REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
Qué sentido tendría la alegría, el gozo, la felicidad del amor si no durase, si solamente fuera pasajero. Porque el amor cuando es amor en serio te compromete entero, te consume la vida y hasta te mata si no es posible hacerse uno con el amado. "Soy tuyo", "soy tuya" sienten y expresan los amantes. "Quiero vivir toda mi vida contigo". Por eso el amor, no es solamente el espacio de los cuerpos, del encuentro amoroso. El amor pide fundamentalmente tiempo y no puede ser pleno si no es infinito, eterno. Por eso la fidelidad es una condición esencial para la plenitud del amor. No hay amor pleno sin el tiempo largo de la fidelidad, de la perseverancia, de la continuidad en la entrega, en la comunicación íntima con el otro, en el darse uno al otro de lo que se es y de lo que se tiene.
El problema es que el amor humano es limitado, frágil, el amor humano es mortal. El único amor que no tiene fecha de vencimiento es el Amor poderoso de Dios, que no se termina, que no puede ser destruido, ni vencido. Lo vemos en el cuerpo de Jesús resucitado. De ahí que el amor humano se marchita y se pudre con la carne, triste y trágicamente, si no tiene la inyección del Espíritu de Dios, el antídoto del Amor invencible, inmortal de Dios.
Fecundado por el Espíritu de Amor potente de Dios, el amor humano puede ser fiel, puede durar; puede alcanzar la intimidad del abrazo profundo, vivificante; la plenitud del gozo de la comunión.
Entiendo que de esto habla Jesús, cuando en la intimidad de la Última Cena les dice a sus discípulos: "El que me ama será fiel a mi Palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él".
Amor, fidelidad, intimidad. Es decir, podemos ser una sola cosa entre nosotros con Dios, viviendo la plenitud sin fin del gozo del amor. Porque fuimos creados a imagen y semejanza del Dios amor: del Padre y del Hijo unidos en el Espíritu del Amor invencible. Creados para vivir un amor pleno y eterno. Un amor sin fin.
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