Cómo no recordar que el Papa Francisco en la primera Exhortación Apostólica de su Pontificado – La alegría del Evangelio – sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, cita también la importancia de las universidades.
Como hace, por ejemplo en el capítulo I (n 65), hablando de algunos desafíos culturales, escribe: «A pesar de toda la corriente secularista que invade las sociedades, en muchos países -aun donde el cristianismo es minoría- la Iglesia católica es una institución creíble ante la opinión pública, confiable en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y de la preocupación por los más carenciados. En repetidas ocasiones ha servido de mediadora en favor de la solución de problemas que afectan a la paz, la concordia, la tierra, la defensa de la vida, los derechos humanos y ciudadanos, etc. ¡Y cuánto aportan las escuelas y universidades católicas en todo el mundo! Es muy bueno que así sea. Pero nos cuesta mostrar que, cuando planteamos otras cuestiones que despiertan menor aceptación pública, lo hacemos por fidelidad a las mismas convicciones sobre la dignidad humana y el bien común».
También en el capítulo III, sobre cultura, pensamiento y educación (n. 134), Francisco destaca que «Las Universidades son un ámbito privilegiado para pensar y desarrollar este empeño evangelizador de un modo interdisciplinario e integrador. Las escuelas católicas, que intentan siempre conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio, constituyen un aporte muy valioso a la evangelización de la cultura, aun en los países y ciudades donde una situación adversa nos estimule a usar nuestra creatividad para encontrar los caminos adecuados».
La tradición - que comenzó con Benedicto XVI - de celebrar las Primeras Vísperas del Primer Domingo de Adviento en la Basílica de San Pedro, se propone subrayar el comienzo de un nuevo Año Litúrgico para la vida de la Iglesia. Con el tiempo de Adviento, en efecto, comienza un nuevo ciclo anual, en el cual la Iglesia celebra todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación a Pentecostés y a la espera de la venida definitiva del Señor.
Asimismo, el tiempo de Adviento es un tiempo mariano: la espera del Señor que viene está acompañada de María, cuya espera del Señor es ejemplar para todos: «La Estrella de la nueva evangelización», escribe el Papa Bergoglio en la Evangelii Gaudium. Y añade: «A la Madre del Evangelio viviente le pedimos que interceda para que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial». En el broche de oro de su primera Exhortación Apostólica, el Santo Padre escribe también: (N. 286) «María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica».
(CdM – RV)
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