VATICANO, 11 Sep. 16 (ACI).-
Como todos los domingos, el Papa Francisco presidió el rezo del Ángelus y comentó el Evangelio del día que recoge tres parábolas de misericordia y muestran hasta dónde llega el perdón de Dios.
“Su perdón cancela el pasado y nos regenera en el amor” de tal forma que cuando un pecador se convierte y se hace reencontrar por Dios no lo esperan reprobaciones y durezas, porque Dios salva, espera en casa con alegría y hace fiesta”.
El Pontífice dijo a todos que “el mensaje del Evangelio de hoy no infunde grande esperanza y lo podemos sintetizar así: no hay pecado en el que hayamos caído por el que, con la gracia de Dios, no podamos resurgir; no hay un individuo irrecuperable, porque Dios no deja jamás de querer nuestro bien, también cuando pecamos”.
“Con estos tres relatos, Jesús quiere hacer entender que Dios s el primero en tener hacia los pecadores una actitud de acogida y misericordia”, explicó.
La primera parábola Dios es presentado como un pastor que deja las 99 ovejas para ir en busca de la que se ha perdido. En la segunda se observa “a una mujer que ha perdido una moneada y busca pero no la encuentra y en la tercera Dios es imaginado como un padre que acoge a su hijo que se había alejado”.
Francisco destacó que todas tienen un elemento común: “verbos que significan alegrarse juntos, hacer fiesta”. Con los tres relatos “Jesús nos presenta un Dios con los brazos abiertos, que trata a los pecadores con ternura y compasión”.
En opinión del Papa, “la que más conmueve, porque manifiesta el infinito amor de Dios, es la del padre que abraza al hijo que ha regresado”.
“El camino de regreso a casa es la vía de la esperanza y de la vida nueva”, “Dios espera nuestro retomar el camino, nos espera con paciencia, nos ve cuando todavía estamos lejos, va a nuestro encuentro, nos abraza, nos perdona”.
El Pontífice dijo a todos que “el mensaje del Evangelio de hoy no infunde grande esperanza y lo podemos sintetizar así: no hay pecado en el que hayamos caído por el que, con la gracia de Dios, no podamos resurgir; no hay un individuo irrecuperable, porque Dios no deja jamás de querer nuestro bien, también cuando pecamos”.
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