Discurso del Papa a las autoridades civiles en Bangladesh

(ZENIT – 30 Nov. 2017).- Discurso del Papa Francisco ofrecido en el histórico palacio presidencial de Dakha, capital de Bangladesh, a las Autoridades políticas y religiosas, los miembros del Cuerpo Diplomático y representantes de la Sociedad Civil, también ante el cardenal D´Rozario, Arzobispo de Dakha, y los obispos y sacerdotes,

El Papa ha hablado después de la intervención del Presidente Abdul Hamid, en torno a las 18 hora local (13 h. en Roma), en su cuarto día del viaje apostólico.

Discurso del Papa Francisco

Señor Presidente,
distinguidas autoridades del Estado y autoridades civiles,
señor Cardenal,
hermanos Obispos,
miembros del Cuerpo Diplomático,
señoras y señores:

Al comienzo de mi estancia en Bangladesh, quisiera darle las gracias, señor Presidente, por la amable invitación a visitar este país y por sus cordiales palabras de bienvenida. Vengo siguiendo los pasos de dos de mis predecesores, el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II, para orar con mis hermanos y hermanas católicos y ofrecerles un mensaje de afecto y aliento. Bangladesh es un estado joven, sin embargo siempre ha ocupado un lugar especial en el corazón de los Papas, quienes desde el principio han mostrado su solidaridad con este pueblo, acompañándolo en la superación de las adversidades iniciales, y lo han apoyado en la exigente tarea de construir una nación y su desarrollo. Agradezco la oportunidad que se me concede para dirigirme a esta asamblea, que reúne a hombres y mujeres que tienen una responsabilidad concreta en ir dando forma al futuro de la sociedad de Bangladesh.

Durante el vuelo que me ha traído hasta aquí, me han recordado que Bangladesh ―«Golden Bengal»― es un país unido por una vasta red de ríos y canales, grandes y pequeños. Esta belleza natural es, me parece, un símbolo de su identidad particular como pueblo. Bangladesh es una nación que se esfuerza por conseguir una unidad de lengua y de cultura, respetando las diferentes tradiciones y comunidades que fluyen como arroyos de agua que enriquecen continuamente el gran cauce de la vida política y social del país.

En el mundo de hoy, ninguna comunidad, nación o estado puede sobrevivir y progresar aisladamente. Como miembros de la única familia humana, nos necesitamos unos a otros y somos dependientes unos de otros. El Presidente Sheikh Mujibur Rahman comprendió y buscó incorporar este principio en la Constitución nacional. Él imaginó una sociedad moderna, plural e inclusiva en la que cada persona y comunidad pudiese vivir en libertad, paz y seguridad, respetando la innata dignidad y la igualdad de derechos para todos. El futuro de esta joven democracia y el tener una vida política sana están esencialmente vinculados a la fidelidad a esa visión fundante. En efecto, sólo a través del diálogo sincero y el respeto por la diversidad legítima, puede un pueblo reconciliar las divisiones, superar perspectivas unilaterales y reconocer la validez de los puntos de vista divergentes. Porque el verdadero diálogo mira hacia el futuro, construye la unidad en el servicio del bien común y se preocupa por las necesidades de todos los ciudadanos, especialmente de los pobres, los desfavorecidos y los que no tienen voz.

En los últimos meses, el espíritu de generosidad y solidaridad, que es un signo distintivo de la sociedad de Bangladesh, se ha manifestado con más fuerza en el impulso humanitario con el que han atendido a los refugiados llegados en masa del Estado de Rakhine, dándoles refugio temporal y lo necesario para la vida. Esto se ha realizado con no poco sacrificio. Y todo el mundo lo ha podido contemplar. Ninguno de nosotros puede ignorar la gravedad de la situación, el inmenso costo en términos de sufrimiento humano y de la precaria condición de vida de tantos de nuestros hermanos y hermanas, la mayoría de los cuales son mujeres y niños, hacinados en los campos de refugiados. Es necesario que la comunidad internacional tome medidas decisivas para hacer frente a esta grave crisis, no sólo trabajando para resolver los problemas políticos que han provocado el desplazamiento masivo de personas, sino también ofreciendo asistencia material inmediata a Bangladesh en su esfuerzo por responder eficazmente a las urgentes necesidades humanas.

Aunque mi visita esté dirigida principalmente a la comunidad católica de Bangladesh, mi encuentro de mañana en Ramna con líderes ecuménicos e interreligiosos será un momento privilegiado. Juntos oraremos por la paz y reafirmaremos nuestro compromiso de trabajar por ella. Bangladesh es conocido por la armonía que tradicionalmente ha existido entre los seguidores de las diversas religiones. Esta atmósfera de respeto mutuo y un creciente clima de diálogo interreligioso, permite a los creyentes expresar libremente sus convicciones más profundas sobre el significado y la finalidad de la vida. De esta manera, ellos pueden contribuir a promover los valores espirituales que son la base segura para una sociedad justa y pacífica. En un mundo en el que la religión a menudo se usa ―escandalosamente― para fomentar la división, el testimonio de su poder reconciliador y unificador es muy necesario. Esto se ha manifestado de manera particularmente elocuente en la reacción unánime de indignación que siguió al brutal ataque terrorista del año pasado aquí en Dhaka, y en el claro mensaje que las autoridades religiosas de la nación han enviado de que el santísimo nombre de Dios nunca se puede invocar para justificar el odio y la violencia contra otros seres humanos, nuestros semejantes.

Los católicos de Bangladesh, aunque son relativamente pocos, intentan desempeñar un papel constructivo en el desarrollo de la nación, especialmente a través de sus escuelas, clínicas y dispensarios. La Iglesia aprecia la libertad que goza toda la nación de practicar su propia fe y realizar sus obras de caridad, entre ellas la de proporcionar a los jóvenes, que representan el futuro de la sociedad, una educación de calidad y una formación en sólidos valores éticos y humanos. En sus escuelas, la Iglesia busca promover una cultura del encuentro que permita a los estudiantes asumir sus responsabilidades en la vida de la sociedad. De hecho, la gran mayoría de los estudiantes en estas escuelas y muchos de los maestros no son cristianos, sino que provienen de otras tradiciones religiosas. Estoy convencido de que, en sintonía con la letra y el espíritu de la Constitución nacional, la comunidad católica seguirá disfrutando de la libertad de llevar a cabo estas buenas obras como expresión de su compromiso por el bien común.

Señor Presidente, queridos amigos:

Les agradezco su atención y les aseguro mis oraciones para que, en sus altas responsabilidades, estén siempre inspirados por los nobles ideales de justicia y de servicio a sus conciudadanos. Sobre ustedes, y sobre todo el pueblo de Bangladesh, invoco del Todopoderoso las bendiciones de armonía y paz.

© Librería Editorial Vaticano

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