La ternura que suscita el niño de Belén recién nacido, es lo contrario de lo que genera tanto sufrimiento, destrucción y muerte

REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz 

Por eso el Papa nos invita a mirar a Jesús: “contemplemos la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios”, dijo la misa de Noche Buena de 2016.

A mí me impresiona lo simple del proceso espiritual. Porque cuando se mira al niño recién nacido envuelto en pañales crecen los sentimientos y afectos de ternura, de compasión por la pobreza de este niño; de servicio y ayuda, hasta el punto que muchos ofrecen sus personas y sus vidas al servicio de una misión tan noble. Mientras que la ceguera interior de pequeños rencores y resentimientos que dejamos entrar y poco a poco envenenan el alma, igual que codicia de poder y de riquezas, son la fuerza del mal que genera tanto sufrimiento y destrucción en la familia, en las comunidades, en el mundo. Y también tantos mártires asesinados en número mayor al de los primeros tiempos, “porque el mundo quiere esconder sus obras malignas” (27/12/16).

Miremos al niñito Jesús para que su ternura nos conjure las sentimientos y afectos dañinos de los que solo él puede liberarnos. Dejemos las obras del mal y llenemonos de la ternura, la compasión, el amor, la alegría de Dios. Sí, la alegría de Dios.

 


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