Y Pablo VI reformó la Curia

El Concilio es muy claro: pide una auténtica reforma de la Curia y esto emerge en todos los niveles de su trabajo. Ya en la fase previa a la preparación, en las respuestas de los obispos llegadas de todo el mundo, este tema se presenta con frecuencia. Se insiste en la reorganización de algunos dicasterios –por ejemplo el Santo Oficio o Propaganda– una descentralización necesaria para acoger a los obispos residenciales, una mayor internacionalización, la disminución del número de obispos titulares en la Curia y el posible aumento de los laicos, en una mejor articulación de las funciones de los nuncios en sus relaciones con los obispos, en la naturaleza del poder propia de los dicasterios romanos.


Es necesario añadir que nadie niega el notable trabajo desarrollado por los dicasterios durante la preparación del Vaticano II y tampoco los servicios realizados en el curso de las sesiones y de las inter-sesiones. Pablo VI observa todo ello como buen conocedor de esta situación en la que pasó buena parte de su vida y que pudo valorar con un cierto alejamiento cuando era arzobispo de Milán. Todo ello le permite tener una visión completa de su funcionamiento: le servió y sacó de ella la mejor parte.


Por lo tanto, es perfectamente capaz de discernir lo que es eficaz, lo que es precario, lo que es demasiado humano. Tras cuatro años de asiduo trabajo dirigido personalmente por el Papa, la comisión cardenalicia emite sus conclusiones. Aunque la falta de tiempo no nos permite proseguir los análisis, debemos señalar inmediatamente que a esta reforma le precede la creación del Sínodo de los obispos, el 15 de septiembre de 1965 (con el Motu propio Apostolica sollicitudo), decisión sin precendetes en la Iglesia romana.


La reforma es progresiva. El Papa quiso realizar lo deseado por el Concilio. La Curia asume una fisonomía más internacional, como si prolongase la experiencia universal de los años conciliares. Pablo VI es contado entre los grandes Papas que renovaron el organismo secular de la Curia, de la misma manera que Sixto V (1588) y Pío X (1908). Aceptó un desafío imposible: reformar una institución en la que trabajó por más de treinta años y de la que conoce sus grandezas y debilidades. La supo hacer avanzar con pequeños pasos, cierto con firmeza, siempre con respeto y consideración, pero sin transigir en lo esencial. Se demostró un pastor notable que siempre buscó, con gran libertad interior e inmensa paciencia, el mayor consenso posible, para que nadie se sintiese perdedor.


No fue sólo el Papa quien acompañó los trabajos del Concilio sino también quien los puso en práctica con una lucidez toda personal y con un gran sentido de la unidad que le han permitido encontrar el mejor momento para actuar. Para él, la Curia es una colaboradora en el gobierno de la Iglesia universal. En este sentido, debe saber cuestionarse de nuevo, con el fin de desarrollar mejor su servicio en función de las necesidades de los tiempos y lugares.


Nos parece que tres convicciones acompañaron a Pablo VI en este camino: el deber de poner en práctica el Concilio, el amor a la Iglesia y a la humanidad y el servicio a su unidad, sin olvidar jamás que para él no existe reforma exterior sin conversión espiritual.


Philippe Levillain

September 27, 2013 at 07:00PM
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