jesuita Guillermo Ortiz
(RV).- (Con audio)
Los saduceos discuten con Jesús porque no creen en la resurrección.¿Cómo es para ellos entonces?, porque sin la resurrección de la persona con su carne y sus huesos, la tierra toda es una inmensa ciudad de muertos, también en todas las capas de las eras geológicas y no solo en las necrópolis de la superficie. ¿Qué pensás de esto?
Cuando estabas en el vientre de tu madre, ella misma desconocía cómo Dios tejía tus órganos complejos, tu cerebro, tu corazón, tus ojos, tus manos. Y desde su vientre y el de la mía, vos y yo llevamos como tatuaje invisible, las huellas digitales de Dios, el misterio del poder creador de su amor. Ahora, si son huellas de amor ¿cómo podrían terminar en la tumba? Dios no nos creo para la muerte sino para el amor que vence la muerte; para la fiesta de amor sin fin.
“Yo creo -dijo una vez Hugo Antonio-, que Dios Padre me formó y que sostiene el latido de mi corazón. Y que mi aliento, mi respiro humano, mi hálito de vida, aunque es libre e inasible como el viento, siempre se mueve dentro de la inmensa mano del Padre Dios que contiene el universo entero. Y el mismo Dios que un día me tejió las entrañas con ternura, con esa misma mano poderosa de amor, me pondrá en la fuente de la misma ternura: su corazón volcánico de vida, para que goce allí de la fiesta del amor sin fin, en cuerpo y alma, también yo resucitado y con los míos queridos que se fueron antes”.
Refiriéndose a la visión humana de los saduceos, que va de la vida a la muerte, Papa Francisco dijo: “Jesús revierte esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte a la vida: ¡la vida plena! Nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena y aquella vida plena ¡es la que nos ilumina en nuestro camino! Por lo tanto la muerte está detrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios de los vivos, el Dios de la alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre”.
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