2021

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(ZENIT Noticias / Atenas, vuelo de regreso a Roma, 06.12.2021).- La primera pregunta en la tradicional “rueda de prensa” que el Papa da en el avión, al finalizar los viajes apostólicos, giró en torno a un evento reciente: el intento de un ente de la Comisión Europea por vetar la Navidad. La pregunta la realizó Constandinos Tzindas, de la televisión chipriota ING. Y el Papa quiso contestarla evidenciando esto: “Es un anacronismo”.

A continuación vinculó esta práctica de la “tolerante” Unión Europea con otras prácticas similares del pasado: “En la historia, muchas, muchas dictaduras han intentado hacer esto. Piensa en Napoleón. Piensa en la dictadura nazi, en la dictadura comunista… Es una moda de un laicismo aguado, de agua destilada… Pero esto es algo que no ha funcionado a lo largo de la historia. Esto me hace pensar en una cosa, hablando de la Unión Europea, que creo que es necesaria: la Unión Europea debe asumir los ideales de los padres fundadores, que eran ideales de unidad, de grandeza, y tener cuidado de no dar cabida a la colonización ideológica. Esto podría llevar a la división de los países y al fracaso de la Unión Europea”.

El Santo Padre también mencionó que “La Unión Europea debe respetar a cada país tal y como está estructurado en su interior. La variedad de países, y no querer estandarizar”. Añadió que “No creo que lo haga, no era su intención,” pero invitó a poner cuidado “porque a veces vienen y lanzan proyectos como éste y no saben qué hacer… No, cada país tiene su peculiaridad, pero cada país está abierto a los demás. Unión Europea: su soberanía, la soberanía de los hermanos en una unidad que respeta la singularidad de cada país. Y cuidado con ser vehículos de colonización ideológica. Por ello, esa intervención en Navidad es un anacronismo”.

Como publicamos el 30 de noviembre, La Comisión Europea retiró el “Manual para una Comunicación Correcta” que, a pocas semanas de la Navidad, había publicado y distribuido internamente y en el que de hecho se vetaban, a nombre de una institución oficial europea, las referencias a algunos símbolos y/o expresiones cristianas en el contexto navideño.

Entre otros detalles, se pedía no aludir con palabras explícitas a la Navidad e incluso evitar nombres como el de la Virgen María o San Juan. Todo en nombre de la inclusión y para no ofender los sentimientos de quienes no son cristianos.

Traducción del original en italiano realizado por ZENIT.

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(ZENIT Noticias / Atenas, vuelo de regreso a Roma, 06.12.2021).- Fue Cécile Chambraud, periodista del diario Le Monde, la que se animó a hacer la pregunta: ¿por qué aceptó el Papa la renuncia de Mons. Aupetit, arzobispo de París, con tanta rapidez? Y vaya si se hizo un tremendo silencio en el avión, sobre todo cuando el mismo Papa devolvió la pregunta a los periodistas en el vuelo de regreso a Roma: “Me pregunto: ¿qué hizo Aupetit que fuera tan grave como para tener que dimitir? ¿Qué ha hecho? Que alguien me responda…”, preguntó el Santo Padre mientras la atmósfera de silencio invadía el avión. Y fue entonces cuando el Papa subrayó: “Si no conocemos la acusación, no podemos condenar. ¿Cuál ha sido la acusación? ¿Quién sabe? [nadie responde] ¡Es malo!”, volvió a subrayar.

Por fin otra vez se anima la misma Cécile y contesta: “Un problema de gobierno o alguna otra cosa, no lo sabemos”. Y es entonces cuando el Papa amplia su contestación poniendo en evidencia a todos los periodistas: “Antes de responder diré: haz la investigación. Haz la investigación. Porque existe el peligro de decir: «Ha sido condenado». ¿Pero quién lo condenó? «La opinión pública, el chisme…». ¿Pero qué hizo? «No lo sabemos. Algo…». Si sabes por qué, dilo. De lo contrario, no puedo responder. Y no sabrás por qué…”.

Pero el Papa quiso dejar claras las cosas, tal vez más claras de lo que se pudo pensar que habría contestado. Y es así que conocimos qué pasó con Mons. Aupetit: “(…) fue una falta de su parte, una falta contra el sexto mandamiento, pero no total, sino de pequeñas caricias y masajes que hizo: así es la acusación. Esto es un pecado, pero no es uno de los más graves, porque los pecados de la carne no son los más graves. Los pecados más graves son los que tienen más «angelicidad»: el orgullo, el odio… estos son más graves. Entonces, Aupetit es un pecador, igual que yo. No sé si lo sientes así, pero tal vez… como lo hizo Pedro, el obispo sobre el que Cristo fundó la Iglesia. ¿Cómo es que la comunidad de aquella época había aceptado a un obispo pecador? Y eso fue con pecados tan «angelicales», como negar a Cristo, ¿no? Pero era una Iglesia normal, estaba acostumbrada a sentirse siempre pecadora, todos: era una Iglesia humilde”.

A continuación el Papa profundizó en el caso poniendo al centro la incapacidad de gobierno en que queda una persona que ha sido sujeto despiadado de suposiciones y chismes: “Se ve que nuestra Iglesia no está acostumbrada a tener un obispo pecador, y pretendemos decir ‘es un santo, mi obispo’. No, esto es Caperucita Roja. Todos somos pecadores. Pero cuando el chismorreo crece y crece y crece y se lleva el buen nombre de una persona, ese hombre no podrá gobernar, porque ha perdido su reputación, no por su pecado -que es pecado, como el de Pedro, como el mío, como el tuyo: es pecado-, sino por el parloteo de los responsables de contar la historia. Un hombre al que se le ha quitado la fama de esta manera, públicamente, no puede gobernar. Y esto es una injusticia. Por esta razón, acepté la dimisión de Aupetit no en el altar de la verdad, sino en el de la hipocresía. Eso es lo que quiero decir”.

El pasado 4 de diciembre nuestra agencia tradujo al español, para subrayar el derecho a la reputación que tienen las personas, la declaración que el arzobispo emérito de París realizó después de aceptada la dimisión.

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El funeral de Frey Matthew Festing, 79º Gran Maestre de la Soberana Orden de Malta, fallecido a los 71 años el pasado 12 de noviembre, se ha celebrado este 3 de diciembre en la concatedral de San Juan en La Valeta, Malta.

El funeral ha sido celebrado por el cardenal Silvano Maria Tomasi, delegado especial del Papa, el arzobispo de Malta, Charles Scicluna, y el prelado de la Orden, monseñor Jean Laffitte.

Las más altas autoridades de la Soberana Orden de Malta han participado en el servicio fúnebre, encabezado por el Lugarteniente del Gran Maestre, Frey Marco Luzzago. Han estado presentes los cuatro altos cargos, los miembros del Consejo Soberano y numerosos miembros profesos de la Orden. Junto a ellos estaban miembros de la Orden de Malta con sus tradicionales túnicas clericales.

Los hermanos, sobrinos y amigos de Frey Matthew han llegado a Malta para presentarle sus últimos respetos.

Para rendir homenaje al 79º Gran Maestre, al frente de la Orden de Malta desde marzo de 2008 hasta enero de 2017, y atestiguar los fuertes lazos históricos con la Orden, han asistido al funeral el presidente de la República de Malta, George Vella, el primer ministro, Robert Abela, así como los más altos cargos institucionales y numerosos embajadores acreditados en La Valeta.

«Eligiendo convertirse en Caballero de Justicia, Frey Matthew dedicó su vida a la misión de la Orden, una misión que ha permanecido constante a lo largo de los siglos: tuitio fidei et obsequium pauperum, la defensa de la fe y el servicio a los pobres», ha declarado el cardenal Tomasi en su homilía.

«Nueve siglos después, la misión de la Orden sigue inspirando y avanza por el camino marcado por la Iglesia, fiel a sus enseñanzas y a todos aquellos que, como Frey Matthew que en paz descanse, intentaron sin miedo a sus límites poner en práctica el mensaje de los Evangelios», ha añadido el cardenal.

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(ZENIT Noticias / Roma-Atenas, 06.12.2021).- La Soberana Orden de Malta y la República de Grecia han establecido relaciones diplomáticas y pronto intercambiarán embajadores. Su formalización, que ha tenido lugar este 3 de diciembre con la ratificación del Parlamento de Atenas, se produce tras varios encuentros de alto nivel y traduce la intención de iniciar una cooperación bilateral para el desarrollo de proyectos en el ámbito humanitario. Este acontecimiento tiene también la coyuntura de la visita del Papa a Grecia.

«Nos congratulamos por el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Helénica, un país al que la Orden de Malta está especialmente unida», ha recordado el embajador Stefano Ronca, secretario general de Asuntos Exteriores del Gran Magisterio de la Orden de Malta.

«Grecia desempeña un papel fundamental en la crisis migratoria actual, tanto por su posición geográfica, a caballo entre Oriente y Occidente, como por su proximidad con regiones y países de origen de flujos migratorios, como Siria. Estamos seguros de que las relaciones diplomáticas facilitarán la puesta en marcha de proyectos en el ámbito sociosanitario, humanitario y cultural», ha afirmado el embajador Ronca.

«Cuna del Mediterráneo, pero también de la democracia europea, Grecia es un país estratégico en el tablero geopolítico, como demuestra la visita del Papa Francisco a Atenas mañana», ha añadido el secretario general de Asuntos Exteriores.

La Orden de Malta tiene profundos y antiguos lazos con Grecia. Bajo la dirección del Gran Maestre Frey Foulques de Villaret, los caballeros de la entonces Orden de San Juan trasladaron su sede a Rodas en 1310 durante más de dos siglos. En 1523, tras seis meses de asedio por parte de la flota y el ejército del sultán Solimán el Magnífico, los caballeros abandonaron Rodas con honores militares y se instalaron en Malta.

El número de países con los que la Orden de Malta mantiene relaciones diplomáticas asciende ahora a 111.

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(ZENIT Noticias / Atenas, 04.12.2021).- La “Sala del Trono” del Arzobispado ortodoxo de Grecia, fue el segundo lugar donde el Papa fue acogido en Atenas este sábado 4 de diciembre. Le recibió el arzobispo Jerónimo II, líder de los ortodoxos griegos. Y fue ahí y con ellos donde el Santo Padre dio un discurso que bien puede considerarse una meditación de un católico entre ortodoxos, una meditación sobre el Espíritu Santo tomando pie de la imagen del olivo y del fruto de este: su aceite.

Fue en este encuentro donde el Papa abrió su corazón y explicó la motivación que le llevo hasta allí: “Rezando ante los trofeos de la Iglesia de Roma, que son las tumbas de los apóstoles y de los mártires, me he sentido impulsado a venir aquí como peregrino, con gran respeto y humildad, para renovar esa comunión apostólica y alimentar la caridad fraterna”.  Recordó que en 2016 el Papa encontró a este mismo arzobispo griego en Lesbos y agregó: “volvemos a encontrarnos para compartir la alegría de la fraternidad y mirar al Mediterráneo que nos rodea no sólo como un lugar que preocupa y divide, sino también como un mar que nos une”.

A continuación, considerando que el Papa evocó la imagen de los olivos, ofrecemos el discurso con encabezados agregados por ZENIT para facilitar la lectura. Primero tres párrafos introductorios y luego los tres puntos enunciados en el titular.

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Las raíces que compartimos católicos y ortodoxos

Volviendo a evocar estos árboles que nos vinculan, pienso en las raíces que compartimos: son subterráneas, están escondidas, a menudo descuidadas, pero existen y lo sostienen todo. ¿Cuáles son nuestras raíces comunes que han atravesado los siglos? Son las raíces apostólicas. San Pablo las ponía de manifiesto recordando la importancia de estar «edificados sobre el cimiento de los apóstoles» (Ef 2,20). Estas raíces, que han crecido de la semilla del Evangelio, comenzaron a dar grandes frutos precisamente en la cultura helénica, pienso en tantos Padres y en los primeros grandes Concilios ecuménicos.

 

Los venenos que han contaminado la relación católico-ortodoxa

Lamentablemente, después hemos crecido alejados: nos han contaminado venenos mortales, la cizaña de la sospecha aumentó la distancia y dejamos de cultivar la comunión. San Basilio Magno afirmó que los verdaderos discípulos de Cristo están «modelados solamente en base a lo que ven en Él» (Moralia, 80,1). Con vergüenza —lo reconozco por la Iglesia católica— acciones y decisiones que tienen poco o nada que ver con Jesús y con el Evangelio, basadas más bien en la sed de ganancias y de poder, han hecho marchitar la comunión.

Renovación de la súplica de perdón del Papa a los ortodoxos

De este modo hemos dejado que la fecundidad estuviera amenazada por las divisiones. La historia tiene su peso y hoy aquí siento la necesidad de renovar la súplica de perdón a Dios y a los hermanos por los errores que han cometido tantos católicos. Pero es un gran consuelo la certeza de saber que nuestras raíces son apostólicas y que, no obstante las distorsiones del tiempo, la planta de Dios crece y da frutos en el mismo Espíritu. Y es una gracia que reconozcamos los unos los frutos de los otros y que juntos agradezcamos al Señor por ello.

1) El Espíritu Santo: aceite de comunión

El fruto final del árbol de olivo es el aceite, ese aceite que tiempo atrás se contenía en preciosos vasos y recipientes, que abundan entre los tesoros arqueológicos de este país. El aceite ha proporcionado la luz que iluminó las noches de la antigüedad. Durante milenios fue el «sol líquido, el primer misterioso estado de la llama de las lámparas» (C. Boureux, Les plantes de la Bible et leur symbolique, París 2014, 65). A nosotros, querido hermano, el aceite nos evoca al Espíritu Santo, que dio a luz a la Iglesia. Sólo Él, con su esplendor que no conoce el ocaso, puede disipar las oscuridades e iluminar los pasos de nuestro camino.

Sí, porque el Espíritu Santo es, sobre todo, aceite de comunión. En la Escritura se habla del aceite que hace brillar el rostro del hombre (cf. Sal 104,15). Cuánto se necesita hoy reconocer el valor único que resplandece en todo hombre, en cada hermano. Reconocer esta característica común de la humanidad es el punto de partida para edificar la comunión. Pero, lamentablemente —como ha escrito un gran teólogo—, «la comunión parece tocar una cuerda sensible», un tema delicado, no sólo en la sociedad, sino a menudo también entre los discípulos de Jesús «en un mundo cristiano nutrido de individualismo y de rigidez institucional».

Con todo, si las tradiciones propias y las especificidades de cada uno llevan a atrincherarse y a tomar distancia de los demás, si «la alteridad no es algo cualificado por la comunión, difícilmente se puede dar vida a una cultura adecuada» (I. Zizioulas, Comunione e alterità, Roma 2016, 16). En cambio, la comunión entre los hermanos trae consigo la bendición divina. Los Salmos la comparan con un «perfume precioso que se derrama sobre la cabeza, que desciende sobre la barba» (Sal 133,2).

El Espíritu que se derrama en las mentes nos impulsa en efecto a una fraternidad más intensa, a estructurarnos en la comunión. Por eso, no nos tengamos miedo, ayudémonos a adorar a Dios y a servir al prójimo, sin hacer proselitismo y respetando plenamente la libertad de los demás, porque —como escribió san Pablo— «donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Co 3,17). Rezo para que el Espíritu de caridad venza nuestras resistencias y nos haga constructores de comunión, porque «si el amor logra expulsar completamente al temor y éste, transformado, se convierte en amor, entonces veremos que la unidad es una consecuencia de la salvación» (S. Gregorio de Nisa, Homilía 15, sobre el libro del Cantar de los cantares). Por otra parte, ¿cómo podemos dar testimonio al mundo de la concordia del Evangelio si nosotros cristianos todavía estamos separados? ¿Cómo podemos anunciar el amor de Cristo que reúne a las gentes, si no estamos unidos entre nosotros? Muchos pasos se han realizado para encontrarnos. Invoquemos al Espíritu de comunión para que nos impulse en sus caminos y nos ayude a fundar la comunión no en base a cálculos, estrategias y conveniencias, sino sobre el único modelo al que hemos de mirar: la Santísima Trinidad.

2) El Espíritu Santo: aceite de sabiduría

En segundo lugar, el Espíritu es aceite de sabiduría. Él ungió a Cristo y desea inspirar a los cristianos. Dóciles a su sabiduría humilde, crecemos en el conocimiento de Dios y nos abrimos a los demás. Quisiera en este sentido expresar mi reconocimiento por la importancia que da esta Iglesia ortodoxa, heredera de la primera gran inculturación de la fe —la inculturación con la cultura helénica— a la formación y a la preparación teológica. También quisiera recordar la fructífera colaboración en el ámbito cultural entre la Apostolikí Diakonía de la Iglesia de Grecia —cuyos representantes tuve la alegría de encontrar en el 2019— y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, así como la importancia de los simposios intercristianos promovidos por la Facultad de Teología ortodoxa de la Universidad de Salonicco junto a la Universidad Pontificia Antonianum de Roma. Son ocasiones que nos han permitido instaurar cordiales relaciones y llevar adelante útiles intercambios entre los académicos de nuestras confesiones. Agradezco además la activa participación de la Iglesia ortodoxa de Grecia en la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico. ¡Que el Espíritu nos ayude a proseguir con sabiduría en estos caminos!

3) El Espíritu Santo: aceite de consolación

Por último, el mismo Espíritu es aceite de consolación, Paráclito que está cerca de nosotros, bálsamo del alma, curación de nuestras heridas. Él ha consagrado a Cristo con la unción para que proclamara la buena noticia a los pobres, la liberación a los cautivos, la libertad a los oprimidos (cf. Lc 4,18). Y Él todavía nos impulsa para que nos hagamos cargo de los más débiles y los más pobres, y para que su causa —primordial a los ojos de Dios— se dé a conocer al mundo. Aquí, como en cualquier otro sitio, ha sido indispensable el apoyo ofrecido a los más necesitados durante los períodos más duros de la crisis económica. Desarrollemos juntos formas de cooperación en la caridad, abrámonos y colaboremos en cuestiones de carácter ético y social para servir a los hombres de nuestro tiempo y llevarles la consolación del Evangelio. En efecto, el Espíritu nos llama, hoy más que en el pasado, a curar las heridas de la humanidad con el óleo de la caridad.

Cristo mismo pidió a los suyos, en el momento de la angustia, el consuelo de la cercanía y la oración. La imagen del aceite nos conduce así al huerto de los olivos. Dijo Jesús: «Quédense aquí y vigilen» (Mc 14,34). Su petición a los apóstoles fue en plural. También hoy desea que vigilemos y recemos. Para llevar al mundo el consuelo de Dios y sanar nuestras relaciones heridas se necesita que recemos unos por otros. Es indispensable que lleguemos «a la necesaria purificación de la memoria histórica. Con la gracia del Espíritu Santo, los discípulos del Señor, animados por el amor, por la fuerza de la verdad y por la voluntad sincera de perdonarse mutuamente y reconciliarse, están llamados a reconsiderar juntos su doloroso pasado y las heridas que desgraciadamente éste sigue produciendo también hoy» (S. Juan Pablo II, Carta. enc. Ut unum sint, 2).

A esto nos exhorta, en particular, la fe en la Resurrección. Los apóstoles, temerosos y titubeantes, se reconciliaron con la lacerante desilusión de la Pasión cuando vieron al Señor resucitado delante de ellos. Precisamente de sus llagas, que parecían imposibles de cicatrizar, encontraron una esperanza nueva, una misericordia inaudita, un amor más grande que sus propios errores y miserias, que los transformaría en un solo Cuerpo, unido por el Espíritu en la multiplicidad de muchos miembros diferentes. Que venga sobre nosotros el Espíritu del Crucificado Resucitado, que nos conceda «una sosegada y limpia mirada de verdad, vivificada por la misericordia divina, capaz de liberar los espíritus y suscitar en cada uno una renovada disponibilidad» (ibíd.); que nos ayude a no quedarnos paralizados por la negatividad y los prejuicios del pasado, sino a mirar la realidad con ojos nuevos. Entonces, las tribulaciones de ayer dejarán espacio a las consolaciones del presente, y seremos confortados por tesoros de gracia que redescubriremos en los hermanos. Como católicos, acabamos de comenzar un itinerario para profundizar la sinodalidad y sentimos que tenemos que aprender mucho de ustedes; lo deseamos con sinceridad. Es verdad que, cuando los hermanos en la fe se acercan, se derrama en los corazones el consuelo del Espíritu.

Beatitud, querido hermano, que en este camino nos acompañen los numerosos e insignes santos de estas tierras, y los mártires, que lamentablemente hoy en el mundo son más que en el pasado. De diversas confesiones en la tierra, habitan juntos el mismo Cielo. Que intercedan para que el Espíritu, óleo santo de Dios, se infunda sobre nosotros en un renovado Pentecostés como sobre los apóstoles de los que descendemos, que encienda en nosotros el deseo de la comunión, que nos ilumine con su sabiduría y que nos unja con su consolación.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 06.12.2021).- Casi tres mil metros cuadrados, diez habitaciones, el piso papal, la capilla privada, la escalera monumental que conduce directamente a la basílica de San Juan de Letrán. Y la mesa donde se firmaron los Pactos de Letrán. Esto es parte de la riqueza artística con la que los visitantes se sorprenderán con el Palacio de Letrán -Casa del Obispo de Roma-, que abrirá sus puertas el 13 de diciembre de 2021.

Se trata de un trazado completamente nuevo, un recorrido seguro -accesible para todos- por la primera planta del Palacio Apostólico, con entrada desde la plaza de Porta San Giovanni, justo al lado de la catedral de Roma. Sólo se podrá acceder al lugar mediante visitas guiadas, en grupos de un máximo de 30 personas, acompañadas por las Hermanas Misioneras de la Divina Revelación, que desde hace años proponen itinerarios de arte y fe en Roma.

Fue el Papa Francisco quien propuso revitalizar la que durante siglos fue la residencia de los Papas, antes de que se trasladara al Vaticano. En una carta del pasado 20 de febrero, dirigida al cardenal vicario Angelo de Donatis, el Santo Padre escribía: «La Iglesia, a lo largo de los siglos, siempre ha trabajado para promover lo que es fruto del genio y la maestría de los artistas, a menudo testimonio de experiencias de fe y como instrumentos para dar honor a Dios. Esto se ha hecho no sólo por amor al arte, sino también para salvaguardar el patrimonio cultural frente a los desafíos y peligros que lo privarían de su función y valor. Esta especial responsabilidad, acompañada de una cuidadosa preocupación por considerar los lugares, los edificios y las obras como expresiones del espíritu humano y parte integrante de la cultura de la humanidad, ha permitido a mis predecesores transmitirlos a las distintas generaciones y trabajar para conservarlos y ponerlos a disposición de los visitantes y los estudiosos. Es una tarea que también compromete al Obispo de Roma hoy en día en hacer utilizable la belleza y la importancia de los bienes y el patrimonio artístico confiados a su protección”.

“Conociendo bien el profundo significado de este lugar», subrayó el cardenal De Donatis, «habría sido una pena no abrirlo al público, porque un bien tan grande debe ser compartido, debe ser ofrecido a los demás. Juan XXIII era el que estaba muy unido a este lugar, e incluso quería venir a vivir aquí. Desde hace tiempo, el Papa Francisco firma todos sus documentos desde Letrán para subrayar el vínculo con el lugar que alberga la cátedra del obispo de Roma».

Los visitantes serán acompañados por las Misioneras de la Divina Revelación. Es un gran privilegio y un gran honor para nosotras llevar a cabo este servicio de evangelización a través del arte», comentan. «La visita al Palacio de Letrán será un apasionante viaje por las páginas de la historia de la Iglesia, donde el arte y la fe se entrelazan en una fecundidad luminosa que logra transmitir el asombro, la sabiduría y la belleza a las diferentes generaciones».

Para trazar la historia del Palacio de Letrán hay que remontarse al 28 de octubre de 312, cuando las tropas de Constantino derrotaron a Majencio en la famosa batalla de Ponte Milvio. En aquella época se sentaba en el trono de Pedro el Papa Milcíades I, a quien Constantino donó la zona y los edificios que habían pertenecido a la antigua familia de Letrán. «Constantino -dice la hermana Rebecca Nazzaro, superiora de las Misioneras de la Divina Revelación- concedió la libertad de culto con el Edicto de Milán del año 313 y promovió la construcción de lugares de culto para los cristianos que, hasta entonces, habían profesado su fe en medio de la intolerancia y la persecución”.

Y añade: “La basílica del Santo Salvador, que más tarde se dedicaría también a los santos Bautista y Evangelista, fue la única que no se construyó sobre el lugar de enterramiento de un mártir, sino como ex voto suscepto (por gracia recibida), sobre los restos del Castra Nova Equitum singularium, el cuartel de los pretorianos del rival de Constantino, Majencio. La basílica fue consagrada el 9 de noviembre de 318 y dedicada al Santísimo Salvador, por el Papa Silvestre I. Además del Baptisterio, se anexionó posteriormente el Patriarcado, conocido como la Casa del Obispo de Roma.

A lo largo de los siglos, entre daños, vicisitudes y saqueos, estos lugares alcanzaron su máximo esplendor en la época medieval, bajo el papado de Inocencio III y Bonifacio VIII. El Palacio sirvió de residencia a los Papas durante unos mil años, pero cuando volvió la autoridad papal, tras la «Cautividad de Aviñón» (1309-1377), fue abandonado. De hecho, el Vaticano fue elegido como lugar para acoger al Papa, no sólo por los aspectos geográficos que lo hacían más seguro, sino sobre todo por la presencia de la tumba de Pedro. A pesar de ello, el Palacio seguiría manteniendo su prerrogativa de Patriarcado: todos los Papas, de hecho, una vez elegidos para el trono papal, toman posesión de Letrán.

La remodelación urbanística de todo el conjunto se produjo a instancias del Papa Sixto V (1585-1590), quien, en sólo cinco años de su pontificado, llevó a cabo una serie de operaciones de reestructuración y construcción en los alrededores y en toda la ciudad. Sin embargo, al final, Sixto V sólo pudo permanecer en Letrán durante un año y todos sus sucesores eligieron el Vaticano como su hogar.

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(ZENIT Noticias / Atenas, 06.12.2021).- el último día del XXXV viaje apostólico del Papa Francisco fue este lunes 6 de diciembre en la capital helénica, día en el que el Santo Padre celebró un encuentro con jóvenes católicos en la Escuela San Dionisio de las Hermanas Ursulinas de Marusi, en Atenas. Ahí escuchó los testimonios de algunos de los jóvenes presentes, testimonios que posteriormente dieron pie a su discurso.

Ofrecemos a continuación las palabras del Papa, especialmente pensadas y dirigidas a jóvenes y caracterizadas por un lenguaje comprensible, cercano, propósitivo y positivo. Aunque los jóvenes que tenía delante eran griegos en su mayoría, el alcance de lo que el Papa ha dicho sobrepasa las fronteras de Grecia. ZENIT ha añadido encabezados temáticos para facilitar la lectura.

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1) Las dudas de fe: vitaminas que ayudan a robustecerla

Katerina, nos has hablado de tus recurrentes dudas de fe. Quisiera decirte a ti y a todos ustedes, no tengan miedo de las dudas, porque no son faltas de fe. No tengan miedo de las dudas; al contrario, las dudas son “vitaminas de la fe”, ayudan a robustecerla, a hacerla más fuerte, es decir, más consciente, la hacen crecer, la hacen más libre y más madura. La hacen más disponible a ponerse en camino, a seguir adelante cada día con humildad. Y la fe es precisamente esto, un camino cotidiano con Jesús que nos lleva de la mano, nos acompaña, nos alienta y, cuando caemos, vuelve a levantarnos; nunca se atemoriza. Es como una historia de amor, donde siempre se sigue adelante juntos, día tras día. Y como en una historia de amor, llegan momentos en los que es necesario interrogarse, hacerse preguntas. Y hace bien, hace crecer el nivel de la relación. Y esto es muy importante para ustedes, porque ustedes no pueden ir ciegos por el camino de la fe, no, sino que tienen que dialogar con Dios, con la propia conciencia y con los demás.

2) ¿Qué hacer con la tentación de la duda?

Quisiera destacar un punto importante en la experiencia de Katerina. A veces, frente a las incomprensiones o a las dificultades de la vida, en los momentos de soledad o de desilusión, esta duda puede llamar a la puerta de nuestro corazón: “Quizá soy yo que no voy bien, tal vez estoy equivocado, estoy equivocada”. Amigos, es una tentación que hay que rechazar. El diablo nos mete esta duda en el corazón para arrojarnos en la tristeza. ¿Qué hay que hacer? ¿Qué hay que hacer cuando una duda de este tipo se vuelve sofocante y no nos deja en paz, cuando se pierde la confianza y no se sabe por dónde comenzar?

Es necesario volver a encontrar el punto de partida. ¿Cuál es? Para comprenderlo, pongámonos a la escucha de vuestra gran cultura clásica. ¿Saben cuál fue el punto de partida de la filosofía, pero también del arte, de la cultura y de la ciencia? ¿Saben cuál? Todo comenzó por una chispa, por un descubrimiento que se expresa con una palabra magnífica: thaumàzein. Es el maravillarse, el asombro. Así comenzó la filosofía, de maravillarse frente a aquello que es, frente a nuestra existencia, a la armonía de la creación y al misterio de la vida.

3) El asombro: comienzo de la filosofía e inicio de nuestra fe

Pero el asombro no es sólo el comienzo de la filosofía, sino también el inicio de nuestra fe. El Evangelio nos dice muchas veces que cuando alguien encuentra a Jesús se asombra, siente admiración. En el encuentro con Dios está siempre ese estupor, que es el inicio del diálogo con Dios. Y esto es así porque tener fe no consiste principalmente en un conjunto de cosas que hay que creer y de preceptos que hay que cumplir.

El corazón de la fe no es una idea, no es una moral; el corazón de la fe es una realidad, una realidad bellísima que no depende de nosotros y que nos deja con la boca abierta: ¡somos hijos amados de Dios! Este es el corazón de la fe: ¡somos hijos amados de Dios! Hijos amados, tenemos un Padre que vela por nosotros y que nunca deja de amarnos. Reflexionemos: cualquier cosa que tú pienses o hagas, aunque sea lo peor, Dios sigue amándote. Yo quisiera que entiendan bien esto: Dios no se cansa de amar.

 

4) ¿Dios me ama si caigo en las cosas más feas?

Alguno puede decirme: “Pero si yo caigo en las cosas más feas, ¿Dios me ama?”. Dios te ama. “Y si yo soy un traidor, un pecador tremendo, y acabo mal, en la droga, ¿Dios me ama?”. Dios te ama. Dios ama siempre. No puede dejar de amar. Ama siempre y a pesar de todo, mira tu vida y la ve muy buena (cf. Gn 1,31). Nunca se arrepiente de nosotros.

Si nos ponemos delante del espejo quizá no nos vemos como quisiéramos, porque corremos el riesgo de centrarnos en lo que no nos gusta. Pero si nos ponemos ante Dios la perspectiva cambia. No podemos más que asombrarnos de que seamos para Él, a pesar de todas nuestras debilidades y nuestros pecados, hijos amados desde siempre y para siempre. Entonces, más que comenzar la jornada frente al espejo, ¿por qué no abres la ventana de tu habitación y te detienes en todo, en todo lo hermoso que existe, en todo lo hermoso que ves? Sal de ti mismo. Queridos jóvenes, piensen que, si a nuestros ojos la creación es hermosa, a los ojos de Dios cada uno de ustedes es infinitamente hermoso. Él, dice la Escritura, “ha hecho de nosotros maravillas, maravillas admirables” (cf. Sal 139,14). Nosotros, para Dios, somos una maravilla admirable. Deja que este asombro te invada. Déjate amar por quien siempre cree en ti, por quien te ama más de cuanto tú mismo puedas llegar a amarte. No es fácil comprender esta anchura, esta profundidad del amor, no es fácil entenderla, pero es así; basta dejarse mirar por la mirada de Dios.

5) El asombro del perdón: Dios persona siempre

Y cuando estén decepcionados por algo que hayan hecho, hay otro asombro que no tienen que dejar escapar: el asombro del perdón. En esto quiero ser claro: Dios perdona siempre. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él perdona siempre. Allí, en el perdón, se encuentra el rostro del Padre y la paz del corazón. Allí, Él nos restaura de nuevo, derrama su amor en un abrazo que vuelve a levantarnos, que desintegra el mal cometido y vuelve a hacer resplandecer la belleza incontenible que hay en nosotros, el ser sus hijos predilectos. No permitamos que la pereza, el miedo o la vergüenza nos roben el tesoro del perdón. ¡Dejemos que el amor de Dios nos asombre! Nos redescubriremos a nosotros mismos; no lo que dicen de nosotros o lo que las pulsiones del momento suscitan en nosotros, no lo que los eslóganes publicitarios nos echan encima, sino nuestra verdad más profunda, la que ve Dios, aquella en la que Él cree: la belleza irrepetible que somos.

6) El consejo del oráculo de Delfos: conócete a ti mismo

¿Recuerdan la famosa inscripción en la entrada del templo de Delfos? γνῶθι σeαυτόν, «conócete a ti mismo». Hoy corremos el peligro de olvidarnos de lo que somos, obsesionados por miles de apariencias, por mensajes machacones que hacen depender la vida de la ropa que usamos, del automóvil que conducimos, del modo en que nos miran los demás. Pero aquella antigua invitación, conócete a ti mismo, vale todavía hoy. Reconoce que vales por lo que eres, no por lo que tienes. No vales por la marca de la ropa o por el calzado que llevas, sino porque eres único, eres única.

 

7) Los jóvenes y las sirenas: no somos cristianos porque debemos sino porque es hermoso

Pienso en otra imagen antigua, la de las sirenas. Como Ulises en su itinerario de regreso a casa, también ustedes en la vida, que es un viaje audaz hacia la Casa del Padre, encontrarán sirenas. En el mito atraían a los navegantes con su canto para hacerlos estrellar contra los arrecifes. En la realidad, las sirenas de hoy quieren hipnotizarlos con mensajes seductores e insistentes, que apuntan a beneficios fáciles, a las falsas necesidades del consumismo, al culto del bienestar físico, a la diversión a toda costa. Son muchos fuegos artificiales, que brillan por un instante, y después sólo dejan humo en el aire. Yo los entiendo, resistir no es fácil. ¿Se acuerdan cómo resistió Ulises, asediado por las sirenas? Se hizo atar al palo mayor del barco. Pero otro personaje, Orfeo, nos enseña un camino mejor: entonó una melodía más hermosa que la de las sirenas y así las hizo callar. ¡Por eso es importante alimentar el asombro, la belleza de la fe! No somos cristianos porque debemos, sino porque es hermoso. Y precisamente porque queremos proteger esta belleza decimos no a lo que quiere ensombrecerla. La alegría del Evangelio, el asombro que provoca Jesús hace que las renuncias y las fatigas pasen a un segundo plano. Entonces, ¿estamos de acuerdo? Recuerden bien esto: ser cristiano no se trata fundamentalmente de hacer esto, de hacer aquello; de hacer cosas. Hay que hacer cosas, pero no es fundamentalmente eso. Ser cristiano fundamentalmente es dejar que Dios te ame, y reconocer que ante el amor de Dios eres único, eres única.

8) Los rostros de los demás: cómo Dios se hace familia para nosotros

Pasemos a otro capítulo. Los rostros de los demás. Ioanna, me gustó que, para hablarnos de tu vida, has hablado de los demás, sobre todo de las dos mujeres más importantes de tu vida, tu mamá y tu abuela, que te “han enseñado a rezar, a agradecer cada día a Dios”. Así asimilaste la fe de manera natural, genuina. Y nos has dado un consejo que nos hace bien: que acudamos al Señor en cualquier circunstancia, “que le hablemos, que le confesemos nuestras preocupaciones”.

De ese modo, Jesús se hizo familiar para ti. ¡Qué contento está cuando nos abrimos a Él! Así se conoce a Dios. Porque para conocerlo no basta tener ideas claras sobre Él —esa es una pequeña parte, no es suficiente—, se necesita ir hacia Él con la vida. Tal vez este sea el motivo por el que tantos lo ignoran, porque sólo sienten predicaciones y discursos. En cambio, Jesús se transmite a través de rostros y de personas concretas. Hagan la prueba de releer los Hechos de los Apóstoles y verán cuántas personas, rostros y encuentros; así conocieron a Jesús nuestros padres en la fe. Dios no nos da un catecismo en la mano, sino que se hace presente por medio de las historias de las personas. Pasa a través de nosotros. Dios no nos da un libro en las manos para aprender cosas de memoria, no. Dios se hace entender con la cercanía, acompañándonos en el camino de la vida. Conocer a Jesús es justamente el núcleo de nuestra fe.

9) El servicio es la novedad que hace la vida siempre joven

Precisamente en este sentido, Ioanna, nos has contado acerca de una persona decisiva para ti, una religiosa que te mostró la alegría “de ver la vida como un servicio”. Subrayo esto: ver la vida como un servicio. Es verdad, servir a los demás es el camino para conquistar la alegría. Dedicarse a los demás no es de perdedores, es de vencedores; es el camino para hacer algo realmente nuevo en la historia. Supe que en griego “joven” se dice “nuevo” y nuevo significa joven. El servicio es la novedad de Jesús; el servicio, dedicarse a los demás es la novedad que hace la vida siempre joven.

10) Muchos hoy son “de redes sociales” pero poco “sociales

¿Quieres hacer algo nuevo en la vida? ¿Quieres rejuvenecer? No te contentes con publicar algún post o algún tuit. No te contentes con encuentros virtuales, busca los reales, sobre todo con quien te necesita; no busques la visibilidad, sino a los invisibles. Esto es original, esto es revolucionario. Salir de uno mismo para encontrar a los otros. Pero si tú vives prisionero en ti mismo, nunca encontrarás a los otros, nunca sabrás qué es servir. Servir es el gesto más bello, más grande de una persona, servir a los demás.

Muchos hoy son “de redes sociales” pero poco “sociales”, encerrados en sí mismos, prisioneros del teléfono que tienen entre sus manos. Pero en la pantalla falta el otro, faltan sus ojos, su respiración, sus manos. La pantalla se vuelve fácilmente un espejo, donde crees que estás frente al mundo, pero en realidad estás solo, en un mundo virtual lleno de apariencias, de fotos trucadas para parecer siempre hermosos y en forma. ¡Qué bonito, en cambio, es estar con los demás, descubrir la novedad del otro, dialogar con el otro, cultivar la mística del conjunto, la alegría de compartir, el ardor de servir!

11) Sueñen con la fraternidad

A este respecto, en el encuentro con los jóvenes en Eslovaquia, el pasado mes de septiembre, algunos jóvenes mostraban una pancarta interesante. Tenía sólo dos palabras: “Todos hermanos”. Me gustó. A menudo en los estadios, en las manifestaciones, en las calles se exponen pancartas para alentar la propia facción, las propias ideas, el propio equipo, los propios derechos. Pero la pancarta de esos jóvenes decía algo nuevo: que es hermoso sentirse hermanos y hermanas de todos, sentir que los demás forman parte de un nosotros, no gente de la que hay que tomar distancia. Estoy contento de verlos todos juntos, unidos, aun proviniendo de países e historias tan distintas. ¡Sueñen con la fraternidad!

En griego hay un refrán iluminador:o fílos ine állos eaftós, “el amigo es otro yo”. Sí, el otro es el camino para volver a encontrarse con uno mismo; no lo es el espejo, es el otro. Ciertamente, cuesta salir de las propias zonas de confort, es más fácil estar sentados en el sofá frente a la televisión. Pero eso es algo viejo, no es de jóvenes. Pero mira: un joven en el sofá, ¡qué cosa vieja! De jóvenes es reaccionar, abrirse cuando uno se siente solo, buscar a los demás cuando viene la tentación de cerrarse, entrenarse en esta “gimnasia del alma”. Aquí nacieron los eventos deportivos más grandes, las Olimpíadas, el maratón. Más allá del espíritu de lucha que hace bien al cuerpo, está aquello que hace bien al alma: entrenarse para la apertura, recorrer largas distancias desde uno mismo para acortarlas con los demás, lanzar el corazón atravesando los obstáculos, cargar unos los pesos de los otros. Entrenarse en esto los hará felices, los mantendrá jóvenes y les hará sentir la aventura de vivir.

12) Alimentar la valentía de la esperanza por medio de decisiones

A propósito de aventura, Aboud, tu testimonio nos ha impactado: la huida, junto con los tuyos, de la amada y martirizada Siria, después de haber estado varias veces a punto de ser asesinados en la guerra. Y después de tantos “no” y miles de dificultades, llegaron a este país del único modo posible, en barco, permaneciendo “en una roca sin agua y sin comida, esperando el amanecer y una nave de la guardia costera”: una verdadera odisea de nuestros días. Y me vino en mente que, en la Odisea de Homero, el primer héroe que aparece no es Ulises, sino un joven, Telémaco, su hijo, que vivió una gran aventura.

No había conocido a su padre y estaba angustiado, desalentado porque no sabía dónde se encontraba y ni siquiera si estaba vivo. Se sentía sin raíces y estaba delante de una encrucijada: permanecer allí, a la espera, o quizá hacer una locura y lanzarse a la búsqueda. Hay varias voces, entre ellas la de la divinidad, que lo exhortan a ser valiente y a partir. Y él lo hace, se levanta, prepara el barco a escondidas y rápidamente, al despuntar el sol, sale a la aventura. El sentido de la vida no es quedarse en la playa esperando que el viento traiga novedades. La salvación está en mar abierto, está en el impulso, en seguir los sueños, los verdaderos, los que se sueñan con los ojos abiertos, que comportan esfuerzo, lucha, vientos contrarios, borrascas repentinas. Por favor, no hay que dejarse paralizar por el miedo, ¡sueñen en grande! ¡Y sueñen juntos! Como pasó con Telémaco, habrá quien intente detenerlos. Habrá siempre alguien que les dirá: “Déjalo, no te arriesgues, es inútil”. Estos son los anuladores de sueños, los sicarios de la esperanza, los incurables nostálgicos del pasado.

Ustedes, en cambio, por favor, alimenten la valentía de la esperanza, la que has tenido tú, Aboud. ¿Cómo se hace? Por medio de sus decisiones. Elegir es un desafío, es afrontar el miedo a lo desconocido, es salir del pantano de la aprobación, es decidirse a tomar la propia vida entre las manos. Para tomar decisiones adecuadas, pueden recordar una cosa: las buenas decisiones incluyen siempre a los demás, no sólo a uno mismo. Esas son las decisiones por las que vale la pena arriesgarse, los sueños que hay que realizar; aquellos que requieren valentía y que implican a los demás.

Y, al despedirme de ustedes, les deseo la valentía de seguir adelante, la valentía de arriesgar, la valentía de no quedarse en el sofá. El coraje de arriesgar, de ir al encuentro de los otros, nunca aislados, siempre con los demás. Y con esa valentía, cada uno de ustedes se encontrará a sí mismo, encontrará a los otros y hallará el sentido de la vida. Les deseo esto, con la ayuda de Dios, que los ama a todos. Dios los ama, sean valientes, ¡sigan adelante! Brostà, óli masí! [¡Adelante, todos juntos!]

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(ZENIT Noticias / Atenas, 05.12.2021).- A su regreso de la isla de Lesbos, el Papa celebró la santa misa en el “Megaron Concert Hall” de Atenas la tarde del domingo 5 de diciembre. En la homilía el Papa quiso detenerse en el Evangelio del segundo domingo de Adviento, concretamente en dos mensajes contenidos en él: desierto y conversión. Ofrecemos la traducción al español de esta homilía (traducción del original italiano por nuestro director editorial).

***

En este segundo domingo de Adviento, la Palabra de Dios nos presenta la figura de San Juan Bautista. El Evangelio hace hincapié en dos aspectos: el lugar donde se encuentra, el desierto, y el contenido de su mensaje, la conversión. Desierto y conversión: en esto insiste el Evangelio de hoy, y tal insistencia nos hace ver que estas palabras nos conciernen directamente. Aceptémoslas ambas.

1) El desierto

El evangelista Lucas presenta este lugar de manera especial. De hecho, habla de Habla de circunstancias solemnes y de grandes personalidades de la época: menciona el decimoquinto año del emperador Menciona el año 15 del emperador Tiberio César, al gobernador Poncio Pilato, al rey Herodes y a otros «dirigentes políticos» de la época; luego menciona a los religiosos, Anás y Caifás, que estaban en el Templo de Jerusalén (cf. Lc 3,1- 2). En este punto declara: «La palabra de Dios vino a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto». (Lc 3,2).

¿Pero cómo? Habríamos esperado que la Palabra de Dios se dirigiera a uno de los grandes que acabamos de enumerar. Pero no. De las líneas del Evangelio se desprende una sutil ironía: de los altos pisos donde habitan los detentadores del poder, pasamos de repente al desierto, a un hombre desconocido y solitario. Dios es sorprendente, sus elecciones son sorprendentes: no se ajustan a las predicciones humanas, no siguen el poder y la grandeza que el hombre suele asociar con ellas. El Señor prefiere la pequeñez y la humildad. La redención no comienza en Jerusalén, Atenas o Roma, sino en el desierto.

Esta estrategia paradójica nos da un mensaje muy hermoso: tener autoridad, ser culto y famoso no es garantía de agradar a Dios. Por el contrario, podría llevar a uno a volverse insuperable y rechazarlo.

Quedémonos con la paradoja del desierto. El Precursor prepara la venida de Cristo en este lugar impermeable e inhóspito, lleno de peligros.

Ahora bien, si uno quiere hacer un anuncio importante, suele ir a lugares bonitos, donde hay mucha gente, donde hay visibilidad. Juan, en cambio, predica en el desierto. Allí mismo, en el lugar de la aridez, en ese espacio vacío que se extiende hasta donde alcanza la vista y donde casi no hay vida, se revela la gloria del Señor, que -como profetizan las Escrituras (cf. Is 40,3-4)- transforma el desierto en un lago, la tierra estéril en manantiales de agua (cf. Is 41,18). He aquí otro mensaje alentador: Dios, ahora como entonces, dirige su mirada hacia donde prevalecen la tristeza y la soledad.

Esto lo podemos experimentar en la vida: a menudo Él no consigue llegar a nosotros mientras estamos en medio de los aplausos y pensando sólo en nosotros mismos; lo consigue sobre todo en las horas de prueba. Nos visita en situaciones difíciles, en nuestros espacios vacíos, en nuestros desiertos existenciales. Allí el Señor nos visita.

Queridos hermanos y hermanas, no faltan momentos en la vida de una persona o de un pueblo en los que se tiene la impresión de estar en un desierto. Es precisamente ahí donde el Señor se hace presente, y a menudo no es acogido por los que sienten que han triunfado, sino por los que sienten que han fracasado. Y viene con palabras de cercanía, compasión y ternura: «No tengas miedo, porque yo estoy contigo; no te pierdas, porque yo soy tu Dios. Te haré fuerte y vendré en tu ayuda» (v. 10).

Predicando en el desierto, Juan nos asegura que el Señor viene a liberarnos y a devolvernos la vida en las mismas situaciones que parecen irremediables, sin salida: él viene allí. Por tanto, no hay lugar que Dios no quiera visitar. Y hoy no podemos dejar de sentir alegría al ver que ha elegido el desierto, para llegar a nosotros en nuestra pequeñez que ama y en nuestra esterilidad donde quiere saciar nuestra sed. Por eso, queridos amigos, no tengáis miedo a la pequeñez, porque no se trata de ser pequeños y pocos, sino de estar abiertos a Dios y a los demás. Y tampoco tengan miedo de la esterilidad, porque Dios no la teme y viene a visitarnos allí.

2) La conversión

Pasemos al segundo aspecto, la conversión. El Bautista lo predicaba sin cesar y en tono vehemente (cf. Lc 3,7). Este también es un tema «incómodo».

Al igual que el desierto no es el primer lugar al que nos gustaría ir, la invitación a la conversión no es ciertamente la primera propuesta que nos gustaría escuchar.

Hablar de conversión puede provocar tristeza; parece difícil conciliarla con el Evangelio de la alegría. Pero esto sucede cuando la conversión se reduce a un esfuerzo moral, como si fuera sólo un fruto de nuestro propio esfuerzo. El problema radica precisamente aquí, en basar todo en nuestras propias fuerzas. ¡Esto no está bien! Aquí es también donde acechan la tristeza y la frustración espirituales: quisiéramos convertirnos, ser mejores, superar nuestros defectos, cambiar, pero sentimos que no somos plenamente capaces de hacerlo y, a pesar de nuestra buena voluntad, siempre retrocedemos. Tenemos la misma experiencia que San Pablo que, desde estas mismas tierras, escribió: «En mí hay deseo de bien, pero no capacidad de hacerlo; pues no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rom 7,18-19). Entonces, si por nosotros mismos no tenemos la capacidad de hacer el bien que quisiéramos, ¿qué significa que debemos convertirnos?

Su hermosa lengua, el griego, puede ayudarnos con la etimología del verbo evangélico «convertir», metanoéin. Se compone de la preposición metá, que aquí significa más allá, y del verbo noéin, que significa pensar. Convertirse es, por tanto, pensar más allá, es decir, ir más allá de la forma habitual de pensar, más allá de nuestros esquemas mentales habituales.

Estoy pensando precisamente en los esquemas que reducen todo a nuestro ego, a nuestra pretensión de autosuficiencia. O a los que se cierran por la rigidez y el miedo que paralizan, por la tentación de «siempre se ha hecho así, ¿por qué cambiar?», por la idea de que los desiertos de la vida son lugares de muerte y no de presencia de Dios.

Instando a la conversión, Juan nos invita a ir más allá y a no detenernos aquí; a ir más allá de lo que nos dicen nuestros instintos y fotografían nuestros pensamientos, porque la realidad es mayor: es mayor que nuestros instintos, que nuestros pensamientos. La realidad es que Dios es más grande.

Convertirse, pues, significa no escuchar a los que aplastan la esperanza, a los que repiten que nada en la vida cambiará jamás: los pesimistas de toda la vida. Es negarse a creer que estamos destinados a hundirnos en las arenas movedizas de la mediocridad. Es no rendirse a los fantasmas interiores que aparecen sobre todo en los momentos de prueba para desanimarnos y decirnos que no lo conseguiremos, que todo va mal y que ser santo no es para nosotros. Este no es el caso, porque existe Dios. Debemos confiar en Él, porque Él es nuestro más allá, nuestra fuerza. Todo cambia si le damos a Él el primer lugar. Aquí está la conversión: el Señor sólo necesita nuestra puerta abierta para entrar y obrar maravillas, como le bastó un desierto y las palabras de Juan para venir al mundo. No pide más.

Pedimos la gracia de creer que con Dios las cosas cambian, que Él sana nuestros miedos, cura nuestras heridas, convierte los lugares secos en manantiales de agua. Pedimos la gracia de la esperanza. Porque es la esperanza la que reaviva la fe y reaviva la caridad. Porque es la esperanza lo que los desiertos del mundo están sedientos hoy. Y mientras este encuentro nuestro nos renueva en la esperanza y la alegría de Jesús, y yo me alegro de estar con vosotros, pidamos a nuestra Madre, la Toda Santa, que nos ayude a ser, como ella, testigos de la esperanza, sembradores de alegría a nuestro alrededor -la esperanza, hermanos, nunca defrauda, nunca decepciona-, no sólo cuando somos felices y estamos juntos, sino cada día, en los desiertos que habitamos. Porque es ahí donde, con la gracia de Dios, nuestra vida está llamada a la conversión. Allí, en los muchos desiertos que hay en nuestro interior o en nuestro entorno, la vida está llamada a florecer. Que el Señor nos dé la gracia y el valor de aceptar esta verdad.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 05.12.2021).- Este año se celebra la cuarta edición de la Exposición Internacional 100 Pesebres en el Vaticano, una muestra que reúne las obras de numerosos artesanos, en la cual representan la escena de la Natividad, según la imaginación les lleva a exprésala en cada pesebre.

Dado que la pandemia por Covid-19 ha dificultado la realización de eventos en lugares cerrados, la Muestra se presenta en el sugestivo espacio situado bajo la Columnata de Bernini en la Plaza de San Pedro. A su vez, este escenario único sitúa los numerosos pesebres, verdaderas obras de arte, en una atmósfera que invita al visitante a asombrarse todavía más ante la tradicional escena del nacimiento de Jesús.

Este año se expondrán 126 pesebres procedentes de varios países de Europa, como Alemania, Hungría, Eslovenia, Eslovaquia y Croacia, y de todo el mundo, como Kazajistán, Perú, Indonesia, Uruguay, Colombia y Estados Unidos. Muchas de estas naciones están representadas por sus respectivas embajadas ante la Santa Sede, las cuales han asumido la tarea de promover el evento en los distintos países.

Varias organizaciones participan con pesebres muy originales: Atac S.p.A., realizó un pesebre en la parte delantera de un autobús; la empresa Il Cioccolato dei Trappisti creó un pesebre de 100 kg hecho completamente de chocolate. Como todos los años, 30 escuelas de la región del Lazio se han adherido voluntariamente a la iniciativa y presentan pesebres hechos por los niños. También se pueden apreciar pesebres provenientes de las parroquias de Roma.

Los más de 100 pesebres sintetizan la inspiración y la imaginación de los artesanos que los fabrican; los materiales utilizados para su manufactura son variados: papel, tela, corcho, madera; hay dioramas evocadores, nacimientos representados en los escenarios de los barrios de Roma, pesebres de ganchillo o de coral.

El ingreso a la Muestra será gratuito y estará abierta durante 5 semanas, desde el domingo 5 de diciembre de 2021 hasta el domingo 9 de enero de 2022, de 10:00 a 20:00 horas, todos los días.

El 24 de diciembre y el 31 de diciembre, la Exposición cerrará a las 17:00 horas. La última visita se puede efectuar a más tardar 15 minutos antes de la hora de cierre. La entrada a la Exposición está situada en la Plaza de San Pedro y se realizará respetando las normas de prevención y contención de la infección por Covid-19. Los voluntarios del Dicasterio para la Nueva Evangelización estarán presentes durante todo el evento para ofrecer un servicio de acogida.

La Exposición se inauguró el domingo 5 de diciembre de 2021 a las 16:00 horas, con la presencia de S.E. Mons. Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, junto con algunos miembros del Dicasterio; del Embajador de la República de China (Taiwán) ante la Santa Sede, S.E. Matthew Shieh-Ming Lee, acompañado del personal de la Embajada. La animación corrió a cargo de los artistas de la Academia de danza Yang Yu Lin Dance Group, que interpretaron coreografías originales de danzas tradicionales taiwanesas combinadas con técnicas de danza moderna contemporánea. La Compañía está dirigida por la Profesora Yang Yu Lin, una de las primeras bailarinas del legendario Lang Yan Group, fundado por el sacerdote camiliano P. Giancarlo Michelini en Taiwán. La danza estuvo acompañada por la actuación de la reconocida soprano Liu Mon Chieh.

Un año más, la Exposición Internacional de los 100 Pesebres en el Vaticano ha sido posible gracias a la generosidad de UnipolSai, que ha sostenido prácticamente el evento. Regia Congressi también apoyó al desarrollo del proyecto de la Muestra, así como a The Media Company y a Il Cioccolato dei Trappisti por su disposición para promover el evento.

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(ZENIT Noticias / Washington, 05.12.2021).- El pasado 2 de diciembre, el Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (DHS) anunció que los Protocolos de Protección al Migrante (MPP), también conocidos como «Permanecer en México», reiniciarían la semana del 6 de diciembre. Este anuncio sigue a un acuerdo alcanzado entre los Estados Unidos y México para reimplementar el programa con ciertas modificaciones. En octubre, el secretario del DHS, Alejandro Mayorkas, emitió un memorando para rescindir el MPP, luego de un fallo de un tribunal de distrito federal que anulaba su terminación anterior del programa.

La apelación del gobierno federal a esa decisión está pendiente. Mientras tanto, el DHS está cumpliendo con la orden del tribunal de restablecer el MPP. Su reactivación se produce cuando la Administración Biden continúa utilizando el Título 42 del Código de los Estados Unidos para expulsar a los solicitantes de asilo y otros migrantes vulnerables, sin pasar por los procedimientos de inmigración normales y eludiendo las protecciones del debido proceso.

La Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) se ha opuesto al MPP desde que se presentó por primera vez en 2019. Reafirmando esa posición, el obispo Mario E. Dorsonville, obispo auxiliar de Washington y presidente del Comité de Migración de la USCCB, emitió la siguiente declaración:

“Estamos profundamente consternados por la reimplementación del MPP. Desafortunadamente, los intentos de la Administración de hacer que este programa sea «más humano», por bien intencionado que sea, no curarán sus fallas inherentes ni aliviarán su inevitable costo de vidas humanas. Nos preocupa especialmente que esto perpetúe la tragedia existente de la separación familiar, ya que es probable que muchas madres y padres se sientan obligados a separarse de sus hijos en un intento desesperado por garantizar su seguridad.

“El primer domingo de Adviento, el Papa Francisco oró por los migrantes y renovó su llamado a los líderes a encontrar soluciones que respeten su humanidad. En solidaridad con el Santo Padre, instamos encarecidamente a la Administración a tomar todas las medidas necesarias para poner fin al MPP y reemplazarlo con un enfoque que respete la dignidad humana, ejemplifique nuestros valores nacionales, defienda el estado de derecho y abrace el llamado de Cristo para dar la bienvenida al recién llegado».

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Por: Covadonga Asturias

(ZENIT Noticias / Paris, 04.12.2021).- En ZENIT hemos dado la información inicial acerca de la polémica suscitada en Francia a raíz de unos hechos con relación a la vida privada del ex arzobispo de París. Posteriormente nuestro director editorial también comunicó la aceptación de la “renuncia” por parte del Papa ofreciendo más contexto. Sabemos que el director editorial de nuestro portal está trabajando en un análisis más profundo sobre este caso y toda la situación en Francia, mientras tanto, por sentido de honestidad periodística, decidimos publicar una traducción del comunicado más reciente que el mismo Mons. Aupetit dio a propósito de toda esta situación. La ofrecemos a continuación (enlace original en francés y video original en YouTube).

***

«El Señor ha dado, el Señor ha quitado. Bendito sea el nombre del Señor».

Esta frase de Job está en mi mente al recibir esta aceptación de la entrega de mi cargo por parte del Santo Padre. Los dolorosos acontecimientos de la semana pasada, de los que ya he hablado, me habían llevado a poner mi misión en manos del Papa Francisco para preservar a la diócesis de la división que siempre provocan la sospecha y la pérdida de confianza.

He recibido esta pesada carga de la Diócesis de París y he tratado de llevarla a cabo con fervor y dedicación. Doy gracias a Dios que siempre me ha concedido el don de una mirada benévola hacia mis semejantes y del amor a las personas, lo que me llevó al ejercicio de la medicina en primer lugar.

Cuidar es algo muy arraigado en mí y las dificultades de las relaciones entre las personas no lo disminuyen. Me alegro de haber servido a esta diócesis con magníficos equipos, clérigos, laicos, consagrados, totalmente entregados al servicio de Cristo, de la Iglesia y de sus hermanos. Hay demasiadas personas a las que agradecer para hacer una lista exhaustiva.

El día que entré en el seminario no tenía ni idea de adónde me llevaría, pero la confianza en Jesucristo que tenía en aquel momento sigue haciéndome estar totalmente disponible para seguirle donde él quiera. Por supuesto, me molestaron mucho los ataques contra mí. Hoy, doy gracias a Dios porque mi corazón está profundamente en paz.

Agradezco a las muchísimas personas que me han mostrado su confianza y su afecto en estos ocho días. Rezo por aquellos que me han deseado el mal, como nos enseñó Cristo, que nos ayuda más allá de nuestras pobres fuerzas. Pido perdón a quienes haya podido herir y os aseguro a todos mi profunda amistad y mi oración, que siempre será vuestra.

La diócesis de París está llena de un profundo dinamismo. Está en el camino de una nueva forma de vivir la fraternidad desde nuestro bautismo común, en una sinodalidad sin posturas entre los diferentes estados de vida. Tengo total confianza en lo que se ha iniciado con los vicarios generales y los distintos consejos que me rodean. Este impulso no se perderá y pido a todos que trabajen para que lo que se ha iniciado se cumpla con el aliento del Espíritu Santo.

Permanezco totalmente unido a ti y camino contigo hacia el cumplimiento de la salvación. Sólo puedo repetir el mensaje de mi primera homilía: «¡No miren al arzobispo, miren a Cristo!

Michel Aupetit

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(ZENIT Noticias / Atenas, 04.12.2021).- Por la tarde del sábado 4 de diciembre, el Papa tuvo un encuentro con la comunidad católica griega en la catedral de San Dionisio de la capital helénica. Estaban presentes los obispos, sacerdotes, religiosas y catequistas católicos del país, una minoría si se considera que la mayoría del país, de 11 millones de habitantes, profesa el cristianismo ortodoxo.

En el encuentro no sólo habló el Papa. De hecho, primero escuchó. Una de las personas escuchadas por el Santo Padre fue una religiosa, la cual dio su testimonio. De suyo, para ella y los demás religiosos presentes fueron las primeras palabras del Santo Padre: “Es importante que los religiosos y las religiosas vivan su servicio con este espíritu, con un amor apasionado que se hace don para la comunidad donde son enviados”. Después habló un laico y a continuación Francisco. A todos recordó: “Todos somos un poco hijos y deudores de su país (Grecia): sin la poesía, la literatura, la filosofía y el arte que se desarrollaron aquí no podríamos conocer tantas facetas de la existencia humana, ni satisfacer tantas preguntas interiores sobre la vida, el amor, el dolor y también la muerte”.

Ofrecemos el texto del discurso. En este caso el tema fue la elaboración actual de la fe. Este tema fue desarrollado por el Papa tomando pue de dos actitudes del apóstol San Pablo quien en uno de sus muchos destinos pastorales también visitó Atenas. A continuación el texto con los encabezados de ZENIT.

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Introducción: Pablo: el primero en abrir un “taller de la fe”

En el seno de este rico patrimonio, en los inicios del cristianismo se inauguró aquí un “taller” para la inculturación de la fe, dirigido por la sabiduría de muchos Padres de la Iglesia, que con su santa conducta de vida y sus escritos representan un faro luminoso para los creyentes de todas las épocas. Pero si nos preguntamos quién ha inaugurado el encuentro entre el cristianismo de los orígenes y la cultura griega, el pensamiento no puede ir más que al apóstol Pablo. Es él quien abrió el “taller de la fe” que sintetizó esos dos mundos; y lo hizo precisamente aquí, como relatan los Hechos de los Apóstoles. Llegó a Atenas, comenzó a predicar en la plaza y los eruditos de ese tiempo lo llevaron al Areópago (cf. Hch 17,16-34), que era el consejo de los ancianos, de los sabios que juzgaban cuestiones de interés público. Detengámonos en este episodio y dejémonos orientar, en nuestro camino como Iglesia, por dos actitudes del Apóstol que son útiles a nuestra actual elaboración de la fe.

Primer actitud: la confianza

Mientras Pablo predicaba, algunos filósofos comenzaron a preguntarse qué quería enseñar ese «charlatán» (v. 18). Lo llamaron así, charlatán, uno que inventa cosas aprovechándose de la buena fe de quien lo escucha, por eso lo condujeron al Areópago. Por tanto, no tenemos que imaginar que le abrieron el telón de un escenario. Al contrario, lo llevaron allí para interrogarlo: «¿Se puede saber qué doctrina nueva es esta que tú enseñas? Queremos saber qué significan estas cosas extrañas que te oímos decir» (vv. 19-20). Pablo, en definitiva, fue acorralado.

Estas circunstancias de su misión en Grecia también son importantes para nosotros hoy: el Apóstol fue arrinconado. Un poco antes, en Tesalónica, había sido obstaculizado en su predicación y, a causa de los tumultos suscitados en el pueblo, que lo acusaba de procurar desórdenes, tuvo que escapar durante la noche. Ahora, en Atenas, fue tomado por un charlatán y, como un huésped no deseado, lo condujeron al Areópago. Por lo tanto, no estaba viviendo un momento triunfante, sino que estaba llevando adelante la misión en condiciones difíciles. Quizá en muchos momentos de nuestro camino, también nosotros percibimos el cansancio y a veces la frustración de ser una comunidad pequeña o una Iglesia con poca fuerza que se mueve en un contexto no siempre favorable. Mediten la historia de Pablo en Atenas: estaba solo, superado en número y tenía escasas posibilidades de éxito, pero no se dejó vencer por el desánimo, no renunció a la misión ni se dejó atrapar por la tentación de lamentarse. Esto es muy importante, tengan cuidado con no estarse lamentando. Esta es la actitud del verdadero apóstol: seguir adelante con confianza, prefiriendo la inquietud de las situaciones inesperadas a la costumbre y a la repetición. Pablo tuvo esa valentía, ¿de dónde le nacía? De la confianza en Dios. Su valentía era la de la confianza, confianza en la grandeza de Dios, que ama obrar siempre en nuestra debilidad.

Queridos hermanos y hermanas, tenemos confianza, porque el ser Iglesia pequeña nos hace signo elocuente del Evangelio, del Dios anunciado por Jesús que elige a los pequeños y a los pobres, que cambia la historia con las proezas sencillas de los humildes. A nosotros, como Iglesia, no se nos pide el espíritu de la conquista y de la victoria, la magnificencia de los grandes números, el esplendor mundano. Todo eso es peligroso, es la tentación del triunfalismo. A nosotros se nos pide que sigamos el ejemplo del granito de mostaza, que es ínfimo, pero crece humilde y lentamente; es la más pequeña de todas las semillas —dice Jesús— pero cuando crece se convierte en un árbol (cf. Mt 13,32). A nosotros se nos pide que seamos levadura que fermenta en lo escondido, paciente y silenciosamente, dentro de la masa del mundo, gracias a la obra incesante del Espíritu Santo (cf. v. 33). El secreto del Reino de Dios está contenido en las pequeñas cosas, en lo que a menudo no se ve ni hace ruido. El apóstol Pablo, cuyo nombre remite a la pequeñez, vivió en la confianza porque acogió en el corazón estas palabras del Evangelio, hasta el punto de enseñarlas a los hermanos de Corinto: «lo que parece debilidad en Dios es más fuerte que todo lo humano», «escogió a los que el mundo tiene por débiles, para avergonzar a los fuertes» (1 Co 1,25.27).

Entonces, queridos amigos, quisiera decirles: bendigan la pequeñez y acójanla, los dispone a confiar en Dios y sólo en Él. Ser minoría —y en el mundo entero la Iglesia es minoritaria— no quiere decir ser insignificantes, sino recorrer el camino que abrió el Señor, que es el de la pequeñez, el de la kénosis, el abajamiento, de la condescendencia, de la synkatábasis de Dios en Jesucristo. Él descendió hasta llegar a esconderse en los pliegues de la humanidad y en las llagas de nuestra carne. Nos ha salvado, sirviéndonos. Él, en efecto —afirma Pablo—, «se despojó de sí mismo asumiendo la condición de esclavo» (Flp 2,7). Muchas veces tenemos la obsesión de querer aparecer, de llamar la atención, pero «el Reino de Dios no viene de manera que lo puedan detectar visiblemente» (Lc 17,20). Viene secretamente como la lluvia, lentamente, sobre la tierra. Ayudémonos a renovar esta confianza en la obra de Dios, a no perder el entusiasmo del servicio. ¡Ánimo y adelante por este camino de la humildad y la pequeñez!

Segunda actitud: la acogida

Ahora quisiera destacar una segunda actitud de Pablo en el Areópago de Atenas: la acogida. Es la disposición interior necesaria para la evangelización, se trata de no querer ocupar el espacio y la vida de los demás, sino de sembrar la buena noticia en el terreno de su existencia, aprendiendo sobre todo a acoger y reconocer las semillas que Dios ya ha puesto en sus corazones, antes de nuestra llegada. Recordemos que Dios siempre nos precede, Dios siempre precede nuestra siembra. Evangelizar no es llenar un recipiente vacío, es ante todo dar a luz aquello que Dios ya ha empezado a realizar. Y esta extraordinaria pedagogía es la que el Apóstol demostró ante los atenienses. No les dijo “se están equivocando en todo” o “ahora les enseño la verdad”, sino que comenzó acogiendo su espíritu religioso: «Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista, personas muy religiosas. Porque mientras paseaba y contemplaba sus monumentos sagrados encontré un altar en el que estaba escrito: “Al dios desconocido”» (Hch 17,22-23).

Toma un elemento valioso de los atenienses. El Apóstol reconoció la dignidad de sus interlocutores y acogió su sensibilidad religiosa. Aun cuando las calles de Atenas estaban llenas de ídolos, que lo habían hecho “estremecerse dentro de sí” (cf. v. 16), Pablo acogió el deseo de Dios escondido en el corazón de esas personas y amablemente quiso transmitirles el asombro de la fe. Su estilo no fue impositivo, sino propositivo; no estaba fundado en el proselitismo, nunca, sino en la mansedumbre de Jesús. Y eso fue posible porque Pablo tenía una mirada espiritual sobre la realidad, creía que el Espíritu Santo trabaja en el corazón del hombre, más allá de las etiquetas religiosas. Hemos escuchado esto en el testimonio de Rokos. En un cierto momento, los hijos se alejan un poco de la práctica religiosa, pero el Espíritu Santo había obrado y continúa obrando, y de ese modo ellos creen mucho en la unidad y en la fraternidad con el prójimo. El Espíritu trabaja siempre, más allá de lo que se ve exteriormente, ¡acordémonos de esto! La actitud del apóstol en todo tiempo comienza, pues, por acoger al otro, no olvidemos que «la gracia supone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de quien lo recibe» (Exhort ap. Evangelii gaudium, 115). No hay una gracia abstracta girando sobre nuestras cabezas, siempre la gracia esta encarnada en una cultura, ahí se encarna.

A propósito de la visita de Pablo al Areópago, Benedicto XVI dijo que debemos interesarnos mucho por las personas agnósticas o ateas, pero que tenemos que estar atentos porque «cuando hablamos de una nueva evangelización, estas personas tal vez se asustan. No quieren verse a sí mismas como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad» (Discurso a la Curia Romana, 21 diciembre 2009). También hoy a nosotros se nos pide la actitud de la acogida, el estilo de la hospitalidad, un corazón animado por el deseo de crear comunión en medio de las diferencias humanas, culturales o religiosas. El desafío es elaborar la pasión por el conjunto, que nos conduzca —católicos, ortodoxos, hermanos y hermanas de otros credos, así como hermanos agnósticos, todos— a escucharnos recíprocamente, a soñar y trabajar juntos, a cultivar la “mística” de la fraternidad (cf. Exhort ap. Evangelii gaudium, 87). La historia pasada permanece todavía como una herida abierta en el camino de este diálogo afable, pero abrazamos con valentía el desafío que hoy se nos presenta.

Queridos hermanos y hermanas, aquí en tierra griega, san Pablo manifestó su serena confianza en Dios y eso hizo que acogiera a los areopagitas que sospechaban de él. Con estas dos actitudes anunció a ese Dios que era desconocido para sus interlocutores, y llegó a presentarles el rostro de un Dios que en Cristo Jesús sembró el germen de la resurrección, el derecho universal a la esperanza, que es un derecho humano, el derecho a la esperanza. Cuando Pablo anunció esta buena noticia, la mayor parte lo ridiculizó y se fue. Sin embargo, «algunos hombres se unieron a él y abrazaron la fe, entre ellos Dionisio, el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más» (Hch 17,34). La mayoría se fue, un pequeño resto se unió a Pablo, entre ellos Dionisio, titular de esta Catedral. Era una pequeña porción, pero es así como Dios teje los hilos de la historia, desde entonces hasta hoy. Les deseo de corazón que prosigan la obra en su histórico taller de la fe, y que lo hagan con estos dos ingredientes: la confianza y la acogida, para saborear el Evangelio como experiencia de alegría y también como experiencia de fraternidad. Los llevo conmigo en el afecto y en la oración. Y ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí. O Theós na sas evloghi! [¡Que Dios los bendiga!]

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9:01:00 p.m.

(ZENIT Noticias / Atenas, 04.12.2021).- Hacia las 11 de la mañana, hora local, el Papa llegó a Grecia, procedente de Chipre. Le recibió el ministro de asuntos exteriores en el aeropuerto internacional de Atenas. De ahí el Papa se trasladó al Palacio Presidencial de Atenas para su primer encuentro público, en este caso, con la presidente de la república, los miembros del gobierno, el cuerpo diplomático, y representantes de la sociedad, el mundo de la cultura y líderes religiosos.

Por su naturaleza y contexto, se trataba, sobre todo, de un encuentro de cariz político. Oportunidad que brindaba la ocasión de visibilizar temas y hacer exhortaciones más allá de las fronteras de una gran capital europea como es Atenas.

Nuevamente el Papa logró hacerse con la simpatía de los presentes al poner en alto la historia y protagonismo de Grecia. Pero de esa exaltación se pasó también a la exhortación sobre temas políticos de interés no sólo europeo. En ZENIT hemos evidenciado doce temas y una introducción en este discurso. Lo ofrecemos con los encabezados que agregó nuestra agencia.

***

Introducción: sin Grecia el mundo sería menos sabio y menos feliz

Los saludo cordialmente y agradezco a la señora Presidenta las palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de ustedes y de todos los ciudadanos griegos. Es un honor estar en esta gloriosa ciudad. Hago mías las palabras de san Gregorio Nacianceno: «Atenas áurea y dispensadora de bien… cuando buscaba la elocuencia, encontré la felicidad» (Oratio 43,14).

Vengo como peregrino a estos lugares que sobreabundan de espiritualidad, cultura y civilización, para percibir la misma felicidad que entusiasmó al gran Padre de la Iglesia. Era la alegría de cultivar la sabiduría y de compartir su belleza. Una felicidad, por tanto, que no es individual ni está aislada, sino que, naciendo del asombro, tiende al infinito y se abre a la comunidad; una sabia felicidad, que desde estos lugares se ha difundido en todas partes. Sin Atenas y sin Grecia, Europa y el mundo no serían lo que son: serían menos sabios y menos felices.

Desde aquí, los horizontes de la humanidad se han dilatado. Yo también me siento invitado a elevar la mirada y a detenerla en la parte más alta de la ciudad: la Acrópolis. Visible desde lejos para los viajeros que han llegado hasta allí a través de los milenios, ofrecía una imprescindible referencia a la divinidad.

1) Grecia: un llamado a ampliar los horizontes hacia lo alto

Es la llamada a ampliar los horizontes hacia lo alto, desde el Monte Olimpo a la Acrópolis y al Monte Athos. Grecia invita al hombre de todos los tiempos a orientar el viaje de la vida hacia lo alto: hacia Dios, porque necesitamos de la trascendencia para ser verdaderamente humanos. Y mientras hoy en el Occidente, que ha nacido aquí, se tiende a ofuscar la necesidad del Cielo, atrapados por el frenesí de miles de carreras terrenas y por la avidez insaciable de un consumismo que despersonaliza, estos lugares nos invitan a dejarnos sorprender por el infinito, por la belleza del ser, por la alegría de la fe. Por aquí han pasado los caminos del Evangelio que han unido el Oriente y el Occidente, los Santos Lugares y Europa, Jerusalén y Roma; esos Evangelios que, para llevar al mundo la buena noticia de Dios amante del hombre, se escribieron en griego, lengua inmortal usada por la Palabra —el Logos— para expresarse, lenguaje de la sabiduría humana convertido en voz de la Sabiduría divina.

2) Atenas: el impulso a mirar también “hacia el otro”

Pero en esta ciudad la mirada, además de dirigirse hacia lo alto, se impulsa también hacia el otro. Nos lo recuerda el mar, al que Atenas se asoma y que orienta la vocación de esta tierra, situada en el corazón del Mediterráneo para ser puente entre las personas. Aquí grandes historiadores se apasionaron narrando las historias de los pueblos cercanos y lejanos. Aquí, según la conocida afirmación de Sócrates, tuvo comienzo el sentirse ciudadanos no sólo de la propia patria, sino del mundo entero. Ciudadanos, aquí el hombre tomó conciencia de ser “un animal político” (cf. Aristóteles, Política, I, 2) y, como parte de una comunidad, vio en los otros no sólo sujetos, sino ciudadanos con los que organizar juntos la polis. Aquí nació la democracia. La cuna, milenios después, se convirtió en una casa, una gran casa de pueblos democráticos: me refiero a la Unión Europea y al sueño de paz y fraternidad que representa para tantos pueblos.

3) Retrocesos en la democracia no sólo en Europa

Sin embargo, no se puede dejar de constatar con preocupación cómo hoy, no sólo en el continente europeo, se registra un retroceso de la democracia. Ésta requiere la participación y la implicación de todos y por tanto exige esfuerzo y paciencia; la democracia es compleja, mientras el autoritarismo es expeditivo y las promesas fáciles propuestas por los populismos se muestran atrayentes. En diversas sociedades, preocupadas por la seguridad y anestesiadas por el consumismo, el cansancio y el malestar conducen a una suerte de “escepticismo democrático”. Sin embargo, la participación de todos es una exigencia fundamental, no sólo para alcanzar objetivos comunes, sino porque responde a lo que somos: seres sociales, irrepetibles y al mismo tiempo interdependientes.

4) El escepticismo con relación a la democracia

Pero también existe un escepticismo, en relación a la democracia, provocado por la distancia de las instituciones, por el temor a la pérdida de identidad y por la burocracia. El remedio a esto no está en la búsqueda obsesiva de popularidad, en la sed de visibilidad, en la proclamación de promesas imposibles o en la adhesión a abstractas colonizaciones ideológicas, sino que está en la buena política. Porque la política es algo bueno y así debe ser en la práctica, en cuanto responsabilidad suprema del ciudadano, en cuanto arte del bien común.

5) Ni derechas ni izquierdas: adelante

Para que el bien sea realmente participado, hay que dirigir una atención particular, diría prioritaria, a las franjas más débiles. Esta es la dirección a seguir, que un padre fundador de Europa indicó como antídoto para las polarizaciones que animan la democracia, pero que amenazan con exasperarla: «Se habla mucho de quien está a la izquierda o a la derecha, pero lo decisivo es ir hacia adelante, e ir hacia adelante significa encaminarse hacia la justicia social» (A. De Gasperi, Discurso en Milán, 23 abril 1949). En este sentido, es necesario un cambio de ritmo, mientras cada día se difunden miedos, amplificados por la comunicación virtual, y se elaboran teorías para oponerse a los demás. Ayudémonos, en cambio, a pasar del partidismo a la participación; del mero compromiso por sostener la propia facción a implicarse activamente por la promoción de todos.

6) Del partidismo a la participación

Es la motivación que nos debe impulsar en varios frentes: pienso en el clima, en la pandemia, en el mercado común y sobre todo en las pobrezas extendidas. Son desafíos que piden colaborar de manera concreta y activa, lo necesita la comunidad internacional, para abrir caminos de paz a través de un multilateralismo que no sea sofocado por excesivas pretensiones nacionalistas; lo necesita la política, para poner las exigencias comunes ante los intereses privados. Puede parecer una utopía, un viaje sin esperanza en un mar turbulento, una odisea larga e irrealizable. Y, sin embargo, como enseña el gran relato homérico, el viaje en un mar agitado es a menudo el único camino. Y alcanza la meta si está animado por el deseo de un hogar, por la búsqueda de seguir adelante juntos, por el nóstos álgos, por la nostalgia. A este respecto, quisiera renovar mi aprecio por el difícil recorrido que ha llevado al “Acuerdo de Prespa”, firmado entre esta República y la de Macedonia del Norte.  

7) Los olivos, el paisaje herido y la voluntad de contrastar la crisis climática

Mirando aún al Mediterráneo, mar que nos abre al otro, pienso en sus costas fértiles y en el árbol que podría erigirse como símbolo: el olivo, del que se acaban de recoger los frutos y que aúna tierras diversas que se asoman al único mar. Es triste ver cómo muchos olivos centenarios ardieron en los últimos años, consumidos por incendios causados con frecuencia por condiciones meteorológicas adversas, que a su vez fueron provocados por el cambio climático. Frente al paisaje herido de este maravilloso país, el árbol del olivo puede simbolizar la voluntad de contrastar la crisis climática y sus devastaciones.

De hecho, después del diluvio, la catástrofe primordial narrada por la Biblia, una paloma regresó hasta Noé «llevando en el pico una hoja de olivo que había arrancado» (Gn 8,11). Era el símbolo de la recuperación, de la fuerza para volver a comenzar cambiando el estilo de vida, renovando las propias relaciones con el Creador, las creaturas y la creación. En este sentido, deseo que los compromisos asumidos en la lucha contra el cambio climático se compartan cada vez más y no sean de fachada, sino que se lleven adelante con seriedad; que a las palabras sigan los hechos, para que los hijos no paguen una vez más la hipocresía de los padres. Resuenan en este sentido las palabras que Homero puso en boca de Aquiles: «Me es tan odioso como las puertas del Hades quien piensa una cosa y manifiesta otra» (Ilíada, IX,312-313).

8) El olivo, la solidaridad y la Unión Europea

En la Escritura, el olivo también representa una invitación a ser solidarios, en particular con respecto a cuantos no pertenecen al propio pueblo. Dice la Biblia: «Si recoges el fruto de tus olivos, no regreses a buscar más. Será para el migrante» (Dt 24,20). Este país, caracterizado por la acogida, ha visto arribar en algunas de sus islas un número mayor de hermanos y hermanas migrantes que el de los mismos habitantes, aumentando de ese modo los problemas, que todavía se ven afectados por las dificultades que trajo consigo la crisis económica. Pero también las demoras europeas perduran.

La Comunidad europea, desgarrada por egoísmos nacionalistas, más que ser un tren de solidaridad, algunas veces se muestra bloqueada y sin coordinación. Si en un tiempo los contrastes ideológicos impedían la construcción de puentes entre el este y el oeste del continente, hoy la cuestión migratoria también ha abierto brechas entre el sur y el norte.

Quisiera exhortar nuevamente a una visión de conjunto, comunitaria, ante la cuestión migratoria, y animar a que se dirija la atención a los más necesitados para que, según las posibilidades de cada país, sean acogidos, protegidos, promovidos e integrados en el pleno respeto de sus derechos humanos y de su dignidad. Más que un obstáculo para el presente, eso representa una garantía para el futuro, de modo que sea signo de una convivencia pacífica para cuantos se ven forzados a huir en busca de un hogar y de esperanza, y que son cada vez más numerosos. Son los protagonistas de una terrible odisea moderna.

9) Grecia, la Odisea y la migración

Me agrada recordar que cuando Ulises desembarcó en Ítaca no fue reconocido por los señores del lugar, que le habían usurpado su casa y sus bienes, sino por quien se había hecho cargo de él. Su nodriza se dio cuenta de que era él cuando vio sus cicatrices. Los sufrimientos nos unen y reconocer la pertenencia a la misma humanidad frágil nos ayudará a construir un futuro más integrado y pacífico. ¡Transformemos en audaz oportunidad lo que sólo parece una desgraciada adversidad!

10) La pandemia: la gran adversidad común

En cambio, la pandemia es la gran adversidad. Ha hecho que nos redescubramos frágiles, necesitados de los demás. También en este país es un desafío que requiere oportunas intervenciones por parte de las autoridades —me refiero a la necesidad de la campaña de vacunación— y no pocos sacrificios para los ciudadanos.

Pero en medio de tanto esfuerzo se ha abierto camino un notable sentido de solidaridad, al que la Iglesia católica local es dichosa de poder seguir contribuyendo, con la convicción de que esto constituya una herencia que no debe perderse con el lento aplacarse de la tempestad. Algunas palabras del juramento de Hipócrates parecen escritas para nuestro tiempo, tales como el esfuerzo por “regular el tenor de vida por el bien de los enfermos”, por “abstenerse de todo daño y ofensa” a los demás, por salvaguardar la vida en todo momento, particularmente en el seno materno (cf. Juramento de Hipócrates, texto antiguo). Siempre ha de privilegiarse el derecho al cuidado y a los tratamientos para todos, para que los más débiles nunca sean descartados, en particular los ancianos; que los ancianos no sean las primeras personas excluidas por la cultura del descarte. Los ancianos son el singo de la sabiduría de un pueblo. En efecto, la vida es un derecho; no lo es la muerte, que se acoge, no se suministra.

11) Grecia: la memoria de Europa

Queridos amigos, algunos ejemplares de olivo mediterráneo atestiguan una vida tan larga que precede al nacimiento de Cristo. Milenarios y duraderos, han resistido el paso del tiempo y nos recuerdan la importancia de custodiar raíces fuertes, inervadas de memoria. Este país puede definirse como la memoria de Europa, —ustedes son la memoria de Europa— y estoy contento de visitarlo después de veinte años de la histórica visita del Papa Juan Pablo II y en el bicentenario de su independencia. A este respecto, es conocida la frase del general Colocotronis: “Dios ha puesto su firma sobre la libertad de Grecia”.

Dios pone gustosamente su firma sobre la libertad humana, siempre y en todo lugar, es su don más grande y lo que, a su vez, más valora de nosotros. Él, en efecto, nos ha creado libres y lo que más le agrada es que amemos libremente a Él y al prójimo. Las leyes contribuyen a hacerlo posible, pero también la educación en la responsabilidad y el crecimiento de una cultura del respeto. A este respecto, quiero renovar mi agradecimiento por el reconocimiento público de la comunidad católica y aseguro su voluntad de promover el bien común de la sociedad griega, orientando en ese sentido la universalidad que la caracteriza, con el deseo de que en términos prácticos siempre se garanticen las condiciones necesarias para desempeñar bien su servicio.

12) Los católicos y ortodoxos: comunión no división

Hace doscientos años, el Gobierno provisorio del país se dirigió a los católicos con palabras conmovedoras: “Cristo ha establecido el mandamiento del amor al prójimo. ¿Pero quién es más prójimo a ustedes, nuestros conciudadanos, aunque haya algunas diferencias en los ritos? Nosotros tenemos una única patria, pertenecemos a un único pueblo; nosotros cristianos somos hermanos, hermanos en las raíces, en el crecimiento y en los frutos por la Santa Cruz”.

Ser hermanos bajo el signo de la cruz, en este país bendecido por la fe y por sus tradiciones cristianas, exhorta a todos los creyentes en Cristo a cultivar la comunión en todos los ámbitos, en el nombre de ese Dios que abraza a todos con su misericordia. En este sentido, queridos hermanos y hermanas, les agradezco su compromiso y los exhorto a hacer progresar a este país en la apertura, la inclusión y la justicia. Desde esta ciudad, desde esta cuna de la civilización se elevó —y que siga elevándose siempre— un mensaje orientado hacia lo alto y hacia el otro; que a las seducciones del autoritarismo responda con la democracia; que a la indiferencia individualista oponga el cuidado del otro, del pobre y de la creación, pilares esenciales para un humanismo renovado, que es lo que necesitan nuestros tiempos y nuestra Europa. O Theós na evloghí tin Elládha! [¡Que Dios bendiga a Grecia!]

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