(ZENIT – 25 nov. 2019).- “Escuchen esto: Ustedes van a ser felices, ustedes van ser fecundos, si mantienen la capacidad de celebrar la vida con los demás”, ha recomendado el Papa Francisco a los jóvenes de Japón, reunidos hoy en la Catedral de Santa María Inmaculada, en Tokio, para escucharlo.
En su tercera jornada en Japón, dedicada a Tokio, Francisco ha dirigido un duro e intenso discurso a los jóvenes, con palabras improvisadas y provocaciones a la risa y la alegría. El encuentro ha tenido lugar a las 11:45 hora local (3:45 horas en Roma) en la Catedral de Santa María Inmaculada, en Tokio.
Cultura del encuentro
“¡Sean testigos de que la amistad social es posible!”, les ha exhortado el Pontífice, quien ha expresado la esperanza en un “futuro basado en la cultura del encuentro, la aceptación, la fraternidad y el respeto a la dignidad de cada persona, especialmente hacia los más necesitados de amor y comprensión”. Dado el alto porcentaje de bullying que se da en Japón, Francisco ha añadido: “Sin necesidad de agredir o despreciar, sino aprendiendo a reconocer la riqueza de los demás”.
“No es tan importante focalizarse y cuestionarse para qué vivo, sino para quién vivo. Las cosas son importantes pero las personas son imprescindibles”, ha indicado. “Sin ellas nos deshumanizamos, perdemos rostro, nombre, y nos volvemos un objeto más, quizás el mejor de todos, pero objetos al fin”.
“Es habitual ver que una persona, una comunidad o incluso una sociedad entera pueden estar altamente desarrolladas en su exterior, pero con una vida interior pobre y encogida, con el alma y la vitalidad apagada”, ha dicho el Papa Francisco a los jóvenes japoneses.
“Parecen muñequitos, ya terminados, que no tienen nada dentro. Todo les aburre, hay jóvenes que no sueñan. Es terrible un joven que no sueña, un joven que no hace espacio en su corazón para que entre Dios”, ha alertado.
Soledad, la mayor pobreza
“La soledad y la sensación de no ser amado es la pobreza más terrible”, ha parafraseado el Papa de la Madre Teresa de Calcuta. “¡Cuánta gente en todo el mundo es materialmente rica, pero vive esclava de una soledad sin igual!”.
Conocedor de este gran problema social en el gigante asiático, el Papa ha recordado la soledad que experimentan “tantas personas, jóvenes y adultas, de nuestras sociedades prósperas, pero a menudo tan anónimas”. Y ha invitado a los chicos a preguntarse: “¿Cuál sería para mí el mayor grado de pobreza mayor?”.
“Dediquen tiempo para su familia y amigos, pero también para Dios, orando y meditando. Cada uno en su propia creencia”, les ha pedido Francisco. “Si no donamos y ‘ganamos tiempo’ entre las personas, lo perderemos en muchas cosas que, al final del día, nos dejarán vacíos y aturdidos”.
A continuación, ofrecemos el discurso completo:
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Discurso del Papa Francisco
Queridos jóvenes:
Gracias por venir y estar aquí. Ver y escuchar vuestra energía y entusiasmo me da alegría y esperanza. Les estoy agradecido por esto. También agradezco a Leonardo, Miki y Masako sus palabras de testimonio. Se necesita gran coraje y valentía para compartir lo que se lleva en el corazón como ustedes lo hicieron. Estoy seguro de que sus voces fueron eco de muchos de sus compañeros aquí presentes. ¡Gracias! Sé que en medio de ustedes hay jóvenes de otras nacionalidades, algunos de ellos buscan refugio. Aprendamos a construir juntos la sociedad que queremos para mañana.
Cuando los miro, puedo ver la diversidad cultural y religiosa de los jóvenes que viven en Japón hoy, y algo de la belleza que vuestra generación ofrece al futuro. La amistad entre ustedes y su presencia aquí recuerda a todos que el futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y diversidad de lo que cada uno puede aportar. Cuánto necesita aprender nuestra familia humana a vivir juntos en armonía y paz sin necesidad de que tengamos que ser todos igualitos. No nos hicieron a maquina a todos iguales. (…) Por eso somos cada uno distinto.
Necesitamos crecer en fraternidad, en preocupación por los demás y respeto por las diferentes experiencias y puntos de vista. Este encuentro es una fiesta porque estamos diciendo que la cultura del encuentro es posible, no es una utopía, y que ustedes, los jóvenes, tienen esa sensibilidad especial para llevarla adelante.
Me impresionaron las preguntas que hicieron, porque reflejan vuestras experiencias concretas, y también vuestras esperanzas y vuestros sueños para el futuro.
Gracias, Leonardo, por compartir la experiencia de bullying y discriminación que sufriste. Cada vez más los jóvenes encuentran el valor de hablar sobre experiencias como la tuya. En mi edad, cuando yo era joven, no se hablaban de las cosas que contó Leonardo. Lo más cruel del acoso escolar es que hiere nuestro espíritu y nuestra autoestima en el momento en que más necesitamos fortaleza para aceptarnos a nosotros mismos y poder encarar nuevos retos en la vida. En ocasiones, las víctimas de bullying incluso se culpan a sí mismas por haber sido blanco “fácil”. Pueden sentirse fracasados, débiles y sin valor, y llegar a situaciones altamente dramáticas: “Si tan solo yo fuera diferente…”. Sin embargo, paradójicamente, son los acosadores los verdaderamente débiles, porque piensan que pueden afirmar su propia identidad lastimando a los demás. Algunas veces atacan a cualquiera que consideran diferente, que representa algo que los amenaza. En el fondo, los acosadores tienen miedo, son miedosos que se cubren en su aparente fortaleza. Debemos unirnos todos contra esta cultura del “bulismo” y aprender a decir: ¡Basta! Es una epidemia donde la mejor medicina la pueden poner entre ustedes mismos. No alcanza con que las Instituciones educativas o los adultos usen todos los recursos que están a su alcance para prevenir esta tragedia, sino que es necesario que entre ustedes, entre amigos y compañeros, puedan unirse para decir: ¡No!
Decir: Eso está mal. No hay mayor arma para defenderse de estas acciones que la de poder “levantarse” entre compañeros y amigos, y decir: Esto que estás haciendo es algo grave.
El miedo siempre es enemigo del bien, porque es enemigo del amor y de la paz. Las grandes religiones enseñan tolerancia, armonía y misericordia; no enseñan miedo, división o conflicto. Jesús constantemente les decía a sus seguidores que no tuvieran miedo. ¿Por qué? Porque si amamos a Dios y a nuestros hermanos y hermanas, ese amor expulsa el temor (cf. 1 Jn 4,18). Para muchos de nosotros, como bien nos lo recordaste Leonardo, mirar la vida de Jesús nos permite encontrar consuelo, porque Jesús mismo sabía lo que significaba ser despreciado y rechazado, incluso hasta el punto de ser crucificado. También sabía lo que era ser un extraño, un migrante, uno “diferente”. En cierto sentido, Jesús fue el más “marginado”, un marginado lleno de Vida para dar. Leonardo, podemos siempre mirar todo lo que nos falta, pero también podemos descubrir la vida que somos capaces de dar y donar. El mundo te necesita, nunca te olvides de eso; el Señor tiene necesidad de ti para que puedas darle el coraje a tantos que hoy piden una mano que los ayude a levantarse.
Esto implica aprender a desarrollar una cualidad muy importante, pero devaluada: la capacidad de aprender a donar tiempo para los demás, escucharlos, compartir con ellos, comprenderlos; sólo así abriremos nuestras historias y heridas a un amor que nos pueda transformar y comenzar a cambiar el mundo que nos rodea. Si no donamos y “ganamos tiempo” entre las personas, lo perderemos en muchas cosas que, al final del día, nos dejarán vacíos y aturdidos —nos empachan, dirían en mi tierra natal—. Así que, por favor, dediquen tiempo para su familia y amigos, pero también para Dios, orando y meditando. Cada uno en su propia creencia. Y, si les resulta difícil, rezar; no se rindan. Un sabio guía espiritual dijo una vez: la oración se trata principalmente de estar simplemente allí. Estate quieto, haz espacio para Dios, déjate mirar y Él te llenará de su paz.
Esto es exactamente lo que Miki nos decía; preguntó cómo pueden los jóvenes hacer espacio para Dios en una sociedad frenética, enfocada en ser solamente competitiva y productiva. Es habitual ver que una persona, una comunidad o incluso una sociedad entera pueden estar altamente desarrolladas en su exterior, pero con una vida interior pobre y encogida, con el alma y la vitalidad apagada. Parecen muñequitos, ya terminados, que no tienen nada dentro. Todo les aburre, hay jóvenes que no sueñan. Es terrible un joven que no sueña, un joven que no hace espacio en su corazón para que no entre Dios (…) Hay hombres o mujeres que se olvidaron de reír, que no juegan, no conocen el sentido de la admiración y la sorpresa. Como zombis, su corazón dejó de latir, ¿por qué? por la incapacidad de celebrar la vida con los demás. Escuchen esto: Ustedes van a ser felices, ustedes van ser fecundos si mantienen la capacidad de celebrar la vida con los demás.
¡Cuánta gente en todo el mundo es materialmente rica, pero vive esclava de una soledad sin igual! Pienso aquí en la soledad que experimentan tantas personas, jóvenes y adultas, de nuestras sociedades prósperas, pero a menudo tan anónimas. La Madre Teresa, que trabajaba entre los más pobres de los pobres, dijo una vez algo profético, algo rico: «La soledad y la sensación de no ser amado es la pobreza más terrible». ¿Cual sería para mí el mayor grado de pobreza mayor? Y si somos honestos, nos vamos a dar cuenta de que la pobreza más grande que podemos tener es la soledad y la sensación de no ser amados. ¿Está demasiado aburrido el discurso o puedo seguir? (Risas)
Combatir esta pobreza espiritual es una tarea a la que todos estamos llamados, y ustedes tienen un papel especial que desempeñar, porque exige un cambio importante en nuestras prioridades y opciones. Implica reconocer que lo más importante no radica en todas las cosas que tengo o puedo conquistar, sino a quién tengo para compartirlas. No es tan importante focalizarse y cuestionarse para qué vivo, sino para quién vivo. Las cosas son importantes pero las personas son imprescindibles; sin ellas nos deshumanizamos, perdemos rostro, nombre, y nos volvemos un objeto más, quizás el mejor de todos, pero objetos al fin. El libro del Eclesiástico dice: «Un amigo fiel es un refugio seguro: el que lo encuentra ha encontrado un tesoro» (6,14). Por eso, es siempre importante preguntarse: «¿Para quién soy yo? Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 286).
Y esto es algo hermoso que ustedes pueden ofrecer a nuestro mundo. ¡Sean testigos de que la amistad social es posible! Esperanza en un futuro basado en la cultura del encuentro, la aceptación, la fraternidad y el respeto a la dignidad de cada persona, especialmente hacia los más necesitados de amor y comprensión. Sin necesidad de agredir o despreciar, sino aprendiendo a reconocer la riqueza de los demás.
Para mantenernos vivos físicamente, tenemos que respirar, es una acción que realizamos sin darnos cuenta, de manera automática. Para mantenernos vivos en el sentido pleno y amplio de la palabra, necesitamos también aprender a respirar espiritualmente, a través de la oración y la meditación, en un movimiento interno, mediante el cual podemos escuchar a Dios, que nos habla en lo profundo de nuestro corazón. Y también necesitamos de un movimiento externo, por el que nos acercamos a los demás con actos de amor y servicio. Este doble movimiento nos permite crecer y descubrir no sólo que Dios nos ha amado, sino que nos ha confiado a cada uno una misión, una vocación única y que la descubrimos en la medida en la que nos damos a los demás, a personas concretas.
Masako nos habló sobre estas cosas desde su propia experiencia como estudiante y maestra. Preguntó cómo se puede ayudar a los jóvenes a que se den cuenta de la propia bondad y valor. Una vez más, quisiera decir que, para crecer, para descubrir nuestra propia identidad, bondad y belleza interior, no podemos mirarnos en el espejo. Se han inventado muchas cosas, pero gracias a Dios todavía no existen selfies del alma. Para ser felices, necesitamos pedirle ayuda a los demás, que la foto la saque otro, es decir, salir de nosotros mismos e ir hacia los demás, especialmente hacia los más necesitados (cf. ibíd., 171). De modo particular, les pido que extiendan los brazos de la amistad y reciban a quienes vienen, a menudo después de un gran sufrimiento, a buscar refugio en su país.
Con nosotros está aquí presente un pequeño grupo de refugiados; vuestra acogida testimoniará que para muchos pueden ser extraños, pero para ustedes pueden ser considerados hermanos y hermanas.
Un maestro sabio dijo una vez que la clave para crecer en sabiduría no era tanto encontrar las respuestas correctas, sino descubrir las preguntas correctas. No todos ustedes son maestros como Masako, pero espero que puedan hacerse muy buenas preguntas, cuestionarse y ayudar a otros a hacerse buenas y cuestionadoras preguntas sobre el significado de la vida, y de cómo podemos dar forma a un futuro mejor para quienes vendrán después de nosotros.
Queridos jóvenes: Gracias por vuestra amistosa atención, por todo este tiempo que me regalaron y poder compartir un poco de vuestras vidas. No apabullen ni aturdan sus sueños, denles espacios y anímense a mirar grandes horizontes, a mirar lo que les espera si se animan a construirlos juntos. Japón los necesita, el mundo los necesita despiertos y generosos, alegres y entusiastas, capaces de construir una casa para todos. Rezo para que crezcan en sabiduría espiritual y descubran en esta vida el camino hacia la verdadera felicidad. Los tendré presentes en mis oraciones, y les pido, por favor, que recen por mí.
A todos ustedes, y a sus familias y amigos les hago llegar mis mejores deseos y les doy mi bendición.
Muchas gracias.
© Librería Editorial Vaticano
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