Comentario a la liturgia dominical

DÉCIMO CUARTO DOMINGO TIEMPO COMÚN
Ciclo C
Textos: Is 66, 10-14c; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12.17-20

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el Centro de Humanidades Clásicas de Monterrey (México) de la Legión de Cristo.

Idea principal: Retrato del misionero cristiano.

Síntesis del mensaje: Cristo en el evangelio de hoy da unas consignas concretas a esos 72 discípulos para su misión evangelizadora. Son consignas que parecen calcadas de las bienaventuranzas: humildad, espíritu de pobreza, actitud de paz, aceptación de las persecuciones. Estas mismas consignas valen para todos los misioneros de ayer, de hoy y de siempre.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿qué debe llevar el misionero cristiano? Lo esencial. Cristo no se conforma con los doce apóstoles. Ahora elige y envía a otros setenta y dos, de dos en dos, a prepararle el camino. Y hoy Cristo sigue llamando ahora a muchos cristianos, sucesores de esos 72 –sacerdotes, misioneros, religiosos, padres, educadores, cristianos comprometidos, testigos de Cristo en medio del mundo, laicos que participan en los varios consejos y equipos parroquiales o diocesanos. Quiere que colaboremos en la obra de la evangelización de la sociedad, pues la mies es mucha y la secularización se extiende por doquier, sembrando la cultura y globalización de la indiferencia y del descarte. ¿Qué llevar? Lo esencial. Los apóstoles no tenían Cajas de ahorro ni tarjetas de crédito para meter y sacar dinero. ¿Qué llevar, entonces? Unas rodillas para rezar y pedir al dueño de la mies que mande más obreros a su mies. Unos pies ágiles para recorrer todas las periferias de los pueblos y ciudades. Una boca para anunciar el mensaje con decisión, entusiasmo, convicción, respeto y amor, sin miedo ni cobardías. Un corazón lleno de fervor y amor por Jesús y su Reino. El resto –dinero, comida, sandalias…corre a cuenta de la Providencia divina. Cristo quiere a sus misioneros pobres, de vida sobria, mantenernos libres de intereses y posesiones y así estar más disponibles para la tarea más fundamental: anunciar su Reino. Este es el sentido de los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia de los religiosos. Los misioneros de Cristo deben sentirse peregrinos, no instalados cómodamente en posiciones conquistadas. ¿Qué llevó san Francisco Javier cuando fue a las Indias? ¿Qué llevaron los primeros misioneros que fueron a la Nueva España en las carabelas de Colón? ¿Qué llevó Francisco de Asís? ¿Qué trajeron a estas tierras de Santa Cruz (Brasil) las monjas y religiosos que vinieron de España, de Italia, de Alemania, de Portugal?

En segundo lugar, ¿qué debe anunciar el misionero cristiano? Primero, desear la paz. Y después anunciar este mensaje: “está cerca de vosotros el Reino de Dios”. Los conquistadores cuando llegan a un lugar no llevan la paz, sino el ansia de conquista, incluso con la espada, si es necesario. Los mensajeros del evangelio, en cambio, llevan la paz. Por eso carecen de medios violentos. La paz significa satisfacción de las aspiraciones más profundas del hombres. Cristo, gracias a su misterio pascual, nos hizo partícipes de su paz: paz con Dios, la paz de las conciencias y la paz entre las personas. Dios quiere que todos sus hijos vivan en la paz, en la alegría y en el amor. Dios está lleno de ternura y nos invita a la exultación, al gozo, pues la palabra Shalom no significa sólo ausencia de conflictos, sino también abundancia, consuelo, caricia y prosperidad (1ª lectura). Pablo desea siempre “gracia” y “paz” al inicio de sus cartas. Las dos van juntas. La “gracia” es el amor gratuito de Dios, que se nos ha dado por medio de Jesucristo y nos trae la “paz”. Primero la paz con Dios y, a continuación, la paz en nuestro interior, en nuestra conciencia, y la paz con todos los hombres, que, en cuanto hijo de Dios, tienen derecho a nuestro amor. Y el Reino que debemos anunciar es el reino de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo: reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz, de cercanía y ternura.

Finalmente, ¿cómo debe reaccionar el misionero cristiano delante de los contratiempos? Es verdad que en algunas partes seremos bien recibidos: gentes que nos escucharán con agrado, que abrirán el corazón al mensaje, que nos hospedarán en sus casas, que nos ayudarán, que nos apoyarán y animarán. Muchas veces también tendremos éxitos y triunfaremos de los poderes del mal. Pero también habrá lobos: materialismo sin alma, indiferencia, relativismo, hedonismo cúltico el cuerpo, secularismo sin espíritu, agnosticismo, ateísmo sin Dios. Puertas que se nos cierran. Habrá días que sentiremos el desaliento, el cansancio, el hastío. Gente que nos criticará. Cultura e idiomas nuevos y tan distintos a los nuestros. Fracasos. Cristo nos marcará con sus estigmas, como hizo a Pablo de Tarso (2ª lectura). Cristo no nos promete que siempre seremos acogidos y que nos va a resultar fácil nuestro testimonio de vida cristiana. ¿Qué hacer? Tanto a unos como a otros tenemos que anunciarles ese mensaje: “de todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios”. Y siempre con mansedumbre y misericordia, no con violencia. Si nos rechazan, no tendríamos que intentar tomarnos la justicia por nuestra mano, condenando a derecha y a izquierda, como querían hacer esos apóstoles pidiendo caer del cielo fuego y castigo sobre los que no les recibieron (domingo pasado). Sembrar, sembrar, sembrar. El resto, que lo haga el Espíritu Santo.

Para reflexionar: ¿Estoy preparado para ser misionero de Cristo? ¿Qué llevo en la talega de mi corazón: oro y plata, o el amor a Cristo y el ansia de extender su Reino por todas partes? ¿Me desanimo rápido ante las dificultades de la evangelización? ¿O al contrario, me crezco y confío en la fuerza del Espíritu Santo, como los primeros apóstoles, que predicaban con osadía y valentía?

Para rezar: recemos esta oración de los Claretianos:

Haz, Señor, que los Misioneros
Hijos del Inmaculado Corazón de María
seamos hombres que ardamos en caridad
y que abrasemos por donde pasemos.

Que deseemos eficazmente y procuremos por todos los medios posibles
encender a todo el mundo en el fuego del divino amor.
Que nada ni nadie nos arredre.
Que sepamos gozarnos en las privaciones,
abordar los trabajos, abrazar los sacrificios,
complacernos en las calumnias que nos levanten,
alegrarnos en los tormentos y dolores que suframos
y gloriarnos en la cruz de Jesucristo.

Que no pensemos sino en cómo seguir
e imitar más de cerca a Jesucristo
en orar, trabajar y sufrir
y procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios
y la salvación de las almas.
Amén

Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org

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