Padre Antonio Rivero: “Seamos testigos valientes de Cristo resucitado”

TERCER DOMINGO DE PASCUA

Ciclo C

Textos: Hech 5, 27b-32.40b-41; Ap 5, 11-14; Jn 21, 1-19

P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: Testimoniar a Cristo resucitado delante de todos con valentía y atrevimiento.

Síntesis del mensaje: La resurrección de Cristo es fuente de entusiasmo, fuerza y valentía para dar testimonio, si es preciso con la sangre, de ese maravilloso hecho: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quienes ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz…Nosotros somos testigos” (1ª lectura). Hoy es la tercera aparición de Jesús resucitado a sus discípulos para confirmarles en la fe, en la confianza y en el amor. Y de esta manera puedan vivir en un “Amén” sostenido y sin bemoles, aunque cueste la vida.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, testimoniar a Cristo requiere una experiencia profunda del amor de Cristo en nuestra vida (evangelio). Preguntemos, si no, a Pedro hoy. Nadie da testimonio valiente de alguien a quien no ama, de quien no está convencido. O peor, de quien no existió. Y el amor presupone el conocimiento, pues nadie ama lo que no conoce. El amor puede pasar por momentos de descalabro, como le pasó a Pedro en la Pasión del Señor, que le negó tres veces, por debilidad y por confiar en sí mismo. Pero la resurrección de Cristo le sanó el corazón, le dio nuevo ardor y renovó por tres veces ese amor que había decaído. En el caso de Pedro le confirmó en el Primado de la caridad: apacentar los corderos y ovejas de Cristo, que no de él. Sólo si Pedro –y después de él sus sucesores, los Papas- preside en la caridad, entonces sí podrá testimoniar a ese Cristo resucitado totalmente entregado a todos. ¿Ahora entendemos el inmenso y agotador esfuerzo del Papa Francisco por acercarse a todos, por ganarse a todos para la causa de Cristo: judíos, musulmanes, protestantes, anglicanos y demás jefes de otras religiones, sin ínfulas de soberbia para defender su primado con las uñas y con la pluma en ristre, como algunos ultraconservadores – “más papistas que el Papa siempre los ha habido”– quieren y hasta exigen? Será el amor el mejor y más convincente testimonio que demos de Cristo resucitado: amor que es bondad, mansedumbre, paciencia, misericordia, comprensión. Amor que es mirar al otro e interesarme por él. Amor que no se impone, que no es grosero ni escupe a la cara ni da puntapiés. Pidamos a Cristo resucitado nos llene de su ternura para que nuestro testimonio de Él sea digno de crédito y muchos se acerquen a Cristo vivo que ven reflejado en cada uno de nosotros.

En segundo lugar, testimoniar a Cristo no siempre será fácil (1ª lectura y evangelio). Encontraremos resistencias, nos prohibirán hablar de Cristo, se burlarán de nosotros, nos amenazarán. ¿No está pasando ya esto en tierras donde cristianos son matados, por extremistas del Estado Islámico, por el simple hecho de creer en Cristo: Siria, Irak, Bangladesh…? ¡Un auténtico infierno están sufriendo por el nombre de Cristo! Experimentaremos también que nuestra pesca es inútil, estéril, y sacamos las redes sin nada (evangelio): papás de familia que sacan las redes de sus hijos vacías, sin fe, sin amor…cuando no rotas por los estragos de la droga, del consumismo y del relativismo. Esposas comprometidas con su fe que tiran una y otra vez la red de la fidelidad a derecha e izquierda para conquistar al esposo, y nada. Misioneros y misioneras que ven que la semilla se malogra en tantos corazones, y se sienten desanimados y sin fuerzas. Redes vacías de virtud, en Movimientos eclesiales y tantos grupos parroquiales, o, peor, llenas de ambiciones, de intrigas, de desavenencias, de críticas. Congregaciones religiosas que experimentan la esterilidad de vocaciones por falta de identidad o la aversión de tantos jóvenes para dar un “sí” generoso y firme, cuando les proponen las exigencias de Cristo resucitado. Es en estos momentos cuando Cristo nos dice: “Echen las redes a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Es el momento para renovar nuestra fe y confianza en la palabra del Señor. ¡Él vive y nos dice: “Traed algunos pescados de los que acabáis de pescar…pues las brasas están preparadas”!

Finalmente, testimoniar a Cristo significa renovar nuestro continuo “Amén” (2ª lectura) a Dios, al crecimiento en las virtudes cristianas y a los valores humanos. “Amén” significa asentimiento, conformidad y obediencia a lo que otra persona hace o dice. Significa la fuerza, la firmeza, la solidez, la estabilidad, la duración, la credibilidad, la fidelidad, la seguridad total. Esta palabra procede del hebreo אמן (‘en verdad’, ‘ciertamente’) pronunciado āmēn. La raíz de esta palabra indica firmeza y seguridad, y en hebreo coincide con la raíz de la palabra ‘fe’. Decir “Amén” implica un gran compromiso, es hacer una profesión de fe, es decirle a Dios que sí, que estamos de acuerdo con todo lo que Él nos dice, es repetirle una y otra vez que le vamos a ser fieles, es asegurar nuestra esperanza. Amén, cuando el dolor o la enfermedad toque la puerta de nuestra casa, por permisión de Dios. Amén, cuando un revés o contratiempo nos frustró los planos que teníamos. Amén, en la salud y enfermedad. Amén, en la riqueza y en la pobreza. Amén, en el éxito y en fracaso. Amén, en primavera, verano, otoño e invierno. Amén, en la niñez, en la adolescencia, en la juventud, en la edad madura y en la vejez.  Amén, cuando Dios nos llena de consuelos y regalos, y también cuando experimentamos la noche oscura del alma. Amén, al terminar nuestras oraciones y nuestro trabajo. Amén, cuando Dios nos bendice con el cuarto o el quinto hijo, o cuando no nos bendice, y nos pide que adoptemos a un hijo de corazón. Amén, cuando un pobre nos visita y nos tiende la mano para que le demos, no de lo que nos sobra, sino incluso, de lo que necesitamos. Amén, cuando iniciamos el día y cuando lo terminamos. Amén, cuando la muerte se acerque de puntillas a nuestra habitación para llevarnos a la presencia de Dios.

Para reflexionar: ¿Cómo está mi testimonio de Cristo resucitado: es valiente y decidido, u opaco y débil? ¿Cómo reacciono delante de las dificultades que la vida me presenta o que Dios permite? ¿Vivo en un continuo “Amén” sostenido, o con muchos bemoles de incertidumbres, dudas, desalientos?

Para rezar: Señor, concédenos la fe. La fe que arranca la máscara del mundo y hace ver a Dios en todas las cosas, la fe que lo hace ver todo bajo otra luz:
que nos muestra la grandeza de Dios y nos hace descubrir nuestra pequeñez;
Señor, concédenos esta fe, que nos hace emprender todo lo que Dios quiere sin dudar, sin vergüenza ni temor, sin retroceder nunca. La fe por la que no tememos ni los peligros, ni el dolor, ni la muerte; que sabe caminar por la vida con calma, paz y una profunda alegría, y que establece en nuestro espíritu un desprendimiento absoluto hacia todo, fuera de Vos. Amén.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

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