Redacción ZENIT
(ZENIT Noticias / Roma, 28.09.2021).- En su edición del martes 28 de septiembre, el periódico italiano Il Giornale publica un extracto de un artículo firmado por el prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, Cardenal Robert Sarah, texto que en italiano es recogido en un libro titulado “Dieci comandamenti per dieci cardinali” (“Diez mandamientos por diez cardenales”), publicado por edizioni Ares. En este artículo el conocido cardenal aborda la cuestión de la libertad religiosa de los cristianos en tiempo de pandemia y señala cómo en algunos lugares los obispos han sido más restrictivos en el culto que los mismos gobiernos. A continuación una traducción del artículo.
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¿Iglesias cerradas por COVID? Un abuso de poder
Cardenal Robert Sarah
Los grandes defensores de la laicidad del estado se refieren a la célebre expresión «Iglesia libre en Estado libre». Sólo en apariencia esta expresión es una traducción en otros términos del dicho evangélico: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». En realidad, la idea detrás de este eslogan es que la Iglesia es libre, pero dentro de la libertad del Estado. Según esta visión, el Estado posee una libertad más amplia, capaz de garantizar —pero también de limitar— si es necesario, la libertad de la Iglesia. Estos no dicen «Iglesia libre y Estado libre», sino «Iglesia libre en un estado libre». Sin embargo, hay que admitir que, en los recientes hechos relacionados con el Covid-19, los Estados fácilmente han podido cometer abusos de poder al prohibir el culto divino, debido al enfriamiento de la fe, de la debilidad y aquiescencia especialmente de nosotros los obispos.
En el mundo han sido numerosas las situaciones en las que los pastores no hemos combatido por la preservación de la libertad de culto de la grey de Cristo. En ciertos casos, los obispos han tomado decisiones incluso más restrictivas que los gobiernos civiles, por ejemplo, al decidir el cierre de iglesias incluso donde el estado no lo imponía. De todo esto ciertamente deberemos dar cuenta ante el Juez Supremo.
Además de transmitir a los fieles la falsa idea de que «participar» en la misa en streaming, o incluso no participar en ella, es lo mismo que ir a la iglesia el domingo, esta actitud de los pastores ha fortalecido la convicción de que, al fin y al cabo, rezar y rendir culto a Dios es una cosa menos importante que la salud física. ¡Cuántos pastores han afirmado públicamente, durante la pandemia, que la Iglesia ponía en primer puesto la salud de los ciudadanos! Pero, ¿murió Cristo en la cruz para salvar la salud del cuerpo o para salvar las almas? Está claro que la salud es un don de Dios y la Iglesia siempre la ha valorado y cuidado de muchas formas.
Pero más aún que la salud del cuerpo, para nosotros los pastores cuenta la del alma, que es la «suprema lex», la ley suprema, en la Iglesia. Hemos permitido que nuestros fieles permanezcan mucho tiempo sin la liturgia, sin la Comunión Eucarística y la Confesión, cuando en cambio —como se ha visto— bastaba con organizarse para ofrecer los Sacramentos de forma segura también desde el punto de vista sanitario.
Hubiéramos podido y debido protestar contra los abusos de los gobiernos, pero casi nunca lo hicimos. Muchos fieles se escandalizaron por esta sumisión inmediata y silenciosa de los Pastores a las autoridades civiles, mientras que estas últimas cometieron un verdadero abuso de poder, privando a los cristianos de la libertad religiosa. Por otro lado, se alaba el ejemplo contrario de aquellos Pastores que actuaron según el Corazón de Cristo, como, por citar sólo uno, el arzobispo de San Francisco, Mons. Salvatore Cordileone. Su testimonio demuestra que luchar por la causa justa cuesta trabajo y atrae críticas injustas e incluso calumnias o persecuciones de diversa índole, pero que finalmente el Señor concede la victoria.
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