(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- ¿Qué pensamientos bullían en la mente y en el corazón de Pedro mientras corría hacia el sepulcro? Con esta pregunta inició el Santo Padre la homilía de la celebración de la Vigilia Pascual, en la Basílica de San Pedro. El rito inició en el atrio de la Basílica con la bendición del fuego y la preparación del cirio pascual. Mientras la Basílica estaba completamente a oscuras, Francisco caminó por el pasillo central hasta llegar al altar llevando el cirio en sus manos, hasta que finalmente, se encendieron las luces.
A continuación, inició Liturgia de la Palabra y prosiguió la Liturgia Bautismal. Y es que en la Pascua del Sábado Santo, como es tradicional, el Santo Padre administra los sacramentos de iniciación cristiana a 12 catecúmenos procedentes de Italia, Albania, Camerún, Corea, India y China. Entre ellos, el embajador de Corea del Sur ante Italia y su mujer cuyos padrinos son los embajadores ante la Santa Sede.
Durante la homilía, el papa Francisco explicó que en el corazón de Pedro había duda junto con muchos sentimientos negativos: la tristeza por la muerte del Maestro amado y la desilusión por haberlo negado tres veces durante la Pasión.
Pero, observó el Pontífice, hay un detalle que marca un cambio. “No se quedó sentado a pensar, no se encerró en casa como los demás. No se dejó atrapar por la densa atmósfera de aquellos días, ni dominar por sus dudas; no se dejó hundir por los remordimientos, el miedo y las continuas habladurías que no llevan a nada”. Es decir, Pedro “buscó a Jesús, no a sí mismo”. Por eso, el Santo Padre aseguró que este fue el comienzo de la ‘resurrección’ de Pedro, la resurrección de su corazón. “Sin ceder a la tristeza o a la oscuridad, se abrió a la voz de la esperanza: dejó que la luz de Dios entrara en su corazón sin apagarla”, aseveró el Papa
Asimismo, Francisco recordó que “tampoco nosotros encontraremos la vida si permanecemos tristes y sin esperanza y encerrados en nosotros mismos”. De ahí su invitación a abrir “al Señor nuestros sepulcros sellados, para que Jesús entre y lo llene de vida” y a llevar “las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas”.
Al respecto, el Santo Padre quiso subrayar que Dios desea “venir y tomarnos de la mano”, para “sacarnos de la angustia”. Pero –advirtió– la primera piedra que debemos remover esta noche es la falta de esperanza que nos encierra en nosotros mismos. De este modo, Francisco pidió que el Señor “nos libre de esta terrible trampa de ser cristianos sin esperanza, que viven como si el Señor no hubiera resucitado y nuestros problemas fueran el centro de la vida”.
En esta misma línea, precisó que en esta noche hay que iluminar los problemas con la luz del Resucitado, en cierto modo hay que “evangelizarlos”. Por eso, el Santo Padre invitó a no permitir que la oscuridad y los miedos atraigan la mirada del alma y se apoderen del corazón . Jesús –recordó– es nuestra mayor alegría, siempre está a nuestro lado y nunca nos defraudará.
Y este es el fundamento de la esperanza, “que no es simple optimismo, y ni siquiera una actitud psicológica o una hermosa invitación a tener ánimo”. El Papa aseguró que “la esperanza cristiana es un don que Dios nos da si salimos de nosotros mismos y nos abrimos a él”. De este modo, precisó que el Espíritu Santo “no hace que todo parezca bonito”, “no elimina el mal con una varita mágica”, sino que “infunde la auténtica fuerza de la vida, que no consiste en la ausencia de problemas”, sino en la seguridad de que “Cristo siempre nos ama y nos perdona”.
Además, el Santo Padre precisó que olvidándonos de nosotros mismos, como siervos alegres de la esperanza, “estamos llamados a anunciar al Resucitado con la vida y mediante el amor”.
Para alimentar nuestra esperanza, el Papa retoma lo que propone la liturgia de esta noche, que “nos enseña a hacer memoria de las obras de Dios”. La Palabra viva de Dios –reconoció– es capaz de implicarnos en esta historia de amor, alimentando la esperanza y reavivando la alegría.
Para finalizar la homilía, el Santo Padre invitó a abrirse a la esperanza y ponerse en camino. “Que el recuerdo de sus obras y de sus palabras sea la luz resplandeciente que oriente nuestros pasos confiadamente hacia la Pascua que no conocerá ocaso”, concluyó.
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