La adoración en Espíritu y Verdad
(RV).- Un Dios que habla; la lectio divina; acoger, contemplar y hacer la Palabra, fueron los temas que abordó el Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia en su segunda predicación de Cuaresma sobre el tema “Acoger la Palabra sembrada en ustedes”; una reflexión sobre la Constitución dogmática “Dei Verbum”.
Continuando sus consideraciones sobre los principales documentos del Concilio Ecuménico Vaticano II, el Predicador de la Casa Pontificia explicó – ante la presencia del Papa Francisco y los miembros de la Curia Romana, reunidos el último viernes de febrero en la Capilla Redemtoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano – que de las cuatro “Constituciones” aprobadas, la de la Palabra de Dios, es decir la Dei Verbum, junto a la de la Iglesia, o sea la Lumen gentium, son las únicas calificadas como “dogmáticas”, a lo que añadió:
“Esto se explica con el hecho de que con este texto el Concilio pretendía reafirmar el dogma de la inspiración divina de la Escritura y precisar, al mismo tiempo, su relación con la tradición. Fiel al intento de dar luz a las implicaciones más estrictamente espirituales y edificantes de los textos conciliares, me limitaré, también aquí, a algunas reflexiones dirigidas a la práctica y a la meditación personal”.
Del primer punto, “un Dios que habla”, el Padre Cantalamessa dijo que ciertamente el “Dios bíblico es un Dios que habla”, y aunque “Dios no tiene boca ni respiración humana: su boca es el profeta, su respiración es el Espíritu Santo”. De todos modos – agregó – “se trata de un hablar en sentido verdadero”, donde la criatura recibe un mensaje que puede traducir en palabras humanas. A la vez que destacó que ninguna voz humana alcanza al hombre en profundidad como lo hace la Palabra de Dios.
“Esta ‘penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón’ (Hb 4, 12). A veces el hablar de Dios es una voz que ‘parte los cedros del Líbano’ (Sal 29, 5), otras veces se parece al ‘rumor de una brisa suave’ (1 Re 19, 12). Conoce todas las tonalidades del hablar humano”.
Después de recordar que “¡El Verbo ha sido visto y oído!”, el Predicador afirmó que, sin embargo, lo que se escucha no es palabra de hombre, sino Palabra de Dios porque quien habla no es la naturaleza sino la persona, y la persona de Cristo es la misma persona divina del Hijo de Dios. En él Dios no nos habla más a través de un intermediario, “por medio de los profetas”, sino personalmente.
La lectio divina
“Después de estas observaciones sobre la Palabra de Dios en general – dijo el Predicador – quisiera concentrarme en la Palabra de Dios como un camino de santificación personal”.
“La Palabra de Dios – dice la Dei Verbum – es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual”.
De ahí que el Padre Cantalamessa haya manifestado que por fortuna, la Escritura nos propone, por sí misma, un método de lectura de la Biblia al alcance de todos, tal como lo indica la Carta de Santiago (1, 18-25) en la que leemos un famoso texto sobre la Palabra de Dios. Y destacó que de allí obtenemos un esquema de la lectio divina que tiene tres etapas u operaciones sucesivas: acoger la Palabra, meditar la Palabra y poner en práctica la Palabra.
Acoger la Palabra
El Predicador afirmó que con la parábola de la semilla y el sembrador (Lc 8, 5-15) Jesús nos ofrece una ayuda para descubrir dónde estamos, cada uno de nosotros, en cuanto a la recepción de la Palabra de Dios. Él distingue cuatro tipos de suelo: el camino, el terreno pedregoso, las espinas y el terreno bueno.
“Explica, entonces, lo que simbolizan los diferentes terrenos: el camino a aquellos en los que las Palabras de Dios no tienen tiempo ni para detenerse; el terreno pedregoso, a los superficiales e inconstantes que escuchan, tal vez con alegría pero no dan a la palabra una oportunidad de echar raíces; el terreno lleno de zarzas, a los que se dejan ahogar por las preocupaciones y los placeres de la vida; y el terreno bueno que son los que escuchan y dan fruto con perseverancia”.
Contemplar la Palabra
La segunda etapa sugerida por Santiago consiste en “fijar la mirada” en la Palabra, en el estar largo tiempo delante del espejo, es decir en la meditación o contemplación de la Palabra, añadió el Predicador de la Casa Pontificia.
“El alma que se mira en el espejo de la Palabra aprende a conocer ‘cómo es’, aprende a conocerse a sí misma, descubre su deformidad de la imagen de Dios y de la imagen de Cristo”.
“Yo no busco mi gloria”, dice Jesús (Jn 8, 50): aquí el espejo está delante de ti y en seguida ves lo lejos que estás de Jesús – afirmó el Padre Cantalamessa – si buscas tu gloria; “bienaventurados los pobres de espíritu”: el espejo está de nuevo delante de ti y en seguida te descubres lleno de apegos y lleno de cosas superfluas, lleno sobre todo de ti mismo; “la caridad es paciente…” y de das cuenta cuanto tú eres impaciente, envidioso e interesado. Más que “escrutar la Escritura” (Cfr. Jn 5, 39), se trata de “dejarse escrutar” por la Escritura”.
Hacer la Palabra
Llegamos así – dijo el Padre Raniero Cantalamessa – a la tercera fase del camino, propuesto por el apóstol Santiago: “Sean de aquellos que ponen en práctica la Palabra…, quien la pone el práctica encontrará su felicidad en el practicarla… Si uno escucha solamente y no pone en práctica la Palabra, se asemeja a un hombre que observa el propio rostro en un espejo: apenas se siente observado se va, y enseguida se olvida de cómo era”. A lo que añadió:
“Esta es también la cosa que más le agrada a Jesús: ‘Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’ (Lc 8, 21)”.
Sin este “hacer la Palabra” todo el resto acaba siendo una ilusión, una construcción en la arena (Mt 7, 26), dijo el Predicador. Porque “no se puede ni siquiera decir que se ha entendido la Palabra porque, como escribe san Gregorio Magno, la palabra de Dios se entiende verdaderamente sólo cuando uno comienza a ponerla en práctica”.
“La palabra particular que podemos poner hoy en el molino de nuestro espíritu – concluyó diciendo el Predicador de la Casa Pontificia – es el lema del Año Jubilar de la Misericordia: ‘Sean misericordiosos como es misericordioso su Padre celestial’”.
(María Fernanda Bernasconi – RV).
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