P. Antonio Rivero: “¡Preparemos el camino, que viene el Salvador!”

Segundo Domingo de Adviento
Ciclo C
Textos: Ba 5, 1-9; Filp 1, 4-6.8-11; Lc 3, 1-6

¿QUÉ ES LA CORONA DE ADVIENTO?

Origen

La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la fe católica. La corona está formada por una gran variedad de símbolos:

La forma circular

El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.

Las ramas verdes

Verde es el color de esperanza y vida, y Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.

Las cuatro velas

Nos hacen pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo.

Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de Adviento al inicio de la santa misa o al hacer la oración en familia.

Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo, pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.

El listón rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

Los domingos de Adviento la familia o la comunidad se reúne en torno a la corona de Adviento. Luego, se lee la Biblia y alguna meditación. La corona se puede llevar al templo para ser bendecida por el sacerdote.

Y ahora resumamos el mensaje de las lecturas de este segundo domingo de Adviento.

Idea principal: ¡Preparemos el camino! Necesitamos la voz de un nuevo Isaías o de un nuevo Juan que nos recuerde lo que Dios quiere de nosotros en este Adviento: rellenar valles, rebajar montañas, enderezar lo torcido en nuestra vida para caminar y recibir dignamente a Cristo que viene en la Navidad.

Síntesis del mensaje: El domingo pasado Dios nos invitaba en la liturgia a estar despiertos sin dejarnos distraer por las preocupaciones de aquí abajo; ocuparnos, sí, preocuparnos, no. Hoy nuestro buen Dios nos estimula a caminar durante el Adviento al encuentro de Cristo, animosos, quitando de nuestro camino lo que nos estorbaría para llegar a Dios o para que Él se acerque a nosotros (evangelio), sin cara de luto y aflicción porque se acerca nuestra completa liberación (1ª lectura) y llevando una vida irreprochable y santa, dando frutos de caridad (2ª lectura).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Juan nos recuerda la gran promesa del Antiguo Testamento: viene alguien importante, el gran libertador de la humanidad, Cristo. ¡Caminemos a su encuentro! En tiempo del profeta Isaías, cuando venía alguien importante con su cortejo, se cortaban malezas, se llenaba la hondonada, se aplanaba un obstáculo, se reparaba un puente o se acomodaba un vado. De ahí se inspira también Juan Bautista: está por llegar alguien que está por encima de todos, alguien a quien él denomina “el que ha de venir”, el esperado por la gente. Hay que trazar un camino en el desierto para que pueda llegar. Tres cosas fundamentales hay que arreglar en ese camino: primero, “todo valle será rellenado”. ¡Cuántos valles de depresión, desaliento y tristeza encontramos en nuestra vida que nos hunden y, por lo mismo, nos impiden llegar a Cristo! Segundo, “toda montaña será rebajada”. ¡Cuántos montañas de orgullo, soberbia y engreimiento también encontramos a la izquierda y derecha de nuestra vida que nos llevan a desterrar a Dios! Y tercero, “lo tortuoso, enderezado”. ¡Cuántos sendas tortuosas nos salen en nuestro caminar hacia Dios: la senda de la mentira, del egoísmo, de la corrupción, de la lujuria, de la violencia, de la moral sin escrúpulos, de la teología de la prosperidad! Esas tres acciones se llevan a cabo en el corazón de cada uno de nosotros.

En segundo lugar, pero ¿qué pasa? El hombre complicó sus caminos con el pecado y se quedó atrapado adentro como en un laberinto. Inspirados en el mito antiguo, necesitamos el “hilo de Ariadna” para salir del laberinto donde se encuentra el Minotauro de tres cabezas –mundo, demonio y carne-, que nos quiere devorar los valores y la dignidad cristiana. Y no sólo salir, sino dar muerte al monstruo que nos incita al pecado, llámese orgullo, pereza, superchería, hipocresía, superficialidad, embriagueces de todo tipo: no sólo de vino o de drogas, sino de la propia belleza, de la propia inteligencia o de uno mismo que es la peor ebriedad. Ariadna le dio a Teseo una espada para matarlo, y así Teseo salió victorioso, incólume y salvo. Cristo nos dio la espada de su Palabra y así nos libra del terrible tributo a que el demonio nos estaba obligando: dar pábulo a nuestras pasiones ya sea del espíritu o de la carne. Y así, matado este Minotauro, podemos caminar expeditos y seguros al encuentro de Cristo, nuestro Salvador.

Finalmente, y, para resumir, ahí está la consigna: “rellenar, rebajar, enderezar los caminos”. Sólo así al final del camino del Adviento, estaremos preparados para recibir a Cristo. Sólo así Cristo se parará al pie de nuestra alma y nos pedirá la llave de nuestro corazón para entrar y comer e intimar con nosotros y volcarnos su gracia, y celebrar la Navidad. Sólo así seremos veredas asequibles para que nuestros hermanos también lleguen a Cristo al final del Adviento, y no pozos o acantilados donde caigan. Sólo así también nosotros, parafraseando el evangelio de hoy, podemos decir: “En el año 2018 del reinado de emperadores, reyes y presidentes del mundo entero, bajo el pontificado del Papa Francisco, vino la Palabra de Dios que el Espíritu Santo nos hizo entender, para que preparemos el camino al Señor Jesús”.

Para reflexionar: ¿Qué sector de mi vida debo enderezar para hacer bien este camino hacia Cristo: mi mente, cerrada a algunas verdades de la fe y moral católica; mi afectividad, que anda desajustada y loca; mi voluntad, floja y sin ganas para cumplir con mis compromisos?

Para rezar: Recemos esa canción:

  1. Mientras recorres la vida
    tú nunca solo estás;
    contigo por el camino
    Santa María va.

    Ven con nosotros al caminar;
    Santa María, ven.
    Ven con nosotros al caminar;
    Santa María, ven.

    2. Aunque te digan algunos
    que nada puede cambiar,
    lucha por un mundo nuevo,
    lucha por la verdad.

    3. Si por el mundo los hombres
    sin conocerse van,
    no niegues nunca tu mano
    al que contigo está.

    4. Aunque parezcan tus pasos
    inútil caminar,
    tú vas haciendo caminos:
    otros los seguirán.

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