La evangelización se
realiza con el testimonio y luego con la palabra, estando bien atentos a no
caer en la tentación de reducirse a funcionarios que pasean o hacen
proselitismo. Relanzando «el estilo»
evangelizador de san Pablo, su «hacerse todo con todos» sin buscar la
vanagloria personal, en la misa celebrada el viernes 9 de septiembre, por la
mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta, el Papa Francisco quiso volver a
proponer también la figura de san Pedro Claver, jesuita misionero entre los
deportados.
«El apóstol Pablo explica
a los cristianos de Corinto qué significa evangelizar», afirmó enseguida el
Pontífice refiriéndose a la primera lectura propuesta por la liturgia del día (1
Cor 9, 16-19.22-27). «También nosotros —explicó— podemos reflexionar hoy
sobre qué significa evangelizar, porque nosotros cristianos estamos llamados a
evangelizar, a llevar el Evangelio, que significa dar testimonio de
Jesucristo».
Y Pablo, dirigiéndose
precisamente a los cristianos de Corinto, comienza así su razonamiento:
«Hermanos, ¿qué cosa no es evangelizar? Anunciar el Evangelio no es para mí
ningún motivo de gloria». Por lo tanto, no podemos gloriarnos «de ir a
evangelizar: voy hacer esto, voy hacer esto otro», como si evangelizar fuese
«dar un paseo». Sería como «reducir la evangelización a una función: mi función
es esta». Y «estoy hablando —destacó el Papa— de cosas que suceden en alguna
parroquia por el mundo, cuando el párroco tiene siempre la puerta cerrada».
Puede suceder también,
continuó Francisco, que encontremos «laicos que dicen “yo hago esta escuela de
catequesis, hago esto, esto, esto…”». Reduciendo de este modo lo «que ellos
llaman evangelizar a una función». Tal vez alardean diciendo: «mi función es
esta, soy un funcionario catequista, soy funcionario de esto, de aquello, de
aquello… y luego sigo mi vida».
Pero esta es precisamente
la actitud de quien se gloría, insistió el Papa, «es reducir el Evangelio a una
función o también a una forma de gloriarse: “yo voy a evangelizar y he traído
muchos a la Iglesia”». Pues, continuó, «hacer proselitismo es también una forma
de gloriarse». En cambio, «evangelizar no es hacer proselitismo». Es más:
evangelizar nunca es «dar un paseo; reducir el Evangelio a una función; hacer
proselitismo».
Lo que significa de
verdad evangelizar, explicó el Pontífice, lo repite eficazmente san Pablo: «No
es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe». En
efecto, dijo el Papa reflexionando sobre las expresiones paulinas, «un
cristiano tiene el deber, pero con esta fuerza, como una necesidad, de llevar
el nombre de Jesús, y esto desde el propio corazón». Y recordó las palabras del
apóstol: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!».
Una advertencia —«¡Ay de
ti!»— para ese católico que piensa: «Voy a misa, hago esto y luego nada más».
En cambio, alertó Francisco, «si tú dices que eres católico, que has recibido
el bautismo, que estás confirmado o confirmada, debes ir más allá y llevar el
nombre de Jesús: ¡es un deber!».
Las indicaciones
concretas de Pablo, continuó el Papa, llevan a preguntarnos cuál debe ser
nuestro «estilo de evangelización». O sea, «¿cómo puedo estar seguro de que no
doy sólo un paseo, que no hago proselitismo y no reduzco la evangelización a un
funcionalismo? ¿Cómo puedo comprender cuál es el estilo justo?».
La respuesta la sugiere
también Pablo: «El estilo es hacerse todo a todos». Escribe el apóstol: «Me he
hecho todo a todos». Significa, en esencia, «ir y compartir la vida de los
demás, acompañar en el camino de la fe, ayudar a crecer en el camino de la fe».
En concreto, explicó
Francisco, se trata de comportarnos como cuando «se acompaña a un niño, por
ejemplo: cuando queremos que un niño aprenda a hablar, no tomamos el libro “Los
novios” y le decimos: “Habla, lee esto y habla”». Más bien le enseñamos a decir
ante todo «mamá y papá». Y haciendo así, continuó el Pontífice, «nos hacemos
como niños para que el niño crezca».
Es así, destacó una vez
más el Papa, «con los hermanos debemos hacer lo mismo: ponernos en la condición
en la cual está él y si él está enfermo, acercarme, no estorbar con discursos;
estar cerca, cuidarle, ayudarle». Así, pues, para responder a la pregunta sobre
el estilo que se debe usar para anunciar el Evangelio, Francisco respondió que
se evangeliza precisamente «con esta actitud de misericordia: hacerse todo a
todos», con la certeza de que «es el testimonio lo que trae la Palabra».
Y en esta perspectiva, el
Papa quiso compartir también una confesión personal: «Cuando estaba en Polonia,
en Cracovia, en la comida con los jóvenes en la Jornada mundial de la juventud,
un joven me preguntó: “Padre, ¿qué tengo que decir a un amigo que es bueno —¡es
buena persona!— pero es ateo, no cree? ¿Qué tengo que decirle para que crea?».
Esta, continuó Francisco, «es una buena pregunta, todos nosotros conocemos
gente que se ha alejado de la Iglesia: ¿qué les tenemos que decir?». En esa
ocasión, recordó, su respuesta a la pregunta de ese joven fue: «Mira, la última
cosa que tienes que hacer es decir algo. Comienza a hacer, él verá lo que haces
y te preguntará; y cuando él te pregunte, tú dile».
En definitiva, afirmó,
«evangelizar es dar este testimonio: vivo así, porque creo en Jesucristo; yo
despierto en ti la curiosidad de la pregunta “¿por qué haces estas cosas?”». Y
la respuesta del cristiano debe ser esta: «Porque creo en Jesucristo y anuncio
a Jesucristo y no sólo con la Palabra —se debe anunciarlo con la Palabra—, sino
sobre todo con la vida». O sea «hacerse todo a todos, ir donde tú estás, en el
estado del alma en el que te encuentres, en el estado de crecimiento en el que
estés».
Esto «es evangelizar y
también esto se hace gratuitamente» explicó el Papa. Lo escribe Pablo: «Cuál es
mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente. ¿Por qué
gratuitamente? Porque nosotros hemos recibido gratuitamente el Evangelio. La
gracia, la salvación no se compra y tampoco se vende: ¡es gratis! Y gratis
debemos darla». Precisamente «esta gratuidad, este testimonio al anunciar a
Jesucristo —hizo presente Francisco— lo vemos en muchos hombres, mujeres,
consagradas, consagrados, sacerdotes, obispos, que se hacen todo a todos,
gratuitamente».
Una gratuidad que se
encuentra en toda la historia de la Iglesia. «Hoy —quiso recordar el Papa— es
la memoria de san Pedro Claver, un misionero que marchó a tierras lejanas a
anunciar el Evangelio. Tal vez él pensaba que su futuro hubiese sido predicar:
en su futuro el Señor le pidió estar cerca, junto a los descartados de ese
tiempo, los esclavos, los negros, que llegaban allí, desde África, para ser
vendidos». Y este hombre «no salió a dar un paseo diciendo que evangelizaba; no
redujo la evangelización a un funcionalismo y tampoco a un proselitismo». San
Pedro Claver «anunció a Jesucristo con los gestos, hablando a los esclavos,
viviendo con ellos, viviendo como ellos». Y «como él, en la Iglesia, hay muchos
que se anonadan para anunciar a Jesucristo».
Antes de continuar con la
celebración, el Pontífice afirmó que «también todos nosotros, hermanos y
hermanas, tenemos el deber de evangelizar, que no es llamar a la puerta del
vecino y de la vecina y decir: “¡Cristo resucitó!”». Es, sobre todo, «vivir la
fe, y hablar de ella con mansedumbre, con amor, sin intención de convencer a
nadie, sino gratuitamente». Porque evangelizar «es dar gratis lo que Dios
gratis me dio a mí».
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