(ZENIT – Roma).- La Jornada internacional de conmemoración de las víctimas del Holocausto fue instaurada por las Naciones Unidas, el 27 de enero, recordando ese día de 1945 cuando fueron abatidas las rejas del campo de concentración de Auschwitz por las tropas soviéticas.
El 29 de julio de 2016, el papa Francisco durante su viaje apostólico a Polonia con motivo de la JMJ, fue al campo de concentración de Auschwitz, quiso recorrerlo en silencio, en recogimiento, sin discursos ni protocolos. Uno de los momentos más conmovedores fue cuando el Santo Padre entró en la celda del hambre, la celda del martirio de san Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco que ofreció su vida por la de otro preso judío, padre de familia. Y firmó en el Libro de Honor donde escribió en español: “¡Señor, ten piedad de tu pueblo! ¡Señor, perdón por tanta crueldad!”.
En todo el mundo se realizan ceremonias para no olvidar lo ocurrido. Desde Roma la Comunidad de san Egidio recuerda que “es un evento aún más sentido justamente en el momento en el cual va desapareciendo la generación de los sobrevivientes de la Shoah”.
“A 72 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau –se lee en el comunicado de la Comunidad– el recuerdo del horror y del abismo causado por el antisemitismo y la predicación del odio racial es particularmente importante en este momento histórico para Europa y todo el mundo”.
La memoria del Holocausto no puede “limitarse a un ejercicio pasivo”, añade la nota, que subraya “demasiada indiferencia delante de los nuevos actos de intolerancia y de racismo que vemos producirse en el mismo continente que conoció el nacimiento del nazismo”.
Invitan así a “valorizar los actos de solidaridad, de integración e inclusión social hacia los más débiles” y “multiplicarlos para crear una nueva cultura y transmitirla a las jóvenes generaciones” como el mejor modo “para construir una civilización de la convivencia en el cual hay espacio con todos”.
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