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(ZENIT Noticias / Atenas, vuelo de regreso a Roma, 06.12.2021).- La primera pregunta en la tradicional “rueda de prensa” que el Papa da en el avión, al finalizar los viajes apostólicos, giró en torno a un evento reciente: el intento de un ente de la Comisión Europea por vetar la Navidad. La pregunta la realizó Constandinos Tzindas, de la televisión chipriota ING. Y el Papa quiso contestarla evidenciando esto: “Es un anacronismo”.

A continuación vinculó esta práctica de la “tolerante” Unión Europea con otras prácticas similares del pasado: “En la historia, muchas, muchas dictaduras han intentado hacer esto. Piensa en Napoleón. Piensa en la dictadura nazi, en la dictadura comunista… Es una moda de un laicismo aguado, de agua destilada… Pero esto es algo que no ha funcionado a lo largo de la historia. Esto me hace pensar en una cosa, hablando de la Unión Europea, que creo que es necesaria: la Unión Europea debe asumir los ideales de los padres fundadores, que eran ideales de unidad, de grandeza, y tener cuidado de no dar cabida a la colonización ideológica. Esto podría llevar a la división de los países y al fracaso de la Unión Europea”.

El Santo Padre también mencionó que “La Unión Europea debe respetar a cada país tal y como está estructurado en su interior. La variedad de países, y no querer estandarizar”. Añadió que “No creo que lo haga, no era su intención,” pero invitó a poner cuidado “porque a veces vienen y lanzan proyectos como éste y no saben qué hacer… No, cada país tiene su peculiaridad, pero cada país está abierto a los demás. Unión Europea: su soberanía, la soberanía de los hermanos en una unidad que respeta la singularidad de cada país. Y cuidado con ser vehículos de colonización ideológica. Por ello, esa intervención en Navidad es un anacronismo”.

Como publicamos el 30 de noviembre, La Comisión Europea retiró el “Manual para una Comunicación Correcta” que, a pocas semanas de la Navidad, había publicado y distribuido internamente y en el que de hecho se vetaban, a nombre de una institución oficial europea, las referencias a algunos símbolos y/o expresiones cristianas en el contexto navideño.

Entre otros detalles, se pedía no aludir con palabras explícitas a la Navidad e incluso evitar nombres como el de la Virgen María o San Juan. Todo en nombre de la inclusión y para no ofender los sentimientos de quienes no son cristianos.

Traducción del original en italiano realizado por ZENIT.

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(ZENIT Noticias / Atenas, vuelo de regreso a Roma, 06.12.2021).- Fue Cécile Chambraud, periodista del diario Le Monde, la que se animó a hacer la pregunta: ¿por qué aceptó el Papa la renuncia de Mons. Aupetit, arzobispo de París, con tanta rapidez? Y vaya si se hizo un tremendo silencio en el avión, sobre todo cuando el mismo Papa devolvió la pregunta a los periodistas en el vuelo de regreso a Roma: “Me pregunto: ¿qué hizo Aupetit que fuera tan grave como para tener que dimitir? ¿Qué ha hecho? Que alguien me responda…”, preguntó el Santo Padre mientras la atmósfera de silencio invadía el avión. Y fue entonces cuando el Papa subrayó: “Si no conocemos la acusación, no podemos condenar. ¿Cuál ha sido la acusación? ¿Quién sabe? [nadie responde] ¡Es malo!”, volvió a subrayar.

Por fin otra vez se anima la misma Cécile y contesta: “Un problema de gobierno o alguna otra cosa, no lo sabemos”. Y es entonces cuando el Papa amplia su contestación poniendo en evidencia a todos los periodistas: “Antes de responder diré: haz la investigación. Haz la investigación. Porque existe el peligro de decir: «Ha sido condenado». ¿Pero quién lo condenó? «La opinión pública, el chisme…». ¿Pero qué hizo? «No lo sabemos. Algo…». Si sabes por qué, dilo. De lo contrario, no puedo responder. Y no sabrás por qué…”.

Pero el Papa quiso dejar claras las cosas, tal vez más claras de lo que se pudo pensar que habría contestado. Y es así que conocimos qué pasó con Mons. Aupetit: “(…) fue una falta de su parte, una falta contra el sexto mandamiento, pero no total, sino de pequeñas caricias y masajes que hizo: así es la acusación. Esto es un pecado, pero no es uno de los más graves, porque los pecados de la carne no son los más graves. Los pecados más graves son los que tienen más «angelicidad»: el orgullo, el odio… estos son más graves. Entonces, Aupetit es un pecador, igual que yo. No sé si lo sientes así, pero tal vez… como lo hizo Pedro, el obispo sobre el que Cristo fundó la Iglesia. ¿Cómo es que la comunidad de aquella época había aceptado a un obispo pecador? Y eso fue con pecados tan «angelicales», como negar a Cristo, ¿no? Pero era una Iglesia normal, estaba acostumbrada a sentirse siempre pecadora, todos: era una Iglesia humilde”.

A continuación el Papa profundizó en el caso poniendo al centro la incapacidad de gobierno en que queda una persona que ha sido sujeto despiadado de suposiciones y chismes: “Se ve que nuestra Iglesia no está acostumbrada a tener un obispo pecador, y pretendemos decir ‘es un santo, mi obispo’. No, esto es Caperucita Roja. Todos somos pecadores. Pero cuando el chismorreo crece y crece y crece y se lleva el buen nombre de una persona, ese hombre no podrá gobernar, porque ha perdido su reputación, no por su pecado -que es pecado, como el de Pedro, como el mío, como el tuyo: es pecado-, sino por el parloteo de los responsables de contar la historia. Un hombre al que se le ha quitado la fama de esta manera, públicamente, no puede gobernar. Y esto es una injusticia. Por esta razón, acepté la dimisión de Aupetit no en el altar de la verdad, sino en el de la hipocresía. Eso es lo que quiero decir”.

El pasado 4 de diciembre nuestra agencia tradujo al español, para subrayar el derecho a la reputación que tienen las personas, la declaración que el arzobispo emérito de París realizó después de aceptada la dimisión.

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El funeral de Frey Matthew Festing, 79º Gran Maestre de la Soberana Orden de Malta, fallecido a los 71 años el pasado 12 de noviembre, se ha celebrado este 3 de diciembre en la concatedral de San Juan en La Valeta, Malta.

El funeral ha sido celebrado por el cardenal Silvano Maria Tomasi, delegado especial del Papa, el arzobispo de Malta, Charles Scicluna, y el prelado de la Orden, monseñor Jean Laffitte.

Las más altas autoridades de la Soberana Orden de Malta han participado en el servicio fúnebre, encabezado por el Lugarteniente del Gran Maestre, Frey Marco Luzzago. Han estado presentes los cuatro altos cargos, los miembros del Consejo Soberano y numerosos miembros profesos de la Orden. Junto a ellos estaban miembros de la Orden de Malta con sus tradicionales túnicas clericales.

Los hermanos, sobrinos y amigos de Frey Matthew han llegado a Malta para presentarle sus últimos respetos.

Para rendir homenaje al 79º Gran Maestre, al frente de la Orden de Malta desde marzo de 2008 hasta enero de 2017, y atestiguar los fuertes lazos históricos con la Orden, han asistido al funeral el presidente de la República de Malta, George Vella, el primer ministro, Robert Abela, así como los más altos cargos institucionales y numerosos embajadores acreditados en La Valeta.

«Eligiendo convertirse en Caballero de Justicia, Frey Matthew dedicó su vida a la misión de la Orden, una misión que ha permanecido constante a lo largo de los siglos: tuitio fidei et obsequium pauperum, la defensa de la fe y el servicio a los pobres», ha declarado el cardenal Tomasi en su homilía.

«Nueve siglos después, la misión de la Orden sigue inspirando y avanza por el camino marcado por la Iglesia, fiel a sus enseñanzas y a todos aquellos que, como Frey Matthew que en paz descanse, intentaron sin miedo a sus límites poner en práctica el mensaje de los Evangelios», ha añadido el cardenal.

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(ZENIT Noticias / Roma-Atenas, 06.12.2021).- La Soberana Orden de Malta y la República de Grecia han establecido relaciones diplomáticas y pronto intercambiarán embajadores. Su formalización, que ha tenido lugar este 3 de diciembre con la ratificación del Parlamento de Atenas, se produce tras varios encuentros de alto nivel y traduce la intención de iniciar una cooperación bilateral para el desarrollo de proyectos en el ámbito humanitario. Este acontecimiento tiene también la coyuntura de la visita del Papa a Grecia.

«Nos congratulamos por el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Helénica, un país al que la Orden de Malta está especialmente unida», ha recordado el embajador Stefano Ronca, secretario general de Asuntos Exteriores del Gran Magisterio de la Orden de Malta.

«Grecia desempeña un papel fundamental en la crisis migratoria actual, tanto por su posición geográfica, a caballo entre Oriente y Occidente, como por su proximidad con regiones y países de origen de flujos migratorios, como Siria. Estamos seguros de que las relaciones diplomáticas facilitarán la puesta en marcha de proyectos en el ámbito sociosanitario, humanitario y cultural», ha afirmado el embajador Ronca.

«Cuna del Mediterráneo, pero también de la democracia europea, Grecia es un país estratégico en el tablero geopolítico, como demuestra la visita del Papa Francisco a Atenas mañana», ha añadido el secretario general de Asuntos Exteriores.

La Orden de Malta tiene profundos y antiguos lazos con Grecia. Bajo la dirección del Gran Maestre Frey Foulques de Villaret, los caballeros de la entonces Orden de San Juan trasladaron su sede a Rodas en 1310 durante más de dos siglos. En 1523, tras seis meses de asedio por parte de la flota y el ejército del sultán Solimán el Magnífico, los caballeros abandonaron Rodas con honores militares y se instalaron en Malta.

El número de países con los que la Orden de Malta mantiene relaciones diplomáticas asciende ahora a 111.

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(ZENIT Noticias / Atenas, 04.12.2021).- La “Sala del Trono” del Arzobispado ortodoxo de Grecia, fue el segundo lugar donde el Papa fue acogido en Atenas este sábado 4 de diciembre. Le recibió el arzobispo Jerónimo II, líder de los ortodoxos griegos. Y fue ahí y con ellos donde el Santo Padre dio un discurso que bien puede considerarse una meditación de un católico entre ortodoxos, una meditación sobre el Espíritu Santo tomando pie de la imagen del olivo y del fruto de este: su aceite.

Fue en este encuentro donde el Papa abrió su corazón y explicó la motivación que le llevo hasta allí: “Rezando ante los trofeos de la Iglesia de Roma, que son las tumbas de los apóstoles y de los mártires, me he sentido impulsado a venir aquí como peregrino, con gran respeto y humildad, para renovar esa comunión apostólica y alimentar la caridad fraterna”.  Recordó que en 2016 el Papa encontró a este mismo arzobispo griego en Lesbos y agregó: “volvemos a encontrarnos para compartir la alegría de la fraternidad y mirar al Mediterráneo que nos rodea no sólo como un lugar que preocupa y divide, sino también como un mar que nos une”.

A continuación, considerando que el Papa evocó la imagen de los olivos, ofrecemos el discurso con encabezados agregados por ZENIT para facilitar la lectura. Primero tres párrafos introductorios y luego los tres puntos enunciados en el titular.

***

Las raíces que compartimos católicos y ortodoxos

Volviendo a evocar estos árboles que nos vinculan, pienso en las raíces que compartimos: son subterráneas, están escondidas, a menudo descuidadas, pero existen y lo sostienen todo. ¿Cuáles son nuestras raíces comunes que han atravesado los siglos? Son las raíces apostólicas. San Pablo las ponía de manifiesto recordando la importancia de estar «edificados sobre el cimiento de los apóstoles» (Ef 2,20). Estas raíces, que han crecido de la semilla del Evangelio, comenzaron a dar grandes frutos precisamente en la cultura helénica, pienso en tantos Padres y en los primeros grandes Concilios ecuménicos.

 

Los venenos que han contaminado la relación católico-ortodoxa

Lamentablemente, después hemos crecido alejados: nos han contaminado venenos mortales, la cizaña de la sospecha aumentó la distancia y dejamos de cultivar la comunión. San Basilio Magno afirmó que los verdaderos discípulos de Cristo están «modelados solamente en base a lo que ven en Él» (Moralia, 80,1). Con vergüenza —lo reconozco por la Iglesia católica— acciones y decisiones que tienen poco o nada que ver con Jesús y con el Evangelio, basadas más bien en la sed de ganancias y de poder, han hecho marchitar la comunión.

Renovación de la súplica de perdón del Papa a los ortodoxos

De este modo hemos dejado que la fecundidad estuviera amenazada por las divisiones. La historia tiene su peso y hoy aquí siento la necesidad de renovar la súplica de perdón a Dios y a los hermanos por los errores que han cometido tantos católicos. Pero es un gran consuelo la certeza de saber que nuestras raíces son apostólicas y que, no obstante las distorsiones del tiempo, la planta de Dios crece y da frutos en el mismo Espíritu. Y es una gracia que reconozcamos los unos los frutos de los otros y que juntos agradezcamos al Señor por ello.

1) El Espíritu Santo: aceite de comunión

El fruto final del árbol de olivo es el aceite, ese aceite que tiempo atrás se contenía en preciosos vasos y recipientes, que abundan entre los tesoros arqueológicos de este país. El aceite ha proporcionado la luz que iluminó las noches de la antigüedad. Durante milenios fue el «sol líquido, el primer misterioso estado de la llama de las lámparas» (C. Boureux, Les plantes de la Bible et leur symbolique, París 2014, 65). A nosotros, querido hermano, el aceite nos evoca al Espíritu Santo, que dio a luz a la Iglesia. Sólo Él, con su esplendor que no conoce el ocaso, puede disipar las oscuridades e iluminar los pasos de nuestro camino.

Sí, porque el Espíritu Santo es, sobre todo, aceite de comunión. En la Escritura se habla del aceite que hace brillar el rostro del hombre (cf. Sal 104,15). Cuánto se necesita hoy reconocer el valor único que resplandece en todo hombre, en cada hermano. Reconocer esta característica común de la humanidad es el punto de partida para edificar la comunión. Pero, lamentablemente —como ha escrito un gran teólogo—, «la comunión parece tocar una cuerda sensible», un tema delicado, no sólo en la sociedad, sino a menudo también entre los discípulos de Jesús «en un mundo cristiano nutrido de individualismo y de rigidez institucional».

Con todo, si las tradiciones propias y las especificidades de cada uno llevan a atrincherarse y a tomar distancia de los demás, si «la alteridad no es algo cualificado por la comunión, difícilmente se puede dar vida a una cultura adecuada» (I. Zizioulas, Comunione e alterità, Roma 2016, 16). En cambio, la comunión entre los hermanos trae consigo la bendición divina. Los Salmos la comparan con un «perfume precioso que se derrama sobre la cabeza, que desciende sobre la barba» (Sal 133,2).

El Espíritu que se derrama en las mentes nos impulsa en efecto a una fraternidad más intensa, a estructurarnos en la comunión. Por eso, no nos tengamos miedo, ayudémonos a adorar a Dios y a servir al prójimo, sin hacer proselitismo y respetando plenamente la libertad de los demás, porque —como escribió san Pablo— «donde está el Espíritu del Señor hay libertad» (2 Co 3,17). Rezo para que el Espíritu de caridad venza nuestras resistencias y nos haga constructores de comunión, porque «si el amor logra expulsar completamente al temor y éste, transformado, se convierte en amor, entonces veremos que la unidad es una consecuencia de la salvación» (S. Gregorio de Nisa, Homilía 15, sobre el libro del Cantar de los cantares). Por otra parte, ¿cómo podemos dar testimonio al mundo de la concordia del Evangelio si nosotros cristianos todavía estamos separados? ¿Cómo podemos anunciar el amor de Cristo que reúne a las gentes, si no estamos unidos entre nosotros? Muchos pasos se han realizado para encontrarnos. Invoquemos al Espíritu de comunión para que nos impulse en sus caminos y nos ayude a fundar la comunión no en base a cálculos, estrategias y conveniencias, sino sobre el único modelo al que hemos de mirar: la Santísima Trinidad.

2) El Espíritu Santo: aceite de sabiduría

En segundo lugar, el Espíritu es aceite de sabiduría. Él ungió a Cristo y desea inspirar a los cristianos. Dóciles a su sabiduría humilde, crecemos en el conocimiento de Dios y nos abrimos a los demás. Quisiera en este sentido expresar mi reconocimiento por la importancia que da esta Iglesia ortodoxa, heredera de la primera gran inculturación de la fe —la inculturación con la cultura helénica— a la formación y a la preparación teológica. También quisiera recordar la fructífera colaboración en el ámbito cultural entre la Apostolikí Diakonía de la Iglesia de Grecia —cuyos representantes tuve la alegría de encontrar en el 2019— y el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, así como la importancia de los simposios intercristianos promovidos por la Facultad de Teología ortodoxa de la Universidad de Salonicco junto a la Universidad Pontificia Antonianum de Roma. Son ocasiones que nos han permitido instaurar cordiales relaciones y llevar adelante útiles intercambios entre los académicos de nuestras confesiones. Agradezco además la activa participación de la Iglesia ortodoxa de Grecia en la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico. ¡Que el Espíritu nos ayude a proseguir con sabiduría en estos caminos!

3) El Espíritu Santo: aceite de consolación

Por último, el mismo Espíritu es aceite de consolación, Paráclito que está cerca de nosotros, bálsamo del alma, curación de nuestras heridas. Él ha consagrado a Cristo con la unción para que proclamara la buena noticia a los pobres, la liberación a los cautivos, la libertad a los oprimidos (cf. Lc 4,18). Y Él todavía nos impulsa para que nos hagamos cargo de los más débiles y los más pobres, y para que su causa —primordial a los ojos de Dios— se dé a conocer al mundo. Aquí, como en cualquier otro sitio, ha sido indispensable el apoyo ofrecido a los más necesitados durante los períodos más duros de la crisis económica. Desarrollemos juntos formas de cooperación en la caridad, abrámonos y colaboremos en cuestiones de carácter ético y social para servir a los hombres de nuestro tiempo y llevarles la consolación del Evangelio. En efecto, el Espíritu nos llama, hoy más que en el pasado, a curar las heridas de la humanidad con el óleo de la caridad.

Cristo mismo pidió a los suyos, en el momento de la angustia, el consuelo de la cercanía y la oración. La imagen del aceite nos conduce así al huerto de los olivos. Dijo Jesús: «Quédense aquí y vigilen» (Mc 14,34). Su petición a los apóstoles fue en plural. También hoy desea que vigilemos y recemos. Para llevar al mundo el consuelo de Dios y sanar nuestras relaciones heridas se necesita que recemos unos por otros. Es indispensable que lleguemos «a la necesaria purificación de la memoria histórica. Con la gracia del Espíritu Santo, los discípulos del Señor, animados por el amor, por la fuerza de la verdad y por la voluntad sincera de perdonarse mutuamente y reconciliarse, están llamados a reconsiderar juntos su doloroso pasado y las heridas que desgraciadamente éste sigue produciendo también hoy» (S. Juan Pablo II, Carta. enc. Ut unum sint, 2).

A esto nos exhorta, en particular, la fe en la Resurrección. Los apóstoles, temerosos y titubeantes, se reconciliaron con la lacerante desilusión de la Pasión cuando vieron al Señor resucitado delante de ellos. Precisamente de sus llagas, que parecían imposibles de cicatrizar, encontraron una esperanza nueva, una misericordia inaudita, un amor más grande que sus propios errores y miserias, que los transformaría en un solo Cuerpo, unido por el Espíritu en la multiplicidad de muchos miembros diferentes. Que venga sobre nosotros el Espíritu del Crucificado Resucitado, que nos conceda «una sosegada y limpia mirada de verdad, vivificada por la misericordia divina, capaz de liberar los espíritus y suscitar en cada uno una renovada disponibilidad» (ibíd.); que nos ayude a no quedarnos paralizados por la negatividad y los prejuicios del pasado, sino a mirar la realidad con ojos nuevos. Entonces, las tribulaciones de ayer dejarán espacio a las consolaciones del presente, y seremos confortados por tesoros de gracia que redescubriremos en los hermanos. Como católicos, acabamos de comenzar un itinerario para profundizar la sinodalidad y sentimos que tenemos que aprender mucho de ustedes; lo deseamos con sinceridad. Es verdad que, cuando los hermanos en la fe se acercan, se derrama en los corazones el consuelo del Espíritu.

Beatitud, querido hermano, que en este camino nos acompañen los numerosos e insignes santos de estas tierras, y los mártires, que lamentablemente hoy en el mundo son más que en el pasado. De diversas confesiones en la tierra, habitan juntos el mismo Cielo. Que intercedan para que el Espíritu, óleo santo de Dios, se infunda sobre nosotros en un renovado Pentecostés como sobre los apóstoles de los que descendemos, que encienda en nosotros el deseo de la comunión, que nos ilumine con su sabiduría y que nos unja con su consolación.

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 06.12.2021).- Casi tres mil metros cuadrados, diez habitaciones, el piso papal, la capilla privada, la escalera monumental que conduce directamente a la basílica de San Juan de Letrán. Y la mesa donde se firmaron los Pactos de Letrán. Esto es parte de la riqueza artística con la que los visitantes se sorprenderán con el Palacio de Letrán -Casa del Obispo de Roma-, que abrirá sus puertas el 13 de diciembre de 2021.

Se trata de un trazado completamente nuevo, un recorrido seguro -accesible para todos- por la primera planta del Palacio Apostólico, con entrada desde la plaza de Porta San Giovanni, justo al lado de la catedral de Roma. Sólo se podrá acceder al lugar mediante visitas guiadas, en grupos de un máximo de 30 personas, acompañadas por las Hermanas Misioneras de la Divina Revelación, que desde hace años proponen itinerarios de arte y fe en Roma.

Fue el Papa Francisco quien propuso revitalizar la que durante siglos fue la residencia de los Papas, antes de que se trasladara al Vaticano. En una carta del pasado 20 de febrero, dirigida al cardenal vicario Angelo de Donatis, el Santo Padre escribía: «La Iglesia, a lo largo de los siglos, siempre ha trabajado para promover lo que es fruto del genio y la maestría de los artistas, a menudo testimonio de experiencias de fe y como instrumentos para dar honor a Dios. Esto se ha hecho no sólo por amor al arte, sino también para salvaguardar el patrimonio cultural frente a los desafíos y peligros que lo privarían de su función y valor. Esta especial responsabilidad, acompañada de una cuidadosa preocupación por considerar los lugares, los edificios y las obras como expresiones del espíritu humano y parte integrante de la cultura de la humanidad, ha permitido a mis predecesores transmitirlos a las distintas generaciones y trabajar para conservarlos y ponerlos a disposición de los visitantes y los estudiosos. Es una tarea que también compromete al Obispo de Roma hoy en día en hacer utilizable la belleza y la importancia de los bienes y el patrimonio artístico confiados a su protección”.

“Conociendo bien el profundo significado de este lugar», subrayó el cardenal De Donatis, «habría sido una pena no abrirlo al público, porque un bien tan grande debe ser compartido, debe ser ofrecido a los demás. Juan XXIII era el que estaba muy unido a este lugar, e incluso quería venir a vivir aquí. Desde hace tiempo, el Papa Francisco firma todos sus documentos desde Letrán para subrayar el vínculo con el lugar que alberga la cátedra del obispo de Roma».

Los visitantes serán acompañados por las Misioneras de la Divina Revelación. Es un gran privilegio y un gran honor para nosotras llevar a cabo este servicio de evangelización a través del arte», comentan. «La visita al Palacio de Letrán será un apasionante viaje por las páginas de la historia de la Iglesia, donde el arte y la fe se entrelazan en una fecundidad luminosa que logra transmitir el asombro, la sabiduría y la belleza a las diferentes generaciones».

Para trazar la historia del Palacio de Letrán hay que remontarse al 28 de octubre de 312, cuando las tropas de Constantino derrotaron a Majencio en la famosa batalla de Ponte Milvio. En aquella época se sentaba en el trono de Pedro el Papa Milcíades I, a quien Constantino donó la zona y los edificios que habían pertenecido a la antigua familia de Letrán. «Constantino -dice la hermana Rebecca Nazzaro, superiora de las Misioneras de la Divina Revelación- concedió la libertad de culto con el Edicto de Milán del año 313 y promovió la construcción de lugares de culto para los cristianos que, hasta entonces, habían profesado su fe en medio de la intolerancia y la persecución”.

Y añade: “La basílica del Santo Salvador, que más tarde se dedicaría también a los santos Bautista y Evangelista, fue la única que no se construyó sobre el lugar de enterramiento de un mártir, sino como ex voto suscepto (por gracia recibida), sobre los restos del Castra Nova Equitum singularium, el cuartel de los pretorianos del rival de Constantino, Majencio. La basílica fue consagrada el 9 de noviembre de 318 y dedicada al Santísimo Salvador, por el Papa Silvestre I. Además del Baptisterio, se anexionó posteriormente el Patriarcado, conocido como la Casa del Obispo de Roma.

A lo largo de los siglos, entre daños, vicisitudes y saqueos, estos lugares alcanzaron su máximo esplendor en la época medieval, bajo el papado de Inocencio III y Bonifacio VIII. El Palacio sirvió de residencia a los Papas durante unos mil años, pero cuando volvió la autoridad papal, tras la «Cautividad de Aviñón» (1309-1377), fue abandonado. De hecho, el Vaticano fue elegido como lugar para acoger al Papa, no sólo por los aspectos geográficos que lo hacían más seguro, sino sobre todo por la presencia de la tumba de Pedro. A pesar de ello, el Palacio seguiría manteniendo su prerrogativa de Patriarcado: todos los Papas, de hecho, una vez elegidos para el trono papal, toman posesión de Letrán.

La remodelación urbanística de todo el conjunto se produjo a instancias del Papa Sixto V (1585-1590), quien, en sólo cinco años de su pontificado, llevó a cabo una serie de operaciones de reestructuración y construcción en los alrededores y en toda la ciudad. Sin embargo, al final, Sixto V sólo pudo permanecer en Letrán durante un año y todos sus sucesores eligieron el Vaticano como su hogar.

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