Se ciñe el cerco de la muerte en torno a Jesús ya desde el inicio en el Evangelio

REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz 

La gente pasa rápidamente de la admiración a la rabia, en el Evangelio de este domingo y empujan a Jesús hacia el precipicio con intensión de despeñarlo (Lucas 4,21-30). Los de su propio pueblo sienten y conocen en Jesús el poder del amor de Dios. Pero cuando el “hijo del carpintero” les cuestiona la fe, se enfurecen a muerte.

Pero Jesús no depende de lo que piensan y sienten contra él. Se refugia internamente en el abrazo del Padre Dios. El salmo 71 dice: “Yo me refugio en Ti, Señor…  inclina tu oído hacia mí, y sálvame. Sé para mí una roca protectora… ¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío!”

La gran fuerza de Jesús no le viene de él solo, sino de su relación con el Padre Dios, que en el libro del profeta Jeremías expresa: "Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta", cíñete la cintura, levántate… No te dejes intimidar por ellos… Mira que hoy hago de ti una plaza fuerte, una columna de hierro, una muralla de bronce, frente a todo el país… Ellos combatirán contra ti, pero no te derrotarán, porque yo estoy contigo para librarte" (Jeremías 1,4-5.17-19).

Por esto, en un gesto fuerte y de mucha autoridad, pero a la vez humilde porque no daña a ninguno, cuando lo empujan hacia el precipicio, dice el Evangelio que Jesús “pasando entre ellos continúo su camino”. No pueden detener la voluntad del amor de liberarnos del mal.

Con la fuerza del amor del Padre, Jesús, el profeta despreciado en su tierra, continúa su camino hasta la manifestación del amor extremo de la cruz, donde se cierra definitiva el cerco de la muerte sin poder aferrarlo definitivamente, porque el Espíritu de Amor que anima al Hijo de Dios es más fuerte que el mal y que la muerte y nos libra del miedo, de la rabia, del odio. Nos libera del mal. “El amor es todo mientras que todo es nada sin amor, el amor no pasará jamás”, dice san Pablo (Corintios 12 ss).


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