REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
“El mensaje del Evangelio de hoy nos infunde gran esperanza y lo podemos sintetizar así: no hay pecado en el que hayamos caído del cual, con la gracia de Dios, no podemos resurgir; no hay un individuo irrecuperable, porque Dios no deja jamás de querer nuestro bien, ¡aun cuando pecamos!”, explicó Francisco el domingo 11 de setiembre, en su reflexión previa a la oración del Ángelus con los fieles y peregrinos en la plaza de San Pedro.
“Dios Padre es el primero en tener una actitud acogedora y misericordiosa hacia los pecadores”, dijo, haciendo pie en el Evangelio de san Lucas, en el capítulo 15, donde Jesús presenta a Dios como un pastor que deja las noventa y nueve ovejas para ir a la búsqueda de aquella perdida. Y comparado con una mujer que perdió una moneda y la busca hasta que la encuentra. Para finalizar con la parábola donde Dios es imaginado como un padre que recibe al hijo que se había alejado.
El Sucesor de Pedro concluyó pidiendo a la Virgen María, Refugio de los pecadores, que haga nacer en nuestros corazones la confianza que se encendió en el corazón del hijo pródigo: “Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti” (v. 18). Por este camino, podemos dar alegría a Dios, y su alegría puede volverse nuestra.
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