(ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017).- Se ha celebrado este miércoles una misa en la iglesia francesa de Saint-Étienne-du-Rouvray en recuerdo del padre Jacques Hamel, asesinado un año atrás por dos yihadistas, ceremonia presidida por el arzobispo de Rouen, Dominique Lebrun.
Radio Vaticano subrayó la coincidencia de que este sacerdote estuviera en una iglesia dedicada a San Esteban, el primer mártir cristiano. Y que el papa Francisco en la misa de sufragio por el sacerdote francés llamó a estos mártires “hermanos perseguidos porque fieles testimonios del Evangelio”. Citó también la frase: “Hoy en día hay cristianos asesinados, torturados, encarcelados, sacrificados porque no reniegan a Jesucristo. En esta historia llegamos a nuestro padre Jacques: el hace parte de esta cadena de mártires”.
Por su parte el obispo de Rouen en la eucaristía de hoy indicó: “En esta iglesia, el Padre Jacques Hamel habló el lenguaje del amor”, dijo, mencionando los cinco fieles presentes en la misa trágica el 26 de julio de 2016, y agradeció a los parroquianos y fieles que asistían a la celebración, incluido el presidente Emmanuel Macron el primer ministro, el ministro del Interior, el prefecto, parlamentarios, el alcalde y el representante local de la comunidad musulmana Mohamed Karabila.
El arzobispo retomó en su homilía el Evangelio del día con la parábola del sembrador y concluyó con la frase de la misma: “¡El que tenga oídos, que oiga!”. En una iglesia en la que el sacerdote “habló el lenguaje del amor”, el padre Hamel que fue silenciado, aún habla.
Y aseguró: “el Padre Jacques no murió solo. Murió con Jesús después que había pronunciado las palabras en el altar: “Este es mi cuerpo, entregado por vosotros”. La vida y la muerte de este viejo sacerdote hablan, “incluso dulcemente”, dijo el arzobispo.
“La Palabra, Jesús es como una semilla, los granos que caen sobre el suelo. Esto no hace ruido. El padre Jacques Hamel susurra en nuestro corazón cuando vemos las imágenes no terribles, sino con su discreción, perseverancia, lealtad, generosidad, vida ofrecida”. Y porque “en nuestro corazón, vemos los primeros frutos del drama: la amistad , la concordia, el diálogo, en pocas palabras el amor victorioso, mucho más allá de lo que podríamos haber imaginado”.
Luego, dirigiéndose a cada participante en la misa, Mons Lebrun los invitó a interrogarse con Jesús: “¿somos la tierra buena?
Mons Lebrun llegó concluyó señalando que “nuestra Eucaristía de esta mañana, como la que cada sacerdote celebra con uno o cinco fieles, o con miles; esta Eucaristía nos lleva a acoger el amor, el amor que resiste a la cizaña, el amor que tiene raíces profundas en nuestros corazones, para dar los frutos largamente esperados por nuestro prójimo, a veces distante”.
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