(RV).- En la sociedad actual encontramos las contrariedades de concretar un bien estable y común para todos, donde tiende a liderar el interés por lo personal y propio descartando a la otra persona que también es digna de todo bien por ser hijos de Dios.
Un grave ejemplo lo observamos en los dirigentes políticos que no están pensando en su pueblo para tomar decisiones y, sólo se orientan por los deseos de mantener o ganar poder en una nación.
Apropiadamente lo indica la Doctrina Social de la Iglesia (n° 166), las exigencia del bien común “están estrechamente vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales” y tales exigencias atañen “al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa”.
Estas deben ser las primordiales responsabilidades de un dirigente político y, las condiciones sociales que las personas deben desarrollar y exigir para construir el bien común. Incluso desde cualquier conflicto presente para asumirlo, afrontarlo, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso (Cf. Evangelii Gaudium, n° 226 – 227).
La comunidad que no goza de estas condiciones sociales, y sobre todo del respeto a su integridad humana esta fracturado el bien común, tanto por el egoísmo de cada individuo o por la mala intensión de sus líderes políticos. Ante esta realidad, como hijos de Dios, somos llamados a instaurar la fraternidad en la caridad de cada relación humana.
Pbro. Johan Pacheco para RADIO VATICANA
@padrejohan
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