Evangelio del domingo 28 de junio: Comentario del padre Antonio Rivero

Domingo XIII del Tiempo Ordinario 

Ciclo A

Textos: 2 Re 4, 8-11.14-16; Rom 6, 3-4.8-11; Mt 10, 37-42

 

  1. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México  y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

 

Idea principal: El que no toma su cruz y sigue al Señor, no es digno de Él.

 

Resumen del mensaje: Hoy el lenguaje de Cristo en el evangelio es duro de oír y de vivir. El seguimiento de Cristo comporta renuncias y sacrificios. En tantas ocasiones de la vida nos encontramos ante la encrucijada de opciones contradictorias: aceptar o no la cruz, optar por los valores del evangelio o por los más fáciles de este mundo. Hoy Cristo nos dice que debemos optar por Él, por encima de intereses económicos o de lazos familiares, si queremos alcanzar la vida.

 

Puntos de la idea principal:

 

En primer lugar, la cruz era en tiempo de Jesús la más abyecta de las ejecuciones capitales, que los romanos aprendieron de los cartagineses y éstos de los bárbaros sometidos a las satrapías orientales; torturas exclusivas de esclavos. Tanto que al esclavo se le llamaba “portador de la cruz” (furcifer). En la comedia Miles gloriosus, de Plauto, sale un esclavo y dice: “Sé que la cruz será mi sepulcro; allí están colgados mis antecesores: padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo” (2, 4, 372-373). Le temblaban las carnes a cualquiera con sólo oírlo.

 

Ni idea, pues, puede tener el hombre del siglo XXI de la descarga eléctrica –miedo, repugnancia, escándalo- que les corrió por la espalda a los apóstoles cuando por primera vez le oyeron a Jesús decir: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Ahí está la cruz impávida, en pie. Como reza el lema de los cartujos: “Stat Crux dum volvitur orbis (La Cruz estable mientras el mundo da vueltas, o, Cruz constante mientras el mundo cambia). Cruz corporal. Cruz en el alma. Cruces provenientes de nosotros mismos. Cruces provenientes de nuestra familia y de los que nos circundan y del ambiente. Cruz proveniente de los enemigos invisibles de nuestra alma. Cruz permitida por Dios. Nuestra cruz es una partícula de la cruz de Cristo. No hay sufrimiento que de alguna manera no esté contenido en la cruz del Señor, ni hay causa de tormento que en la cruz no esté simbolizada.

 

En segundo lugar, sabemos que hay cementerios de guerra en Centroeuropa con 2.000, 8.000 cruces idénticas a tresbolillo. ¡Qué pesadilla onírica! Pues, nuestro mundo es una plantación de cruces morales, familiares, sociales, matrimoniales, políticas, diarias, físicas, espirituales. Y en cada cruz, un Cristo: el prisionero sin esperanza, el revolucionario derrotado, el condenado a muerte, el mártir de las estructuras injustas sin posibilidad de revolucionarlas, la mujer con la lanza de la traición clavada en el costado, el moribundo por un mal diagnóstico, el hijo muerto por sobredosis de droga, ese muchacho víctima de un pedófilo o pederasta…y hoy, la pandemia, cruz física para algunos, cruz espiritual, moral y psicológica para los demás. Los 15 millones de leprosos, los 800 millones de analfabetos, los 1.500 millones sin derechos humanos, los 4.650 millones de hambrientos, etc. Esto es un oleaje sin fin de sangre, sudor y lágrimas, dolor, tristeza y miedo, desesperación. ¿Por qué, para qué, por qué yo, precisamente yo y ahora, qué sentido tiene, a qué viene…? Y un eco místico en la tarde rebota por valles, almas y siglos: “El que no toma mi cruz y me sigue…”.

 

Finalmente, preguntémonos: ¿por qué nos da tanto miedo la cruz? ¿Y por qué san Francisco Javier al acercarse en 1542 a las costas de la actual Kenia, al ver en la altura la columna que en 1498 levantó Vasco de Gama, una cruz de piedra roja, escribió: “En verla, sólo Dios sabe cuánta consolación recibimos, viéndola así sola y con tanta victoria entre tanta morería”.

 

Al contemplar este mundo, este campo de cruces, se nos debería ensanchar el corazón porque estamos viviendo lo que dice Jesús en el evangelio de hoy: “El que no toma su cruz y me sigue…”.  Estamos por buen camino. No hay que buscar la cruz, sino soportarla, como hizo Jesús. Más que soportarla, hay que combatirla, como Jesús hizo con sus milagros. Más que combatirla hay que transfigurar la cruz por la aceptación y diálogo con Jesús. Más que transfigurarla hay que liberar la cruz, como Jesús: con ella a cuestas, pero no abrumado; clavado, pero no desesperado; muerto pero resucitado.

 

¿Qué hacer, pues, ante tanta cruz? Debemos cargarla voluntariamente, cargarla con resignación y hasta con gozo, de ser posible. Debemos besarla. Debemos llorar sobre ella. Quien rechaza la cruz por rebeldía, debe saber que así no podrá seguir al Cristo que por nosotros la cargó. Humillar la frente ante la cruz significa no pretender escudriñar los insondables juicios de Dios, ni dar cauces a las rebeldías instintivas que brotan en nuestro interior contra el plan de la Providencia divina. Humillar la frente ante la cruz es ver con ojos de fe que la cruz de Cristo es misericordia divina, que es una expresión del amor que Dios nos tiene. Humillar la frente ante la cruz significa que nuestros juicios se someten al juicio de Dios. Miremos a María, Virgen Dolorosa.

 

Para reflexionar: ¿Qué estoy haciendo con mi cruz, con esa astilla de la cruz que Cristo me ha participado de su enorme cruz? ¿La he tirado a la cuneta y cargado en los hombros de los demás? ¿Refunfuño y la lleva a regañadientes? ¿Me he abrazado a ella, uniéndola a la cruz de Cristo para darle valor redentor y expiatorio? ¿Acaso no soy digno de la cruz por muchísimos títulos: por tantas infidelidades, por tantas miserias, por tantos olvidos de Dios, por tantos pecados, por tantas rebeldías, por la necesidad que tengo de dominar mis propias pasiones hasta someterlas a la ley santa de Dios y purificar mi alma?

 

Para rezar:

 

No te pido Señor,

que me quites la cruz,

sino que me des una

espalda fuerte para llevarla,

un corazón generoso para amarla

y una sonrisa para aceptarla.

Llevar la cruz con dignidad,

no sólo llevarla con paciencia.

Sólo así mi vida podrá llamarse

verdaderamente cristiana porque

se transformará en ti y llegaré

a ser otro Cristo.

Amen.

 

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

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