REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
Con mucho dolor por sus seres queridos difuntos, miles de personas asistirán a los cementerios este próximo 2 de noviembre. Me preocupan aquellos más solos, abandonados y huérfanos. Aquellos que no encontraran más que flores marchitas sobre la lápidas consolidadas sobre tierra cada vez más dura y cerrada.
Pido a los más desconsolados que miren la cruz más cercana y que recuerden que también Jesús, Hijo de Dios murió. Junto a la cruz estaba su Madre, el discípulo Juan y María Magdalena. Cada uno sufrió un dolor distinto pero también muy grande, como un abismo que te desvanece y debora.
Pero Jesús resucitó de entre los muertos y está vivo. Por eso el 1 de noviembre la Iglesia celebra a Todos los santos, como abriendo el cielo, para que atisbemos la alegría de los que ya gozan con Dios en el cielo y para que nos animemos a esperar el reencuentro con nuestros seres queridos difuntos.
Entonces, encendé con fe y esperanza esa velita, esa candela, ese cirio, que es imagen de la luz que ya sembró Jesús con el bautismo en la vida de tu difunto querido. Depositá esa flor, que aunque se marchite, tiene adentro una semilla, como tiene tu difunto querido por el bautismo la semilla de la resurrección.
Aunque la tierra enlapidada parezca clausurada, el cielo fecundo un día la abrirá para que resuciten a la Vida feliz todos nuestros muertos.
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