios por amor crea al hombre y a la mujer para hacerles partícipes de su amor. El enemigo, envidioso del amor que Dios tenía a estas primeras creaturas humanas, les asedió con la más terrible de las tentaciones, la soberbia, “seréis como dioses”, invitándoles a que se desligaran de Dios como él había hecho. Ellos cayeron. Y las consecuencias fueron desastrosas, no sólo para ellos, sino para toda la humanidad, pues de ellos heredamos el pecado original, y los frutos del mismo: pecado y más pecado (primera lectura). Si creció el pecado, más abundante fue la gracia en Cristo Jesús que nos justificó (segunda lectura), venciendo al enemigo y haciéndonos partícipes de su victoria (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la tentación de nuestros primeros padres, Adán y Eva, fue diabólica. Nada menos que desterrar a Dios de sus vidas para ser como Dios, sin depender de nadie ni obedecer a nadie. Es el pecado de la soberbia que el enemigo inoculó en las facultades nobles que Dios había puesto en sus primeras creaturas para hacerles partícipes de su amor y ternura: mente para conocer a Dios, voluntad para elegir a Dios y servirle, y corazón para amarlo. La tristeza y la decepción de Dios Padre fue inmensa. No se esperaba eso. No se merecía eso.

En segundo lugar, menos mal que vino Jesús para enseñarnos a luchar contra las tentaciones y para darnos la fuerza para vencerlas. Las tres tentaciones de Jesús abarcan los tres campos atractivos para todos: el ansia de disfrutar, el deseo de vanidad y la ambición del poder. Tentaciones que atentaban su misión como Mesías y Salvador: llevarle a un mesianismo triunfal, fácil, favorable a sí mismo, con prestigio y poder. De todas estas tentaciones Jesús sale vencedor y se mantiene fiel y totalmente disponible al plan salvador de Dios, dándonos el ejemplo a seguir y la gracia para vencer, que pasará por la oración, el sacrificio y los sacramentos.

Finalmente, la Cuaresma es tiempo propicio para ir con Jesús al desierto y fortalecer los músculos de nuestra alma y así estar preparados para los embates de las tentaciones de nuestro enemigo. Nuestras tentaciones tienen el mismo sabor que las de Jesús, pues el enemigo conoce muy bien nuestro talón de Aquiles. ¿Queremos vencer las tentaciones? Aliémonos, como Jesús, a la Palabra de Dios que es espada bien afilada, hagamos ayuno de todo aquello que nos corrompe la voluntad y mancha la afectividad; alimentémonos con los sacramento, y no hagamos caso a las mentiras y propuestas del enemigo.

Para reflexionar: Dice san Agustín: ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas que venció la tentación? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete a ti mismo victorioso en él”. ¿Cuáles son tus tentaciones más frecuentes? ¿Qué medios pones para vencerlas?

Para rezar: recemos con el salmo 140, 1-9

1Señor, te estoy llamando, ven de prisa,

escucha mi voz cuando te llamo.
2Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.

3Coloca, Señor, una guardia en mi boca,
un centinela a la puerta de mis labios;
4no dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

5Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

6Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
7como una piedra de molino, rota por tierra,
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

8Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
9guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

1:00:00 a.m.

(ZENIT – Madrid).- Precocidad en su entrega a Dios e incomprensiones ante sus numerosas experiencias místicas y favores celestiales, fueron, entre otros, los signos que marcaron el acontecer de esta abadesa benedictina. Vino al mundo en Asiago, Italia, el 15 de agosto de 1606, en una familia acomodada y socialmente reconocida. Su padre Giovanni era un terrateniente dedicado al comercio, y su madre Virginia pertenecía a la rama de los Ceschi di Borgo Valsugana. En 1612, cuando tenía alrededor de 6 años, quedó huérfana de madre, y su padre consideró oportuno encomendar su educación a las Hermanas Pobres de santa Clara en Trento, donde ingresó en 1615.

Con las religiosas obtuvo una interesante formación que le permitió adquirir destrezas en tareas propias que las jóvenes solían recibir entonces y que eran de gran utilidad, como las labores de punto. Además, tenía una sensibilidad artística que cultivó por medio de la literatura, la música y la danza, todo ello complementario a lo esencial para su vida: la educación religiosa. Tenía auténtica pasión por Cristo. Y llevada por ella obtuvo una gracia insólita en la época: tomar la primera comunión a sus 9 años. Como han hecho otras insignes discípulas de Jesús, con esa edad ya le consagró su virginidad. Y en aras de esta promesa efectuada libremente, a los 12 años intentó que su padre le permitiera ingresar en la vida religiosa.

Había elegido ser clarisa y pasar el resto de la existencia en la clausura de Trento donde estaba siendo formada. Sin embargo, su deseo contravenía los planes de su progenitor que había previsto que contrajera matrimonio, y con tal finalidad se la llevó consigo a Asiago, a la espera de que llegase el momento. En un principio se vio obligada a seguirle, pero fue tan insistente que logró torcer su voluntad. Lo que no pudo impedir es que recayese en él la elección del convento y de la Orden en la que consumaría su ofrenda. Así pues, con 15 años, como su padre autorizó su ingresó en el monasterio benedictino de san Jerónimo de Bassano, inició su vida religiosa. Es de suponer que Giovanni no fue consciente del trasfondo espiritual que conllevaba la presión a la que había sometido a su hija. Pero Dios se valía de su terquedad y actitud impositiva para conducir a la beata por el sendero previsto por Él.

Al profesar el 8 de septiembre de 1622 tomó el nombre de Giovanna María. Su primer éxtasis se produjo precisamente ese día. Con posterioridad, durante siete años continuaría siendo acreedora de numerosas y frecuentes gracias, que en su mayor parte venían unidas a la Eucaristía. Además, forma parte del selecto elenco de místicos que recibieron en su cuerpo los estigmas de la Pasión que eran manifiestos desde el jueves por la tarde hasta el sábado por la mañana. Oró fervorosamente para que desaparecieran, y en un momento dado obtuvo lo que pedía, pudiendo llevar vida normal como el resto de las religiosas. De todos modos, la presencia sobrenatural de Dios era particularmente manifiesta para ella en el instante de recibir la Sagrada Comunión. Como los signos extraordinarios con los que era agraciada no pudieron permanecer ocultos, atrajeron la atención de muchas personas que comenzaron a difundirlos juzgándolos una prueba de su santidad, lo cual le apenaba sobremanera. También suscitaron numerosos resquemores.

El signo de la contradicción acompaña siempre a los hijos de Dios; es una garantía de su autenticidad. A veces las controversias no vienen de fuera; tienen su origen en los más cercanos. Es la experiencia que ella tuvo que afrontar. Entre sus hermanas de comunidad hubo gran disparidad de opiniones. Algunas se negaban a aceptar la legitimidad de los favores, y se inclinaban a juzgarlos como fruto de sus debilidades. Vanidad, superchería, herejía…, a Giovanna le perseguían las tribulaciones, y las consecuencias de la acepción divina hacia su persona fueron muy dolorosas humana y espiritualmente. Era la cruz a la que debía abrazarse, los momentos de prueba que han de afrontar los discípulos de Cristo, cada uno con las características particulares. En su caso vinieron acompañados de amargura, soledad, incomprensión, dudas y hasta aceradas críticas que iban más lejos. Su propio confesor la tildó como demente y le prohibió tomar la comunión. Además, tenía vedado comparecer en el locutorio y le impidieron escribir cartas.

Siete años duraron estas penalidades, que no vinieron solas. A ellas se unieron males físicos: ciática y fiebres, entre otros. Tenía en contra a todo el clero de Vicenza. Lo que se dice una corona de sufrimientos. Aislada en el convento, Cristo se hizo notar dándole consuelo. Extraía de su divino costado la Sagrada Forma y se la ofrecía con estas palabras: «Toma, esposa mía». Otras veces era un ángel el que tomaba de la patena la Hostia que el sacerdote distribuía y se la llevaba a ella. Cuando se aceptó la veracidad de sus experiencias místicas, revocaron las prohibiciones. Y en 1652 fue elegida abadesa. Tres años más tarde fue priora, y nuevamente reelegida abadesa en 1664.

Durante veinte años formó a sus hermanas en lo que conocía por experiencia: sobrenaturalizar lo ordinario, enseñándoles que no buscasen grandes gestas, sino la fidelidad evangélica a las pequeñas cosas de cada día. Sus sabios consejos eran demandados por muchas personas, incluso las pertenecientes a altos estamentos sociales. En todos dejó la huella de su paciencia, humildad y caridad. Socorrió a los pobres y a los marginados. Tuvo el don de bilocación y el de milagros. Murió en Bassano el 1 de marzo de 1670 con fama de santidad. Fue beatificada por Pío VI el 9 de junio de 1783.

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