REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
En el Evangelio de la fiesta de la Sagrada Familia, el ángel del Señor dice a José: “Toma al niño y a su madre y huye a Egipto” (Cfr.Mt. 2). Se convierten en prófugos, migrantes, asilados. Esto me lleva a esas líneas de la exhortación post sinodal “Amoris Laetitia, donde Francisco dice (Cfr.1.19-21) que en la biblia el idilio no niega una realidad amarga. “Es la presencia del dolor, del mal, de la violencia que rompen la vida de la familia y su íntima comunión de vida y de amor”. “Es un sendero de sufrimiento y de sangre que atraviesa muchas páginas de la Biblia, a partir de la violencia fratricida de Caín sobre Abel…”, explica el obispo de Roma, que refiere, a su vez, cómo “Jesús mismo nace en una familia modesta que pronto debe huir a una tierra extranjera”, para después involucrarse en situación familiares de enfermedad y muerte. Francisco asevera que Jesús conoce las ansias y las tensiones de las familias incorporándolas en sus parábolas. Y que se interesa incluso por las bodas que corren el riesgo de resultar bochornosas por la ausencia de vino. Para afirmar que verdaderamente “podemos comprobar que la Palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor, y les muestra la meta del camino, cuando Dios «enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor» (Ap 21,4).
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