(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Mirando a los tantísimos rostros que sufren, en Siria, en Irak y en los países cercanos y lejanos donde millones de refugiados están obligados a buscar refugio y protección, “la Iglesia ve el rostro de su Señor durante la Pasión”. Así lo ha indicado hoy el papa Francisco, en su encuentro en el Vaticano con los miembros de los organismos caritativos católicos que trabajan en el contexto de la crisis humanitaria en Siria, Irak y en los países limítrofes, reunidos en Roma para su quinto encuentro promovido por el Pontificio Consejo Cor Unum.
De este modo, el Santo Padre ha expresado su agradecimiento “por el apoyo atento y eficaz que la Iglesia está realizando para tratar de aliviar los sufrimientos de millones de víctimas de estos conflictos”.
Además, ha reconocido que más allá de las ayudas humanitarias necesarias, lo que la población de Siria e Irak desea “es la paz”. Por eso –ha añadido Francisco– no me canso de pedir a la comunidad internacional mayores y renovados esfuerzos para alcanzar la paz en todo Oriente Medio y pedir no mirar a otro lado.
“Poner fin al conflicto está también en las manos del hombre”, ha observado. Así, ha indicado que cada uno de nosotros “puede y debe” hacerse constructor de paz, “porque cada situación de violencia e injusticia es una herida en el cuerpo de toda la familia humana”.
El Pontífice ha indicado que su petición “se hace oración diaria a Dios” para inspirar las mentes y los corazones de los que tienen responsabilidades políticas, para que “sepan renunciar a los intereses parciales para alcanzar el bien más grande: la paz”.
Por otro lado, el Santo Padre también ha agradecido y alentando a las instancias internacionales, en particular a las Naciones Unidas, “por el trabajo de apoyo y mediación ante los diversos Gobiernos” para que se acuerde el final del conflicto y se ponga finalmente en el primer lugar el bien de las poblaciones indefensas.
Es un camino –ha explicado Francisco– que se debe recorrer juntos con paciencia y perseverancia, pero también con urgencia, y la Iglesia no dejará de seguir dando su contribución.
Además, el Santo Padre ha dedicado unas palabras a las comunidades cristianas de Oriente Medio, que sufren las consecuencias de la violencia y miran con temor al futuro. Por eso ha explicado que en medio de tanta oscuridad, estas Iglesias “sostienen en alto la lámpara de la fe, de la esperanza y de la caridad”. Ayudando con valentía y sin discriminación a los que sufren y trabajando por la paz y la coexistencia, “los cristianos mediorientales son hoy signo concreto de la misericordia de Dios”.
Asimismo, ha precisado que pasado un año del último encuentro se puede constatar “con gran tristeza” que a pesar de los muchos esfuerzos realizados en varios ambientes, “la lógica de las armas y de la opresión, los intereses oscuros y la violencia” continúan devastando estos países.
Y las consecuencias dramáticas de la crisis –ha asegurado– son ya visibles más allá de los confines de la región. El grave fenómeno migratorio es expresión de ello.
La violencia genera violencia, ha explicado Francisco, y tenemos la impresión de encontrarnos envueltos en una espiral de prepotencia y de inercia de la que no parece haber escapatoria.
En su discurso, el Pontífice ha observado que este mal que se apodera de la conciencia y la voluntad nos debe interrogar: “¿Por qué el hombre, también a costa de daños incalculables para las personas, el patrimonio y el medio ambiente, continúa persiguiendo prevaricaciones, venganzas y violencias?” Al respecto, el Santo Padre ha invitado a pensar en el reciente ataque contra un convoy humanitario de la ONU.
Por otro lado, ha reconocido que el trabajo de los presentes en esta audiencia, que representan a tantos trabajadores en este campo, comprometidos con la ayuda a las personas y el cuidado de la dignidad, “es realmente un reflejo de la misericordia de Dios” y “un signo de que el mal tiene un límite y que no tiene la última palabra”. Finalmente, ha asegurado que es un signo de gran esperanza, motivo por el cual él ha querido dar las gracias a tantas “personas anónimas” que “rezan e interceden en silencio por las víctimas de los conflictos, sobre todo por los niños y los más débiles”.
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