La naturalidad de la muerte

Es una realidad viva, por muy paradójico que esto resulte y sin embargo me fijo en la gente que me rodea y casi todos tienden a escurrir el bulto. Todos se sobresaltan: unos tocan madera, otros cruzan los dedos…como si con ello fueran a conseguir retrasar la llegada de la muerte o mejorar en algo la calidad de su juicio final.
¿Por qué? Me pregunto. Y la respuesta inmediata que me viene es, porque la gente no cree que haya nada bueno más allá de la muerte. Como para ellos se acaba aquí todo, pues no tiene sentido hablar sobre el final del camino por muy seguro que se tenga.
Yo, gracias a Dios, creo en Dios. Creo que lo que nos espera después de cerrar los ojos es mucho mejor por muy doloroso que resulte el paso que haya que dar. Y desde luego así se lo quiero trasmitir a mis hijos, a los que Dios me ha confiado.
De momento son pequeños y no nos ha tocado de cerca más que la muerte de la bisabuela. Desde luego aproveche la ocasión. Fue un momento “bueno” para hablarles de lo que estoy segura que no les van a hablar en la calle, pues la muerte se está considerando un tema “tabú” y cada vez se elimina de mas vocabularios.
Había gente que me decía que los niños no debían ver a su bisabuela muerta, que les podía traumatizar. No hice caso.
Creo que si a los niños se les prepara previamente y ven como viven sus padres una situación dolorosa pero esperanzadora, son muy capaces de asumir el trance por el que mas tarde todos vamos a pasar.
Les explique que íbamos a ver a la bisabuela que se había muerto. Que mas concretamente, lo que íbamos a ver era solo su cuerpo, porque la vida de la bisabuela, esa vida que hacia moverse y pensar a ese cuerpo, ya no estaba presente, se había ido definitivamente a descansar con Dios, desde donde a buen seguro, nos iba a seguir cuidando y queriendo.
Les explique porqué organizábamos un funeral a continuación: al igual que cuando uno nace, los padres lo presentan al Señor para que lo acompañe en su vida, cuando uno muere, los demás presentamos al Señor la vida de esa persona y rezamos por ella al Señor, para que lo acoja y lo incluya entre sus amigos.
Después el entierro. Nunca habían ido a un cementerio. ¿Por qué va a ser un sitio prohibido? Si mientras ha vivido, hemos visitado y cuidado a la bisabuela, lo lógico es que lo hagamos hasta el final, cuando alguien tiene que depositar su cuerpo, que ha sido en vida templo del Espíritu Santo,(donde ha habitado estando en gracia, la Santísima Trinidad), en algún sitio santo para que repose.
La verdad es que ha sido una experiencia muy positiva para el crecimiento personal de mis hijos.
Esta claro, que las muertes no son siempre “esperadas” como podía ser la de la bisabuela, dada su avanzada edad, pero es también buena ocasión para decir que la muerte no tiene edad. Que cada día que vivimos es un regalo del que hay que disfrutar y al que hay que sacar provecho.
Que los planes que pensamos deben siempre acabar en un “si Dios quiere”, sabiéndonos permanentemente en sus manos.
Como todo en la vida y más concretamente en la educación de los hijos, todas nuestras palabras deben cobrar vida, porque si no se hacen realidad y no se ven vividas, quedan huecas y estériles.
Con esto, no quiero decir que no haya que llorar la muerte de alguien. Por supuesto que es bueno llorar, es una expresión de lo que le vamos a echar de menos hasta que le volvamos a ver Dios sabe cuándo.
Pero es a la manera de enfrentar el hecho de la muerte a lo que yo me refiero.
Estoy segura que por encima de grandes fondos de inversión y cuentas corrientes boyantes, la herencia más valiosa que podemos dejar a los hijos es el tesoro de la fe.


Berta Alaez Martinez
Madre de familia numerosa.
Diplomada en Ciencias Empresariales.
Auxiliar de enfermería.
Actualmente trabaja en la clínica IMQ Zorrozaurre.

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