
testimonien con alegría el Evangelio en la vida de cada día
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- En este domingo del verano europeo el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio que da a la Plaza de San Pedro, donde le aguardaban miles de fieles y peregrinos.
La misión del cristiano es estupenda –dijo– porque debe llevar la Buena Noticia a todos. Entrentanto es una tarea difícil y que a veces encuentra hostilidad. Por ello no hay que dejarse condicionar por los medios humanos, llevando solamente en la potencia de la Cruz de Cristo y teniendo la alegría por la certeza de que ‘nuestros nombres están escritos en los cielos’.
A continuación las palabras del Santo Padre.
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días
En la página evangélica del día de hoy, en el capítulo décimo del Evangelio, Lucas nos hace entender cuánta necesidad tenemos de invocar a Dios, “el Señor de la mies, para que envíe operarios a su mies”. Los operarios de los cuales habla Jesús son los misioneros del Reino de Dios, que Él mismo llamaba y enviaba “de dos en dos delante de sí en cada ciudad y lugar a donde estaba por ir”.
Su taera era anunciar un mensaje de salvación dirigido a todos, diciendo: “Está cerca el Reino de Dios”.
De hecho Jesús ha ‘acercado’ Dios a nosotros, Dios reina en medio de nosotros, su amor misericordioso vence el pecado y la miseria humana.
Esta es la Buena Noticia que los ‘operarios’ tienen que llevar a todos: un mensaje de esperanza y de consolación, de paz y de caridad. Jesús, cuando envía a sus discípulos delante de él en los pueblos les recomienda: ‘Antes digan: paz a esta casa’ (…) curen a los enfermos que allí se encuentren’.
Todo esto significa que el Reino de Dios se construye día a día y ofrece ya en esta tierra sus frutos de conversión, de purificación, de amor y de consolación entre los hombres.
¿Con cuál espíritu el discípulo de Jesús deberá realizar esta misión? Sobre todo deberá ser conciente de la realidad difícil y a veces hostil que lo espera. De hecho Jesús dice: ‘Les envío como corderos en medio de los lobos’, porque sabe que la misión es obstaculizada por la obra del maligno.
Por esto, el operario del Evangelio se esforzará en ser libre de los condicionamientos humanos de todo tipo, no llevando ni bolsa, ni alforja, ni sandalias, como ha recomendado Jesús, para solamente confiar en la potencia de la Cruz de Cristo. Esto significa abandonar todo motivo de vanagloria personal y volverse humilde instrumento de la salvación obrada por el sacrificio de Jesús, muerto y resuscitado por nosotros.
La del cristiano en el mundo es una misión estupenda y destinada a todos, ninguno excluído. Esta necesita de tanta generosidad y sobre todo de la mirada y del corazón dirigido hacia lo alto para invocar la ayuda del Señor.
Hay mucha necesidad de que hayan cristianos que testimonien con alegría el Evangelio en la vida de cada día. Los discípulos enviados por Jesús, ‘llegaron llenos de alegría’. Todos nosotros, los pastores y los fieles estamos llamados a aprender siempre mejor el arte de ser alegres, no por motivos humanos, sino por la certeza de que ‘nuestros nombres están escritos en los cielos’, que estamos predestinados a ser colmados por el amor de Jesús, ya en esta tierra y especialmente en la otra vida.
La alegría está presente y obra en nosotros por medio del Espíritu Santo. A su Guía y apoyo confiamos la vocación de todos los bautizados para que sean testimonios de Cristo, constructores de comunidades cristianas ricas de fe y de caridad, renovadores del mundo de acuerdo al Evangelio.
Recemos al Señor, por la intercesión de la Virgen María, para en la Iglesia no falten nunca corazones generosos, que trabajen para llevar a todos el amor y la ternura del Padre celeste”.
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