«Ustedes saben que fueron rescatados de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios». (1 Pe 1, 18-21)
(RV).- Con la catequesis jubilar del sábado 10 de setiembre, el Sucesor de Pedro nos llevó a reflexionar sobre la Redención actuada por misericordia de Dios, es decir, sobre la salvación que nos fue donada con la sangre de su Hijo Jesús, y sobre el hombre de hoy, al que "le cuesta aceptar la idea de tener que ser salvado por Dios".
Después de escuchar la lectura de la carta de san Pedro en los diferentes idiomas, los peregrinos presentes en la plaza de San Pedro siguieron atentos la explicación del pontífice sobre la relación existente entre misericordia y Redención, con la que nos recordó que toda nuestra vida, aunque signada por la fragilidad del pecado, está bajo la mirada tierna del Padre que nos ama.
Así resumió el Papa Francisco la catequesis, hablando en nuestro idioma:
Queridos hermanos y hermanas:
Hemos reflexionado hoy sobre la relación entre la misericordia y la Redención. La palabra redención hace referencia a la salvación que Dios nos ha procurado mediante la sangre de su Hijo Jesús. Al hombre de hoy le cuesta aceptar la idea de tener que ser salvado por Dios. Piensa poder salvarse él solo con el poder de su libertad. Pero esto no es más que una ilusión: nuestra vida está marcada por la fragilidad del pecado y por las numerosas esclavitudes que hemos creado en nombre de una falsa libertad. Necesitamos que Dios nos salve y libere de toda clase de indiferencia, egoísmo y autosuficiencia. Jesús se ha sacrificado por nosotros para darnos una nueva vida, llena de perdón, amor y alegría. Para que tengamos la certeza de que Dios no nos abandona nunca, especialmente en los momentos de más necesidad.
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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Jesús viene a nuestro encuentro en cada uno de nuestros hermanos necesitados, abrámosle nuestro corazón y acojamos su gracia, para que llevemos una vida hecha de amor, de perdón y de alegría. Muchas gracias.
(GM – RV)
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