(RV).- No importa el lugar geográfico en que se encuentren. No. Donde se reúnen los jóvenes, y de a miles, el clima es siempre el mismo. Y tampoco importa si es invierno o verano. Aquí los vemos con sus camisetas multicolores, sus gorras, llevando las banderas de sus países de origen y los oímos, no sólo por sus cantos, sino también por sus griteríos. A su modo, “hacen lío”. Ese buen lío al que aludió Francisco en Río de Janeiro, durante su primera Jornada Mundial de la Juventud en calidad de Papa, puesto que ya los había visto y oído muy de cerca en su ciudad natal, en Buenos Aires, en el lejano1987, cuando se celebró la primera JMJ fuera de Roma.
Los pesimistas tienen todo el derecho de pensar que “la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo”. Sin embargo, la Iglesia – que es Madre y Maestra – conoce bien la potencialidad de la juventud. En la que ambas se enriquecen mutuamente.
Y a pesar de que son tantos los jóvenes que carecen aún de raíces religiosas, porque así se ha dado su historia, esa que los hizo crecer sin referencias espirituales, los que hoy están aquí, saben que el mensaje de Cristo les da el sentido de la persona humana, de su conciencia, de su libertad y fraternidad, que la Iglesia les transmite.
Conversando con el Cardenal Stanisław Dziwisz, Arzobispo de Cracovia – quien durante tantos años estuvo al servicio de San Juan Pablo II en la Ciudad del Vaticano y también acompañándolo en sus viajes apostólicos internacionales y en muchas de las Jornadas Mundiales de la Juventud – nos ha dicho que no es cierto que los jóvenes sólo quieren divertirse. No. El Purpurado, poco antes de inaugurar la JMJ de este año, manifiesta que sabe que los jóvenes quieren rezar, quieren profundizar y ser guiados en el descubrimiento de los valores, entre los cuales la fraternidad, tal como lo sabía su iniciador, Karol Wojtyla.
Y esto – afirma – también lo obtienen gracias a la catequesis. De ahí que haya recordado la importancia de la catequesis, que representa una de las razones por la que Polonia es, verdaderamente, una nación católica. Así lo indican las estadísticas: La gente asiste a misa, recibe los sacramentos, y según el concordato estipulado entre la Iglesia y el Estado, desde la escuela infantil y hasta la Universidad, los jóvenes reciben dos horas de catequesis por semana. No de religión en general, sino de catequesis. Tanto es así que los programas están a cargo de la Iglesia.
En este mar de participantes en la JMJ de Cracovia también están los que vienen de grandes problemas y experiencias de fracaso, pero todos se caracterizan por tener “hambre de otra cosa”, de algo más, en una palabra: están en búsqueda de una esperanza. Anhelan un ideal de vida y una espiritualidad fundada en alguien, en Dios, independientemente de que, por ejemplo, la sociedad europea se sienta cada vez más vieja y cansada, escéptica y desesperanzada y por qué no, a veces violenta y muchas otras, víctima de la violencia…
Una joven estudiante universitaria española nos dijo que no es fácil ser católico practicante. Por eso está aquí, para recibir fuerzas. Para escuchar las sugerencias del Papa Francisco.
Desde Cracovia, María Fernanda Bernasconi – RV.
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