(ZENIT – 30 nov. 2018).- Durante este mes de diciembre de 2018, los católicos son invitados por el Papa Francisco a orar “para que las personas que están comprometidas al servicio de la inteligencia de la fe encuentren un lenguaje para hoy, en el diálogo con las culturas”.
En su editorial, el padre Daniel Regent, director nacional francés de la Red Mundial de Oración, indica: “Encuentren un lenguaje para hoy en el diálogo. El Papa orienta nuestra oración para que pidamos esto para aquellos que están al servicio de la inteligencia de la fe.
Oramos por la Iglesia, Mater et magistra (Madre y maestra) dice la encíclica de Juan XXIII; oramos por los teólogos, por los que estudian las Sagradas Escrituras, por los catequistas y por los encargados de proclamar la Palabra. Reciben esta hermosa misión de la Iglesia. Pero también oramos por cada uno de nosotros para que la inteligencia de la fe no esté separada de la fe. Al encontrar palabras para decirlo, participamos en la construcción de la Iglesia”.
La fe en el diálogo con las culturas
“Oremos por las personas dedicadas al servicio de la transmisión de la fe encuentren un lenguaje adaptado al presente, en diálogo con la cultura”.” es la intención del Santo Padre.
La inteligencia es un tesoro, don del Creador. Sin corazón, se deja manipular por motivaciones secretas que generan conflictos apasionados. Por el contrario, el corazón sin inteligencia renuncia al deber de rendir cuentas de una manera abierta del movimiento que lo anima. ¡Él no tiene corazón! Sólo la unión de los dos da fruto.
Lo que sin duda es válido para toda la ciencia es de manera eminente cuando se trata de la fe. Creer es dejarse tocar y guiar por el Corazón de Jesús. Él pone al hombre en pie y lo lleva al final de sí mismo en inteligencia y caridad hacia los demás como lo hizo Jesús en su tiempo y lo hace con cada uno de nosotros. Animada por el corazón, la inteligencia es respetuosa, relevante, simple, inventiva, paciente.
El que cree está ansioso por encontrarse con el otro, ansioso por ser apagado por él. “Dame de beber”, pide Jesús a la mujer samaritana (Jn 4,7). Esta inteligencia es nueva. Ante Jesús, que curó a un hombre que poseía un espíritu inmundo, la gente de la Sinagoga queda pasmada y dice: “¿Qué es esto? Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! (Marcos 1:27). Y San Marcos dice: “Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mc 1, 22).
La enseñanza de Jesús no es un comentario indefinido sobre la ley dirigida al ignorante, al pecador o al incrédulo, para que al final puedan entrar en las filas. Jesús tiene sed de encontrarse con lo mejor de todo, listo para maravillarse con la obra de Dios. Su actitud misericordiosa da lugar a respuestas libres. Él es un buscador de Dios en el hombre y no un donante de lecciones. Su enseñanza está, ante todo, en su actitud, en su forma de entrar en una relación.
Este es su lenguaje: Él es el Verbo de Dios hecho carne. Se enoja cuando los escribas o fariseos se oponen de prácticas a respetar pretendiendo que se trata de la ley, es decir, lo que Dios quiere. Están en un error, incluso en la mentira. La Ley del Señor comienza con estas palabras: “Yo soy el Señor que te ha liberado de Egipto” (Ex 20, 2). Jesús no vino a imponer, sino a continuar la obra de liberación de su Padre. Así, nos revela, en el corazón de la Ley, una mayor exigencia: ir hasta el fin del amor.
Encontrar un lenguaje para un verdadero diálogo es también encontrar una manera cordial de ir al encuentro de aquellos que están animados por otra cultura, sensibilidad o religión.
En esta época de grandes cambios y trastornos, en un momento en que la tentación del extremismo y la intolerancia están nuevamente presentes, la petición del Papa es valiente y preciosa para que podamos ser verdaderos discípulos de Cristo.
P. Daniel Régent jesuita, director nacional
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