"Si transformo lo negativo en positivo con la gracia del Señor, soy un triunfador", el Papa a los jóvenes de Uganda

«Jesús puede cambiarte la vida. Jesús puede tirar abajo todos los muros que tenés delante. Algunos de ustedes me pueden preguntar… ¿para esto hay una barita mágica? Si vos querés que Jesús te cambie la vida pedile a él…esto se llama rezar». Con estas profundas palabras, nacidas espontáneamente de su corazón, el Papa Francisco habló a los jóvenes provenientes de distintas regiones de Uganda, en el encuentro que se celebró esta tarde en el  Kololo Air strip de Kampala, la capital del país.

En un ambiente de emoción y de entusiasmo los jóvenes recibieron al Santo Padre con cánticos y sonrisas. Tras el saludo de Monseñor Paul Semogerere, presidente de la Comisión para el Apostolado de laicos de la Conferencia Episcopal de Uganda, el Papa escuchó los conmovedores testimonios de vida de dos jóvenes que ofrecemos a continuación.

Testimonio completo de la joven Winnie Nansumba

«Santo padre; Me llamo Winnie Nansumba, nací con el virus del VIH. Tengo 24 años y me he graduado en la universidad de Ndejje. Perdí a mis padres antes de cumplir los siete años. En 1999 ingresé en el programa Mild May Uganda que proporciona cuidados a los pacientes afectados por el virus del SIDA y comencé a recibir un tratamiento. Cuatro años más tarde, sufrí de sarampión y neumonía, los cuales han dejado mi organismo extremadamente débil y tuve que hacer un tratamiento antiretroviral muy agresivo. En aquel tiempo, los medicamentos que debía tomar para controlar el virus, eran muy caros, pero con el apoyo de mi tía y del programa Mild May Uganda, pude tomar las medicinas cada mes.

 Como mujer joven, siempre me pareció muy difícil enamorarme porque pensaba que no tenía el derecho de amar y de ser amada. Siempre tenía miedo de tener que explicar y contar mi vida. Gracias a Dios, ahora he adopatado una actitud positiva hacia mi situación. Recuerdo las palabras del ya fallecido Philly Bongole Lutaya, un famoso músico ugandés, que cantaba: "permanezcamos juntos y luchemos contra el sida". Él se convirtió en mi modelo a seguir y me di cuenta de que yo puedo ser como él y usar mi historia para enseñar, inspirar y crear cambios positivos.


 Queridos jóvenes; nuestros cuerpos son el templo de Dios y debemos cuidar de ellos. «Dios quiere que tengamos vida y que la tengamos en abundancia», Juan 10:10.

No se puede experimentar la plenitud de la vida, cuando somos oprimidos y esclavizados por vivir en el pecado. Debemos respetar nuestras vidas y la de los demás. Conducir nuestras vidas hacia la plenitud nos mantiene unidos a Dios y por lo tanto lejos de las enfermedades e infecciones de transmisión sexual. Trabajemos juntos, como jóvenes, sin importar nuestro estatus o condición social, ya que necesitamos adoptar nuevas conductas y comportamientos que ayuden a que cada uno de nosotros pueda desempeñar su papel en la lucha contra el SIDA. No estamos combatiendo una batalla perdida, nuestros mayores han hecho su parte y se han visto progresos. Es ahora nuestro momento de hacer nuestra parte.

Los jóvenes que viven con la enfermedad del SIDA necesitan energía, amor y apoyo en lugar de compasión, de pena o de rechazo. Para una persona sabia, una sola palabra es suficiente. La enfermedad del SIDA es seria, pero puede ser prevenida y controlada. Valoren sus vidas, porque Dios los ama y quiere que continúen siendo testimonios de fe en medio de los desafíos y dificultades a los que los jóvenes de hoy debemos enfrentarnos.

Cuando estés rodeado por una multitud recuerda que a pesar de que tú no tengas esta enfermedad, tu vecino o vecina puede que la padezca y la sufra. Por lo tanto, debe nacer de ti la iniciativa de acercarte a ellos e interesarte por sus necesidades. Continuemos creciendo responsablemente testimoniando el amor de Jesucristo».

Testimonio completo del joven Emmanuel Odokonyero

«Santo padre, queridos amigos; fue el 11 de mayo de 2003 a las once de la noche, cuando el ejército de rebeldes autodenominado la Resistencia del Señor, atacó el Seminario menor Sagrado Corazón  en la ciudad de Lacor. Rompieron una ventana y empujaron dentro a un niño  para que abriera la puerta de un dormitorio del que secuestraron a 41 estudiantes seminaristas, incluido yo. Abandonamos el edificio de la escuela sobre las 2 de la mañana y caminamos hasta las cuatro, momento en el que nos reunimos con un grupo aún más grande de personas también secuestradas. Debido al temor de que los helicópteros de búsquedas nos encontraran, nos separaron en grupos más pequeños para que no pudiéramos organizarnos y escapar.

 Así, en la cautividad, tuvimos que enfrentarnos a muchos desafíos: pasamos hambre, padecimos la precariedad de nuestro refugio, fuimos golpeados y quemados en la piel de nuestras espaldas con "pangas calientes", que son unos cuchillos con los que a algunos de nosotros nos marcaron el signo de la cruz, heridas que aún hoy conservamos. Otros tenían sus piernas hinchadas, inflamadas, mientras que otros de nuestros amigos fueron asesinados. Yo mismo fui torturado. Me ataron las manos con violencia a mis espaldas y a penas podía respirar. En estas condiciones deseaba pedirles que me mataran antes que sufrir semejante dolor.

Gracias a dios, conseguí escapar el 11 de agosto de 2003 de Namokora, el sub condado del distrito de Kitgum, donde fuimos obligados a cruzar la frontera. Mi destino no estaba en mis manos ni en mi control,  fue Dios misericordioso quien me guió y me condujo a dar esos pasos y poder huir. Hoy, mi corazón está lleno de dolor y de pena por todos aquellos que perdieron sus vidas en ese secuestro. Les pido a todos los aquí reunidos, que recen por los once seminaristas restantes y por todos aquellos que están secuestrados y retenidos contra su voluntad, para que la fuerza de Dios Todopoderoso los proteja y los traiga de vuelta con nosotros.

En cuanto a todos aquellos que nos torturaron, estoy contento de que mi corazón haya encontrado el amor, el perdón, la paz y la alegría. Los he perdonado porque Jesucristo venció el poder de la muerte sufriendo en la cruzA pesar de todos estos desafíos dolorosos que tuve que enfrentar en el secuestro, cuando escapé, no me di por vencido. Gracias al apoyo de gente amable y buena, volví a la escuela y me gradué en la carrera de Administración de Empresas. Santo Padre, agradezco su presencia aquí entre nosotros y su testimonio de Paz y de perdón. Queridos jóvenes, en medio de las tentaciones y de otros retos que se nos presentan en nuestras vidas, permanezcamos fuertes en nuestra fe, creyendo y depositando nuestra confianza en Jesucristo, Nuestro Señor».

Tras escuchar la profundidad con la que hablaron estos jóvenes, el Papa expresó el gran dolor que le produce tanto sufrimiento, pero en medio de esta tristeza, dijo el Santo Padre, "me hice una pregunta: ¿una experiencia negativa puede servir par algo en la vida?". La respuesta nos la da Jesús, quien puede transformar una pared en horizonte. Un horizonte que me abra el futuro. Delante de una experiencia negativa, siempre está la posibilidad de abrir un horizonte, de abrirlo con la fuerza de Jesús. "Si transformo lo negativo en positivo con la gracia del Señor, soy un triunfador". Rezale a Jesús porque él es El Salvador. Nunca dejen de rezar. La oración es el arma más fuerte que tiene un joven".

Tras finalizar este encuentro, el Santo Padre se dirijió a se trasladó en automóvil hacia la localidad de Nalukolongo, a 10 km de distancia, para visitar la Casa de la Caridad, fundada en 1978 por el Cardenal Emmanuel Kikwanka Nsubuga.

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(from Vatican Radio)
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