(ZENIT- 28 junio 2019).- “Compartamos nuestras raíces, redescubramos el bien que el Señor ha sembrado y hecho crecer en el otro y dárnoslo mutuamente, aprender unos de otros, ayudarnos a no tener miedo del diálogo y de la colaboración concreta”, ha propuesto Francisco a los representantes del Patriarcado Ecuménico para fomentar la comunión entre las Iglesias Católica y Ortodoxa.
Hoy, 28 de junio, a las 11 horas, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a la delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, venida a Roma, según la tradición, con motivo de la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo.
Se trata de un grupo de tres personas enviado por el Patriarca Bartolomé I y el Santo Sinodo. Dicha delegación está encabezada por el arzobispo de Telmissos, Job, representante del Patriarcado Ecuménico en el Consejo Ecuménico de Iglesias y copresidente de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa y le acompañan el obispo de Melitene, Maximos y el diácono Bosphorios Mangafas.
El Santo Padre describió en su discurso que la presencia de esta delegación del Patriarcado Ecuménico en la fiesta de los apóstoles, “manifiesta los fuertes lazos que existen entre las Iglesias de Roma y Constantinopla y el compromiso común de caminar hacia esa plenitud de comunión a la que anhelamos, en obediencia a la firme voluntad de Jesús” (cf. Jn 17, 21) e invita “a renovar la caridad que genera unidad”.
Igualmente, el Papa expuso que la visita sirve para recordar “el valor apostólico del anuncio” y esto supone “responder a los nuevos desafíos de nuestro tiempo”. Con respecto a esto último, Francisco ha manifestado que el esfuerzo del Patriarca Ecuménico, Bartolomé I, por la salvaguardia de la creación le ha servido de inspiración: “Frente a la preocupante crisis ecológica que atravesamos, promover el cuidado de la casa común para los creyentes no solo es una urgencia que ya no se puede aplazar, como para todos, sino una forma concreta de servir a los demás, en el espíritu del Evangelio”.
Por otro lado, el Papa definió como “una buena señal” la colaboración entre la Iglesia Católica y el Patriarcado Ecuménico en temas de actualidad, “como la lucha contra las formas modernas de esclavitud, la acogida e integración de migrantes, prófugos y refugiados y la promoción de la paz a varios niveles”.
El Pontífice rememoró sus recientes viajes pastorales a Bulgaria y Rumanía, donde se encontró con los patriarcas Neofit y Daniel y sus sínodos y cómo en ellos pudo apreciar “la riqueza espiritual presente en la ortodoxia”. Al mismo tiempo, el Papa comunicó a la delegación que abandonó dichos países “con un mayor deseo de comunidad” y que está convencido de que “el restablecimiento de la unidad plena entre católicos y ortodoxos pasa a través del respeto por las identidades específicas y la coexistencia armoniosa en la diversidad legítima”.
Además, como Obispo de Roma, quiso reiterar: “Para nosotros los católicos el propósito del diálogo es la plena comunión en una diversidad legítima, no el aplanamiento estandarizado ni mucho menos la absorción”.
El Santo Padre subrayó también que “el escándalo de las divisiones que aún no se han curado por completo” podrá disiparse “anunciando el Evangelio en armonía, trabajando para servir a los necesitados, dialogando en la verdad, sin dejarnos condicionar por los prejuicios del pasado”.
De esta manera, concluyó el Papa “nos encontraremos y sabremos apreciar más nuestras identidades. Creceremos en conocimiento y el afecto recíproco. Experimentaremos que, más allá de las diferencias, es realmente mucho más lo que nos une y nos impulsa a avanzar juntos”.
A continuación se expone el discurso completo del Papa.
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Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos en Cristo:
Os doy la bienvenida y me complace recibiros como distinguidos miembros de la Delegación del Patriarcado Ecuménico que mi querido hermano Bartolomé I y el Santo Sínodo han enviado con motivo de la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo. Vuestra presencia manifiesta los fuertes lazos que existen entre las Iglesias de Roma y Constantinopla y el compromiso común de caminar hacia esa plenitud de comunión a la que anhelamos, en obediencia a la firme voluntad de Jesús (cf. Jn 17, 21). La fiesta de los santos Pedro y Pablo, que tiene lugar el mismo día en los calendarios litúrgicos de Oriente y Occidente, nos invita a renovar la caridad que genera unidad.
Al mismo tiempo, nos recuerda el valor apostólico del anuncio. Esto también significa comprometernos a responder a los nuevos desafíos de nuestro tiempo. Esta, además, es fidelidad al evangelio. Me gusta recordar, a propósito de la atención al contexto actual, el esfuerzo del Patriarca Ecuménico por la salvaguardia de la creación, que ha sido para mí fuente de inspiración. Frente a la preocupante crisis ecológica que atravesamos, promover el cuidado de la casa común para los creyentes no solo es una urgencia que ya no se puede aplazar, como para todos, sino una forma concreta de servir a los demás, en el espíritu del Evangelio. De manera similar, considero una buena señal la colaboración entre la Iglesia Católica y el Patriarcado Ecuménico en otros temas actuales, como la lucha contra las formas modernas de esclavitud, la acogida e integración de migrantes, prófugos y refugiados y la promoción de la paz a varios niveles.
El mes pasado, durante mis viajes pastorales a Bulgaria y Rumania, tuve la alegría de encontrar a los patriarcas Neofit y Daniel y sus Sínodos y de admirar la fe y la sabiduría de esos pastores. En tales ocasiones, como en las diversas reuniones con el hermano Bartolomé y otros jefes de Iglesias, he tenido la oportunidad de apreciar la riqueza espiritual presente en la ortodoxia. Quiero deciros que dejé esos países con un mayor deseo de comunión. Estoy cada vez más convencido de que el restablecimiento de la unidad plena entre católicos y ortodoxos pasa a través del respeto por las identidades específicas y la coexistencia armoniosa en la diversidad legítima. El Espíritu Santo, por otro lado, es el que suscita con creatividad la multiplicidad de dones y el que armoniza, conduce a la unidad, una unidad auténtica porque no es uniformidad, sino una sinfonía de varias voces en la caridad. Como obispo de Roma, me gustaría reiterar que para nosotros los católicos el propósito del diálogo es la plena comunión en una diversidad legítima, no el aplanamiento estandarizado ni mucho menos la absorción.
Por eso, en nuestros encuentros me parece inapreciable que compartamos nuestras raíces, redescubramos el bien que el Señor ha sembrado y hecho crecer en el otro y dárnoslo mutuamente, aprender unos de otros, ayudarnos a no tener miedo del diálogo y de la colaboración concreta. El escándalo de las divisiones que aún no se han curado por completo podrá removerse solo con la gracia de Dios mientras caminamos juntos, acompañando los pasos de otros con la oración, anunciando el Evangelio en armonía, trabajando para servir a los necesitados, dialogando en la verdad, sin dejarnos condicionar por los prejuicios del pasado. Así, en esa sincera transparencia que el Señor ama, nos encontraremos y sabremos apreciar más nuestras identidades. Creceremos en conocimiento y el afecto recíproco. Experimentaremos que, más allá de las diferencias, es realmente mucho más lo que nos une y nos impulsa a avanzar juntos.
Eminencia, queridos hermanos, os agradezco la visita y la cercanía que me habéis expresado. Por favor transmitid mis saludos fraternos y cordiales a Su Santidad Bartolomé I y a los miembros del Santo Sínodo. Y también os pido, por favor, que reservéis un lugar para mí en vuestras oraciones. Dios, todopoderoso y misericordioso, por la intercesión de los santos apóstoles Pedro, Pablo y Andrés, hermano de Pedro, bendiga y sostenga nuestro compromiso en el camino hacia la plena comunión. Gracias.
© Librería Editorial Vaticana
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