“Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre la cima de un monte no se puede ocultar ni se enciende una lámpara y se pone debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5,14-16). Con este pasaje del Evangelio según San Mateo, Fernando Chica Arellano – observador permanente de la Santa Sede ante los organismos de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación en Roma- reflexiona acerca del amor, exhortando a amar más, ya que "nuestra sociedad precisa de personas que siembren la paz y la concordia y renuncien a la ley del más fuerte". Además, en este septimo programa "Tu palabra me da vida", Fernando Chica recuerda las palabras del Papa Francisco en el Videomensaje al TED 2017 de Vancouver, el 26 de abril de 2017.
Con estas palabras, Jesús nos marca la senda por la que debemos caminar en nuestra vida. En ellas descubrimos nuestra identidad y también nuestra alegría. Al creer en Aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12), nuestra vida se ilumina. Con la luz que recibimos del Señor en nuestro bautismo no solamente vemos claro en medio de la noche que muchas veces nos envuelve, sino que también nos volvemos un punto de referencia, un manantial de claridad para cuantos nos rodean.
Las palabras de Cristo nos animan a asumir este reto: identificarnos con Él para ser un modelo para los otros. La luz no habla, pero orienta y da calor. Se trata de hablar menos y amar más, recordando que obras son amores y no buenas razones.
Ciertamente, la fe en Cristo no nos libra de las dificultades existentes, pero sí que nos ayuda a encontrar un sentido a las mismas. Guiados por la Palabra, el ejemplo y la fuerza de Jesús podemos hallar la puerta para salir del pesimismo a menudo reinante, el camino que nos conduce a la vida en plenitud, la aurora del día que no tendrá ocaso.
Con Cristo nuestra vida no se cierra en un pasado muchas veces oscuro; con Él, el presente adquiere serenidad y se abre a un futuro luminoso. Con Cristo hay futuro.
En un mundo marcado por las tensiones, tal vez, la mejor manera de ser hoy sal de la tierra y luz del mundo consista en la sobreabundancia del amor, en la renuncia al cálculo mezquino o al interés que mata. Transmitir a los otros la luz que viene de Jesús pasa por no aceptar la dinámica del ojo por ojo, diente por diente (cfr. Mateo 5,38-42). Es urgente vencer la lógica implacable de la violencia y optar por el perdón y la fraternidad.
Nuestra sociedad precisa de personas que siembren la paz y la concordia y renuncien a la ley del más fuerte, a la prepotencia que aplasta y a la soberbia que humilla. En definitiva, el mundo de hoy requiere grandes dosis de ternura.
El Papa Francisco lo explicaba hace poco, cuando animaba a llevar a cabo en la hora presente la revolución de la ternura: «¿Qué es la ternura?», se preguntaba el Sucesor de Pedro. Y respondía: «Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. La ternura es usar los ojos para ver al otro, usar los oídos para escuchar al otro, para oír el grito de los pequeños, de los pobres, de los que temen el futuro; escuchar también el grito silencioso de nuestra casa común, la tierra contaminada y enferma. La ternura consiste en utilizar las manos y el corazón para acariciar al otro. Para cuidarlo. La ternura –afirmaba el Santo Padre- es el lenguaje de los más pequeños, del que necesita al otro: un niño siente afecto y conoce a su padre y a su madre por las caricias, por la mirada, por la voz, por la ternura […]. La ternura no es debilidad, es fortaleza. Es el camino de la solidaridad, el camino de la humildad. Permitidme decirlo claramente: cuanto más poderoso eres, cuanto más repercuten tus acciones en la gente, más estás llamado a ser humilde. Porque, de lo contrario, el poder te arruina y tu arruinarás a los demás […]. El futuro de la humanidad no está solamente en manos de los políticos, de los grandes líderes, de las grandes empresas. Sí, su responsabilidad es enorme. Pero el futuro está, sobre todo, en manos de las personas que reconocen al otro como un “tú” y a ellos mismos como parte de un “nosotros”. Nos necesitamos unos a otros» (Videomensaje al TED 2017 de Vancouver. 26 de abril de 2017).
Animados por la fe, busquemos imprimir en el mundo ese nuevo estilo del que habla Su Santidad. Es un estilo que brota de Cristo. Intentemos llevarlo a la práctica. Así el mundo brillará con la luz que Él nos trajo con su nacimiento, esa que nosotros debemos irradiar con nuestra conducta, esa que discurre por las sendas de la humildad, la ternura y el salir al encuentro de los otros, sobre todo de los más necesitados.
(Mireia Bonilla para RV)
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