(ZENIT – Roma).- ¡Finalmente nos encontramos! exclamó el papa Francisco al dirigir sus palabras a los cientos de miles de jóvenes que le esperaban en el Parque Blonia, a pocos kilómetros del centro de Cracovia. De hecho el Santo Padre había tenido ayer miércoles dos encuentros parciales con los jóvenes: en video con ‘La fiesta de los italianos’, y desde el balcón del Palacio Arzobispal.
Hoy por la mañana en cambio fue la misa ante miles de personas en el Santuario de Czestochowa, pero este es el primer encuentro con la totalidad de los jóvenes, unos 600 mil según se ha calculado.
El Papa en sus palabras agradeció a san Juan Pablo II “que soñó e impulsó estos encuentros” y recordó que “Jesús es quien nos ha convocado” y nos enseña: “Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás”.
Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos, dijo. En campo es triste encontrar a jóvenes que parecen haberse «jubilado» antes de tiempo, que «tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Y de otro lado, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el «vértigo», de caminos oscuros, lo que acaban pagando caro.
¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia? Para ser plenos hay una respuesta se llama Jesucristo, dijo. El Papa concluyó sus palabras invitando a pedirle al Señor: Lánzanos a la aventura de la misericordia de construir puentes y derribar muros, de socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que ya no le encuentra sentido a su vida.
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Queridos jóvenes, muy buenas tardes.
Finalmente nos encontramos. Gracias por esta calurosa bienvenida. Gracias al Cardenal Dziwisz, a los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y a todos aquellos que los acompañan. Gracias a los que han hecho posible que hoy estemos aquí, que se la «han jugado» para que pudiéramos celebrar la fe. Hoy nosotros aquí estamos celebrando la fe.
En esta, su tierra natal, quisiera agradecer especialmente a san Juan Pablo II, que soñó e impulsó estos encuentros. Desde el cielo nos está acompañando viendo a tantos jóvenes pertenecientes a pueblos, culturas, lenguas tan diferentes con un solo motivo: celebrar a Jesús que está vivo en medio de nosotros. ¿Lo han entendido? celebrar a Jesús que está vivo en medio de nosotros. Y decir que está vivo, es querer renovar nuestras ganas de seguirlo, nuestras ganas de vivir con pasión su seguimiento.
¡Qué mejor oportunidad para renovar la amistad con Jesús que afianzando la amistad entre ustedes! ¡Qué mejor manera de afianzar nuestra amistad con Jesús que compartirla con los demás! ¡Qué mejor manera de vivir la alegría del Evangelio que queriendo «contagiar» su Buena Noticia en tantas situaciones dolorosas y difíciles!
Jesús es quien nos ha convocado a esta 31 Jornada Mundial de la Juventud; es Jesús quien nos dice: «Felices los misericordiosos, porque encontrarán misericordia» (Mt 5,7). Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás. Lo mejor, no lo que le sobra, lo mejor.
Queridos jóvenes, en estos días Polonia, esta noble tierra se viste de fiesta; en estos días Polonia, quiere ser el rostro siempre joven de la Misericordia. Desde esta tierras con ustedes y también unidos a tantos jóvenes que hoy no pueden estar aquí, pero que nos acompañan a través de los diversos medios de comunicación, todos juntos vamos a hacer de esta jornada una auténtica fiesta Jubilar, en este jubileo de la Misericordia.
En los años que llevo como obispo he aprendido algo, he aprendido tantas pero una quiero decirla ahora: no hay nada más hermoso que contemplar las ganas, la entrega, la pasión y la energía con que muchos jóvenes viven la vida. Esto es hermoso.
¿Y de donde viene este belleza? Cuando Jesús toca el corazón de un joven, de una joven, este es capaz de actos verdaderamente grandiosos. Es estimulante escucharlos, compartir sus sueños, sus interrogantes y sus deseos y sus ganas de rebelarse contra todos aquellos que dicen que las cosas no pueden cambiar. A quienes llamo los ‘quietistas’. Los jóvenes en cambio creen que se pueden cambiar. ¿Yo les pregunto, creen que las cosas se pueden cambiar?
Es un regalo del cielo poder verlos a muchos de ustedes que, con sus cuestionamientos, buscan hacer que las cosas sean diferentes. Es lindo, y me conforta el corazón, verlos tan exhuberantes. El mundo hoy les mira, y la Iglesia hoy los mira y quiere aprender de ustedes, para renovar su confianza en que la Misericordia del Padre tiene rostro siempre joven y no deja de invitarnos a ser parte de su Reino.
Me he olvidado, ¿Las cosas se pueden cambiar? Conociendo la pasión que ustedes le ponen a la misión, me animo a repetir: la misericordia siempre tiene rostro joven. Porque un corazón misericordioso se anima a salir de su comodidad; un corazón misericordioso sabe ir al encuentro de los demás, logra abrazar a todos. Un corazón misericordioso sabe ser refugio para los que nunca tuvieron casa o la han perdido; sabe construir hogar y familia para aquellos que han tenido que emigrar, sabe de ternura y compasión. Un corazón misericordioso, sabe compartir el pan con el que tiene hambre, un corazón misericordioso se abre para recibir al prófugo y al migrante. Decir misericordia junto a ustedes, es decir oportunidad, es decir mañana, compromiso, confianza, apertura, hospitalidad, compasión, sueños. ¿Pero ustedes son capaces de soñar? Y cuando el corazón está abierto y es capaz de soñar hay lugar para la misericordia y para acariciar y ponerse al lado de quienes no tienen paz en el corazón o les falta lo necesario para vivir, o la cosa más linda, la fe. Misericordia, digamos juntos esta palabra, Misericordia, otra vez.., otra vez para que el mundo sienta…
También quiero confesarles otra cosa que aprendí en estos años. No quiero ofender a nadie. Me genera dolor encontrar a jóvenes que parecen haberse «jubilado» antes de tiempo. Me da dolor, que se pensionaron a los 23, 24 o 25 años. Me genera dolor. Me preocupa ver a jóvenes que «tiraron la toalla» antes de empezar el partido. Que están «entregados» sin haber comenzado a jugar. Que caminan con rostros tristes, como si su vida no valiera. Son jóvenes esencialmentes aburridos… y aburridores, y esto me causa dolor.
Es difícil, y a su vez cuestionador, por otro lado, ver a jóvenes que dejan la vida buscando el «vértigo», o esa sensación de sentirse vivos por caminos oscuros, que al final terminan «pagando»…y pagando caro. Piensen a muchos jóvenes que ustedes conocen y eligieron este camino. Duele ver cómo hay jóvenes que pierden hermosos años de su vida y sus energías corriendo detrás de vendedores de falsas ilusiones, y los hay, vendedores de falsas ilusiones. (en mi tierra natal diríamos «vendedores de humo»), que les roban lo mejor de ustedes mismos, y esto me causa dolor. Estoy seguro que entre ustedes no los hay, pero existen pensionados, que tiran la toalla antes del partido y los que entran con los vértigos y pagan sus ilusiones.
Por eso, queridos amigos, nos hemos reunidos para ayudarnos unos a otros porque no queremos dejarnos robar lo mejor de nosotros mismos, no queremos permitir que nos roben las energías, la alegría, los sueños, con falsas ilusiones.
Queridos amigos, les pregunto: ¿Quieren para sus vidas ese vértigo alienante o quieren sentir esa fuerza que los haga sentirse vivos, plenos? ¿Vértigo alienante o fuerza de la gracia? No se escucha bien…
Para ser plenos, para tener fuerza renovada, hay una respuesta; que no se vende, no se compra, no es una cosa, no es un objeto, es una persona y se llama Jesucristo. Un aplauso…
Me pregunto, ¿Jesucristo se puede comprar? ¿Se vende en los negocios? Jesucristo es un don, un regalo del Padre. Todos: Jesucristo es un don, un regalo del Padre…
Jesucristo es quien sabe darle verdadera pasión a la vida, Jesucristo es quien nos mueve a no conformarnos con poco y a dar lo mejor de nosotros mismos; es Jesucristo quien nos cuestiona, nos invita y nos ayuda a levantarnos cada vez que nos damos por vencidos. Es Jesucristo quien nos impulsa a levantar la mirada y a soñar alto.
Pero padre, alguien podrá decirme que es divicil y soñar, que están difícil. Padre soy débil, caigo, me esfuerzo pero acabo abajo. Los alpinos cuantos unen las montañas cantan una canción hermosa que dice así: en el arte de subir lo importante no es no caer, sino no quedarse caído. Si tú eres débil o caes, mira hacia lo alto y está la mano de Jesús que te toma. Y si sucede otra vez, la mano de Jesús te toma. A Pedro le dijo setenta veces siete. ¿Lo han entendido?
En el Evangelio hemos escuchado que Jesús, mientras se dirige a Jerusalén, se detiene en una casa ―la de Marta, María y Lázaro— que lo acoge. De camino, entra en su casa para estar con ellos; las dos mujeres reciben al que saben que es capaz de conmoverse. Las múltiples ocupaciones nos hacen ser como Marta: activos, distraídos, constantemente yendo de acá para allá…; pero también solemos ser como María: ante un buen paisaje, o un video que nos manda un amigo al móvil, nos quedamos pensativos, en escucha.
En estos días de la Jornada, Jesús quiere entrar en nuestra casa; en tu casa, e mi casa. Quiere entrar y verá nuestras preocupaciones, en nuestro andar acelerado, como lo hizo con Marta… y esperará que lo escuchemos como María; que, en medio del trajinar, nos animemos a entregarnos a él. Que sean días para Jesús, dedicados a escucharnos, a recibirlo en aquellos con quienes comparto la casa, la calle, el club o el colegio.
Y quien acoge a Jesús, aprende a amar a Jesús. Entonces él nos pregunta si queremos una vida plena y yo en su nombre les pregunto: ¿Quieren una vida plena? Empieza desde ahora a dejarte conmover. Porque la felicidad germina y aflora en la misericordia: esa es su respuesta, esa es su invitación, su desafío, su aventura: la misericordia.
La misericordia tiene siempre rostro joven; como el de María de Betania sentada a los pies de Jesús como discípula, que se complace en escucharlo porque sabe que ahí está la paz. Como el de María de Nazareth, lanzada con su «sí» a la aventura de la misericordia, y que será llamada bienaventurada por todas las generaciones, llamada por todos nosotros «la Madre de la Misericordia».
Entonces, todos juntos, invoquémosla todos juntos: María Madre de misericordia, María Madre de misericordia.
Ahora le pedimos en silencio desde el corazón al Señor: Lánzanos a la aventura de la misericordia. Lánzanos a la aventura de construir puentes y derribar muros (cercos y alambres), lánzanos a la aventura de socorrer al pobre, al que se siente solo y abandonado, al que ya no le encuentra sentido a su vida. Nuestro respeto el porqué de nuestra fe.
Impúlsanos a la escucha, como María de Betania, de quienes no comprendemos, de los que vienen de otras culturas, otros pueblos, incluso de aquellos a los que tememos porque creemos que pueden hacernos daño. Haznos volver nuestro rostro, como María de Nazareth con Isabel, sobre nuestros ancianos a nuestros abuelos para aprender de su sabiduría.
Les pregunto ¿ustedes hablan con sus abuelos?, ¿así así? Ellos tienen sabiduría sobre la vida y les dirán cosas que conmoverán vuestros corazones.
Aquí estamos, Señor. Envíanos a compartir tu Amor Misericordioso. Queremos recibirte en esta Jornada Mundial de la Juventud, queremos confirmar que la vida es plena cuando se la vive desde la misericordia, que esa es la mejor parte, es la parte más dulce y que nunca nos será quitada. Amén.
(Texto prácticamente completo con las improvisaciones del Santo Padre pero aún en revisión final)
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