REFLEXIONES EN FRONTERA, jesuita Guillermo Ortiz
Ignacio de Loyola es un santo para pedirle la gracia de la oración, porque es en la iglesia el patrono de los ejercicios espirituales. Y un don para pedir en la oración es la alegría, o consolación, como la llama san Ignacio. Esa alegría interior que lo guía en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
El Papa Francisco, cuando habló a los jesuitas reunidos en la Congregación General 36, el 24 de octubre de 2016, en una larga exposición explicó varias cosas, entre ellas dijo que siempre se puede pedir insistentemente la consolación. “En las dos Exhortaciones Apostólicas [Evangelii gaudium y Amoris laetitia] y en la Encíclica Laudato si’ he querido insistir en la alegría. Ignacio, en los Ejercicios nos hace contemplar a sus amigos «el oficio de consolar», como propio de Cristo Resucitado (EE 224). Es oficio propio de la Compañía consolar al pueblo fiel y ayudar con el discernimiento a que el enemigo de natura humana no nos robe la alegría: la alegría de evangelizar, la alegría de la familia, la alegría de la Iglesia, la alegría de la creación… Que no nos la robe ni por desesperanza ante la magnitud de los males del mundo y los malentendidos entre los que quieren hacer el bien, ni nos la reemplace con las alegrías fatuas que están siempre al alcance de la mano en cualquier comercio.
Este «servicio de la alegría y de la consolación espiritual» arraiga en la oración. Consiste en animarnos y animar a todos a «pedir insistentemente la consolación a Dios».
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