(RV).- La mañana del cuarto día de su Viaje Apostólico a Polonia, para la JMJ de Cracovia 2016, el Papa Francisco celebró la Misa votiva de la Misericordia de Dios, con sacerdotes, religiosos, consagrados y seminaristas, en el Santuario dedicado a San Juan Pablo II.
En su homilía, subrayó que la Iglesia y el mundo son los espacios abiertos de la misión de los discípulos de Jesús para llevar la Buena Nueva. Jesús quiere que sus discípulos abran las puertas y salgan a propagar el perdón y la paz de Dios con la fuerza del Espíritu Santo.
En el Santuario dedicado al santo Papa polaco que proclamó el segundo domingo de Pascua como el “Domingo de la Misericordia Divina” para todo el mundo, Francisco hizo resonar la exhortación a «abrir las puertas» a Cristo, con la que Karol Wojtyla comenzó su Pontificado, invitando a no tener miedo.
A los sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas y personas consagradas les recordó, con el Evangelio de Juan, (Jn 20,19-31) cuando Jesús se aparece a sus discípulos, que estaban a puertas cerradas, pasaje que «nos habla de un lugar: la casa en la que estaban los discípulos, de un discípulo: Tomás, y de un libro: el Evangelio».
«En la casa, ese local cerrado resuena fuerte el mensaje que Jesús dirige a los suyos: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (v. 21)». Jesús nos envía y llama también a nosotros, recordó y añadió que «la vida de sus discípulos más cercanos, como estamos llamados a ser, está hecha de amor concreto, es decir, de servicio y disponibilidad», poniendo siempre al Señor en el centro de la vida, lejos de «los estrados vacilantes de los poderes del mundo».
«En segundo lugar, aparece en el Evangelio de hoy la figura de Tomás, el único discípulo que se menciona» recordó el Papa, señalando, que «en su duda y su afán de entender —y también un poco terco—, este discípulo se nos asemeja un poco, y hasta nos resulta simpático. Sin saberlo, nos hace un gran regalo: nos acerca a Dios, porque Dios no se oculta a quien lo busca. Jesús le mostró sus llagas gloriosas, le hizo tocar con la mano la ternura infinita de Dios, los signos vivos de lo que ha sufrido por amor a los hombres».
Tras señalar luego que el «libro: es el Evangelio y que «queda todavía «un desafío, queda espacio para los signos que podemos hacer nosotros, que hemos recibido el Espíritu del amor y estamos llamados a difundir la misericordia», el Papa invocó a María.
«Que la Madre de Dios nos ayude en ello: que ella, que ha acogido plenamente la Palabra de Dios en su vida (cf. Lc 8,20-21), nos de la gracia de ser escritores vivos del Evangelio; que nuestra Madre de misericordia nos enseñe a curar concretamente las llagas de Jesús en nuestros hermanos y hermanas necesitados, de los cercanos y de los lejanos, del enfermo y del emigrante, porque sirviendo a quien sufre se honra a la carne de Cristo. Que la Virgen María nos ayude a entregarnos hasta el final por el bien de los fieles que se nos han confiado y a sostenernos los unos a los otros, como verdaderos hermanos y hermanas en la comunión de la Iglesia, nuestra santa Madre».
(CdM – RV)
Publicar un comentario