(ZENIT – 27 oct. 2018).- El cardenal Giovanni Angelo Becciu, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, celebró este sábado, 27 de octubre de 2018, la Santa Misa de beatificación de los mártires Tullio Maruzzo O.F.M. y Luis Obdulio Arroyo Navarro en Morales, Guatemala.
Sigue la homilía pronunciada por el Cardenal en la celebración:
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Homilía del Cardenal Giovanni Angelo Becciu
Queridos hermanos y hermanas,
Ha resonado en nuestra asamblea la palabra consoladora de Jesús: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, bienaventurados los que trabajan por la paz, bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia» (Mt 5, 3.9.10). Estas promesas de felicidad se han cumplido plenamente en los mártires padre Tullio Maruzzo y Luis Obdulio Arroyo Navarro.
¡Es por eso que hoy los honramos con el título de Beatos y que toda la Iglesia en Guatemala está de fiesta! Uno era un sacerdote y religioso franciscano, de los frailes menores, y el otro un fiel laico catequista. Sin embargo, compartían rasgos esenciales de espiritualidad: el estilo de vida simple y alegre, propio de quien es pobre en el espíritu; el ardiente celo por el Evangelio, que sustenta a los que trabajan por la paz; el atento cuidado de los pobres y la valiente defensa de los últimos, que distinguen a los hombres de buena voluntad. Son rasgos que constituyen para nosotros un mensaje todavía actual.
Los nuevos Beatos alcanzaron la meta de su vocación cristiana atravesando la gran tribulación del mundo. Ahora los reconocemos partícipes de la eterna liturgia del cielo, descrita en la segunda lectura, formada por una multitud «de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos» (cf. Ap 7,9).
El beato Tullio Maruzzo es un regalo de Dios a vuestra tierra, es el pastor bueno que el Padre envió a cuidar de su rebaño, hasta dar su vida. Había dejado su pueblo natal, Lapio di Arcugnano, en Italia, para ser un testigo del Evangelio entre vosotros.
De carácter amable, al tiempo que decidido, encontró la inspiración y la fuerza para su acción pastoral en una intensa vida interior. Así lo afirma un testigo: “¿Dónde encontró tanta energía, el padre Tullio, él que parecía tan frágil? Rezaba, meditaba… Era suficiente estar con él algún día para darse cuenta de que era un hombre de un fuerte dinamismo apostólico, porque vivía de la fe que predicaba». No solo eso, sino que también obtenía fuerzas del convivir con los hermanos, con los que siempre fue positivo; sabía encontrar en cada uno de ellos la “pepita de oro”, es decir, lo bueno. Decía: «¿Cuánto cuesta exaltar el bien que hace un hermano? ¡Nada! Pero el hermano se sentirá contento y feliz porque alguien aprecia y valora su trabajo». Él, como buen misionero, celoso y valiente, se había desplazado a lugares desconocidos e inaccesibles en el Vicariato Apostólico de Izabal para dar a conocer la Palabra de Dios. No dejó nada sin promover: la formación de los catequistas, el cuidado de las comunidades de base, el amor por los pobres y por los enfermos. En resumen, el típico misionero que se deja guiar por la imaginación creativa del Espíritu para desarrollar una acción pastoral eficaz y generosa.
El Beato Luis Obdulio Arroyo Navarro fue el fiel compañero que el Señor colocó junto al Padre Tullio en la hora del martirio. ¡Es el fruto maduro de vuestra Iglesia de Izabal, que recogéis en el año en que celebráis solemnemente el cincuenta aniversario de la erección del Vicariato! ¡Es el primer beato mártir nativo de Guatemala! También este Beato se nos presenta en su condición de hombre humilde y servicial. Los testigos lo recuerdan como un hombre que, sin hacer ruido, sabía encontrar la respuesta concreta a los problemas de la comunidad, poniendo a disposición su tiempo y sus capacidades. Siempre estaba disponible para transportar al hospital con su automóvil a un herido o a una mujer parturienta, incluso de noche; se ofrecía para realizar pequeñas reparaciones eléctricas y de mecánica; pero su especialidad era hacer de chofer de los padres franciscanos y de las religiosas cuando tenían que desplazarse a las aldeas más apartadas de Quiriguá.
En su camino espiritual, Luis Obdulio optó por formar parte de la comunidad cristiana de una manera cada vez más comprometida incorporándose a la Tercera Orden Franciscana y al movimiento de Cursillos de Cristiandad. De este modo se preparó para lo que sería el don total de sí mismo, en el martirio. Junto a esta dimensión de servicio profundamente evangélica, lo que singularmente caracteriza al nuevo Beato es la virtud cristiana de la fortaleza. Conocemos con precisión cuál fue su estado de ánimo y su decisión íntima cuando las oscuras nubes se cernían sobre la comunidad cristiana. Un testigo afirma: «Sabía que el padre (Tulio) corría peligro pero no mostró miedo. Cuando la familia lo advertía y le pedía que ya no saliera con el padre, él decía: “Prefiero morir a lado del padre Tulio y no a lado de un borracho en una cantina o en un bar”».
Son conocidas las circunstancias del martirio del padre Tullio y de Luis Obdulio. La muerte les fue violentamente infligida por los asesinos debido al odio a Cristo y al Evangelio. El padre Tullio fue sensible al sufrimiento de los campesinos pobres, quienes, por el abuso de unos pocos grandes terratenientes, se veían día tras día desposeídos de la tierra que con esfuerzo iban ganando para el cultivo. En consecuencia, optó por aliviar la pobreza creciente, consolar a los desalentados y, sobre todo, iluminar las conciencias para reafirmar con claridad los derechos de la justicia según la enseñanza de Jesús. Su acción pastoral asumió el valor de una denuncia profética y valiente de los abusos de los poderosos locales, por lo que su obra social fue considerada subversiva; pero él continuó desarrollando su actividad apostólica sin temer por su vida. El doloroso epílogo tuvo lugar la tarde del 1 de julio de 1981, cuando al final de una intensa jornada de trabajo apostólico, mientras regresaba a la parroquia con el fiel Luis Obdulio, el automóvil en el que viajaban fue detenido, obligándoles a descender, siendo acribillados mortalmente y abandonados en el margen de la carretera.
¿Cuál es el mensaje que nos dejan los Beatos Tullio Maruzzo y Luis Obdulio Arroyo Navarro? En primer lugar, en este mes de octubre dedicado a las misiones, brota espontáneamente un recuerdo agradecido y sincero a todos los misioneros y misioneras que, al igual que el Padre Maruzzo, han abandonado su tierra natal y han entregado sus vidas para anunciar el Evangelio de Jesús. En segundo lugar, en el martirio de nuestros dos hermanos, se confirma la profecía de Tertuliano: ¡la sangre de los mártires es semilla de una nueva vida! Ya desde poco tiempo después de la muerte del Padre Tullio y de Luis Obdulio, los fieles de Quiriguá, de Los Amates, de Morales, constataban los frutos: el despertar cristiano de la comunidad, la perseverancia en las pruebas, la unidad y la mejor organización de los grupos parroquiales; nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas.
Esta obra de renovación de la Iglesia, que fue impulsada por el testimonio de los dos nuevos Beatos, es necesaria y urgente también en nuestros días. Estáis llamados a custodiar los buenos frutos madurados en la sangre de estos mártires: ¡su herencia espiritual os pertenece sobre todo a vosotros!
La Beatificación de hoy constituye para la comunidad cristiana de Izabal y de toda Guatemala un singular momento de gracia del cual puede nacer una conversión más auténtica. En este momento de vuestra historia, estáis comprometidos, bajo la guía de vuestros obispos, en la realización de una profunda renovación espiritual de vuestras parroquias, deseada por vuestros prelados. Recordad que no hay cambio de estructuras sin la conversión de los corazones y que una parroquia no es una verdadera parroquia si no se convierte en un lugar de encuentro fraterno entre todos sus miembros. Debe ser “la casa y la escuela de la comunión” (cfr. Novo millennio ineunte, nn. 43-47), donde cada uno pueda experimentar de modo concreto el amor recíproco y ser signo visible del Reino que ya está entre nosotros.
Nunca perdáis de vista el ideal por el cual el Beato padre Tullio y el Beato Luis Obdulio han dado su vida: mostrar el rostro de una Iglesia signo de esperanza y rica del amor de Dios que abraza a todos, pero sobre todo a los descartados y a los oprimidos.
Invoquemos su intercesión, de modo que su martirio promueva en todos el coraje del testimonio cristiano, la coherencia de la vida y la entrega sin límites a los demás.
Repitamos juntos: ¡Beato padre Tullio y Beato Luis Obdulio, rogad por nosotros!
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