(ZENIT – Roma).- En la vigila de la Jornada Mundial de la Juventud en el Campus Misericordiae, en donde se congregaron cientos de miles de jóvenes, probablemente más de un millón, después de cruzar la Puerta Santa, de las coreografías, y antes de la adoración del Santísimo Sacramento en un bellíisimo ocaso y las velas que brillaban cuando oscureció, Francisco dirigió unas palabras.
Recordó que existen situaciones que nos pueden resultar lejanas hasta que, de alguna manera, las tocamos y entonces nos pasa algo importante, sentimos la invitación a involucrarnos. Pero sin vencer el odio con más odio, vencer la violencia con más violencia” porque “nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia”.
Alertó de la parálisis que hace perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar juntos, de caminar con otros. Así como del sofá, que produce jóvenes embobados. Invitó a no vegetar y a dar la vida por ideales altos, a construir puentes grandes que sean semilla de tantos otros. Porque ustedes tienen que decidir vuestro futuro. Invitó a construir puentes. Francisco concluyó recordando:“Jesús, que es el camino, te llama a dejar tu huella en la historia”. E interrogó: “¿Te animas? ¿Qué responden tus manos y tus pies al Señor, que es camino, verdad y vida?. El Señor bendiga vuestros sueños.”.
Texto completo
Queridos jóvenes, Es bueno estar aquí con ustedes en esta Vigilia de oración. Al terminar su valiente y conmovedor testimonio, Rand nos pedía algo. Nos decía: «Les
pido encarecidamente que recen por mi amado país». Una historia marcada por la guerra, el dolor, la pérdida, que finaliza con un pedido: el de la oración. Qué mejor que empezar nuestra vigilia rezando.
Venimos desde distintas partes del mundo, de continentes, países, lenguas, culturas, pueblos diferentes. Somos «hijos» de naciones, que quizá pueden estar enfrentadas luchando por diversos conflictos, o incluso estar en guerra. Otros venimos de países que pueden estar en «paz», que no tienen conflictos bélicos, donde muchas de las cosas dolorosas que suceden en el mundo sólo son parte de las noticias y de la prensa.
Pero seamos conscientes de una realidad: para nosotros, hoy y aquí, provenientes de distintas partes del mundo, el dolor, la guerra que viven muchos jóvenes, deja de ser anónima, deja de ser una noticia de prensa, tiene nombre, tiene rostro, tiene historia, tiene cercanía. Hoy la guerra en Siria, es el dolor y el sufrimiento de tantas personas, de tantos jóvenes como el valiente Rand, que está aquí entre nosotros pidiéndonos que recemos por su amado país.
Existen situaciones que nos pueden resultar lejanas hasta que, de alguna manera, las tocamos. Hay realidades que no comprendemos porque sólo las vemos a través de una pantalla (del celular o de la computadora).
Pero cuando tomamos contacto con la vida, con esas vidas concretas no ya mediatizadas por las pantallas, entonces nos pasa algo importante, sentimos la invitación a involucrarnos: «No más ciudades olvidadas», como dice Rand: ya nunca puede haber hermanos «rodeados de muerte y homicidios» sintiendo que nadie los va a ayudar.
Queridos amigos, los invito a que juntos recemos por el sufrimiento de tantas víctimas fruto de la guerra, que recemos por tantas familias de la amada Siria y de otras partes del mundo, para que de una vez por todas podamos comprender que nada justifica la sangre de un hermano, que nada es más valioso que la persona que tenemos al lado.
Y en este pedido de oración también quiero agradecerles a Natalia y a Miguel, porque ustedes también nos han compartido sus batallas, sus guerras interiores. Nos han mostrado sus luchas y cómo hicieron para superarlas. Son signo vivo de lo que la misericordia quiere hacer en nosotros.
Nosotros no vamos a gritar ahora contra nadie, no vamos a pelear, no queremos destruir. Nosotros no queremos vencer el odio con más odio, vencer la violencia con más violencia, vencer el terror con más terror. Y nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia. Celebremos el venir de culturas diferentes y nos unimos para rezar. Que nuestra mejor palabra, que nuestro mejor discurso, sea unirnos en oración.
Hagamos un rato de silencio y recemos; pongamos ante el Señor los testimonios de estos amigos, identifiquémonos con aquellos para quienes «la familia es un concepto inexistente, y la casa sólo un lugar donde dormir y comer», o con quienes viven con el miedo de creer que sus errores y pecados los han dejado definitivamente afuera. Pongamos también las «guerras», nuestras guerras ustedes, las luchas que cada uno trae consigo, dentro de su corazón, en presencia de nuestro Dios. Y por esto, para estar en familia, en fraternidad, todos juntos, les invito a levantarse, a tomarse por la mano y la mano, y rezar en silencio. Todos.
Mientras rezábamos, me venía la imagen de los Apóstoles el día de Pentecostés. Una escena que nos puede ayudar a comprender todo lo que Dios sueña hacer en nuestra vida, en nosotros y con nosotros. Aquel día, los discípulos estaban encerrados por miedo.
Se sentían amenazados por un entorno que los perseguía, que los arrinconaba en una pequeña habitación, obligándolos a permanecer quietos y paralizados. El temor se había apoderado de ellos. En ese contexto, pasó algo espectacular, algo grandioso. Vino el Espíritu Santo y unas lenguas como de fuego se posaron sobre cada uno, impulsándolos a una aventura que jamás habrían soñado. ¡La cosa cambia completamente!
Hemos escuchado tres testimonios, hemos tocado, con nuestros corazones, sus historias, sus vidas. Hemos visto cómo ellos, al igual que los discípulos, han vivido momentos similares, han pasado momentos donde se llenaron de miedo, donde parecía que todo se derrumbaba.
El miedo y la angustia que nace de saber que al salir de casa uno puede no volver a ver a los seres queridos, el miedo a no sentirse valorado ni querido, el miedo a no tener otra oportunidad. Ellos nos compartieron la misma experiencia que tuvieron los discípulos, han experimentado el miedo que sólo conduce a un lugar. ¿Dónde nos lleva el miedo? A cerrarnos. Y cuando el miedo se acovacha en el encierro siempre va acompañado por su «hermana gemela»: la parálisis, sentirnos paralizados.
Sentir que en este mundo, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades, no hay ya espacio para crecer, para soñar, para crear, para mirar horizontes, en definitiva para vivir, es de los peores males que se nos puede meter en la vida y especialmente en la juventud.
La parálisis nos va haciendo perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar juntos, de caminar con otros.
Nos aleja de los otros, nos impide de apretarles la mano, como hemos visto (en la coreografía ndr.), todos cerrados en aquellas pequeños cuartos de vidrio.
Pero en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde «felicidad» con un «diván, un canapé.
Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos, que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores.
Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin fatigarnos ni preocuparnos. La «sofá-felicidad», «kanapa-szczęście», es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, que puede arruinar a la juventud.
– ¿Y por qué sucede esto, Padre?
– Porque poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados.
Anteayer hablé de los jóvenes que se jubilan a los 20 años, hoy hablo de jóvenes adormecidos, muñecos, embobados, mientras otros –quizás los más vivos, pero no los más buenos– deciden el futuro por nosotros.
Seguramente para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón.
Les pregunto, a ustedes: ¿quieren ser jóvenes dormidos, muñecos, embobados? ¿Quieren ser libres? ¿Quieren ser despiertos? ¿Quieren luchar por el propio futuro? No los siento tan convencidos… ¿Quieren luchar por el vuestro futuro?
Pero la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad.
Ahí está precisamente una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es andar por la vida dormido o narcotizado, que la única manera de ser feliz es ir como atontado.
Justamente aquí hay una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que la felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es caminar en la vida adormecidos y narcotizados, que el único modo de ser feliz es estar como atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay muchas otras drogas socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o más esclavos. Unas y otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad.
Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, del siempre «más allá». Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia.
Ir por los caminos siguiendo la «locura» de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos, pensadores, movilizadores sociales.
Que nos incita a pensar una economía más solidaria. En todos los ámbitos en los que ustedes se encuentren, ese amor de Dios nos invita llevar la buena nueva, haciendo de la propia vida un homenaje a él y a los demás. Y esto significa tener coraje, esto significa ser libres.
Podrán decirme: «Padre pero eso no es para todos, sólo es para algunos elegidos». Sí, y estos elegidos son todos aquellos que estén dispuestos a compartir su vida con los demás. De la misma manera que el Espíritu Santo transformó el corazón de los discípulos el día de Pentecostés -estaban paralizados- lo hizo también con nuestros amigos que compartieron sus testimonios.
Uso tus palabras, Miguel, vos nos decías que el día que en la Facenda te encomendaron la responsabilidad de ayudar a que la casa funcionara mejor, ahí comenzaste a entender que Dios pedía algo de ti. Así comenzó la transformación.
Ese es el secreto, queridos amigos, que todos estamos llamados a experimentar. Dios espera algo de ti, Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo con vos puede ser distinto. Eso sí, si tú no pones lo mejor de ti mismo, el mundo no será distinto.
Es un desafío. El tiempo que hoy estamos viviendo, no necesita jóvenes-sofá, młody-kanapa, sino jóvenes con zapatos; mejor aún, con los botines puestos.
Este tiempo sólo acepta jugadores titulares en la cancha, no hay espacio para suplentes. El mundo de hoy les pide que sean protagonistas de la historia porque la vida es linda siempre y cuando querramos vivirla, siempre y cuando querramos dejar una huella.
La historia hoy nos pide que defendamos nuestra dignidad y no dejemos que sean otros los que decidan nuestro futuro.
¡No!, nosotros tenemos que decidir nuestro futuro, ustedes vuestro futuro. El Señor, al igual que en Pentecostés, quiere realizar uno de los mayores milagros que podamos experimentar: hacer que tus manos, mis manos, nuestras manos se transformen en signos de reconciliación, de comunión, de creación. Él quiere tus manos para seguir construyendo el mundo de hoy. Él quiere construirlo contigo.
¿Y tú qué respondes? ¿Qué respondes tú? ¿Sí o no? … Me dirás, Padre, pero yo soy muy limitado, soy pecador, ¿qué puedo hacer? Cuando el Señor nos llama no piensa en lo que somos, en lo que éramos, en lo que hemos hecho o de dejado de hacer. Al contrario: él, en ese momento que nos llama, está mirando todo lo que podríamos dar, todo el amor que somos capaces de contagiar. Su apuesta siempre es al futuro, al mañana. Jesús te proyecta al horizonte, nunca al museo.
Por eso, amigos, hoy Jesús te invita, te llama a dejar tu huella en la vida, una huella que marque la historia, que marque tu historia y la historia de tantos.
La vida de hoy nos dice que es mucho más fácil fijar la atención en lo que nos divide, en lo que nos separa. Pretenden hacernos creer que encerrarnos es la mejor manera para protegernos de lo que nos hace mal. Hoy los adultos, nosotros los adultos, necesitamos de ustedes, que nos enseñen como ahora hacen ustedes a convivir en la diversidad, en el diálogo, en compartir la multiculturalidad, no como una amenaza sino, como una oportunidad. Y ustedes son una oportunidad para el futuro. Tengan el coraje de enseñarlos, tengan valentía para enseñarnos que es más fácil construir puentes que levantar muros.
Necesitamos aprender esto. Y todos juntos pidamos que nos exijan transitar por los caminos de la fraternidad. Que sean ustedes nuestros acusadores si nosotros elegimos el camino de los muros, el camino de la enemistad, de la guerra.
Construir puentes: ¿Saben cuál es el primer puente a construir? Un puente que podemos realizarlo aquí y ahora: estrecharnos la mano, darnos la mano. Anímense, hagan ahora, aquí, ese puente primordial, y dénse la mano todos ustedes: es el puente primordial, es el puente huano, es el primero, es el modelo. Siempre está el riesgo -lo he dicho el otro día- de quedarse con la mano tendida, pero en la vida hay que arriesgar, quien no arriesga no gana. Con este puente vamos hacia adelante. Aquí este puente primordial: apriétense la mano. Gracias.
Es el gran puente fraterno, y ojalá aprendan a hacerlo los grandes de este mundo… pero no para la fotografía, cuando se dan la mano piensan en otra cosa, sino para seguir construyendo puentes más y más grandes. Que éste puente humano sea semilla de tantos otros; será una huella.
Hoy Jesús, que es el camino, te llama a ti, a ti y a ti, a dejar tu huella en la historia. Él, que es la vida, te invita a dejar una huella que llene de vida tu historia y la de tantos otros. Él, que es la verdad, te invita a desandar los caminos del desencuentro, la división y el sinsentido. ¿Te animas? ¿Te animas? ¿Qué responden ahora -quiero ver- tus manos y tus pies al Señor, que es camino, verdad y vida?
¿Te animas? El Señor bendiga vuestros sueños. Gracias.
Publicar un comentario