Ciudad del Vaticano, 27 mayo 2014 (VIS).- A primera hora de la tarde de ayer, el Santo Padre llegó al Centro Notre Dame de Jerusalén donde recibió en audiencia privada a Benjamin Netanyahu, Primer Ministro de Israel. Acabado el encuentro el Pontífice, que debía comer junto al séquito papal, cambió de planes y decidió cruzar la calle para hacerlo en el refectorio del convento de San Salvador con los Franciscanos.
Después del almuerzo bendijo el tabernáculo de la capilla del Centro construido por los Legionarios de Cristo en Galilea y fue a la pequeña iglesia greco-ortodoxa sobre el Monte de los Olivos ''Viri Galileai - Hombres de Galilea'' para encontrarse en privado con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé. Al finalizar, ambos bendijeron a un grupo de fieles reunidos en el patio exterior de la iglesia. El Papa partió hacia la iglesia del Getsemani que se encuentra al lado del Monte de los Olivos y está confiada a la Custodia de Tierra Santa. Al llegar, veneró por unos minutos la roca sobre la que Jesús rezó antes de ser arrestado situada a los pies del altar de la iglesia. Desde allí se dirigió al interior de la iglesia donde le esperaban sacerdotes, religiosos y religiosas y seminaristas.
''Cuando llegó la hora señalada por Dios para salvar a la humanidad de la esclavitud del pecado -dijo el Papa- Jesús se retiró aquí, a Getsemaní, a los pies del monte de los Olivos. Nos encontramos en este lugar santo, santificado por la oración de Jesús, por su angustia, por su sudor de sangre; santificado sobre todo por su “sí” a la voluntad de amor del Padre. Sentimos casi temor de acercarnos a los sentimientos que Jesús experimentó en aquella hora; entramos de puntillas en aquel espacio interior donde se decidió el drama del mundo. En aquella hora, Jesús sintió la necesidad de rezar y de tener junto a sí a sus discípulos, a sus amigos, que lo habían seguido y habían compartido más de cerca su misión. Pero aquí, en Getsemaní, el seguimiento se hace difícil e incierto; se hace sentir la duda, el cansancio y el terror. En el frenético desarrollo de la pasión de Jesús, los discípulos tomarán diversas actitudes en relación a su Maestro: actitudes de acercamiento, de alejamiento, de incertidumbre''.
''Nos hará bien a todos nosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas, seminaristas, preguntarnos en este lugar: ¿quién soy yo ante mi Señor que sufre? -dirigiéndose a los presentes- ¿Soy de los que, invitados por Jesús a velar con él, se duermen y, en lugar de rezar, tratan de evadirse cerrando los ojos a la realidad? ¿O me identifico con aquellos que huyeron por miedo, abandonando al Maestro en la hora más trágica de su vida terrena? ¿Descubro en mí la doblez, la falsedad de aquel que lo vendió por treinta monedas, que, habiendo sido llamado amigo, traicionó a Jesús? ¿Me identifico con los que fueron débiles y lo negaron, como Pedro? Poco antes, había prometido a Jesús que lo seguiría hasta la muerte; después, acorralado y presa del pánico, jura que no lo conoce. ¿Me parezco a aquellos que ya estaban organizando su vida sin Él, como los dos discípulos de Emaús, necios y torpes de corazón para creer en las palabras de los profetas ?
O bien, gracias a Dios, -continuó- ¿me encuentro entre aquellos que fueron fieles hasta el final, como la Virgen María y el apóstol Juan? Cuando sobre el Gólgota todo se hace oscuridad y toda esperanza parece apagarse, sólo el amor es más fuerte que la muerte. El amor de la Madre y del discípulo amado los lleva a permanecer a los pies de la cruz, para compartir hasta el final el dolor de Jesús. ¿Me identifico con aquellos que han imitado a su Maestro hasta el martirio, dando testimonio de hasta qué punto Él lo era todo para ellos, la fuerza incomparable de su misión y el horizonte último de su vida? La amistad de Jesús con nosotros, su fidelidad y su misericordia son el don inestimable que nos anima a continuar con confianza en el seguimiento a pesar de nuestras caídas, nuestros errores, incluso nuestras traiciones.
El Papa destacó que esta bondad del Señor ''no nos exime de la vigilancia frente al tentador, al pecado, al mal y a la traición que pueden atravesar también la vida sacerdotal y religiosa. Todos estamos expuestos al pecado, al mal, a la traición. Advertimos la desproporción entre la grandeza de la llamada de Jesús y nuestra pequeñez, entre la sublimidad de la misión y nuestra fragilidad humana. Pero el Señor, en su gran bondad y en su infinita misericordia, nos toma siempre de la mano, para que no perezcamos en el mar de la aflicción. Él está siempre a nuestro lado, no nos deja nunca solos. Por tanto, no nos dejemos vencer por el miedo y la desesperanza, sino que con entusiasmo y confianza vayamos adelante en nuestro camino y en nuestra misión''.
A todos los presentes, Francisco recordó que estaban llamados a seguir al Señor con alegría en esta Tierra bendita. ''Es un don y una responsabilidad. Vuestra presencia aquí es muy importante'' y señaló que toda la Iglesia agradece esta labor y los apoya con la oración. Asimismo el Pontífice dirigió un 'afectuoso saludo a todos los cristianos de Jerusalén. ''Quisiera asegurarles -dijo- que los recuerdo con afecto y que rezo por ellos, conociendo bien la dificultad de su vida en la ciudad. Los animo a ser testigos valientes de la pasión del Señor, pero también de su Resurrección, con alegría y esperanza. Imitemos a la Virgen María y a san Juan -finalizó-, y permanezcamos junto a las muchas cruces en las que Jesús está todavía crucificado. Éste es el camino en el que el Redentor nos llama a seguirlo. 'El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí estará mi servidor'.
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