“Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él le contestó: «Está escrito: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios»” (Mateo 4,1-4). Con este pasaje del Evangelio según San Mateo, Monseñor Fernando Chica Arellano – observador permanente de la Santa Sede ante los organismos de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Roma- reflexiona en el decimotercer programa «Tu palabra me da Vida».
El texto evangélico que acabo de proclamar nos muestra una gran verdad: en el mundo creado bueno por Dios hay mal, pues algunos ángeles, al rebelarse contra Dios, se convirtieron en demonios y buscan apartar a las personas de Dios por la tentación. El fruto de esa tentación, a la que también se sometió Cristo, está presente en cada uno de nosotros, en nuestro mundo y aparece con muchas caras. No podemos quedar impasibles ante las formas del mal, que siempre surgen del alejamiento de Dios. Es lo que aprendemos de Cristo, que siempre miró de frente y entabló contra el mal un combate radical. En su lucha, lo que nunca Cristo hizo fue lo que a menudo nosotros hacemos, a saber: evadirnos, descargar en los otros nuestra responsabilidad, acusar a los demás del mal que sucede en el mundo, culpabilizar a la sociedad o al sistema de lo apurados que estamos. Hay quien, incluso, va más allá y se enfada con Dios, al que imagina distante de las penalidades que marcan la hora presente, mudo y sordo ante las contrariedades que a tantos golpean. Cuántos son los que dicen: ¡A Dios no le importan las lágrimas de los que lloran! ¡Qué equivocados están!
Dios no tolera el mal, porque es bueno y justo, porque busca nuestra salvación. Y de ello nos ha dado muchas pruebas. Él quiere redimirnos de todo lo que nos esclaviza y aflige. Por eso envió a su Hijo al mundo: para liberarnos del dominio del diablo, para rescatarnos del pecado. Y su Hijo murió en la cruz, dio su vida por nosotros y así derrotó de una vez por todas a Satanás, causa última del mal.
A nosotros nos toca ponernos al lado de Jesús en la lucha contra el mal y el pecado. Nos toca tomar nuestra cruz y seguir las huellas de Cristo con confianza y humildad. Con la gracia y la fuerza de Dios, muy unidos a Cristo, hemos de presentar cada día batalla al mal. Busquemos para ello un tiempo para orar, para pedir al Señor que nos libre del mal, que no nos deje caer en la tentación.
Son muchas las tentaciones que nos asaltan. Por ejemplo, la tentación del egoísmo, del consumismo desenfrenado, de la megalomanía, del pesimismo y la mediocridad, la tentación de la indiferencia, el aislarnos de los demás, el endurecer nuestro corazón para que las preocupaciones de los demás nos resbalen y no nos afecten.
El Papa Francisco nos da algunos consejos prácticos que nos vienen muy bien para vencer en el combate diario contra el espíritu del mal. Escuchemos al Santo Padre que nos dice: “En sus respuestas a Satanás, el Señor, usando la Palabra de Dios, nos recuerda, ante todo, que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3); y esto nos da fuerza, nos sostiene en la lucha contra la mentalidad mundana que abaja al hombre al nivel de las necesidades primarias, haciéndole perder el hambre de lo que es verdadero, bueno y bello, el hambre de Dios y de su amor. Recuerda, además, que «está escrito también: “No tentarás al Señor, tu Dios”» (v. 7), porque el camino de la fe pasa también a través de la oscuridad, la duda, y se alimenta de paciencia y de espera perseverante. Jesús recuerda, por último, que «está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto”» (v. 10); o sea, debemos deshacernos de los ídolos, de las cosas vanas, y construir nuestra vida sobre lo esencial” (Francisco, Ángelus. 9 de marzo de 2014).
Señor, danos hambre y sed de tu Palabra, ayúdanos a ser sembradores de bondad. No nos dejes caer en la tentación y líbranos siempre del mal.
(Mireia Bonilla para RV)
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