Akamasoa: “No bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza”

(ZENIT – 8 sept. 2019).- Este domingo, 8 de septiembre de 2019, tercera jornada del Papa en Madagascar, Francisco ha visitado Akamasoa, la Ciudad de la Amistad. Este pueblo es el hogar de miles de personas que sobre un basurero, ayudados por el padre Pedro Opeka y sus colaboradores, han construido sus casas para vivir en comunidad con dignidad.

“Este pueblo posee una larga historia de valentía y ayuda mutua”, ha aplaudido el Papa. “Es el resultado de muchos años de arduo trabajo. En los cimientos encontramos una fe viva que se tradujo en actos concretos, capaz de ‘mover montañas’. Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción”.

“Al ver vuestros rostros radiantes, doy gracias al Señor que ha escuchado el clamor de los pobres y que ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo”, ha agradecido el Papa. “Vuestros gritos que surgen de la impotencia de vivir sin techo, de ver crecer a vuestros niños en la desnutrición, de no tener trabajo, por la mirada indiferente —por no decir despreciativa— de tantos, se han transformado en cantos de esperanza para vosotros y para todos los que os contemplan”.

Mensaje a los jóvenes

A los jóvenes de Akamasoa, el Pontífice ha dirigido un mensaje especial: “No bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumbáis a las tentaciones del camino fácil o del encerraros en vosotros mismos”.

En este sentido, los ha animado a continuar el trabajo realizado por sus mayores. “La fuerza para realizarlo la encontraréis en vuestra fe y en el testimonio vivo que vuestros mayores han plasmado en vuestras vidas. Dejad que florezcan en vosotros los dones que el Señor os ha dado. Pedidle que os ayude a poneros al servicio de vuestros hermanos y hermanas con generosidad”.

Al término de la visita, mientras los jóvenes despedían al Santo Padre cantando y alzando sus manos, el Papa ha abandonado al auditorio de la mano del padre Opeka, y se ha dirigido a la cantera de Mahatazana, situada a 300 metros, para rezar una oración con los trabajares.

Publicamos a continuación el discurso que ha leído el Papa Francisco a los jóvenes y las familias de Akamasoa, Ciudad de la Amistad:

***

Discurso del Papa Francisco

Queridos amigos de Akamasoa:

Es para mí una gran alegría para mí encontrarme con vosotros en esta gran obra. Akamasoa es la expresión de la presencia de Dios en medio de su pueblo pobre; no una presencia esporádica, circunstancial, es la presencia de un Dios que decidió vivir y permanecer siempre en medio de su pueblo.

Esta tarde sois numerosos en el corazón de esta “Ciudad de la amistad”, que habéis construido con vuestras manos y que —no lo dudo— seguiréis construyendo para que muchas familias puedan vivir dignamente. Al ver vuestros rostros radiantes, doy gracias al Señor que ha escuchado el clamor de los pobres y que ha manifestado su amor con signos concretos como la creación de este pueblo. Vuestros gritos que surgen de la impotencia de vivir sin techo, de ver crecer a vuestros niños en la desnutrición, de no tener trabajo, por la mirada indiferente —por no decir despreciativa— de tantos, se han transformado en cantos de esperanza para vosotros y para todos los que os contemplan. Cada rincón de estos barrios, cada escuela o dispensario son un canto de esperanza que desmiente y silencia toda fatalidad. Digámoslo con fuerza, la pobreza no es una fatalidad.

En efecto, este pueblo posee una larga historia de valentía y ayuda mutua. Este pueblo es el resultado de muchos años de arduo trabajo. En los cimientos encontramos una fe viva que se tradujo en actos concretos, capaz de “trasladar montañas”. Una fe que permitió ver posibilidad donde sólo se veía precariedad, ver esperanza donde sólo se veía fatalidad, ver vida donde tantos anunciaban muerte y destrucción. Recordad lo que escribió el apóstol Santiago: «La fe si no tiene obras está muerta por dentro» (St 2,17). Los cimientos del trabajo mancomunado, el sentido de familia y de comunidad posibilitaron que se restaure artesanal y pacientemente la confianza no sólo en vosotros sino entre vosotros, lo que os permitió ser los primeros protagonistas y artesanos de esta historia. Una educación en valores gracias a la cual aquellas primeras familias que se aventuraron con el padre Opeka pudieron transmitir el tesoro enorme del esfuerzo, la disciplina, la honestidad, el respeto a sí mismo y a los demás. Y vosotros habéis podido comprender que el sueño de Dios no es sólo el progreso personal sino principalmente el comunitario, que no hay peor esclavitud, como nos lo recordaba el padre Pedro, que la de vivir cada uno sólo para sí.

Queridos jóvenes de Akamasoa, a vosotros quisiera dirigiros un mensaje especial: no bajéis nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumbáis a las tentaciones del camino fácil o del encerraros en vosotros mismos. Gracias, Fanny, por ese hermoso testimonio que nos diste en nombre de los jóvenes del pueblo. Queridos jóvenes: El trabajo realizado por vuestros mayores, a vosotros os toca continuarlo. La fuerza para realizarlo la encontraréis en vuestra fe y en el testimonio vivo que vuestros mayores han plasmado en vuestras vidas. Dejad que florezcan en vosotros los dones que el Señor os ha dado. Pedidle que os ayude a poneros al servicio de vuestros hermanos y hermanas con generosidad. Así, Akamasoa no será sólo un ejemplo para las generaciones futuras, sino mucho más, el punto de partida de una obra inspirada en Dios que alcanzará su pleno desarrollo en la medida que siga testimoniando su amor a las generaciones presentes y futuras.

Recemos para que en todo Madagascar y en otras partes del mundo se prolongue el brillo de esta luz, y podamos lograr modelos de desarrollo que privilegien la lucha contra la pobreza y la exclusión social desde la confianza, la educación, el trabajo y el esfuerzo, que siempre son indispensables para la dignidad de la persona humana.

Queridos amigos de Akamasoa, querido padre Pedro y sus colaboradores: Gracias una vez más por vuestro testimonio profético y esperanzador. Que Dios os siga bendiciendo.

Os pido que, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

© Librería Editorial Vaticana

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