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(zenit – 29 junio 2020).- Después de celebrar la Misa en la Basílica Vaticana en la solemnidad de san Pedro y san Pablo, el Papa ha rezado el Ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico, algo que ha considerado “un regalo”, al estar cerca del lugar donde Pedro murió como mártir y está enterrado.

El Santo Padre ha felicitado a los romanos la fiesta de los santos patronos de la ciudad y les ha animado a mirar a san Pedro, quien “no se convirtió en un héroe porque fue liberado de la prisión, sino porque dio su vida allí”. Así, “su don ha transformado un lugar de ejecución en el hermoso lugar de esperanza en el que nos encontramos”.

Francisco ha recordado que lo más importante en la vida “es hacer de la vida un don” y ha expresado esto “es válido para todos”: para los padres con sus hijos y para los hijos con sus padres ancianos para los casados y para los consagrados; es válido para todos, en casa y en el trabajo, y para todos los que nos rodean.

En este contexto, el Papa ha hecho paréntesis para advertir su preocupación por “tantos ancianos que han sido dejados solos, alejados de la familia”, como “materiales descartados”, ha dicho. “Esto es un drama de nuestros tiempos, la soledad de los ancianos”.

Hoy, ante los Apóstoles, el Obispo de Roma, ha invitado a preguntarnos: “Y yo, ¿cómo presento la vida? ¿Pienso sólo en las necesidades del momento o creo que mi verdadera necesidad es Jesús, que hace de mí un don? ¿Y cómo construyo mi vida, sobre mis capacidades o sobre el Dios vivo?”.

Siguen las palabras

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Palabras del Papa antes de la oración

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos a los santos patrones de Roma, los apóstoles Pedro y Pablo. Y es un regalo encontrarnos rezando aquí, cerca del lugar donde Pedro murió como mártir y está enterrado. Sin embargo, la liturgia de hoy recuerda un episodio completamente diferente: relata que varios años antes Pedro fue liberado de la muerte. Había sido arrestado, estaba encarcelado y la Iglesia, preocupada por su vida, rezaba incesantemente por él. Entonces un ángel bajó para liberarlo de la prisión (cf. Hechos 12, 1-11). Pero incluso años después, cuando Pedro estuvo prisionero en Roma, la Iglesia ciertamente habría rezado. Sin embargo, en aquella ocasión, no se le perdonó la vida. ¿Cómo es que fue liberado de la primera sentencia y luego no?

Porque hay un camino en la vida de Pedro que puede iluminar el camino de nuestra vida. El Señor le concedió grandes gracias y lo liberó del mal: también lo hace con nosotros. De hecho, a menudo acudimos a Él sólo en momentos de necesidad para pedir ayuda. Pero Dios ve más allá y nos invita a llegar más lejos, a buscar no sólo sus dones, sino a Él; a confiarle no sólo los problemas, sino a confiarle la vida. De esta manera, Él puede finalmente darnos la mayor gracia, la de dar la vida. Sí, lo más importante en la vida es hacer de la vida un don. Y esto es válido para todos: para los padres con sus hijos y para los hijos con sus padres ancianos –y me vienen a la mente tantos ancianos que han sido dejados solos, alejados de la familia, como, por ejemplo, me permito decir, materiales descartados. Esto es un drama de nuestros tiempos, la soledad de los ancianos–; para los casados y para los consagrados; es válido para todos, en casa y en el trabajo, y para todos los que nos rodean. Dios desea hacernos crecer en el don: sólo así podemos ser grandes. Nosotros crecemos si nos donamos a los demás. Miremos a San Pedro: no se convirtió en un héroe porque fue liberado de la prisión, sino porque dio su vida allí. Su don ha transformado un lugar de ejecución en el hermoso lugar de esperanza en el que nos encontramos.

A continuación, lo que hay que pedirle a Dios: no sólo la gracia del momento, sino la gracia de la vida. El Evangelio de hoy nos muestra precisamente el diálogo que cambió la vida de Pedro. Se encontró ante la siguiente pregunta de Jesús: “Quién dices que soy yo?”. Y respondió: “Tú eres el Hijo de Dios vivo”. Y Jesús contestó: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás” (Mateo 16, 16-17). Jesús dice bienaventurado, es decir, literalmente, feliz. Tomemos nota: Jesús dice Bienaventurado eres a Pedro, que le había dicho: Tú eres el Dios vivo. ¿Cuál es entonces el secreto de una vida dichosa, feliz? Reconocer a Jesús, pero a Jesús como Dios vivo. Porque no importa saber que Jesús fue grande en la historia, no importa apreciar lo que dijo o hizo: importa el lugar que le concedo en mi vida. En ese momento Simón escuchó a Jesús decir: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (v. 18). No le llamó “Piedra” porque fuera un hombre sólido y de confianza. No; porque cometerá muchos errores después, llegará incluso a negar al Maestro. Pero eligió construir su vida sobre Jesús; la Piedra, y no –como dice el texto– sobre “la carne ni la sangre”, es decir, sobre sí mismo, sobre sus capacidades; sino sobre Jesús (cfr. v. 17). Jesús es la roca en la que Simón se convirtió en piedra.

Hoy podemos decir lo mismo del apóstol Pablo, que se donó completamente al Evangelio considerando todo el resto como basura con tal de ganarse a Cristo.

Hoy, ante los Apóstoles, podemos preguntarnos: “Y yo, ¿cómo presento la vida? ¿Pienso sólo en las necesidades del momento o creo que mi verdadera necesidad es Jesús, que hace de mí un don? ¿Y cómo construyo mi vida, sobre mis capacidades o sobre el Dios vivo?”. Que la Virgen, que se confió completamente a Dios, nos ayude a situarlo en la base de cada día. Que Ella interceda por nosotros para que nosotros podamos con la gracia de Dios hacer de nuestra vida un don.

Angelus Domini

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7:24:00 a.m.

VATICANO, 29 Jun. 20 (ACI Prensa).-
El Papa Francisco invitó a buscar “no sólo los dones de Dios, sino a Él”, y confiarle “no sólo los problemas, sino la vida”.

Así lo indicó durante el rezo del Ángelus este domingo 26 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo. En su reflexión, el Pontífice recordó que Dios concedió a San Pedro “grandes gracias y lo liberó del mal”.

Del mismo modo, “también lo hace con nosotros. De hecho, a menudo acudimos a Él sólo en momentos de necesidad”. Sin embargo, Francisco insistió en que es importante acudir a Dios también para ofrecerse uno mismo: “Hay que pedirle a Dios no sólo la gracia del momento, sino la gracia de la vida”.

El Papa destacó que en el lugar donde se alza la plaza y basílica de San Pedro, fue martirizado el apóstol, primer Obispo de Roma: el lugar donde San Pedro dio su vida y convirtió ese hecho en un gesto de esperanza.

“Dios desea hacernos crecer en el don: sólo así podemos ser grandes. Nosotros crecemos si nos damos a los demás. Miremos a San Pedro: no se convirtió en un héroe porque fue liberado de la prisión, sino porque dio su vida allí. Su don ha transformado un lugar de ejecución en el hermoso lugar de esperanza en el que nos encontramos”.

El Papa destacó cómo Jesús enseña a Pedro y le explica cuál es el secreto para una vida feliz: “El Evangelio de hoy nos muestra precisamente el diálogo que cambió la vida de Pedro. Se encontró ante la siguiente pregunta de Jesús: ‘¿Quién dices que soy yo?’. Y respondió: ‘Tú eres el Hijo de Dios vivo’. Y Jesús contestó: ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás’”.

“Jesús dice bienaventurado, es decir, literalmente, feliz. Tomemos nota: Jesús dice Bienaventurado eres a Pedro, que le había dicho Tú eres el Dios vivo. ¿Cuál es entonces el secreto de una vida dichosa, feliz? Reconocer a Jesús, pero a Jesús como Dios vivo, no como una estatua”.

Por último, el Pontífice invitó a preguntarse: “Y yo, ¿cómo presento la vida? ¿Pienso sólo en las necesidades del momento o creo que mi verdadera necesidad es Jesús, que hace de mí un regalo? ¿Y cómo construyo mi vida, sobre mis capacidades o sobre el Dios vivo?”.

6:24:00 a.m.

VATICANO, 29 Jun. 20 (ACI Prensa).-
Como es tradición cada año en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo que se celebra el 29 de junio, el Papa Francisco bendijo los palios de los arzobispos metropolitanos que nombró durante el año pasado.

En esta ocasión, el Santo Padre bendijo los palios al comienzo de la solemne Celebración Eucarística que se presidió en la Basílica de San Pedro con la asistencia limitada de fieles debido a las medidas sanitarias vigentes para evitar contagios del Covid-19 y entregó uno en representación a los 54 arzobispos metropolitanos que no estaban presentes en la Basílica de San Pedro.

Esta Misa del Papa fue la primera concelebración eucarística en la que participaron también algunos cardenales residentes en Roma.

Al inicio de la Eucaristía, el Santo Padre se detuvo un momento delante a la estatua de San Pedro y después rezó ante la tumba del apóstol Pedro que se encuentra abajo del altar de la Cátedra.

El palio del arzobispo es la insignia exclusiva de los arzobispos residenciales o metropolitanos y recuerda la unidad con el Sucesor de Pedro. Es una banda de lana blanca en forma de collarín, adornada con seis cruces de seda negra. Es semejante a una estola y se utiliza a modo de escapulario. Es de tela blanca salpicada de cruces, que les envía el Papa como distintivo de su especial dignidad.

La lana significa la aspereza de la reprensión a los rebeldes; el color blanco, la benevolencia hacia los humildes y penitentes. Tiene cuatro cruces situadas delante y detrás, a la derecha y a la izquierda, que significa que el obispo debe poseer vida, ciencia, doctrina y poder. Se relaciona también con las cuatro virtudes cardinales, teñidas de púrpura por la fe en la Pasión del Cristo.

Saludo del decano del Colegio Cardenalicio

Antes de que el Papa bendijera los palios y entregara uno de ellos en representación de los arzobispos metropolitanos, el decano del Colegio Cardenalicio, cardenal Giovanni Battista Re, dirigió un breve mensaje a los presentes en el que destacó la labor pastoral del Pontífice durante este periodo de la pandemia.

El cardenal Re recordó el “interés extraordinario que ha suscitado” durante este periodo las palabras del Santo Padre en la audiencia general, Ángelus y Regina Coeli dominicales y la celebración de la Misa matutina en Santa Marta.

En esta línea, el purpurado destacó que en las intenciones de oración de la Misa fueron incluidas “todas las categorías dedicadas al cuidado, asistencia y acompañamiento de las personas” que más han padecido la pandemia del Covid-19. Intenciones que “han sido faros de luz” para animar a ayudar a los otros.

Además, el decano del Colegio Cardenalicio resaltó el recién creado “fondo de solidaridad de la diócesis de Roma”  y agradeció al Papa por “el llamado a la solidaridad en todos los niveles, solidaridad también en el plano internacional recordando que somos parte de una única familia y que no podemos ir hacia adelante solos”.

“La pandemia ha puesto a dura prueba, ha hecho también crecer el espíritu de fraternidad y de solidaridad, la fe y la confianza en Dios y también, no en pocos casos, a recolocar la vida hacia a Dios”, afirmó el cardenal Giovanni Battista Re en representación de todo el Colegio Cardenalicio.

Después, el Papa Francisco bendijo y colocó un palio al cardenal Re en forma solemne con una oración en latín.

Entrega de palios a los arzobispos metropolitanos

Los palios bendecidos este 29 de junio por el Papa serán entregados a través de los Nuncios Apostólicos quienes impondrán, en representación del Santo Padre, el palio en la sede de cada arzobispo metropolitano.

De los 54 arzobispos metropolitanos nombrados en este año que recibirán los palios arzobispales, 23 son del continente americano. 17 son de Latinoamérica: 5 de Colombia, 2 de México, 1 de Ecuador, 1 de Argentina, 2 Chile, 4 de Brasil y 2 Bolivia. Además 5 son de Estados Unidos y 1 Canadá.

Y cabe destacar también que hay un nuevo arzobispo metropolitano en España, el de la archidiócesis primada de Toledo.

A continuación, el nombre de los 54 arzobispos metropolitanos en el orden de nombramiento:

Card. Sérgio da Rocha, Arzobispo de São Salvador da Bahia (Brasil)

Mons. György UDVarDY; Arzobispo de Veszprém (Hungría)

Mons. Omar de Jesús MeJía Giraldo, Arzobispo de Florencia (Colombia)

Mons. Anton Bal, Arzobispo de Madang (Papua Nuova Guinea)

Mons. Jean-Marc AvelIne, Arzobispo de Marseille (Francia)

Mons. Jude Thaddaeus Ruwa’ichi, O. cap., Arzobispo de Dar-es-Salaam (Tanzania)

Mons. Paul Dennis Etienne, Arzobispo de Seattle (Estados Unidos)

Mons. Virgílio Do Carmo Da Silva, S.D.B., Arzobispo de Díli (Timor Oriental)

Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Arzobispo de Durango (México)

Mons. Francisco Javier Chavolla Ramos, Arzobispo de Toluca (México)

Mons. Eduardo José Castillo Pino, Arzobispo de Portoviejo (Ecuador)

Mons. Jorge Eduardo Scheinig, Arzobispo de Mercedes-Luján (Argentina)

Mons. Josafá Menezes Da Silva, Arzobispo de Vitória da Conquista (Brasil)

Mons. Jorge Alberto Ossa Soto, Arzobispo de Nueva Pamplona (Colombia)

Mons. Ricardo l. Baccay, Arzobispo de Tuguegarao (Filipinas)

Mons. Joseph Nguyen Nang, Arzobispo de Thành-Phô Hô Chí Minh, Hôchiminh Ville (Viêt Nam)

Mons. Vincent Jordy, Arzobispo de Tours (Francia)

Mons. Irineu Roman, C.S.I., Arzobispo de Santarém (Brasil)

Mons. Ignatius ayau KaIgaMa, Arzobispo de Abuja (Nigeria)

Mons. Jean-Paul James, Arzobispo de Bordeaux (Francia)

Mons. Giuseppe Baturl, Arzobispo de Cagliari (Italia)

Mons. Aurel Perca, Arzobispo de Bucarest (Rumania)

Mons. Anani Nicodème Yves Barrigah-Bénissan, Arzobispo de Lomé (Togo)

Mons. Ernest Ngboko Ngombe, C.I.C.M., Arzobispo de Mbandaka-Bikoro (República Democrática del Congo)

Mons. Leonardo Ulrich Steiner, O.F.M., Arzobispo de Manaus (Brasil)

Mons. Gabriel Sayaogo, Arzobispo de Koupéla (Burkina Faso)

Mons. Stephen Ameyu Martin Mulla, Arzobispo de Juba (Sudán del Sur)

Mons. Francisco Serro Cháves, Arzobispo de Toledo (España)

Mons. Celestino Aós Braco, O.F.M. cap., Arzobispo de Santiago de Chile (Chile)

Mons. Luis Fernando Ramos Pérez, arzobispo de Puerto Montt (Chile)

Mons. Andrew Nkea Fuanya, Arzobispo de Bamenda (Camerún)

Mons. Matthew Ishaya Audu, Arzobispo de Jos (Nigeria)

Mons. Nelson Jesús Pérez, Arzobispo de Philadelphia (Estados Unidos)

Mons. Ricardo Ernesto Centellas Guzmán, Arzobispo de Sucre (Bolivia)

Mons. Gabriel Ángel Villa Vahos, Arzobispo de Tunja (Colombia)

Mons. Kestutis Kévalas, Arzobispo de Kaunas (Lituania)

Mons. Gregory John Hartmayer, O.F.M. conv., Arzobispo de Atlanta (Estados Unidos)

Mons. Jean-Patrick Iba-Ba, Arzobispo de Libreville (Gabón)

Mons. Patrick Michael O’regan, Arzobispo de Adelaide (Australia)

Mons. Zolile Peter Mpambani, S.C.J., Arzobispo de Bloemfontein (Sudáfrica)

Mons. Luis José Rueda Aparicio, Arzobispo de i Bogotá (Colombia)

Mons. lambert BalnoMugisha, Arzobispo de Mbarara (Uganda)

Mons. Terrence Prendergast, SJ, Arzobispo de Ottawa-Cornwall (Canadá)

Mons. Marco TaSca, O.F.M. conv., Arzobispo de Génova (Italia)

Mons. Anthony Weradet Chaiseri, Arzobispo de Tharé and Nonseng (Tailandia)

Mons. Andrew Eugene Bellisario, C.M., Arzobispo de Anchorage-Juneau (Estados Unidos)

Mons. Thomas An-zu Chung, Arzobispo de Taipei (Taiwán)

Mons. Percy Lorenzo Galván Flores, Arzobispo de La Paz (Bolivia)

Mons. Orlando Roa Barbosa, Arzobispo de Ibagué (Colombia)

Mons. Miguel Ángel Olaverri Arroniz, S.D.B., Arzobispo de Pointe-Noire (República del Congo)

Mons. Victor Abagna Mossa, Arzobispo de Owando (República del Congo)

Mons. Mitchell Thomas Rozanski, Arzobispo de Saint Louis (Estados Unidos)

Mons. Rochus Josef Tatamai, M.S.C., Arzobispo de Rabaul (Papua Nuova Guinea)

Mons. Jose A. Cabantan, Arzobispo de Cagayan de Oro (Filipinas)

6:02:00 a.m.

(zenit – 29 junio 2020).- Esta mañana, en la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, el Papa Francisco ha venerado la tumba de San Pedro, debajo del altar mayor de la Basílica Vaticana, ha bendecido los palios en el altar de la Cátedra, y ha celebrado la Eucaristía acompañado por diez cardenales de la Curia Romana.

Como es tradición cada 29 de junio, fiesta de los santos patronos de Roma, el Pontífice bendice los palios que son conferidos al decano del Colegio Cardenalicio y a los arzobispos metropolitanos nombrados durante el año. Así, el palio será impuesto a cada arzobispo metropolitano por el representante pontificio en la respectiva sede metropolitana.

Después del rito de la bendición del palio, el Papa ha presidido la celebración eucarística con los cardenales de la Orden de los Obispos y el arcipreste de la Basílica Papal de San Pedro, el cardenal Angelo Comastri.

Unidad y profecía

En su homilía, Francisco ha lamentado la ausencia sus hermanos del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, quienes por motivos de seguridad ante la pandemia del coronavirus, no han podido visitar este año al Sucesor de Pedro. “Cuando yo he descendido a venerar las reliquias de Pedro, sentía en el corazón, acá, junto a mí, a mi amado hermano Bartolomé, ellos están con nosotros”, ha confesado el Papa.

En la fiesta de los dos apóstoles, el Obispo de Roma ha reflexionado en torno a dos palabras: unidad y profecía. En este sentido, ha invitado a preguntarnos: “¿Cuidamos nuestra unidad con la oración? ¿Rezamos unos por otros? ¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos?”.

Francisco ha recordado que siendo “muy diferentes entre sí”, Pedro, “un pescador que pasaba sus días entre remos y redes”, y Pablo, “un fariseo culto que enseñaba en las sinagogas”, se sentían hermanos, si bien la “familiaridad que los unía no provenía de inclinaciones naturales, sino del Señor”.

“Las quejas no cambian nada”

Los primeros cristianos, preocupados por el arresto de Pedro “rezaban juntos”, ha recordado el Santo Padre y “nadie se quejaba”: “Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada”.

Por otro lado, el Obispo de Roma ha asegurado que “hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible” y ha invitado a servir y a dar testimonio a los que quieren una Iglesia profética. Así lo ha dicho: “¿Quieres una Iglesia profética? Comienza a servir, y quédate en silencio”.

La profecía nace “cuando nos dejamos provocar por Dios; no cuando manejamos nuestra propia tranquilidad y mantenemos todo bajo control”, ha explicado. “No nace de mis pensamientos, no nace de mi corazón cerrado, nace si nos dejamos provocar por Dios. Cuando el Evangelio anula las certezas, surge la profecía”.

A continuación, sigue la homilía completa, traducida al español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Homilía del Papa Francisco

En la fiesta de los dos apóstoles de esta ciudad, me gustaría compartir con ustedes dos palabras clave: unidad y profecía.

Unidad. Celebramos juntos dos figuras muy diferentes: Pedro era un pescador que pasaba sus días entre remos y redes, Pablo un fariseo culto que enseñaba en las sinagogas. Cuando emprendieron la misión, Pedro se dirigió a los judíos, Pablo a los paganos. Y cuando sus caminos se cruzaron, discutieron animadamente y Pablo no se avergonzó de relatarlo en una carta (cf. Ga 2,11ss.). Eran, en fin, dos personas muy diferentes entre sí, pero se sentían hermanos, como en una familia unida, donde a menudo se discute, aunque realmente se aman. Pero la familiaridad que los unía no provenía de inclinaciones naturales, sino del Señor. Él no nos ordenó que nos lleváramos bien, sino que nos amáramos. Es Él quien nos une, sin uniformarnos.

La primera lectura de hoy nos lleva a la fuente de esta unidad. Nos dice que la Iglesia, recién nacida, estaba pasando por una fase crítica: Herodes arreciaba su cólera, la persecución era violenta, el apóstol Santiago había sido asesinado. Y entonces también Pedro fue arrestado. La comunidad parecía decapitada, todos temían por su propia vida. Sin embargo, en este trágico momento nadie escapó, nadie pensaba en salir sano y salvo, ninguno abandonó a los demás, sino que todos rezaban juntos. De la oración obtuvieron valentía, de la oración vino una unidad más fuerte que cualquier amenaza. El texto dice que “mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él” (Hch 12,5). La unidad es un principio que se activa con la oración, porque la oración permite que el Espíritu Santo intervenga, que abra a la esperanza, que acorte distancias y nos mantenga unidos en las dificultades.

Constatamos algo más: en esas situaciones dramáticas, nadie se quejaba del mal, de las persecuciones, de Herodes. Ningún insulto a Herodes, y nosotros estamos tan acostumbrados a insultar… Irresponsables. Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada. Recordemos que la segunda puerta cerrada al Espíritu Santo se abrió el día de Pentecostés. La primera puerta cerrada es el narcisismo, la segunda puerta cerrada es el pesimismo. El narcisismo es lo que nos lleva a mirarnos a nosotros mismos continuamente, la falta de ánimo, las quejas. El pesimismo a lo oscuro, a la oscuridad. Estos tres comportamientos cierran la puerta al Espíritu Santo.

Esos cristianos no culpaban a los demás, sino que oraban. En esa comunidad nadie decía: “Si Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación”. Ninguno. Pedro humanamente tenía motivos para ser criticado, pero ninguno lo criticaba. No, no hablaban mal de él, sino que rezaban por él. No hablaban a sus espaldas, sino que oraban a Dios. Hoy podemos preguntarnos: “¿Cuidamos nuestra unidad con la oración? (La unidad de la Iglesia) ¿Rezamos unos por otros?”. ¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos? Como le sucedió a Pedro en la cárcel: se abrirían muchas puertas que separan, se romperían muchas cadenas que aprisionan. Y nosotros estaríamos maravillados viendo a Pedro como la mujer aquella que le tocó abrir la puerta a Pedro, estaba impresionada con la alegría de ver a Pedro. Pidamos la gracia de saber cómo rezar unos por otros.

San Pablo exhortó a los cristianos a orar por todos y, en primer lugar, por los que gobiernan (cf. 1 Tm 2,1-3). Pero este gobernante… tiene tantos calificativos para decir de él… no es el momento ni el lugar de decir los calificativos que se dicen a los gobernantes, que los juzgue Dios, pero oremos por los gobernantes. ¡Oremos! Tienen necesidad de la oración. Es una tarea que el Señor nos confía. ¿Lo hacemos, o sólo hablamos, los criticamos y ya está? Dios espera que cuando recemos también nos acordemos de los que no piensan como nosotros, de los que nos han dado con la puerta en las narices, de aquellos a los que nos cuesta perdonar. Sólo la oración rompe las cadenas, sólo la oración allana el camino hacia la unidad.

Hoy se bendicen los palios, que se entregan al Decano del Colegio cardenalicio y a los arzobispos metropolitanos nombrados en el último año. El palio recuerda la unidad entre las ovejas y el Pastor que, como Jesús, carga la ovejita sobre sus hombros para no separarse jamás. Hoy, además, siguiendo una hermosa tradición, nos unimos de manera especial al Patriarcado ecuménico de Constantinopla. Pedro y Andrés eran hermanos y nosotros, cuando es posible, intercambiamos visitas fraternas en los respectivos días festivos: no tanto por amabilidad, sino para caminar juntos hacia la meta que el Señor nos indica: la unidad plena. Hoy ellos no han podido venir, por la imposibilidad de viajar, por los motivos del coronavirus, pero cuando yo he descendido a venerar las reliquias de Pedro, sentía en el corazón, acá, junto a mí, a mi amado hermano Bartolomé, ellos están con nosotros.

La segunda palabra, profecía. Nuestros apóstoles fueron provocados por Jesús. Pedro oyó que le preguntaba: “¿Quién dices que soy yo?” (cf. Mt 16,15). En ese momento entendió que al Señor no le interesan las opiniones generales, sino la elección personal de seguirlo. También la vida de Pablo cambió después de una provocación de Jesús: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9,4). El Señor lo sacudió en su interior; más que hacerlo caer al suelo en el camino hacia Damasco, hizo caer su presunción de hombre religioso y recto. Entonces el orgulloso Saulo se convirtió en Pablo, que significa “pequeño”. Después de estas provocaciones, de estos reveses de la vida, vienen las profecías: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18); y a Pablo: “Es un instrumento elegido por mí, para llevar mi nombre a los pueblos” (Hch 9,15).

Por lo tanto, la profecía nace cuando nos dejamos provocar por Dios; no cuando manejamos nuestra propia tranquilidad y mantenemos todo bajo control. No nace de mis pensamientos, no nace de mi corazón cerrado, nace si nos dejamos provocar por Dios. Cuando el Evangelio anula las certezas, surge la profecía. Sólo quien se abre a las sorpresas de Dios se convierte en profeta. Y aquí están Pedro y Pablo, profetas que ven más allá: Pedro es el primero que proclama que Jesús es “el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16); Pablo anticipa el final de su vida: “Me está reservada la corona de la justicia, que el Señor […] me dará” (2 Tm 4,8).

Hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible. No sirven manifestaciones milagrosas. A mí me duele cuando escucho que proclaman: “Queremos una Iglesia profética”. Sí, bien, pero ¿qué haces por una Iglesia profética? Queremos la profecía. Sirven las vidas que manifiesten el milagro del amor de Dios; no el poder, sino la coherencia; no las palabras, sino la oración; no las proclamaciones, sino el servicio –¿Quieres una Iglesia profética? Comienza a servir, y quédate en silencio–; no la teoría, sino el testimonio.

No necesitamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no necesitamos la aprobación del mundo, –eso de estar bien con todos, para nosotros se dice: estar bien con Dios y con el diablo. No. Esto no es profecía–. Tenemos necesidad de la alegría del mundo venidero; no de proyectos pastorales que parecen tener una eficacia propia, como si fueran sacramentos, proyectos pastorales eficientes, no. Tenemos necesidad de pastores que estreguen su vida como enamorados de Dios. Pedro y Pablo así anunciaron a Jesús, como enamorados. Pedro –antes de ser colocado en la cruz– no pensó en sí mismo, sino en su Señor y, al considerarse indigno de morir como él, pidió ser crucificado cabeza abajo. Pablo –antes de ser decapitado– sólo pensó en dar su vida y escribió que quería ser “derramado en libación” (2 Tm 4,6). Esta es la profecía. No las palabras. Esta es la profecía que cambia la historia.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús profetizó a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Hay también una profecía parecida para nosotros. Se encuentra en el último libro de la Biblia, donde Jesús prometió a sus testigos fieles: “una piedrecita blanca, y he escrito en ella un nuevo nombre” (Ap 2,17). Como el Señor transformó a Simón en Pedro, así nos llama a cada uno de nosotros, para hacernos piedras vivas con las que pueda construir una Iglesia y una humanidad renovadas. Siempre hay quienes destruyen la unidad y rechazan la profecía, pero el Señor cree en nosotros y te pregunta a ti: Tú, tú, tú, “¿quieres ser un constructor de unidad? ¿Quieres ser profeta de mi cielo en la tierra?”. Hermanos, hermanas, dejémonos provocar por Jesús y tengamos el valor de responderle: “¡Sí, lo quiero!”.

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5:24:00 a.m.

VATICANO, 29 Jun. 20 (ACI Prensa).-
El Papa Francisco afirmó que la unidad de la Iglesia se sustenta en la oración: “De la oración vino una unidad más fuerte que cualquier amenaza”, afirmó en la homilía pronunciada durante la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro del Vaticano este lunes 29 de junio con motivo de la solemnidad de San Pedro y San Pablo.

Antes de comenzar la celebración, el Pontífice descendió a la confessio de San Pedro, situada frente al Baldaquino de Bronce situado bajo la cúpula de Miguel Ángel, y rezó brevemente ante el muro que rodea el perímetro de la tumba del apóstol.

A continuación, se trasladó hasta el altar de la Cátedra, en el presbiterio de la Basílica, y procedió a bendecir los Palios que, posteriormente, impuso al Decano del Colegio Cardenalicio, Cardenal Giovanni Battista Re, y a los 54 Arzobispos Metropolitanos nombrados a lo largo de este año.

En su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre dos conceptos, dos “palabras clave: unidad y profecía”.

Unidad

Francisco llamó la atención sobre el hecho de que se celebren juntos dos figuras tan diferentes como Pedro y Pablo: “Pedro era un pescador que pasaba sus días entre remos y redes, Pablo un fariseo culto que enseñaba en las sinagogas. Cuando emprendieron la misión, Pedro se dirigió a los judíos, Pablo a los paganos. Y cuando sus caminos se cruzaron, discutieron animadamente”.

“Eran, en fin, dos personas muy diferentes entre sí, pero se sentían hermanos, como en una familia unida, donde a menudo se discute, aunque realmente se aman. Pero la familiaridad que los unía no provenía de inclinaciones naturales, sino del Señor. Él no nos ordenó que nos lleváramos bien, sino que nos amáramos. Es Él quien nos une, sin uniformarnos”, subrayó.

El Papa explicó que esa unidad surge de la fuente de la oración. “De la oración vino una unidad más fuerte que cualquier amenaza”. “La unidad es un principio que se activa con la oración, porque la oración permite que el Espíritu Santo intervenga, que abra a la esperanza, que acorte distancias y nos mantenga unidos en las dificultades”.

En ese sentido, recordó que el palio bendecido antes del comienzo de la Misa, “recuerda la unidad entre las ovejas y el Pastor que, como Jesús, carga la ovejita sobre sus hombros para no separarse jamás”.

Profecía

El Papa Francisco explicó que “la profecía nace cuando nos dejamos provocar por Dios; no cuando manejamos nuestra propia tranquilidad y mantenemos todo bajo control. Cuando el Evangelio anula las certezas, surge la profecía. Sólo quien se abre a las sorpresas de Dios se convierte en profeta”.

Así les sucedió a Pedro y Pablo: A Pedro le pregunta, “¿quién dices que soy yo?”, y a Pablo, “¿por qué me persigues?”.

“Después de estas provocaciones”, continuó el Papa, “de estos reveses de la vida, vienen las profecías: ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’; y a Pablo: ‘Es un instrumento elegido por mí, para llevar mi nombre a pueblos’”.

Por lo tanto, “la profecía nace cuando nos dejamos provocar por Dios; no cuando manejamos nuestra propia tranquilidad y mantenemos todo bajo control. Cuando el Evangelio anula las certezas, surge la profecía. Sólo quien se abre a las sorpresas de Dios se convierte en profeta”.

“Hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible. No se necesitan manifestaciones milagrosas, sino vidas que manifiesten el milagro del amor de Dios; no el poder, sino la coherencia; no las palabras, sino la oración; no las declamaciones, sino el servicio; no la teoría, sino el testimonio”.

“No necesitamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no necesitamos la aprobación del mundo, sino la alegría del mundo venidero; ni proyectos pastorales eficientes, sino pastores que entregan su vida como enamorados de Dios. Pedro y Pablo así anunciaron a Jesús, como enamorados”.

El Papa Francisco concluyó: “Como el Señor transformó a Simón en Pedro, así nos llama a cada uno de nosotros, para hacernos piedras vivas con las que pueda construir una Iglesia y una humanidad renovadas. Siempre hay quienes destruyen la unidad y rechazan la profecía, pero el Señor cree en nosotros y te pregunta: ‘¿Quieres ser un constructor de unidad? ¿Quieres ser profeta de mi cielo en la tierra?’. Dejémonos provocar por Jesús y tengamos el valor de responderle: ¡Sí, lo quiero!”.

5:24:00 a.m.

VATICANO, 29 Jun. 20 (ACI Prensa).-
El Papa Francisco presidió este 29 de junio la Misa en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo en la Basílica Vaticana y bendijo los palios de los 54 arzobispos metropolitanos nombrados durante el año pasado.

En su homilía, el Santo Padre destacó la importancia de la unidad y la profecía y advirtió que en la primera comunidad cristiana “nadie decía: ‘Si Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación’. No, no hablaban mal de él, sino que rezaban por él. No hablaban a sus espaldas, sino a Dios. Hoy podemos preguntarnos: ‘¿Cuidamos nuestra unidad con la oración? ¿Rezamos unos por otros?’. ¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos?”.

“No neceistamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no necesitamos la aprobación del mundo, sino la alegría del mundo venidero; ni proyectos pastorales eficientes, sino pastores que entregan su vida como enamorados de Dios. Pedro y Pablo así anunciaron a Jesús, como enamorados”, exhortó el Santo Padre.

A continuación, el texto de la homilía del Papa Francisco:

En la fiesta de los dos apóstoles de esta ciudad, me gustaría compartir con ustedes dos palabras clave: unidad y profecía.

Unidad. Celebramos juntos dos figuras muy diferentes: Pedro era un pescador que pasaba sus días entre remos y redes, Pablo un fariseo culto que enseñaba en las sinagogas. Cuando emprendieron la misión, Pedro se dirigió a los judíos, Pablo a los paganos. Y cuando sus caminos se cruzaron, discutieron animadamente y Pablo no se avergonzó de relatarlo en una carta (cf. Ga 2,11ss.). Eran, en fin, dos personas muy diferentes entre sí, pero se sentían hermanos, como en una familia unida, donde a menudo se discute, aunque realmente se aman. Pero la familiaridad que los unía no provenía de inclinaciones naturales, sino del Señor. Él no nos ordenó que nos lleváramos bien, sino que nos amáramos. Es Él quien nos une, sin uniformarnos, nos dice en las diferencias.

La primera lectura de hoy nos lleva a la fuente de esta unidad. Nos dice que la Iglesia, recién nacida, estaba pasando por una fase crítica: Herodes arreciaba su cólera, la persecución era violenta, el apóstol Santiago había sido asesinado. Y entonces también Pedro fue arrestado. La comunidad parecía decapitada, todos temían por su propia vida. Sin embargo, en este trágico momento nadie escapó, nadie pensaba en salir sano y salvo, ninguno abandonó a los demás, sino que todos rezaban juntos. De la oración obtuvieron valentía, de la oración vino una unidad más fuerte que cualquier amenaza. El texto dice que «mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). La unidad es un principio que se activa con la oración, porque la oración permite que el Espíritu Santo intervenga, que abra a la esperanza, que acorte distancias y nos mantenga unidos en las dificultades.

Constatamos algo más: en esas situaciones dramáticas, nadie se quejaba del mal, de las persecuciones, de Herodes. Es inútil e incluso molesto que los cristianos pierdan el tiempo quejándose del mundo, de la sociedad, de lo que está mal. Las quejas no cambian nada. Esos cristianos no culpaban a los demás, sino que oraban.

En esa comunidad nadie decía: “Si Pedro hubiera sido más prudente, no estaríamos en esta situación”. No, no hablaban mal de él, sino que rezaban por él. No hablaban a sus espaldas, sino a Dios. Hoy podemos preguntarnos: “¿Cuidamos nuestra unidad con la oración? ¿Rezamos unos por otros?”. ¿Qué pasaría si rezáramos más y murmuráramos menos?

Como le sucedió a Pedro en la cárcel: se abrirían muchas puertas que separan, se romperían muchas cadenas que aprisionan. Pidamos la gracia de saber cómo rezar unos por otros. San Pablo exhortó a los cristianos a orar por todos y, en primer lugar, por los que gobiernan (cf. 1 Tm 2,1-3). Es una tarea que el Señor nos confía. ¿Lo hacemos, o sólo hablamos?

Dios espera que cuando recemos también nos acordemos de los que no piensan como nosotros, de los que nos han dado con la puerta en las narices, de los que nos cuesta perdonar. Sólo la oración rompe las cadenas, sólo la oración allana el camino hacia la unidad.

Hoy se bendicen los palios, que se entregan al Decano del Colegio cardenalicio y a los Arzobispos metropolitanos nombrados en el último año. El palio recuerda la unidad entre las ovejas y el Pastor que, como Jesús, carga la ovejita sobre sus hombros para no separarse jamás. Hoy, además, siguiendo una hermosa tradición, nos unimos de manera especial al Patriarcado ecuménico de Constantinopla. Pedro y Andrés eran hermanos y nosotros, cuando es posible, intercambiamos visitas fraternas en los respectivos días festivos: no tanto por amabilidad, sino para caminar juntos hacia la meta que el Señor nos indica: la unidad plena.

La segunda palabra, profecía. Nuestros apóstoles fueron provocados por Jesús. Pedro oyó que le preguntaba: “¿Quién dices que soy yo?” (cf. Mt 16,15). En ese momento entendió que al Señor no le interesan las opiniones generales, sino la elección personal de seguirlo. También la vida de Pablo cambió después de una provocación de Jesús: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» (Hch 9,4). El Señor lo sacudió en su interior; más que hacerlo caer al suelo en el camino hacia Damasco, hizo caer su presunción de hombre religioso y recto. Entonces el orgulloso Saúl se convirtió en Pablo, que significa “pequeño”. Después de estas provocaciones, de estos reveses de la vida, vienen las profecías: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18); y a Pablo: «Es un instrumento elegido por mí, para llevar mi nombre a pueblos» (Hch 9,15). Por lo tanto, la profecía nace cuando nos dejamos provocar por Dios; no cuando manejamos nuestra propia tranquilidad y mantenemos todo bajo control. Cuando el Evangelio anula las certezas, surge la profecía. Sólo quien se abre a las sorpresas de Dios se convierte en profeta. Y aquí están Pedro y Pablo, profetas que ven más allá: Pedro es el primero que proclama que Jesús es «el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16); Pablo anticipa el final de su vida: «Me está reservada la corona de la justicia, que el Señor […] me dará» (2 Tm 4,8).

Hoy necesitamos la profecía, una profecía verdadera: no de discursos vacíos que prometen lo imposible, sino de testimonios de que el Evangelio es posible. No se necesitan manifestaciones milagrosas, sino vidas que manifiesten el milagro del amor de Dios; no el poder, sino la coherencia; no las palabras, sino la oración; no las declamaciones, sino el servicio; no la teoría, sino el testimonio.

No necesitamos ser ricos, sino amar a los pobres; no ganar para nuestro beneficio, sino gastarnos por los demás; no necesitamos la aprobación del mundo, sino la alegría del mundo venidero; ni proyectos pastorales eficientes, sino pastores que entregan su vida como enamorados de Dios. Pedro y Pablo así anunciaron a Jesús, como enamorados.

Pedro ―antes de ser colocado en la cruz― no pensó en sí mismo, sino en su Señor y, al considerarse indigno de morir como él, pidió ser crucificado cabeza abajo. Pablo ―antes de ser decapitado― sólo pensó en dar su vida y escribió que quería ser «derramado en libación» (2 Tm 4,6). Esto es profecía. Y cambia la historia.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús profetizó a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Hay también una profecía parecida para nosotros. Se encuentra en el último libro de la Biblia, donde Jesús prometió a sus testigos fieles: «una piedrecita blanca, y he escrito en ella un nuevo nombre» (Ap 2,17). Como el Señor transformó a Simón en Pedro, así nos llama a cada uno de nosotros, para hacernos piedras vivas con las que pueda construir una Iglesia y una humanidad renovadas. Siempre hay quienes destruyen la unidad y rechazan la profecía, pero el Señor cree en nosotros y te pregunta: “¿Quieres ser un constructor de unidad? ¿Quieres ser profeta de mi cielo en la tierra?”. Dejémonos provocar por Jesús y tengamos el valor de responderle: “¡Sí, lo quiero!”.

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