(RV).- “Antes de regresar a Roma, siento el deseo de encontrarlos y, sobre todo, de dar las gracias a cada uno de vosotros por el esfuerzo, la generosidad y la dedicación con la que habéis acompañado, ayudado y servido a los miles de jóvenes peregrinos. Gracias también por vuestro testimonio de fe que, unido al de los muchísimos jóvenes de todo el mundo, es un gran signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Al entregaros por amor de Cristo, han experimentado lo hermoso que es comprometerse con una causa noble”: con estas primeras palabras comenzó el discurso que el Papa Francisco dirigió a los 20 mil voluntarios reunidos en el “Tauron Arena”, el gran palacio deportivo de Cracovia, que colaboraron en la organización de la Jornada Mundial de la Juventud.
“Y así yo escribí este discurso, no sé si es bello o feo… cinco páginas” (aplausos) “Un poco aburrido. Lo entrego…” Y así, el Pontífice dejó de lado el discurso que había preparado y lo entregó para luego empezar a hablar en su lengua madre, el español. Y preguntó a los jóvenes: ¿Habló español? ¡Sí! Fue la respuesta unánime.
“Esto de preparar una Jornada Mundial de la Juventud es toda una aventura” comenzó diciendo. “Es meterse en una aventura y llegar. Y llegar, servir, trabajar, hacer y después, despedirse. Primero, la aventura, la generosidad. Yo les quiero agradecer a ustedes, voluntarios, benefactores, todo lo que han hecho. Les quiero agradecer las horas de oración que han hecho, porque sé que esta jornada se amasó con mucho trabajo, pero con mucha la oración. ¡Gracias a los voluntarios que dedicaron tiempo a la oración para que podamos llevar adelante la cosa!”
Francisco agradeció luego a los sacerdotes, a las religiosas y a los consagrados “que los acompañaron”. “Y gracias a ustedes que se metieron en esta aventura con la esperanza de llegar adelante” agregó.
“El obispo – dijo después el Papa – cuando hizo la presentación, les dijo un “piropo”, les dijo un cumplido: ustedes son la esperanza del futuro”. “Y es verdad, pero con dos condiciones”, aclaró Francisco. Y preguntó: “¿quieren ser esperanza para el futuro o no?”
“La primera condición es tener memoria, preguntarme de dónde vengo, memoria de mi pueblo, de mi familia, memoria de toda mi historia” les dijo el Pontífice aludiendo al testimonio apenas dado por una voluntaria, cargado de memoria. “Un joven desmemoriado no es esperanza para el futuro! Aseguró. De ahí el consejo del Santo Padre: “Hablá con tus padres, con tus mayores, pero sobre todo, con tus abuelos”. “Recibí la antorcha de tu abuelo y de tu abuela”.
¿Me prometen que para preparar la JMJ de Panamá van a hablar con los abuelos? preguntó después. ¡Sí! Fue la respuesta.
“Ustedes son la esperanza del futuro, les dijo el Obispo” – prosiguió el Papa. Y se preguntó: “Si para el futuro soy esperanza y del pasado tengo memoria, me queda el presente…¿qué tengo que hacer en el presente?: “¡Tener coraje! ¡Ser valiente! ¡No asustarse!” aconsejó.
Francisco se refirió entontes al testimonio del “compañero nuestro a quien el cáncer le ganó”. “Ese joven ya no está acá – notó – pero ese joven sembró esperanza para el futuro”.
“Si tienen memoria y si tienen coraje, van a ser la esperanza del futuro” aseguró Francisco y les dijo: ¿Esta clarito todo?
Y entre aplausos, el Papa los bendijo y los invitó a rezar juntos un Ave María.
(María Cecilia Mutual – Radio Vaticano)
A continuación el texto del discurso entregado
Queridos voluntarios:
Antes de regresar a Roma, siento el deseo de encontraros y, sobre todo, de dar las gracias a cada uno de vosotros por el esfuerzo, la generosidad y la dedicación con la que habéis acompañado, ayudado y servido a los miles de jóvenes peregrinos. Gracias también por vuestro testimonio de fe que, unido al de los muchísimos jóvenes de todo el mundo, es un gran signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo. Al entregaros por amor de Cristo, habéis experimentado lo hermoso que es comprometerse con una causa noble, y lo gratificante que es hacer, junto con tantos amigos y amigas, un camino fatigoso pero que paga el esfuerzo con la alegría y la dedicación con una riqueza nueva de conocimiento y de apertura a Jesús, al prójimo, a opciones de vida importantes.
Como una manifestación de mi gratitud me gustaría compartir con vosotros un don que la Virgen María nos ofrece, y que hoy ha venido a visitarnos en la imagen milagrosa de Kalwaria Zebrzydowska, tan querida por san Juan Pablo II. En efecto, justo en el misterio evangélico de la Visitación (cf. Lc 1,39-45) podemos encontrar un icono del voluntariado cristiano. De él tomo tres actitudes de María y os las dejo, para que os ayuden a leer la experiencia de estos días y para avanzar en el camino del servicio. Estas actitudes son la escucha, la decisión y la acción.
Primero, la escucha. María se pone en camino a partir de una palabra del ángel: «Tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez» (Lc 1,36). María sabe escuchar a Dios: no se trata de un simple oír, sino de escucha, hecha de atención, de acogida, de disponibilidad. Pensemos en todas las veces que estamos distraídos delante del Señor o de los demás, y realmente no escuchamos. María escucha también los hechos, los sucesos de la vida, está atenta a la realidad concreta y no se detiene en la superficie, sino que busca captar su significado. María supo que Isabel, ya anciana, esperaba un hijo; y en eso ve la mano de Dios, el signo de su misericordia. Esto sucede también en nuestras vidas: el Señor está a la puerta y llama de muchas maneras, pone señales en nuestro camino y nos llama a leerlas con la luz del Evangelio.
La segunda actitud de María es la decisión. María escucha, reflexiona, pero también sabe dar un paso adelante: decide. Así ha sucedido en la decisión fundamental de su vida: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Y también así en las bodas de Caná, cuando María se da cuenta del problema y decidió acudir a Jesús para que interviniera: «No tienen vino» (Jn 2,3). En la vida, muchas veces es difícil tomar decisiones y por eso tendemos a posponerlas, tal vez dejando que sean otros los que decidan por nosotros; o incluso preferimos dejarnos arrastrar por los acontecimientos, seguir la «tendencia» del momento; a veces sabemos lo que deberíamos hacer, pero no tenemos valor, porque nos parece demasiado difícil ir contracorriente… María no tiene miedo de ir contracorriente: con el corazón firme en la escucha, decide, asumiendo todos los riesgos, pero no sola, sino con Dios.
Y, por último, la acción. María se puso en camino «de prisa…» (Lc 1,39). A pesar de las dificultades y de las críticas que pudo recibir, no se demora, no vacila, sino que va, y va «de prisa», porque en ella está la fuerza de la Palabra de Dios. Y su actuar está lleno de caridad, lleno de amor: esta es la marca de Dios. María va a ver a Isabel, no para que le digan que es buena, sino para ayudarla, para ser útil, para servir. Y en este salir de su casa, de sí misma, por amor, se lleva lo más valioso que tiene: Jesús, el Hijo de Dios, el Señor. Isabel lo comprende inmediatamente: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1,43); el Espíritu Santo suscita en ella resonancias de fe y de alegría: «Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre» (Lc 1,44).
También en el voluntariado todo servicio es importante, incluso el más sencillo. Y su sentido último es la apertura a la presencia de Jesús; la experiencia del amor que viene de lo alto es lo que pone en camino y llena de alegría. El voluntario de las Jornadas Mundiales de la Juventud no es sólo un «agente», es siempre un evangelizador, porque la Iglesia existe y actúa para evangelizar.
María, cuando acabó su servicio con Isabel, regresó a su casa, en Nazaret. Con delicadeza y sencillez, igual que ha venido se va. También vosotros, queridos jóvenes, no llegaréis a ver todo el fruto del trabajo realizado aquí en Cracovia, o durante los «hermanamientos». Lo descubrirán en sus vidas y se regocijarán por ello las hermanas y hermanos que habéis servido. Es la gratuidad del amor. Pero Dios conoce vuestra dedicación, vuestro compromiso y vuestra generosidad. Él ―podéis estar seguros― no dejará de recompensaros por todo lo que habéis hecho por esta Iglesia de los jóvenes, que estos días se ha reunido en Cracovia con el Sucesor de Pedro. Os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia (cf. Hch 20,32); Os encomiendo a nuestra Madre, modelo de voluntariado cristiano; y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí.
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