mayo 2020

6:02:00 a.m.

(zenit – 31 mayo 2020).- De la pandemia, “¿Cómo quieren salir ustedes? ¿Mejores o peores?”. Y es por eso que “hoy nos abrimos al Espíritu Santo para que sea Él, quien nos cambie el corazón y nos ayude a salir mejores”.

El Papa Francisco envió un videomensaje con motivo de la Vigilia de Pentecostés organizada por Charis (Renovación Carismática Católica) en el que pide la “consolación” y la “fuerza del Espíritu Santo” para salir, y para salir “mejores”, de este momento de dolor, tristeza y de prueba, que es la pandemia.

Mediante canal de YouTube de Vatican Media, la Santa Sede hizo público el video del Pontífice, en la víspera de la solemnidad del Espíritu Santo, el 30 de mayo de 2020.

“El mundo necesita nuestro testimonio del Evangelio”, observa Francisco. “De las grandes pruebas de la humanidad, y entre ellas de la pandemia, se sale o mejor o peor. No se sale igual”. Y pregunta: “¿Cómo quieren salir ustedes? ¿Mejores o peores?”. Y es por eso que “hoy nos abrimos al Espíritu Santo para que sea Él, quien nos cambie el corazón y nos ayude a salir mejores”.

“Cuando salgamos de esta pandemia, no podremos seguir haciendo lo que veníamos haciendo, y cómo lo veníamos haciendo. No, todo será distinto”, advierte el Santo Padre. “Todo el sufrimiento no habrá servido de nada si no construimos entre todos una sociedad más justa, más equitativa, más cristiana, no de nombre, sino en realidad, una realidad que nos lleva a una conducta cristiana”.

A continuación, ofrecemos el videomensaje del Pontífice:

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(zenit – 31 mayo 2020).- “El Espíritu Santo da sabiduría y consejo. Invoquémoslo en estos días sobre cuantos están obligados a tomar decisiones delicadas y urgentes, para que protejan la vida humana y la dignidad del trabajo”, con estas palabras se dirige el Papa a Justin Welby, arzobispo de Canterbury, y a los participantes del movimiento mundial de oración Thy Kingdom Come, en un videomensaje publicado por la Santa Sede el 31 de mayo de 2020.

“El día de Pentecostés, los pueblos que hablaban lenguas diversas se encontraron. En estos meses, sin embargo, se nos pide que observemos medidas justas y necesarias para distanciarnos. Pero podemos entender mejor dentro de nosotros mismos lo que sienten los demás. Nos acompañan el miedo y la incertidumbre. Tenemos que levantar tantos corazones desconsolados. Pienso en lo que decía Jesús cuando hablaba del Espíritu Santo: Usaba una palabra en particular, Paráclito, es decir, Consolador”. Con estas palabras se dirigió el Papa a los participantes del movimiento mundial de oración Thy Kingdom Come.

“Hoy asistimos a una trágica carestía de esperanza. ¡Cuántas heridas, cuántos vacíos sin llenar, cuánto dolor sin consuelo! Hagámonos entonces intérpretes del consuelo del Espíritu, transmitamos esperanza y el Señor nos abrirá nuevas sendas en nuestro camino”, añadió.

“El Espíritu Santo da sabiduría y consejo. Invoquémoslo en estos días sobre cuantos están obligados a tomar decisiones delicadas y urgentes, para que protejan la vida humana y la dignidad del trabajo”.

Publicamos a continuación el texto del mensaje de vídeo que el Santo Padre Francisco envía a Su Gracia Justin Welby, arzobispo de Canterbury, y a los participantes del movimiento mundial de oración Thy Kingdom Come en la solemnidad de Pentecostés:

Palabras del Papa

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Queridos hermanos y hermanas,

Me uno con alegría al arzobispo Justin Welby y a todos vosotros para compartir lo que llevo en mi corazón. Es Pentecostés: recordemos el día en que el Espíritu de Dios descendió con poder. Desde ese día la vida de Dios se difundió entre nosotros, trayéndonos una esperanza nueva , una paz y una alegría hasta entonces desconocidas. En Pentecostés Dios contagió de vida al mundo ¡Cuánto choca con el contagio de la muerte que desde hace meses infecta la Tierra! Entonces, nunca como hoy es necesario invocar al Espíritu Santo, para que derrame la vida de Dios, el amor, en nuestros corazones. De hecho, para que el futuro sea mejor, es nuestro corazón el que debe mejorar.

El día de Pentecostés, los pueblos que hablaban lenguas diversas se encontraron. En estos meses, sin embargo, se nos pide que observemos medidas justas y necesarias para distanciarnos. Pero podemos entender mejor dentro de nosotros mismos lo que sienten los demás. Nos acompañan el miedo y la incertidumbre. Tenemos que levantar tantos corazones desconsolados. Pienso en lo que decía Jesús cuando hablaba del Espíritu Santo: Usaba una palabra en particular, Paráclito, es decir, Consolador. Muchos de vosotros habéis sentido su consuelo, esa paz interior que nos hace sentir amados, esa fortaleza suave que siempre da valor, incluso en el dolor. El Espíritu nos da la certeza de que no estamos solos, sino sostenidos por Dios. Queridos amigos, lo que hemos recibido debemos darlo: estamos llamados a difundir el consuelo del Espíritu, la cercanía de Dios.

¿Cómo hacerlo? Pensemos en lo que nos gustaría tener ahora: consuelo, aliento, alguien que nos cuide, alguien que rece por nosotros, que llore con nosotros, que nos ayude a enfrentar nuestros problemas. Por lo tanto, lo que queramos que nos hagan los demás, hagámoslo con ellos (cf. Mt 7,12). ¿Queremos ser escuchados? Escuchemos. ¿Necesitamos que nos animen? Animemos. ¿Queremos que alguien nos cuide? Cuidemos de los que no tienen a nadie. ¿Necesitamos esperanza para el mañana? Demos esperanza hoy. Hoy asistimos a una trágica carestía de esperanza. ¡Cuántas heridas, cuántos vacíos sin llenar, cuánto dolor sin consuelo! Hagámonos entonces intérpretes del consuelo del Espíritu, transmitamos esperanza y el Señor nos abrirá nuevas sendas en nuestro camino.

Siento que comparto algo propio en nuestro camino. Cuánto me gustaría que, como cristianos, fuéramos cada vez más y más juntos testigos de la misericordia para la humanidad, duramente probada. Pidamos al Espíritu el don de la unidad, porque difundiremos la fraternidad solamente si vivimos como hermanos entre nosotros. No podemos pedirle a la humanidad que permanezca unida si nosotros vamos por caminos diferentes. Recemos entonces los unos por los otros. sintámonos responsables los unos de los otros.

El Espíritu Santo da sabiduría y consejo. Invoquémoslo en estos días sobre cuantos están obligados a tomar decisiones delicadas y urgentes, para que protejan la vida humana y la dignidad del trabajo. Que se invierta en esto: en la salud, en el trabajo, en la eliminación de las desigualdades y la pobreza. Nunca como ahora habíamos necesitado una mirada llena de humanidad: no podemos empezar de nuevo a perseguir nuestros propios éxitos sin preocuparnos por los que se quedan atrás. Y aunque tantos lo harán, el Señor nos pide que cambiemos de rumbo. Pedro, el día de Pentecostés, dijo con la parresía del Espíritu: «Convertíos» (A 2,38), es decir, cambiad de dirección, invertid la dirección de marcha. Necesitamos volver a caminar hacia Dios y hacia el prójimo: no separados, no anestesiados ante el grito de los olvidados y del planeta herido. Tenemos que estar unidos para hacer frente a las pandemias que se propagan: la del virus, pero también el hambre, las guerras, el desprecio por la vida, la indiferencia. Sólo caminando juntos llegaremos lejos.

Queridos hermanos y hermanas, vosotros difundís el anuncio de vida del Evangelio y sois un signo de esperanza. Os lo agradezco de corazón. Pido a Dios que os bendiga y a vosotros os pido que recéis para que me bendiga. Gracias.

 

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6:02:00 a.m.

(zenit – 31 mayo 2020).- Este año, la celebración de la Misa en Pentecostés cobra una cariz especial: Sumidos en una pandemia mundial desde marzo, el Papa Francisco invita a pedir al Espíritu Santo que “reavive en nosotros el recuerdo del don recibido”, nos libre “de la parálisis del egoísmo” y “encienda en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien”.

“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”. A las 10 horas ha iniciado la Santa Misa en la Capilla del Santísimo Sacramento, este domingo, 31 de mayo de 2020, en la basílica de San Pedro, en la que han participado unos 50 fieles, separados convenientemente según las medidas de seguridad para evitar el contagio del coronavirus y protegidos con mascarillas y desinfectantes.

“Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando”, ha recalcado Francisco, en conmemoración del don dado por Dios: El Espíritu Santo, y ha recordado que fue este momento cuando los Apóstoles “comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu”.

Un Dios “que es don”

“Si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia”. Así, ha anunciado que si comprendemos que “lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido”, entonces “también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don”, y de este modo, “amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios”.

En esta lógica, Francisco ha exhortado a “examinar nuestro corazón” y preguntarnos “qué es lo que nos impide darnos”, y ha enumerado tres “enemigos del don” contra los que debemos luchar: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo.

Por ello, ha advertido que “en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes”, y ante la carestía de esperanza, ha reivindicado la necesidad de “valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros”.

Sigue la homilía completa del Papa Francisco, difundida por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Homilía del Papa Francisco

“Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu” (1 Co 12,4), escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: “Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios” (vv. 5-6). Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

“Vayamos, pues, al comienzo de la Iglesia, al día de Pentecostés. Y fijémonos en los Apóstoles: muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas. Todos eran diferentes, Jesús no los había cambiado, no los había uniformado y convertido en ejemplares producidos en serie. Habían dejado sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión de ellos, que son diferentes, llega con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu. La vieron con sus propios ojos cuando todos, aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía”.

Pero volviendo a nosotros, la Iglesia de hoy, podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que nos une, en qué se fundamenta nuestra unidad?”. También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad. La tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos. Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios. El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, con estas ideologías o con otras; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios. La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico.

Regresemos al día de Pentecostés y descubramos la primera obra de la Iglesia: el anuncio. Y, aun así, notamos que los Apóstoles no preparan ninguna estrategia ni tienen un plan pastoral. Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no. El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a “hacer el nido”. El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada. En la Iglesia, por el contrario, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido.

Finalmente llegamos a entender cuál es el secreto de la unidad, el secreto del Espíritu. Es el don. Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don. Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia. Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don. Y así, amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios. El Espíritu, memoria viviente de la Iglesia, nos recuerda que nacimos de un don y que crecemos dándonos; no preservándonos, sino entregándonos sin reservas.

Queridos hermanos y hermanas: Examinemos nuestro corazón y preguntémonos qué es lo que nos impide darnos. Tres son los enemigos del don, siempre agazapados en la puerta del corazón: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo. El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: “La vida es buena si obtengo ventajas”. Y así llega a decirse: “¿Por qué tendría que darme a los demás?”. En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores. Pero también el segundo enemigo, el victimismo, es peligroso. El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: “¿Por qué los demás no se donan a mí?”. En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Por último, está el pesimismo. Aquí la letanía diaria es: “Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia…”. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”. Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza. Nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo.

Pidámoslo: Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos. Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén.

© Librería Editorial Vaticano

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5:24:00 a.m.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).-
El Papa Francisco advirtió de que todo cristiano debe enfrentarse a “tres enemigos” del don del Espíritu Santo, tres elementos que impiden al cristiano “entregarse” a los demás como hicieron los apóstoles en el día de Pentecostés: narcisismo, victimismo y pesimismo.

Durante la Misa celebrada este domingo 31 de mayo en la Basílica de San Pedro del Vaticano por la solemnidad de Pentecostés, el Pontífice señaló que “el narcisismo lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: ‘La vida es buena si obtengo ventajas’”.

Esa actitud lleva a plantearse por qué uno debería entregarse a los demás. El Papa explicó que se trata de una actitud que, durante la pandemia de coronavirus que está afectando al mundo desde hace varios meses, “duele”.

“En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores”, lamentó.

No menos perjudicial es el segundo enemigo: el victimismo. “El victimista está siempre quejándose de los demás: ‘Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos en mi contra!’. Cuántas veces hemos escuchado estos lamentos. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: ‘¿Por qué los demás no se entregan a mí?’”.

“En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos”, insistió.

Por último, está el pesimismo. “Aquí la letanía diaria es: ‘Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia…’. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: ‘Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil’”.

De esa manera, “en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza”.

Estos son los tres enemigos, “el dios narcisista del espejo, el ‘dios espejo’; el ‘dios lamento’, me siento persona en el lamento; y el ‘dios negatividad’, todo es negro, todo oscuro”.

Frente a esos tres elementos, frente a la “carestía de esperanza”, “necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros”. Por esta razón, “necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo. Nos sana del espejo, de los lamentos y de la oscuridad”.

5:24:00 a.m.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).-
El Papa Francisco invitó a mirar la Iglesia “como la mira el Espíritu Santo”, y no “como la mira el mundo”.

Durante la Misa celebrada este domingo 31 de mayo en la Basílica de San Pedro del Vaticano por la Solemnidad de Pentecostés, rechazó que la Iglesia se divida en “derechas e izquierdas”, en “conservadores y progresistas”. Atribuyó esas divisiones a una visión mundana de la Iglesia y subrayó que, por medio del Espíritu Santo, “somos hijos de Dios”.

El Pontífice centró su homilía en la dicotomía “diversidad-unidad”, y explicó que “San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo”.

El Pontífice destacó la diversidad de origen y cultural de los apóstoles: “muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos”.

Por lo tanto, entre los apóstoles elegidos por Jesús “había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas”.

Ante esa diversidad de los apóstoles “Jesús no los cambió, no los uniformó y para convertirlos en ejemplares producidos en serie”.

Por el contrario, “dejó sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu”.

La plasmación de esa fuerza unificadora del Espíritu se produjo cuando los apóstoles comprobaron “con sus propios ojos” cómo, “aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía”.

Volviendo al contexto de la Iglesia de hoy, el Papa se preguntó: “¿Qué es lo que nos une? ¿En qué se fundamenta nuestra unidad?”. En ese sentido, recordó que “también entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad”.

Advirtió de la tentación de querer defender las ideas propias a cualquier precio, “considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros”.

Se trata de un error consistente en profesar “una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos”.

Frente a esa tentación, subrayó que “nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios”.

Por ello, invitó a mirar la Iglesia “como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo”. Porque “el mundo nos ve de derechas y de izquierdas”, en cambio, “el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios”.

“La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico”.

En su homilía, el Papa Francisco puso de relieve otro aspecto de la incidencia del Espíritu Santo en la Iglesia y que tiene que ver con el anuncio.

A pesar de ser “la primera obra de la Iglesia, los Apóstoles, en el cenáculo, “no preparan ninguna estrategia ni tienen un plan pastoral. Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no”.

“El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a ‘hacer el nido’. El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada”.

Por el contrario, “en la Iglesia, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido”.

5:24:00 a.m.

VATICANO, 31 May. 20 (ACI Prensa).-
El Papa Francisco presidió, desde el altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro del Vaticano, la Misa por la Solemnidad de Pentecostés este domingo 31 de mayo. En su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre la enseñanza contenida en los Evangelios y en la predicación de San Pablo en la que se explica que “el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:

«Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu» (1 Co 12,4), escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios» (vv. 5-6).

Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo.

Vayamos, pues, al comienzo de la Iglesia, al día de Pentecostés. Y fijémonos en los Apóstoles: muchos de ellos eran gente sencilla, pescadores, acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, pero estaba también Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Había orígenes y contextos sociales diferentes, nombres hebreos y nombres griegos, caracteres mansos y otros impetuosos, así como puntos de vista y sensibilidades distintas. Todos eran diferentes.

Jesús no los había cambiado, no los había uniformado y convertido en ejemplares producidos en serie. No. Había dejado sus diferencias y, ahora, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.

La vieron con sus propios ojos cuando todos, aun hablando lenguas diferentes, formaron un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía porque es armonía. Él es la armonía.

Pero volviendo a nosotros, la Iglesia de hoy, podemos preguntarnos: “¿Qué es lo que nos une, en qué se fundamenta nuestra unidad?”. También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad.

La tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Esta es una fea tentación que divide. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos.

Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios. Todos iguales en esto, y todos diferentes. El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, con esta ideología, con esa otra; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios.

La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico.

Regresemos al día de Pentecostés y descubramos la primera obra de la Iglesia: el anuncio. Y, aun así, notamos que los Apóstoles no preparan ninguna estrategia. Cuando estaban encerrados allí, en el cenáculo, no pensaban en una estrategia. No tienen un plan pastoral.

Podrían haber repartido a las personas en grupos, según sus distintos pueblos de origen, o dirigirse primero a los más cercanos y, luego, a los lejanos; también hubieran podido esperar un poco antes de comenzar el anuncio y, mientras tanto, profundizar en las enseñanzas de Jesús, para evitar riesgos, pero no.

El Espíritu no quería que la memoria del Maestro se cultivara en grupos cerrados, en cenáculos donde se toma gusto a “hacer el nido”. Esa es una mala enfermedad que puede afectar a la Iglesia. La Iglesia no comunidad, no familia, no madre, sino nido.

El Espíritu abre, reaviva, impulsa más allá de lo que ya fue dicho y fue hecho, más allá de los ámbitos de una fe tímida y desconfiada. En el mundo, todo se viene abajo sin una planificación sólida y una estrategia calculada.

En la Iglesia, por el contrario, es el Espíritu quien garantiza la unidad a los que anuncian. Por eso, los apóstoles se lanzan, poco preparados, corriendo riesgos; pero salen. Un solo deseo los anima: dar lo que han recibido.

Es bello ese inicio de la Carta de San Juan, “aquello que nosotros hemos recibido, hemos visto, os lo damos a vosotros”.

Finalmente llegamos a entender cuál es el secreto de la unidad, el secreto del Espíritu. Es el don. Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don.

Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia.

Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don. Y así, amando humildemente, sirviendo gratuitamente y con alegría, daremos al mundo la verdadera imagen de Dios. El Espíritu, memoria viviente de la Iglesia, nos recuerda que nacimos de un don y que crecemos dándonos; no preservándonos, sino entregándonos sin reservas.

Queridos hermanos y hermanas: Examinemos nuestro corazón y preguntémonos qué es lo que nos impide darnos. Tres son los enemigos del don, siempre agazapados en la puerta del corazón: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo. El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. El narcisista piensa: “La vida es buena si obtengo ventajas”.

Y así llega a decirse: “¿Por qué tendría que darme a los demás?”. En esta pandemia, cuánto duele el narcisismo, el preocuparse de las propias necesidades, indiferente a las de los demás, el no admitir las propias fragilidades y errores. Pero también el segundo enemigo, el victimismo, es peligroso.

El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”. Cuántas veces hemos escuchado estos lamentos. Y su corazón se cierra, mientras se pregunta: “¿Por qué los demás no se donan a mí?”.

En el drama que vivimos, ¡qué grave es el victimismo! Pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Por último, está el pesimismo. Aquí la letanía diaria es: “Todo está mal, la sociedad, la política, la Iglesia…”. El pesimista arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”.

Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes. Cuando se piensa así, lo que seguramente no regresa es la esperanza.

Estos son los tres enemigos, el dios narcisista del espejo, el “dios espejo”, el “dios lamento”, me siento persona en el lamento, y el “dios negatividad”, todo es negro, todo oscuro.

Nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo. Nos sana del espejo, de los lamentos y de la oscuridad.

Pidámoslo: Espíritu Santo, memoria de Dios, reaviva en nosotros el recuerdo del don recibido. Líbranos de la parálisis del egoísmo y enciende en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque peor que esta crisis, es solamente el drama de desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos.

Ven, Espíritu Santo, Tú que eres armonía, haznos constructores de unidad; Tú que siempre te das, concédenos la valentía de salir de nosotros mismos, de amarnos y ayudarnos, para llegar a ser una sola familia. Amén.

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“Mártir de la verdad, padre de los migrantes y apóstol del catecismo. Fue obispo de Piacenza, fundador de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos), y cofundador de las Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón”

Se definió a sí mismo diciendo que era: “uno que se pone de rodillas ante el mundo para implorar como una gracia el permiso de hacerle el bien”. Perfecta descripción de este defensor de la “unidad en la verdad”. Nació en Fino Mornasco, Como, Italia, el 8 de julio de 1839. Pertenecía a una familia de clase media. Era el tercero de ocho hermanos. El rezo comunitario del rosario, la devoción materna por Cristo crucificado y por María, entre otras, fueron lecciones inolvidables que aprendió en su hogar, aunque en sus hermanos calaron de forma desigual. Uno estuvo a punto de ser encarcelado por temas económicos, y otro tuvo que emigrar perdiendo la vida en la travesía. Los restantes destacaron en la política y en la universidad. Sus hermanas estuvieron cerca de él. Una alumbró a dos sacerdotes, y la benjamina respaldó generosamente sus proyectos y fue artífice de otros. Por su afán en compartir la fe con sus amigos, mientras estudiaba en el Instituto, se veía que estaba abocado a la consagración.

A los 18 años su padre le condujo al seminario. Fue ordenado en 1863 con un expediente impecable, impregnado de su grandeza humana y espiritual. Versado en ciencias modernas, políglota, inquieto e inteligente, cifró su afán evangelizador en el continente asiático. Contaba con la bendición materna que rogó hincándose de rodillas. Pero el prelado le disuadió diciéndole: “Tus Indias están en Italia”. Comenzó siendo coadjutor de una modesta parroquia, misión breve porque el obispo pronto le encomendó otras. En 1867 se produjo una epidemia de cólera y por su heroica acción con los damnificados fue galardonado civilmente. Ese mismo año fue designado vicerrector del seminario; sería también su rector. Allí ejerció la docencia.

 

En esa época tomó contacto con el beato Luigi Guanella, que se ocupaba de los emigrantes, y con dos científicos: Serafino Balestra, admirable por su labor con los sordomudos, y Antonio Stoppani que era, además, escritor. Los tres dejaron su huella en él. Y otro tanto sucedió con Jeremías Bonomelli, entonces arcipreste de Lovere, que sería nombrado obispo. Ambos se influenciaron entre sí compartiendo similares afanes. En 1870 fue nombrado párroco de San Bartolomé. Su quehacer apostólico y formativo era extraordinario. Fundó un jardín de infantes, promovió la obra de San Vicente destinada a niños enfermos y creó un oratorio para jóvenes. Se ocupó de los sordomudos a los que ayudó de manera decisiva aplicando el método fonético de su amigo Balestra. También se implicó activamente en temas socio-laborales teniendo siempre como trasfondo el elemento espiritual. Allí escribió un catecismo para niños y dictó una serie de conferencias sobre el Concilio Vaticano I que no pasaron desapercibidas para Pío IX.

No tenía más que 36 años cuando ocupó la sede episcopal de Piacenza a la que fue elevado en 1876. Durante casi tres décadas actuó como un pastor infatigable, ejemplar. Tenía la agenda repleta con la administración de sacramentos, predicación, asistencia y educación al clero y a su grey. Visitó cinco veces las 365 parroquias de la diócesis a pie o a caballo, ya que aún no había llegado el progreso. Realizó tres sínodos, reformó los estudios eclesiásticos, consagró doscientas iglesias, etc. Y se preocupó por infundir en todos el amor por la comunión frecuente y la Adoración Perpetua. En 1895, junto al padre Giuseppe Marchetti, fundó la congregación de Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón.

Pero su acción más representativa la llevó a cabo con los emigrantes. Conocía perfectamente el drama del éxodo de los que partían de Italia con el ideal americano en sus corazones y la esperanza de una vida mejor. Muchos hallaron frustrados sueños y fe. Viendo el peligro que corrían de perderla, en 1887 instituyó la congregación de los Misioneros de San Carlos (Scalabrinianos), aprobada por León XIII, para darles asistencia religiosa y humana. A él se debe el traslado de santa Francisca Javier Cabrini a América en 1889 para socorrer a niños, huérfanos y enfermos italianos. El beato nunca abandonó a sus emigrantes. Visitó a los que se hallaban en América del Norte y del Sur en dos ocasiones.

Su consigna fue: “Hacerme todo a todos para ganarlos a todos para Cristo”. Y ciertamente lo consiguió. Tuvo dilección por los pobres, especialmente los “vergonzosos” (personas que gozaron de gran posición venidos a menos por la crisis), así como por los prisioneros. Fundó un instituto para sordomudos, organizó la asistencia a las obreras del arroz, impulsó la sociedad de mutuo socorro, asociaciones de obreros, cajas rurales y cooperativas. Con sus propios bienes rescató del hambre a millares de campesinos y obreros. Para ello vendió sus caballos, así como el cáliz y la cruz pectoral obsequios de Pío IX. Fue el creador del primer Congreso catequético nacional, y fundador de la primera revista italiana de catequesis. ¿El secreto? Sus numerosas horas de adoración ante el Santísimo Sacramento. Decía que la oración “es la parte más viva, más fuerte, más poderosa del apostolado”.

Era un apasionado de la cruz que solía apretar junto a su pecho suplicando: “Haz que me enamore de la cruz”, y de María, de la que hablaba con vehemencia en las homilías que pronunciaba. Impulsor de las peregrinaciones a santuarios marianos, donó las joyas de su madre para coronar a la Virgen. A su paso fue dejando el sello de su amor por la Iglesia y el pontífice. Llevaba trazada en sus labios la bendición del perdón. Es memorable y profético el discurso que pronunció en el Catholic Club de Nueva York en 1901 sobre la emigración. El 1 de junio de 1905 falleció agotado por tantas fatigas. Antes exclamó: “¡Señor, estoy listo. Vamos!”. Juan Pablo II lo beatificó el 9 de noviembre de 1997 denominándolo “mártir de la verdad”, aunque ya era mundialmente conocido como el “padre de los Migrantes”, y “apóstol del Catecismo”, título otorgado por Pío IX. En 1961, alumbradas por su enseñanza, nacieron las Misioneras Seglares Escalabrinianas.

La entrada Beato Juan Bautista Scalabrini, 1 de junio se publicó primero en ZENIT - Espanol.

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Abidjan (Agencia Fides) - “Esta elección es una gracia para nosotros los cristianos en Costa de Marfil y en particular para los devotos de María; mirar hacia nuestro santuario y orar en comunión con el Santo Padre, esto solo puede ser una alegría, especialmente en estos tiempos difíciles. Y para mí es un guiño de la Virgen María para decirnos que nos ama", dice el p. Eugène Adingra, rector del santuario mariano de Nuestra Señora de África, madre de todas las gracias de Abidjan, elegido como uno de los santuarios que se conectarán directamente con la oración mariana hoy sábado 30 de mayo, del Papa Francisco desde la cueva de Lourdes, en los jardines del Vaticano, en comunión con los grandes santuarios de todo el mundo. La celebración mariana, retransmitida en vivo en mundovisión, es promovida por el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, sobre el tema "Asiduos y concordes en la oración, junto con María (Hechos 1:14)”.
Los santuarios más grandes de los cinco continentes se conectarán: desde Europa, Lourdes, Fátima, San Juan Rotondo, Pompeya, Czestochowa; desde los Estados Unidos de América, el santuario de la Inmaculada Concepción (Washington D.C.); desde África, el santuario de Elele (Nigeria) y Notre-Dame de la Paix (Costa de Marfil); desde América Latina, el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe (México), Chiquinquira (Colombia), Luján y Milagros (Argentina).
Según el p. Eugène Adingra lo que motivó esta elección por parte del Papa Francisco "es simplemente porque el santuario lleva el nombre de África, es la Virgen de África, Madre de todas las gracias y este santuario de alguna manera representa el centro de toda África occidental".
“Cuando nos llegó la noticia, se lo anuncié a mis hermanos en la comunidad marianista y fue una gran alegría para nosotros. Todos bendecimos al Señor y recitamos el Magnificat con María para dar gracias al Señor por habernos elegido", explica el p. Adingra, invitando a los fieles a unirse y vivir este momento de oración en comunión con el Papa Francisco, de acuerdo con las medidas de protección contra COVID-19.
Inaugurado el 2 de febrero de 1987, el Santuario Mariano de Abidjan, dedicado a Nuestra Señora de África, Madre de todas las Gracias, es un importante lugar de peregrinación ubicado en Abidjan, en el municipio de Attécoubé, en Costa de Marfil. El sitio de peregrinación acoge a unos 3000 peregrinos por semana. (S.S.) (L.M.) (Agencia Fides 30/5/2020)


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sábado, 30 mayo 2020

Kuching (Agencia Fides) – Durante el bloqueo nacional para contener la propagación de Covid-19 que todavía está en vigor, muchas iglesias en Malasia están ofreciendo ayuda y servicios para los migrantes.
El Movement Control Order (MCO), establecido el 18 de marzo por la nación para contener la pandemia, llegó por sorpresa para muchos sobre todo por la duración del bloqueo. De hecho, se ha extendido y se espera que finalice provisionalmente el 9 de junio.
“El bloqueo también ha causado una crisis humanitaria en términos de pérdida de empleos y escasez de alimentos entre los trabajadores informales a quienes se les paga un jornal diario. Desafortunadamente, la mayoría de estos jornaleros son inmigrantes extranjeros", escribe a la Agencia Fides el sacerdote jesuita padre Alvin Ng. "La Oficina que se ocupa del cuidado pastoral de los migrantes está trabajando para proporcionar ayuda alimentaria a los migrantes extranjeros", continua el p. Ng.
Según el jesuita, las personas tienen dificultades para sobrevivir, el bloqueo ha resultado ser desastroso para muchos migrantes que, en primer lugar, no han podido regresar a sus hogares debido al cierre de las fronteras del país y, en segundo lugar, no han podido tampoco salir de su barrio marginal para comprar comida por falta de dinero y por temor a ser detenidos por las autoridades en los controles de carretera.
Algunos de los empleadores han proporcionado raciones de comida a sus trabajadores, pero se han terminado muy pronto.
Varias comunidades de migrantes se encuentran en áreas remotas, sin tiendas o lugares donde poder abastecerse de artículos para cubrir sus necesidades básicas. Además - agrega el sacerdote -, como extranjeros, ni siquiera tienen derecho a la asistencia del gobierno. En resumen, su situación está empeorando notablemente.
Para responder a las solicitudes de ayuda de las comunidades dentro de la ciudad y la gran área de Kuching, la Oficina de Atención Pastoral de Migrantes de la Arquidiócesis de Kuching, después de recopilar datos sobre el número de migrantes, su ubicación y los tipos de ayuda necesarios, ha comenzado la distribución de ayuda alimentaria.
El apoyo inmediato del arzobispo de la arquidiócesis, Mons. Simon Poh Hoon Seng, ha sido fundamental. Él mismo presentó una solicitud formal al Departamento de Bienestar y a la Policía del Estado para distribuir ayuda alimentaria durante el bloqueo. Con los subsidios de la arquidiócesis y generosas contribuciones de los feligreses, un equipo de voluntarios, respetando las disposiciones de seguridad, se reunió para cargar algunas camionetas con alimentos preparados por algunos supermercados. Durante tres días (6, 7 y 9 de mayo), el convoy de ayuda alimentaria viajó por toda la ciudad, incluidos las periferias, hasta el distrito de Samarahan y Bau. En total, 525 migrantes recibieron 445 paquetes de alimentos para resistir dos semanas. Algunos también recibieron pequeños subsidios en dinero efectivo y leche en polvo para familias con niños pequeños.
La Oficina de Pastoral de Migrantes es consciente del hecho de que esta es solo una pequeña parte de los hermanos y hermanas que continúan necesitando ayuda. Se necesita el compromiso conjunto de todas las agencias de ayuda, de los grupos eclesiales, las ONG, y otros grupos religiosos y laicos, en colaboración con el gobierno y entre ellos, para asegurar que al final se llegue a la mayor cantidad de migrantes posible.
“Ya sean locales o extranjeros, todos son el rostro de Cristo a quien todos estamos llamados a servir. Comenzando por una oración y un pensamiento por ellos, se puede pasar después a la ayuda financiera y a ofrecer un vaso de agua en nombre de Dios" ha dicho el padre Ng.
(SD/AP) (30/5/2020 Agencia Fides)


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Uagadugú (Agencia Fides) - En el noreste de Burkina Faso, desde principios de año, ha habido al menos cinco ataques contra comunidades cristianas. Más de 2000 escuelas han sido cerradas. Desde 2012, más de 700.000 personas se han visto desplazadas. En una zona que cada vez se ve más sometida al control de los grupos islamistas radicales, el riesgo de un conflicto que tenga connotaciones religiosas se está haciendo tangible. El objetivo de los grupos terroristas es crear hostilidad utilizando el pretexto étnico-religioso en una sociedad que nunca ha conocido tensiones de esta naturaleza.
Desde 2012, toda la zona del Sahel se ha convertido en la base y el semillero de numerosos grupos yihadistas. El Sahel - que en árabe significa borde u orilla, y que, como Sahara, también significa desierto -, es precisamente esa zona africana que se encuentra justo debajo del desierto del Sahara y que marca el cambio, por clima y vegetación, de la zona desértica a las sabanas, donde las lluvias son frecuentes y abundantes. Es un área inmensa, que se extiende desde el Atlántico por el este hasta el Mar Rojo por el oeste. Con una población de unos 93 millones de habitantes.
Como señala un análisis del Grupo Internacional de Crisis, titulado "Los orígenes sociales de la violencia yihadista en el norte de Brukina Faso", y como se afirma en otros estudios, las fuerzas extremistas establecidas en el Shael burkinabé y al este del país, cuya capital regional es Fada N'gourma, han podido fácilmente introducirse en el territorio aprovechando el sentimiento de marginación política y económica presente en la zona. Apodada la "zona roja" por la actividad criminal intensa, el Sahel es un área crucial de contrabando para la economía local. Cigarrillos, combustible, marfil, armas, drogas y diversos bienes de consumo pasan por esta zona todos los días. La zona este de la región permite el acceso a las costas de Benin, Ghana y Togo. Ante la fuerte ilegalidad del territorio, y la falta de inversiones públicas, además de un acceso muy bajo al agua y a la electricidad, así como una escolarización deficiente. Solo el 10% de los jefes de familia han recibido educación superior en la escuela primaria, y más del 60% nunca han tenido acceso a la educación.
Las fuerzas yihadistas se aprovechan de esta situación de fragilidad endógena para establecerse permanentemente en la región. (...) (- continúa)


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“La Pasión de Cristo: única razón, alimento y luz de vida para esta santa, que atravesó la juventud seducida por los placeres mundanos hasta que se convirtió. Se hizo ofrenda suplicando la reconciliación dentro de la Iglesia”

Se entregó generosamente a Cristo después de haber experimentado los goces mundanos que formaban parte de la clase social a la que pertenecía. Nació en Camerino, Macerata, Italia, el 9 de abril de 1458. Y aunque era hija ilegítima del príncipe Julio César de Varano y de Cecchina di maestro Giacomo, no le faltó el cariño de su padre y de su esposa Juana Malatesta. Hasta que llegó el momento de su conversión, esta mujer despierta e inteligente recibió una sólida formación conforme a los cánones renacentistas. Ello incluía el conocimiento de la literatura clásica y el dominio del latín. Aprendió a pintar, dominaba los juegos de mesa, y no se privó de los bailes de salón frecuentados por personas de su alcurnia.

Espiritualmente, cuando tenía alrededor de 10 años su inocente corazón quedó encendido por las palabras que oyó pronunciar a Domenico da Leonessa. Entonces elevó a voto la costumbre de meditar todos los viernes en la Pasión de Cristo y de verter alguna lágrima por Él, como le sugirió el bondadoso fraile. Cumplió esta promesa fielmente: “Por virtud del Espíritu Santo, aquella santa palabra quedó impresa de tal manera en mi tierno e infantil corazón, que ya nunca marchó del corazón ni de la memoria”. Fray Pacífico da Urbino, otro insigne franciscano, le animó a perseverar en esta práctica piadosa. Pero a los 18 años quedó hechizada por lo fútil. Pesaron en su ánimo las ansias de vivir y de divertirse, quedando inmersa en el fulgor de la corte en la que determinados comportamientos escandalosos no se consideraban tales. “Todo el tiempo –recordó de forma retrospectiva– lo pasaba en serenatas, bailes, paseos, en vanidades y en otras cosas juveniles y mundanas que de éstas se siguen”. Después añadiría: “Bienaventurada aquella criatura que por ninguna tentación deja el bien comenzado”. Lo decía por experiencia, porque hasta los 21 años se debatió entre grandes luchas espirituales.

Aún seducida por los placeres, un persistente impulso interior le invitaba a seguir a Dios. En la Cuaresma de 1479 experimentó la gracia de comprender el don de la virginidad y el llamamiento a la vida consagrada. Eligió el convento de Santa Clara, pero al comunicar esta decisión a su padre no recibió su beneplácito. Firme en su propósito, dos años más tarde logró vencer la obstinación paterna y pudo ingresar en el monasterio de Urbino. Allí tomo el nombre de Bautista, inusual para una mujer en esa época.

El príncipe, aceptando que inevitablemente no podría desposarla con alguien de rancio abolengo, ni proveerla de una vida llena de riquezas, como había soñado, secundó el anhelo de su hija restaurando y ampliando el monasterio de Santa María Nuova. Debió pensar que era la mejor dote que podía ofrecerle sin ser rehusada por ella que había elegido la pobreza franciscana. Además, el convento estaba ubicado cerca de sus posesiones lo que emocionalmente tenía su enjundia para él, ya que al menos la mantendría en su entorno. A este lugar se trasladó Camila en 1484, después de profesar, junto a ocho religiosas. Durante su estancia, por indicación de su confesor Antonio de Segovia, redactó diversos tratados en medio de las numerosas gracias y favores celestiales que recibió; entre ellos se encuentra La pureza del corazón.

Pasó por etapas de gran aridez que expuso minuciosamente en su obra Vida espiritual. Esas experiencias fueron forjando su imparable ascenso espiritual que estuvo marcado por las renuncias, en medio de las cuales ofrendó su amor a Dios sin escatimar esfuerzos. Era el signo de una vida ascética impecable que tenía como soporte, junto a la Eucaristía y a la oración continua, esta aspiración: “entrar en el Sagrado Corazón de Jesús y ahogarse en el océano de sus dolorosísimos sufrimientos”. En ese tiempo la Iglesia se estremecía por el impacto que las tesis luteranas estaban teniendo en Alemania. Paralelamente, la desidia, origen de tantos desmanes, se había apoderado del espíritu de muchos eclesiásticos. Y Camila se afligía viendo tambalearse los cimientos de la unidad. Por eso, en su oración y entrega incluía específicamente la intención de obtener de Cristo la gracia de la conversión y, con ella, la reconciliación dentro de la Iglesia.

En su corazón revivía su amor por el Redentor, suplicando: “haz que yo te restituya amor por amor, sangre por sangre, vida por vida”. Pronto se le presentó la ocasión de cumplir tan ferviente deseo. En 1501 se desencadenó una aterradora tragedia familiar. Alejandro VI excomulgó al príncipe de Varano y lo privó de sus derechos. Al tiempo, arrasaron Camerino y asesinaron al padre y tres hermanos de Camila. Solo uno de ellos se libró de la muerte. La santa, en medio de su dolor, elevó sus súplicas por ellos al cielo y perdonó al asesino. El lema de su vida era: “‘Hacer el bien y sufrir el mal’, y sufrirlo no solos, sino con Jesús en la cruz”. Al año siguiente vio con preocupación que la masacre de Camerino podía reproducirse en el convento. Y huyendo del asedio de los Borgia, que ponía en peligro la vida de sus hermanas, partió a Fermo. No se diluyó el alto riesgo y como los señores de Fermo podían sufrir represalias por haberle dado cobijo, se dirigió a Atri, Nápoles, teniendo a su lado a Isabel Piccolomini Todeschini, que estaba casada con Mateo de Aguaviva de Aragón.

La muerte del papa Borgia le permitió regresar a Camerino. Después, coincidió que su hermano Juan, el único que había sobrevivido al asalto, fue nombrado jefe de estado de la ciudad por el papa Julio II. Este pontífice en 1505 encomendó a Camila la fundación de un nuevo monasterio en Fermo. Luego ella abrió otro en San Severino Marche ocupándose también de formar a las monjas. De ambos fue reelegida abadesa en diversas ocasiones. Su vida se apagó el 31 de mayo de 1524 a consecuencia de la peste que se desató en Camerino. Tenía 66 años, 43 de los cuales habían discurrido en la intimidad del claustro. Gregorio XVI la beatificó el 7 de abril de 1843. Benedicto XVI la canonizó el 17 de octubre de 2010.

La entrada Santa Bautista (Camila) de Varano, 31 de mayo se publicó primero en ZENIT - Espanol.

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Tokio (Agencia Fides) - "El aislamiento no es una situación nueva para los cristianos japoneses, era así también en tiempo de las persecuciones: tampoco entonces podían reunirse en las iglesias, pero seguían teniendo fe dentro de las familias. Hoy, ante la amenaza del coronavirus y la imposibilidad de celebrar la Eucaristía desde el punto de vista litúrgico, los cristianos, una vez más, muestran que la fe puede vivirse igualmente de manera profunda". Así lo dice a la Agencia Fides el padre Andrea Lembo, Superior regional del Pontificio Instituto de las Misiones Extranjeras (PIME) en Japón y párroco en el barrio de Fuchu, en la gran área metropolitana de Tokyo, hablando de cómo el pequeño rebaño en el país del Sol Poniente está viviendo este tiempo de pandemia. “Por mi parte, como párroco - dice el padre Andrea -, todos los sábados por la tarde envío un mensaje vocal, que luego se manda a través de las redes sociales de la parroquia, sobre el Evangelio dominical y recibo muchas llamadas, muchos mensajes y muchos correos electrónicos de agradecimiento. Esto es una bendición en un momento tan difícil".
¿Cuál es la situación de los contagios en Japón? En todo el país, desde que comenzó la epidemia, se han confirmado 16,000 casos (de un total de 126 millones de habitantes) y 784 muertes con el primer paciente registrado el 16 de enero. También parece que la propagación del virus se está deteniendo: en las últimas dos semanas, en la capital japonesa, según una nota publicada por el Ministerio de Salud, solo se han registrado 40 nuevos casos de Covid-19. Aunque las medidas de precaución de emergencia han terminado en 42 prefecturas, el gobierno ha extendido el bloqueo en todo el país hasta el 31 de mayo.
La Iglesia japonesa siempre ha estado en primera línea al abordar los problemas sociales que afligen a la población: "Aunque, por un lado, la violencia familiar, la pérdida de empleo y el alcoholismo - dice el misionero – se han manifestado con un mayor drama durante este período de emergencia sanitaria, por otro lado el compromiso y la solidaridad no han fallado. En la parroquia de la Sagrada Familia de Fuchu – informa -, brindamos un servicio de asistencia a los pobres: en los últimos meses, gracias a la ayuda y el apoyo de muchos feligreses, hemos trabajado para garantizar que las familias en dificultades financieras reciban una comida caliente directamente en sus casas".
El Presidente de la Conferencia episcopal de Japón, el Arzobispo de Nagasaki, mons. Joseph Sanmei Takami, ante la realidad del coronavirus, en un documento publicado en las últimas semanas, ha subrayado que “la situación actual puede convertirse en una oportunidad para mirar en profundidad la propia vida espiritual”. “Intentemos volver a leer los Evangelios juntos en familia y redescubrir la palabra de Dios para que este momento de distancia y privación pueda convertirse en un momento en el que redescubrir las raíces cristianas".
(ES) (Agencia Fides 30/5/2020)


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Kabul (Agencia Fides) - “En Afganistán todavía estamos en pleno cierre. La embajada italiana en Kabul continúa cerrada y, en consecuencia, el acceso a la iglesia que tiene su sede en la sede diplomática sigue bloqueado. Hay que decir que la mayoría de los fieles abandonaron Afganistán al comienzo de la epidemia. Las hermanas siguen siendo quienes, aunque no pueden asistir a misa, pueden contar con la presencia eucarística en sus comunidades". Así lo explica a la Agencia Fides el p. Giovanni Scalese, sacerdote barnabita, responsable de la Missio sui iuris en Afganistán.
En el país asiático, hasta hace unas semanas, las infecciones de Covid-19 se habían extendido muy lentamente, pero la pandemia se está consolidando gradualmente: hay más de trece mil casos y más de 200 muertos, en un territorio caracterizado por una situación política inestable y un sistema de salud deficiente. El distanciamiento social, por lo tanto, sigue siendo una medida esencial.
La capilla de la embajada italiana en Kabul, la única iglesia católica en territorio afgano, había suspendido las celebraciones el 23 de marzo pasado, hasta una fecha por determinar. Las escuelas también están cerradas, como la que llevan las hermanas de la Asociación Pro Niños de Kabul. A este respecto, el padre Matteo Sanavio, sacerdote de la Congregación de Padres Rogacionistas y representante de la Asociación, explica a Fides: "Debido a la pandemia, la escuela de Kabul no ha vuelto a abrir sus puertas después de las vacaciones de invierno. Una de las religiosas, la hermana Shehnaz, antes del cierre pudo regresar a su tierra natal, Pakistán, para curarse porque sufría de una neumonía grave. Ahora por fin se ha recuperado y está esperando que los aeropuertos vuelvan a abrir para regresar a Afganistán. Las otras dos se quedaron en su casa en Kabul y han tratado de realizar obras de caridad en la medida de sus posibilidades, ayudando a muchas familias pobres. De todos modos, hemos recibido una buena ayuda para la obra y esperamos que la escuela vuelva a abrir pronto". El instituto, que brinda educación a unos cuarenta niños con síndrome de Down, es el resultado del trabajo de una realidad inter-congregacional (es decir, que acoge a religiosos de diferentes órdenes) nacida por iniciativa del sacerdote guanelliano p. Giancarlo Pravettoni para responder a la solicitud de Juan Pablo II: de hecho, en el discurso de Navidad de 2001, el Papa lanzó un llamamiento al mundo para salvar a los niños de Kabul.
En Afganistán, donde el islam es reconocido como una religión estatal, la presencia católica fue admitida a principios del siglo XX como simple asistencia espiritual dentro de la Embajada de Italia en Kabul, con el primer sacerdote Barnabita. En 2002, la "Missio sui iuris" fue creada por Juan Pablo II. Hoy, la misión católica sigue teniendo una base en la estructura diplomática y está encomendada al padre barnabita Giovanni Scalese. Las Hermanas Misioneras de la Caridad también trabajan en la capital afgana.
(LF) (Agencia Fides 29/5/2020)


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Nairobi (Agencia Fides) – “La pandemia de COVID 19 ha afectado negativamente la vida social, económica y religiosa, debido al cierre de los movimientos dentro y fuera de Nairobi, Mombasa y los condados de Kwale y Kilifi, y el toque de queda desde el amanecer hasta el atardecer que se impuso el 27 de marzo como medidas de contención para frenar la propagación del coronavirus en Kenia", explica a la Agencia Fides el p. Bonaventure Luchidio, Director Nacional de las Obras Misionales Pontificias (OMP) en Kenia.
“Esta situación ha puesto a la mayoría de los keniatas que viven y trabajan en sectores informales como jornaleros, en riesgo de hambre y desnutrición. Esto se debe a que el 48% de la población de Kenia vive de sus ganancias diarias trabajando como jornaleros en el sector informal. Quienes tienen un empleo fijo han tenido que soportar la reducción de sus salarios de hasta el 50%, mientras que a otros se les ha dado un permiso indefinido no remunerado. Estas circunstancias tienen como resultado dos problemas principales: hambre y estrés en las familias” dice el p. Luchidio.
“La Iglesia - dice el Director Nacional de las OMP -, también se ve afectada por la situación porque depende completamente de las ofertas dominicales para llevar a cabo sus actividades y mantener a los sacerdotes. Quienes viven en áreas rurales llevan el mayor peso porque, además de la falta de bienes básicos, la comunidad en esas áreas busca a los sacerdotes y religiosos para obtener apoyo espiritual y sustento material. Los sacerdotes deben interactuar creativamente con los feligreses compartiendo lo poco que reciben de las personas de buena voluntad”.
Por lo tanto, el Fondo Especial de Emergencia de las OMP es una iniciativa más que bienvenida en Kenia. El padre Luchidio dice que "el Fondo sirve principalmente para apoyar a las diócesis y a los sacerdotes y religiosos que están encerrados en sus hogares y que pasan hambre, dándoles la oportunidad de contactar a los fieles en dificultades en sus parroquias para compartir la comida".
“En segundo lugar, el Fondo ayuda a las diócesis a pagar al personal que ha sido enviado a casa con licencia no remunerada porque las diócesis no pueden mantener sus salarios todos los meses. Se ha vuelto difícil para los obispos administrar sus secretarías debido a la insuficiencia de fondos para pagar al personal", dice el p. Luchidio.
“En tercer lugar, los fondos ayudarán a que las iglesias cumplan con los protocolos del gobierno para que cuando se anuncie su reapertura puedan realizar las celebraciones de acuerdo con las pautas del Ministerio de Salud".
El p. Luchidio además explica que "la Conferencia Episcopal ha lanzado un programa de colecta llamado “adopta un programa familiar" en el que una familia mantiene a otra familia que necesita comida. Tras el llamamiento de los obispos, las personas de buena voluntad se han organizado.
Nos conmueven las diferentes formas de cohesión social y solidaridad; la gente ha abierto sus hogares para acomodar a vecinos necesitados que no han podido pagar el alquiler, otros han recolectado raciones de comida para familias hambrientas. Algunos incluso se han esforzado por apoyar a los sacerdotes en áreas remotas para poder llegar a las familias necesitadas". "Estos actos de caridad y solidaridad han tocado los corazones de tantas personas y les han hecho comprender que el Evangelio se actualiza a través de la caridad", subraya el p. Luchidio
"Esta experiencia nos ha enseñado que es posible alimentar a 5000 personas con 5 panes y dos peces", concluye el Director Nacional de las OMP en Kenia.
(L.M.) (Agencia Fides 29/5/2020)


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Reflexión de los Evangelios diarios

Invocamos al Espíritu Santo

“Aquí estoy de brazos y corazón abierto, oh Espíritu Santo ven y llena mi vida de alegría y paz. Dame la sabiduría para poder entender la Palabra de Dios que Tú inspiraste, y valor para cumplirla. Amén”.

Evangelio según San Juan 21, 15-19

Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer, dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.

Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”.

Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.

Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.

Palabra del Señor

¿Qué dice el texto?

“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”.

“Apacienta mis ovejas”.

“Sígueme”.

¿Qué nos dice a cada uno de nosotros Dios a través de este texto?

Hemos pasado este tiempo pascual meditando desde el Evangelio sobre nuestras actitudes de esperanza cristiana y cómo podemos ser discípulos y misioneros de la misericordia del Señor, aún en los tiempos difíciles que hemos pasado en nuestros hogares, cuidándonos la salud. Y seguramente entendimos que la salud tiene un proceso tanto del alma como del cuerpo. Hoy estamos en la última semana del tiempo de Pascua, donde nos hemos referido a Jesús resucitado, acompañados por el Evangelio de Juan en su narración sobre la última cena. Hoy el Evangelio pasa a un hecho muy conocido que se da después de la Resurrección.

Todos sabemos muy bien que Jesús Resucitado le preguntó tres veces a Pedro si lo amaba (muchos estudiosos dicen que es para rectificar las tres veces que Pedro lo negó). Sabemos que Pedro se entristeció por la insistencia de Jesús. Y aquí hay un hecho que para muchos pasa desapercibido. Pedro estaba pescando pues era pescador y Jesús ahora le cambia su profesión y le dice: “apacienta mis ovejas”, es decir, le cambió de pescador a pastor. Claro que las ovejas no son los animalitos, sino la actitud pastoral que debe tener Pedro de cuidar de los seguidores de Jesús, que somos nosotros, sus ovejas.

Pero tal vez pocos reparan en la palabra final del Evangelio donde Jesús le dice a Pedro: “Sígueme”.

Es aquí donde deberíamos plantearnos nosotros mismos, ya que el Evangelio es buena noticia también para nosotros, si Jesús no nos pregunta acaso: “¿me amas?”. Por favor, no vayas tan rápido para decir que sí, como dijo Pedro. Porque cada vez que Jesús te pregunta a ti personalmente y a nosotros en forma comunitaria si lo amamos, inmediatamente vendrá la respuesta de: “Apacienta mis ovejas”.

Seguramente, si tú estás leyendo esta reflexión, dirás: “Señor yo te amo y lo sabes”. Pero… y ¿cuál sería tu respuesta cuando Jesús te diga: “apacienta mis ovejas”? Ésta es la clave de todo el Evangelio, Creer en Jesús y Amar a Jesús no son cosas internas, de pensamiento y voluntad. Todo esto se debe conducir a un amor expresado en ese “apacentar las ovejas”, “dar testimonio”, hoy en día tantas personas están esperando de cada uno de nosotros un signo externo, desde la sonrisa, la simpatía, la amabilidad, la disposición a servir, el estar verdaderamente disponibles a las necesidades de otros. Y todo eso para responder a la demanda de Jesús de seguirlo.

Te invito a que hoy con mucho fervor repitas varias veces esta frase:

“¡Te seguiré Señor, aunque cruce por oscuras quebradas, ningún mal temeré, porque Tú vienes conmigo!”.

Te invito a conocer más de nuestro trabajo diario sobre la Lectura Orante de la Biblia

 

 

 

 

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4:02:00 a.m.

(zenit – 29 mayo 2020).- Los obispos de Venezuela, “escuchando a su pueblo”, llaman “a un acuerdo nacional inclusivo de largo alcance” que salve a Venezuela de la “gravísima crisis” en la que se encuentra sumergida y a “iniciar procesos para rescatar y recuperar el país social, política y económicamente”.

Es la propuesta que expresan en el comunicado difundido el jueves, 28 de mayo de 2020, en el que apuntan a la “búsqueda de una salida” como el mejor aporte que pueden hacer los ciudadanos del país.

Una búsqueda que “necesariamente pasa por la inclusión de todos, el diseño de un nuevo modelo de país y la conformación de instituciones públicas, con valores democráticos, que sirvan al pueblo y procuren el desarrollo humano integral y social”, redactaron los prelados.

“Estamos viviendo momentos muy problemáticos en nuestro país” advierten los obispos de Venezuela. Por una parte, “la grave situación de la pandemia de COVID-19 que se extiende masivamente en el país”, pero, por otra parte, “los estragos de los graves problemas económicos, políticos y sociales que se intensifican cada día más”.

Cifras dudosas

Los arzobispos y obispos venezolanos califican “como moralmente intolerable” esta “dramática situación de dolor, violencia, y sufrimiento” que padece la inmensa mayoría de los venezolanos, agravada por la pandemia, que “no ha hecho sino poner en evidencia las múltiples carencias que sufre el pueblo y la incapacidad de dar respuestas adecuadas a ellas, más allá de soluciones parciales, necesarias, pero insuficientes, pues los males hay que arrancarlos de raíz”.

Según las cifras oficiales, el país cuenta con unos 1.200 contagios por coronavirus y una decena de fallecidos, aunque son cifras bajas, teniendo con un sistema de salud no preparado para la llegada de la pandemia y ya colapsado, tal y como indicaron ayer desde la ONG Human Rights Watch y la Universidad Johns Hopkins.

La ONG pide que Estados Unidos, la Unión Europea y los países miembros del Grupo de Lima presionen a las autoridades venezolanas para que “permitan el ingreso en Venezuela de una respuesta humanitaria a gran escala liderada por la ONU”.

144,2 millones de la Unión Europea

Si bien es cierto que las medidas de cuarentena social y aislamiento “lograron frenar por un tiempo la cadena de contagio de la enfermedad”, comentan los obispos, en la última semana, ha aumentado “alarmantemente” el número de contagiados. Algunos de ellos, observan, “son venezolanos migrantes que, ante la crisis global, están regresando al país. Se imponen, además del aislamiento al que son sometidos especialmente en las zonas fronterizas, programas de ayuda para su debida atención y una digna reincorporación social”.

En este contexto, el alto representante para Asuntos Exteriores de la Unión Europea (UE), Josep Borrell anunció a principios de semana una contribución de 144,2 millones de euros para Venezuela, por parte de los países comunitarios.

País a la deriva

La merma de la capacidad de producción y distribución de bienes se ve agravada porque en esta crisis muchas empresas y comercios que ya se venían debilitando antes de la pandemia, no logran pagar a sus trabajadores, explican.

“Económicamente vemos al país a la deriva, sin planes económicos ante la posibilidad del cierre de empresas y que muchos trabajadores queden sin empleo”; igualmente ocurre con los trabajadores de la economía informal que son la mayoría de ellos. Aseguran que “sin el sustento diario, habrá más hambre y sufrimiento en las familias”, y alertan de que el país “está cerca de una quiebra económica de grandes proporciones”.

Sin violencias y en paz

Es urgente “superar la actual exclusión política, social, económica y hasta espiritual”, interpretan los obispos de Venezuela, “con la conciencia y voluntad inequívocas de un cambio fundamental acordado con el máximo de legalidad y legitimidad, sin violencias y en paz”.

“Para ello, –precisan– urge lograr la reconciliación y el perdón, construyendo caminos de justicia y vida. Necesitamos un nuevo clima espiritual y liderazgos renovados que, superando la corrupción y el fraccionalismo, sean capaces de inspirar y movilizar los ánimos y el trabajo creativo de todos”.

Agradeciendo su labor a los agentes sanitarios, los pastores católicos indican que “es urgente, que, para el tratamiento de la enfermedad, las autoridades tomen más en cuenta las opiniones de los médicos, académicos e investigadores, así como garantizar la libertad de los comunicadores en su deber de informar a la población”.

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3:02:00 a.m.

(zenit – 29 mayo 2020).- Tras el éxito del curso “Descubre cómo Dios habla a través de tu cuerpo”, impartido por Christopher West en Madrid el verano pasado gracias al programa “Aprendamos a Amar”, del Instituto Desarrollo y Persona de la Universidad Francisco de Vitoria, este año estaba previsto que el curso de “Teología del Cuerpo” se celebrará manera presencial en Madrid en julio, pero debido a la pandemia, se ha aplazado a julio de 2021.

El seminario de “Teología del Cuerpo” (TOB1) es el primero de los ocho cursos que componen la certificación en Teología del Cuerpo ofrecida por el Theology of the Body Institute, sustentado por la Universidad de Creighton (Estados Unidos), en España organizado por el Instituto Desarrollo y Persona de la Universidad Francisco de Vitoria, con la colaboración de Regnum Christi.

No obstante, el instituto español, en colaboración con el Theology of the Body Institute, ofrece un encuentro gratuito y en directo con Christopher West, como adelanto al curso TOB1 2021: Será el próximo 9 de julio de 2020, a las 15 horas (hora de España).

Encuentro de formación online

Además, varios profesores del Instituto Desarrollo y Persona van a formar parte del próximo encuentro de formación en Teología del Cuerpo en español, donde se podrá acceder gratuitamente a diferentes formaciones online sobre este tema tan importante para el cristiano, muy estudiado por san Juan Pablo II. La fecha será del 12 al 14 de junio.

Ya está disponible la inscripción para seguir “primer evento online en español” sobre Teología del Cuerpo, señalan los organizadores, promovido por el Theology of The Body Institute y apoyado en España por el Instituto Desarrollo y Persona.

Christopher West

Christopher West es un norteamericano de 50 años, casado y padre de 5 hijos, que a finales de los años 80 descubrió las catequesis de Juan Pablo II sobre Teología del Cuerpo y vio la necesidad que tiene el mundo de esta doctrina del papa santo.

Desde entonces se ha dedicado a estudiar el mensaje de la Teología del Cuerpo y trasmitirlo a otros. De hecho, creó en Filadelfia el Theology of the Body Institute (Instituto de Teología del Cuerpo), en el que se imparten estudios para formadores y catequistas en esta materia.

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3:02:00 a.m.

“Esta lumbrera del episcopado, fundador de la Congregación de Oblatos de San José, y obispo de Acqui, debía a la Virgen su vocación. Fue un gran pastor, director espiritual, y mostró  sensibilidad con las necesidades del clero”

La Iglesia celebra hoy, junto a Fernando III, a Juana de Arco y otros santos y beatos, a José Marello. Nació en Turín, Italia, el 26 de diciembre de 1844. A los 8 años su padre Vincenzo lo llevó a San Martino Alfieri junto a su hermano, donde fueron criados por sus abuelos que se hicieron cargo de ellos tras la muerte de su madre. José comenzó su formación bajo la tutela del maestro Silvestro Ponzo y del párroco Giovanni Battista Torchio. El buen sacerdote hizo una espléndida labor con el muchacho, aunque era extraordinariamente receptivo. Tan aplicado en el estudio que en el estío de 1856, para recompensar su esfuerzo y las excelentes calificaciones que obtuvo, su padre le premió con una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de la Misericordia, en Savona. Cosas de la Providencia. Vincenzo podía haber elegido otro lugar para gratificar la dedicación de su hijo, pero tenía que ser precisamente el santuario. Y es que María esperaba al futuro santo con sus maternales brazos abiertos, y allí mismo le señaló la senda sacerdotal con un apremiante: “¡Hazte sacerdote, entra al seminario!”.

José acogió esta petición sin dudarlo. En el mes de octubre de ese año 1856, lo más pronto que pudo, ingresó en el seminario de Asti, preparándose concienzudamente para ser un buen sacerdote. Su progenitor hubiese preferido que se dedicara a los negocios familiares. Y, en principio, la historia se convirtió en aliada suya. José solo pudo permanecer en el seminario tres años que fueron suficientes para mostrar su tesón, inteligencia, y otras muchas virtudes que se abrían paso sin quedar ahogadas en su fuerte carácter. Pero la segunda guerra de independencia del reino de Cerdeña en pugna con Austria, que se inició en 1859, introdujo un paréntesis en su vida, ya que el seminario de Asti fue tomado para destinarlo a los militares.

Primeramente estuvo acogido en el domicilio de una familia local, hasta que en el verano de 1862, una vez culminados los estudios filosóficos en la curia diocesana, regresó a Turín. Vincenzo no ocultó su gozo ante esta nueva opción para la vida de su hijo que comenzó a especializarse en temas comerciales con el fin de llevar la rienda de las posesiones, como él deseaba. Sin embargo, se presentó un inesperado escollo; otro gesto de la Providencia para salirse con la suya. En 1863 José contrajo el tifus y su salud se agravó peligrosamente. Ante tal impedimento fue rotundo: “Papá yo hubiera querido continuar con los estudios para hacerme sacerdote. Tú no has querido y yo te he obedecido. Pero la Virgen viendo los peligros en los que me encuentro, ha escuchado mi oración y está por liberarme. Si tú consientes que yo siga mi camino, me curaré rápidamente, de otro modo, la Virgen me llamará a sí”.

Al año siguiente, recuperado de la enfermedad y la crisis que había sufrido por mediación de la Virgen de la Consolación, reingresó en el seminario de Asti. Fue ordenado en septiembre de 1868. Monseñor Carlo Savio que había reparado en sus cualidades lo escogió como secretario; fue un juicio acertadísimo. José puso todo su empeño en la formación moral y religiosa de la juventud, dedicaba largas horas a las confesiones y a la dirección espiritual en Michelerio, organizó cursos para los jóvenes obreros, y compaginaba su labor volcado también en las necesidades del clero. Fue canónigo de la catedral y se ocupó de una casa de reposo que no tenía medios para atender a los desvalidos; además, asistía a los ancianos. Todo ello le permitió conocer desde dentro los entresijos de la labor pastoral, pero en el fondo de su corazón se sentía llamado a la vida contemplativa. Trabajador infatigable, advertía: “El ruido no hace bien, y el bien no hace ruido”. Monseñor Savio le aseguró que Dios tenía para él otra misión. En 1869 acompañó al prelado al Concilio Vaticano I. Entre otros cardenales conoció al futuro papa León XIII. En 1873 murió Vincenzo. Dos años más tarde, hallándose en Roma, José mantuvo una audiencia privada con Pío IX.

El 14 de marzo de 1878, en la sede del Instituto Michelerio donde se propuso crear la Compañía de San José, fundó la Congregación de Oblatos de San José. Les dio como modelo al Santo Patriarca encomendándoles de forma particular que difundieran su culto, que formasen a la juventud y que estuviesen al servicio de las iglesias locales, parroquias, orfanatos, escuelas… “Cartujos en casa y apóstoles fuera de cas”»; “Sed extraordinarios en las cosas ordinarias”, aconsejaba. En 1884 trasladó a los primeros Oblatos al hospicio de Santa Clara, que se convirtió en la casa madre de la congregación.

El 23 de noviembre de 1888 fue designado obispo de Acqui; León XIII no había olvidado al joven virtuoso que conoció en el palacio del Quirinale. Desde el mes de junio de 1889 hasta su muerte en 1895, José ejerció su fecundo ministerio pastoral. Seguía persiguiendo la santidad como la deseaba para todos: “La unión con Dios debe ser ya desde aquí en la tierra nuestro único trabajo como noviciado de aquella unión perfecta que se consumará en el cielo. Todo lo demás debe ir ordenado a esta sola”. Su consigna era: “Todos cuiden los intereses de Jesús”. Sus visitas pastorales le permitieron conocer directamente las parroquias a las que accedió con los medios de la época, algunos precarios: tren, carro y caballo. En todas ellas fue ganándose el afecto de los fieles.

El 30 de mayo de 1895 el superior de los padres escolapios le invitó a participar en Savona en la celebración del tercer centenario de la muerte de Felipe Neri. Siempre había tenido una frágil salud, y en ese instante no se hallaba precisamente en buen estado, pero dijo: “se celebra la fiesta de san Felipe Neri y si Dios quiere se muere”. Así fue. Ese día al terminar de celebrar la Eucaristía en la iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia de Savona, en plena visita pastoral entregó su alma a Dios. León XIII lo denominó “lumbrera del episcopado”. Pablo VI lo beatificó el 12 de junio de 1978. Juan Pablo II lo canonizó el 25 de noviembre de 2001.

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