Ciudad del Vaticano, 27 de julio de 2014 (VIS).-Como cada domingo a mediodía, el Papa Francisco se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. El pontífice, al igual que en la misa celebrada el día anterior en Caserta, habló de las dos parábolas dedicadas al reino de los cielos: la del mercader de joyas que encuentra una perla de infinito valor y vende todo lo que tiene para adquirirla y la del labrador que encuentra un tesoro escondido y vende sus tierras para comprar el campo donde se haya. Ni el mercader ni el labrador dudan de lo que tienen que hacer porque se dan cuenta del valor incomparable de su hallazgo.
''Lo mismo sucede con el Reino de Dios -explicó el Obispo de Roma- quien lo encuentra no tiene dudas, siente que es lo que buscaba, lo que esperaba y lo que responde a sus aspiraciones más auténticas. Y verdaderamente es así: el que conoce a Jesús, el que lo encuentra personalmente, permanece fascinado, atraído por tanta bondad, verdad y belleza, y todo con una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrarlo; este es el gran tesoro''.
''¡Cuántas personas, cuántos santos y santas, leyendo con corazón abierto el Evangelio, se han sentido tan atraídos por Jesús como para convertirse a El !- exclamó- Pensemos en san Francisco de Asís, que ya era cristiano, pero lo era “al agua de rosas”. Cuando leyó el Evangelio, en un momento decisivo de su juventud, encontró a Jesús y descubrió el Reino de Dios, y entonces todos sus sueños de gloria terrena se desvanecieron. El Evangelio te hace conocer al verdadero Jesús, al Jesús vivo... toca tu corazón y cambia tu vida. Y entonces sí, lo dejas todo. Puedes cambiar efectivamente tu tipo de vida, o seguir haciendo lo que hacías antes, pero ya eres otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, sabor y luz a todo, también a las fatigas, a los sufrimientos y también a la muerte''.
Después el Papa reiteró la necesidad de leer el Evangelio; un pasaje cada día, de llevarlo en el bolsillo, en la cartera, de tenerlo a mano porque ''todo adquiere sentido cuando allí, en el Evangelio, encuentras este tesoro, que Jesús llama “el Reino de Dios”, es decir Dios, que reina en tu vida, en nuestra vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los hombres... Leer el Evangelio es encontrar a Jesús, es tener esta alegría cristiana, que es un don del Espíritu Santo''.
''La alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios se transparenta, se ve -finalizó el pontífice- El cristiano no puede tener escondida su fe, porque transluce en cada palabra, en cada gesto, incluso en los más simples y cotidianos: transluce el amor que Dios nos ha dado mediante Jesús. Recemos, por intercesión de la Virgen María, para que venga a nosotros y al mundo entero su Reino de amor, de justicia y de paz''.
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