176.000 niños asesinados en Ciudad de México

 

+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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Se han cumplido diez años desde que, en la Ciudad de México, se liberó totalmente la práctica del aborto, destinando fondos públicos de los impuestos ciudadanos para apoyar en todo a las mujeres que decidan abortar, obligando a médicos y enfermeras a darles todas las facilidades en instituciones oficiales de salud, so pena de perder su trabajo. Se han contabilizado 176,000 abortos en este período, más los que se hacen fuera de control oficial.

Los legisladores y autoridades de esa gran megápolis presumen estos datos, como si fuera una conquista de progreso y civilización, cuando que es una verdadera masacre de niños indefensos e inocentes. Con el alegato de proteger a las mujeres y que no mueran más por embarazos no planeados ni deseados, consideran que es un “derecho” de la liberación femenina el matar al ser humano que llevan en su seno. Nos importa mucho la salud y el bienestar de las mujeres, pero no a costa de convertirse en asesinas de sus propios hijos. Presentar esto como un adelanto, es una perversión. Calificar como un derecho femenino el asesinato del hijo, aunque sea apenas embrionario y tan pequeñito que aún no se pueda defender, es una total distorsión de la moral pública. En esta falta de respeto a la vida ajena, empieza la degradación de la conciencia asesina de bandas y grupos delictivos, que se ensañan destruyendo a sus contrarios.

Los obispos y sacerdotes tenemos oportunidad de escuchar a quienes han abortado, y somos conscientes del dolor tan profundo que llevan en su corazón, como una carga de la que no pueden liberarse. Pensaron quedar libres al deshacerse de una criatura, y se encadenaron con un reproche y un arrepentimiento que no les deja en paz, aunque no falte quien intente legitimar lo que hicieron. Saben, en lo más profundo de su conciencia, que asesinaron a un verdadero ser humano. Sólo una buena confesión les devuelve la paz y el perdón que tanto anhelan.

PENSAR

El Papa Francisco, en su Exhortación Amoris laetitia, dice: “El descenso demográfico, debido a una mentalidad antinatalista y promovido por las políticas mundiales de salud reproductiva, no sólo determina una situación en la que el sucederse de las generaciones ya no está asegurado, sino que se corre el riesgo de que con el tiempo lleve a un empobrecimiento económico y a una pérdida de esperanza en el futuro. El avance de las biotecnologías también ha tenido un fuerte impacto sobre la natalidad. Pueden agregarse otros factores como la industrialización, la revolución sexual, el miedo a la superpoblación, los problemas económicos.

La sociedad de consumo también puede disuadir a las personas de tener hijos sólo para mantener su libertad y estilo de vida. Es verdad que la conciencia recta de los esposos, cuando han sido muy generosos en la comunicación de la vida, puede orientarlos a la decisión de limitar el número de hijos por motivos suficientemente serios, pero también, por amor a esta dignidad de la conciencia, la Iglesia rechaza con todas sus fuerzas las intervenciones coercitivas del Estado en favor de la anticoncepción, la esterilización e incluso del aborto. Estas medidas son inaceptables incluso en lugares con alta tasa de natalidad, pero llama la atención que los políticos las alienten también en algunos países que sufren el drama de una tasa de natalidad muy baja. Esto es actuar de un modo contradictorio y descuidando el propio deber” (No. 42).

Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una conciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por donde ir.

Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza” (1-IX-2015).

ACTUAR

Sin dejar de calificar el aborto, libremente elegido y decidido, como verdadero asesinato de un ser humano inocente e indefenso, invitamos a los jóvenes a no adelantar lo que es propio del matrimonio, a controlar sus impulsos eróticos con una educación moral que les hará libres, a no dejarse aprisionar por tanta pornografía que les invade. Y a las mujeres que han abortado, les invitamos a acercarse al perdón misericordioso de Dios, para que su conciencia quede libre.

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