Comentario a la liturgia: solemnidad de todos los santos
Ciclo B
Textos: Ap 7, 2-4.9-14; 1Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12a
Idea principal: Todos estamos llamados a ser santos por ser bautizados.
Síntesis del mensaje: Hoy celebramos a toda esa multitud innumerable de personas, hermanos nuestros, que ya gozan de Dios y siguen en comunión con nosotros desde el cielo. Es una fiesta que nos llena de alegría y optimismo: si ellos pudieron ser santos, ¿por qué nosotros no? ¿Cuál fue el secreto de su santidad?
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la fiesta de Todos los Santos nos invita a celebrar, en principio, dos hechos. El primero es que, verdaderamente, la fuerza del Espíritu de Jesús actúa en todas partes, es una semilla capaz de arraigar en todas partes, que no necesita especiales condiciones de raza, o de cultura, o de clase social. Por eso esta fiesta es una fiesta gozosa, fundamentalmente gozosa: el Espíritu de Jesús ha dado, y da, y dará fruto, y lo dará en todas partes. El segundo hecho que celebramos es que todos esos hombres y mujeres de todo tiempo y lugar tienen algo en común, algo que les une. Todos ellos «han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero», mediante el bautismo (1ª lectura). Todos ellos han sido pobres, hambrientos y sedientos de justicia, limpios de corazón, trabajadores de la paz (evangelio). Y eso les une. Porque hoy no celebramos una fiesta superficial, hoy no celebramos que «en el fondo, todo el mundo es bueno y todo terminará bien», sino que celebramos la victoria dolorosamente alcanzada por tantos hombres y mujeres en el seguimiento del Evangelio (conociéndolo explícitamente o sin conocerlo). Porque hay algo que une al santo desconocido de las selvas amazónicas con el mártir de las persecuciones de Nerón y con cualquier otro santo de cualquier otro lugar: los une la búsqueda y la lucha por una vida más fiel, más entregada, más dedicada al servicio de los hermanos y del mundo nuevo que quiere Dios.
En segundo lugar, celebramos, por tanto, esos dos hechos: que con Dios viven ya hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, y que esos hombres y mujeres han luchado esforzadamente en el camino del amor, que es el camino de Dios. Pero ahí podemos añadir también un tercer aspecto: San Agustín, en la homilía que la Liturgia de las Horas ofrece para el día de San Lorenzo, lo explica así: «Los santos mártires han imitado a Cristo hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza de su pasión. Lo han imitado los mártires, pero no sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos». San Agustín se dirigía a unos cristianos que creían que quizá sólo los mártires, los que en las persecuciones habían derramado la sangre por la fe, compartirían la gloria de Cristo. Y a veces pensamos también nosotros lo mismo: que la santidad es una heroicidad propia sólo de algunos. Y no es así. La santidad, el seguimiento fiel y esforzado de Jesucristo, es también para nosotros: para todos nosotros y para cada uno de nosotros. Es algo exigente, sin duda; es algo para gente entregada, que tome las cosas en serio, no para gente superficial y que se limita a ir tirando. Pero somos nosotros, cada uno de nosotros, los llamados a esa santidad, a ese seguimiento. Como decía San Agustín en la homilía antes citada: «Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación» (…). «Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio». Y hoy, en la fiesta de Todos los Santos, se nos invita a celebrar que también nosotros podemos entender y descubrir nuestra manera de seguir a Cristo.
Finalmente, por tanto, la fiesta de hoy es una llamada a la santidad para todos nosotros. Ser santos no es hacer necesariamente milagros, ni dejar obras sorprendentes para la historia. Es difícil definir lo que es la santidad, pero todos esos santos que hoy celebramos nos demuestran que seguir a Cristo es posible, y que eso es la santidad. Tuvieron defectos. No eran perfectos. Cometieron pecados. Fueron «normales». Pero creyeron en el Evangelio y lo cumplieron. Algunos han dejado huella profunda. Otros han pasado desapercibidos. A todos les honramos hoy. Y aceptamos su invitación a seguir su camino. Aquí también recomendaría leer la «Lumen Gentium» del concilio Vaticano II, en sus números 39-41, que hace un llamamiento a la santidad a los cristianos de todos los estados: jerarquía, laicos, religiosos.
Para reflexionar: ¿Realmente estoy convencido de que no sólo puedo ser santo, sino que debo ser santo, por ser bautizado? ¿Pido la intercesión de mis hermanos santos que ya gozan de la amistad eterna con Dios en el cielo, o ni me acuerdo de ellos? ¿Cuáles son los santos de mi devoción y por qué?
Para rezar: Señor, Dios mío, ayúdame a ser santo. Santo sin premio, santo para no ofenderte, santo para servir mejor a los demás. Señor, en el día de hoy, que recordamos y celebramos la memoria de todos los Santos, ayúdame a acercarme más a Ti. A ellos les ruego que pidan al Espíritu, me conceda los dones necesarios para ser mejor. No porque yo merezca algo, sino para que mi alabanza llegue a Ti, más plena. Señor, perdóname, Por mis faltas y pecados, por todo lo que podía haber hecho y no hice, por todo lo que podía haber servido y no serví, por todo lo que he desaprovechado. Dame tu bendición para que el resto de mi vida, sea fiel y caritativo, luz tuya y servidor de todos, según Tú me pidas en cada momento. Gracias, Señor, por Tu Misericordia conmigo. Amén.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org