(RV).- “Que en este tiempo pascual la contemplación de Jesús resucitado, que ha vencido a la muerte y vive para siempre, nos ayude a sentirnos acompañados por su amor y por su presencia vivificante, aún en los momentos más difíciles de nuestra vida”. Fue el deseo que expresó el Santo Padre Francisco al saludar a los numerosos fieles y peregrinos de nuestro idioma que participaron en la audiencia general del último miércoles de abril.
“La promesa que da esperanza”, es el tema sobre el que reflexionó el Papa Bergoglio prosiguiendo con su serie de catequesis sobre la esperanza cristiana. Y lo hizo con la introducción de un pasaje del Evangelio de San Mateo, en que el Apóstol refiere la famosa frase de Jesús: “Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”.
Hablando en italiano el Obispo de Roma explicó que el nuestro no es un Dios ausente, secuestrado por un cielo lejano. Sino que es un Dios “apasionado” por el hombre, hasta el punto de ser incapaz de separarse de él. Mientras nosotros, los seres humanos – prosiguió diciendo Francisco – somos hábiles en cortar relaciones y puentes. En cambio Él no, dijo el Papa. Y recordó que si nuestro corazón se enfría, el suyo permanece incandescente. A la vez que nuestro Dios nos acompaña siempre, incluso si nos olvidamos de Él.
El Pontífice afirmó que nuestra existencia es una peregrinación, un camino. Y también cuantos están movidos por una esperanza sencillamente humana, perciben la seducción del horizonte, que los impulsa a explorar mundos que aún no conocen.
De hecho Francisco recordó que la nuestra es un alma migrante, tal como lo refiere la Biblia en numerosas historias de peregrinos. Así por ejemplo, la vocación de Abraham comienza con el mandato: “Deja tu tierra natal”. Y el patriarca deja aquella parte del mundo que conocía y que era una de las cunas de la civilización de su tiempo, y parte. De ahí que el Papa haya afirmado que “no se llega a ser hombres y mujeres maduros si no se percibe el encanto del horizonte: aquel límite entre el cielo y la tierra que pide ser alcanzada por un pueblo de caminantes”.
En su camino en el mundo – reafirmó el Santo Padre – el hombre jamás está solo. Especialmente el cristiano, que jamás debe sentirse abandonado porque Jesús nos asegura que no nos espera sólo al final de nuestro largo viaje, sino que nos acompaña todos los días de nuestra vida.
Además, el Papa explicó que no es casual que entre los símbolos cristianos de la esperanza esté el ancla. Sí, porque expresa que nuestra esperanza no es vaga; no debe confundirse con el sentimiento cambiante de quien quiere mejorar las cosas de este mundo de manera veleidosa, basándose sólo en su propia fuerza de voluntad. Y reafirmó que la esperanza cristiana, encuentra su raíz no en lo atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido y ha realizado en Jesucristo.
El santo pueblo fiel de Dios – recordó Francisco al concluir esta reflexión – es gente que está de pie y camina en la esperanza. E independientemente de donde vaya, sabe que el amor de Dios la ha precedido. Porque no hay lugar del mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado, la victoria del amor.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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